Cultive el arte de escuchar
HOY en día hay toda clase de “brechas” entre la gente. Está la “brecha entre las generaciones” entre los viejos y los jóvenes. Hay brechas entre los padres y los hijos, entre los maestros de escuela y sus alumnos, entre los patronos y los empleados y entre los líderes religiosos y sus rebaños.
¿Cuáles son las causas de estas brechas? Es innegable que son variadas y muchas, pero muy probablemente una de las principales es la falta de comunicación de ambas partes. Esto, a su vez, principalmente se debe a que cada uno no escucha al otro. Muy frecuentemente las personas están pensando en algo distinto mientras alguien les está hablando, en vez de prestar atención a lo que se dice. Los esposos tienen la tendencia a hacer esto, especialmente si tienen esposas habladoras.
El dominar el arte de escuchar es de particular importancia para los padres, los maestros de escuela, los hombres con responsabilidades en el comercio y la industria, y para todo el que aconseja a personas con problemas emocionales.
¿Qué es escuchar?
Escuchar significa prestar atención verdaderamente tanto con nuestra mente como con nuestro corazón, con nuestros oídos y nuestro entendimiento. “Prestar atención” es una expresión apropiada porque al hacerlo, uno da algo. ¿Qué? Especialmente tiempo, pero también interés personal, porque tiene que poner los intereses de otro delante de los suyos propios. En otras palabras, requiere cierto grado de altruismo, sabiduría de parte de uno, además de paciencia y gobierno de uno mismo.
Se podría decir que hay tres clases básicas de escuchar. (1) Escuchar información, datos y cifras, por el significado de lo que se dice. (2) Además escuchar el contenido emocional, prestando atención al tono de voz y si el que habla se siente feliz o deprimido, complacido o enojado, si es orgulloso o humilde. Las emociones manifestadas por el que habla, si se observan, contribuirán a arrojar luz sobre lo que se dice. La empatía es lo más importante para esta clase de escuchar. Y (3) también está el asunto de escuchar lo que no se dice. ¿Cómo puede uno hacer eso? Por medio de observar lo que se da a entender, aunque no se declara, lo que se deja sin decir. ¿Cuál parece ser el propósito o el motivo de lo que se dice? Puede que una persona se sienta inhibida de decir directamente lo que la preocupa debido a orgullo o vergüenza, debido a estar demasiado implicada emocionalmente, o debido a su interés de no ofender a un superior.
Escuchando a los niños
Tanto los padres como los maestros de escuela tienen muchas oportunidades de ser útiles por medio de escuchar a sus hijos o alumnos. Así es que a los maestros de escuela se les ha dicho que “una de las habilidades más básicas y más provechosas que un maestro debe de adquirir es el arte de escuchar.” Y una directora de escuela, que también es madre de cuatro hijos, declaró: “El escuchar es el instrumento más eficaz que he hallado para ayudar a mis propios hijos y a mis alumnos para solucionar sus propios problemas. Se asombrarían de cuán bien lo hacen cuando se les brinda una mínima oportunidad.”
De vez en cuando los padres se sienten profundamente desilusionados debido al derrotero desobediente que uno o más de sus hijos han adoptado. Sencillamente no lo pueden comprender. Pero si hubieran sido buenos oyentes, pudieran haber oído señales que advertían que algo andaba mal. Por ejemplo, pudieran haber oído que las palabras de sus hijos no concordaban con su contenido emocional, que meramente estaban complaciendo los deseos de sus padres de labios para afuera, que estaban encubriendo un espíritu de independencia o rebelión.
El escuchar a los niños requiere paciencia y buen tacto y, sobre todo, compasión, empatía y comprensión. ¿Es prudente comenzar a regañar al niño inmediatamente después que algo ha salido mal o si manifiesta algún sentimiento malo? El resultado quizás sea que él ocultará sus sentimientos, y los sentimientos ocultos son más peligrosos que los que se expresan abiertamente, porque entonces las líneas de comunicación son cortadas.
Escuche la emoción que subrayan las palabras del niño, ya sea alegría o enojo, placer o derrota, y responda de una manera compasiva para que el niño se dé cuenta que uno lo está escuchando. Es verdad, esto requiere tiempo y paciencia, pero los padres prudentes comprenden que una de las mejores maneras en que pueden invertir el tiempo es escuchando a sus hijos.
No solo esté dispuesto a escuchar, sino también sepa cómo estimular al niño a hablar, haciendo que se exprese. Inclínese un poco hacia adelante, préstele total atención, espere a que hable, estimúlelo con expresiones como: “Dime, ¿qué es lo que anda mal?” “¿Sí?” “Y entonces, ¿qué pasó?” Sintonice, por decirlo así, su onda emocional. Y en vez de decirle inmediatamente donde él erró o se equivocó, ¿por qué no le formula preguntas que le ayuden a ver la equivocación sin tenérselo que decir? Al ser un padre que escucha con comprensión, con atención, con tacto, sensibilidad y empatía, le estará proveyendo a su hijo el ambiente de la clase correcta para crecer emocionalmente como una persona confiada y llena de esperanzas.
Escuchando a subordinados
La importancia de escuchar bien también se le recalca cada vez más a los que tienen posiciones de superintendencia en el comercio y la industria. Se dice que el administrador medio pasa 40 por ciento de su tiempo escuchando y que solo absorbe un 30 por ciento de lo que oye. Debido a esto hay cursos comerciales para estos hombres en los cuales se le enseña el arte de escuchar.
En esos cursos se les enseña a mantener la mente en lo que se está diciendo... un verdadero problema, debido a que la mente puede pensar mucho más rápidamente de lo que la boca puede hablar. Así es que se les aconseja (1) analizar constantemente lo que se dice; (2) separar lo que no viene al caso; (3) catalogar los puntos importantes; (4) pesar lo que se está diciendo en contra de lo que uno mismo sabe; (5) tratar de anticipar la conclusión a la cual el que habla quiere llegar; (6) escuchar para discernir lo que no se dice.
Además de escuchar de ese modo, un administrador u otro superintendente debe escuchar los matices emocionales. Lo que es más, debido a la relación entre los dos, entre el superintendente y el subordinado, debe escuchar cuidadosamente lo que se sobreentiende pero no se dice. Debe comprender que al subordinado quizás le sea vergonzoso explicar las cosas de inmediato. Quizás tenga temor de ofender, perder su trabajo, o empeorar las cosas más bien que mejorarlas por lo que dice, y por consiguiente puede vacilar realmente en decir lo que piensa. Una vez más, por medio de prestar atención de un modo comprensivo, y entonces hacer preguntas con tacto, un superintendente puede llegar al fondo del problema y hallar la solución.
Escuchando a los perturbados
Con respecto a los que aconsejan a la gente con problemas emocionales, se formuló la pregunta: “¿Qué factor en particular es de máxima importancia en un consejero para ayudar a las personas afligidas?” ¿Y cuál fue la respuesta? “Prestar verdadera atención,” es decir, tanto con los ojos, como con los oídos. Según uno de los más prominentes psiquíatras norteamericanos, el Dr. Karl Menninger, los beneficios de escuchar son tanto diagnósticos como terapéuticos. Es decir, el escuchar cuidadosa y comprensivamente ayuda al consejero a comprender mejor el problema, y tiene un efecto sanador sobre el que necesita ayuda.
Se da tanto énfasis a escuchar porque la tendencia humana es querer hablar desde el mismo principio. Esto se puede atribuir a la autoconfianza, el éxito de uno, posición, educación o experiencia. El consejo de la Biblia en Santiago 1:19 es muy apropiado en esos casos: “Ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira.”
La siguiente experiencia de la vida real enfatiza cuán importante para los que aconsejan es escuchar en vez de hablar:
Era temprano un domingo por la mañana mientras un ministro cristiano le estaba dando los toques finales a una conferencia bíblica que iba a presentar más tarde ese día. De súbito se sobresaltó cuando un joven enojado irrumpió en su despacho sin llamar y comenzó a contarle acerca de sus frustraciones. Había pasado toda la noche rumiándolas. En vez de estimular al joven a que continuara hablando y, por medio de preguntas, permitirle comprender su problema, el ministro de inmediato ofreció lo que creyó ser el consejo apropiado, en su mayor parte de una naturaleza reprensiva. El joven se marchó, pero volvió prontamente en un estado de alteración, y se abalanzó sobre el ministro, tratando de ahogarlo. Afortunadamente algunas personas en el piso de abajo oyeron la conmoción, subieron a averiguar de qué se trataba el alboroto y pudieron dominar al joven.
Verdaderamente, si uno va a ayudar a alguien que está perturbado, es importante escuchar, y no solo eso, sino hacer comprender a la persona perturbada que uno está escuchando con interés y preocupación. Hágale preguntas para que se exprese, trate de llegar a los puntos específicos por medio de preguntar “¿Por ejemplo?” y hacer otras preguntas guiadoras y por medio de estimularla a hablar por expresiones como “Sí,” y “¡ajá!” No se impaciente, y en particular, no se apresure a dar una reprensión. Aparentemente la persona perturbada viene a uno por consejo y ayuda, pero lo que necesita tanto o quizás más es la oportunidad de ser escuchada por un oyente comprensivo. Este trato ha ayudado a volver a la cordura hasta a personas que habían estado confinadas en institutos para enfermos mentales y consideradas por el personal como irremediablemente insanas.
Es muy apropiado el inspirado consejo: “Para todo hay un tiempo determinado, aun un tiempo para todo asunto bajo los cielos: . . . tiempo de callar y tiempo de hablar.” (Ecl. 3:1-7) Cuando un niño solicita interés, cuando un subordinado viene a uno con un problema o un informe, o cuando una persona perturbada viene a uno en busca de guía o consejo, tenga paciencia, ejerza empatía, póngase usted mismo en la situación del que habla. Tenga presente las palabras de Eclesiastés, primero ‘calle’ y escuche, entonces ‘hable.’ Escuche la información. Escuche también los matices emocionales y escuche lo que se podría sobreentender y sin embargo no se declara explícitamente. Como bien se ha observado, ‘presta la moneda de oro de la atención graciosa y alegremente, y recibirás dividendos a raudales’ en la forma de la satisfacción de haber hecho verdaderamente un bien.