BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • w93 1/10 págs. 22-25
  • Veamos de un modo equilibrado la misericordia divina

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Veamos de un modo equilibrado la misericordia divina
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1993
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • ¿Hemos razonado así alguna vez?
  • ¿Cuál es la actitud correcta?
  • El criterio de Jesús
  • El aguante nos prepara
  • Integridad incondicional
  • ¿Abarca la misericordia de Dios todos nuestros pecados?
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
  • “Su Padre es misericordioso”
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2007
  • Servimos al Dios que es “rico en misericordia”
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová (estudio) 2021
  • Misericordia para los misericordiosos
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1954
Ver más
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1993
w93 1/10 págs. 22-25

Veamos de un modo equilibrado la misericordia divina

EL DOCTOR actuaba con amabilidad, aunque estaba muy preocupado. A su juicio, la paciente precisaba con urgencia una intervención quirúrgica para salvar la vida. Cuando ella titubeó y le planteó el asunto de las transfusiones, se sorprendió. Al explicarle que por motivos religiosos no podía acceder a una operación que requiriese una transfusión sanguínea, se quedó atónito. Le dio vueltas y vueltas a la situación a fin de encontrar el modo de ayudarla. Finalmente, creyó haber hallado la solución. Le dijo: “Mire, si no acepta una transfusión de sangre morirá, y no creo que lo desee, ¿verdad?”.

“Claro que no”, contestó la paciente.

“Pero, por lo que veo, aceptarla va en contra de sus creencias, que también son importantes para usted. Por lo tanto, le propongo lo siguiente: Acepte la transfusión, salve la vida y luego confiésele a Dios que ha pecado y arrepiéntase. De este modo también la volverán a aceptar en su religión.”

El doctor tenía buenas intenciones y pensaba que había dado con la solución ideal. Sabía que su paciente creía que Dios es misericordioso. Sin duda era la ocasión más adecuada de aprovecharse de la misericordia divina. Ahora bien, ¿era el consejo tan razonable como parecía?

¿Hemos razonado así alguna vez?

A veces nos encontramos razonando como el doctor. Quizás nos asustemos cuando de súbito se presenta oposición en la escuela o en el trabajo. O tal vez nos encontremos en una situación embarazosa que nos presione a actuar en contra de nuestra conciencia. Al tomarnos por sorpresa, puede que tendamos a seguir la solución más fácil: hacer lo que sabemos que esta mal y luego pedir perdón.

Por otra parte, a algunos quizás les tiente su propia inclinación al mal. Por ejemplo, un muchacho tal vez afronte una situación que le tiente con fuerza a caer en la inmoralidad. En vez de combatir ese deseo impropio, quizás sucumba, con idea de arreglar luego los asuntos con Dios. Otros han llegado a cometer un grave pecado a sabiendas de que probablemente se les expulsará de la congregación cristiana. Parece que razonaron de este modo: ‘Dejaré pasar un tiempo, luego me arrepentiré y seré readmitido’.

Todas estas situaciones tienen dos cosas en común. En primer lugar, las personas se rinden en vez de luchar por hacer lo que es correcto. En segundo lugar, creen que después de obrar mal, Dios los perdonará automáticamente con tan solo pedírselo.

¿Cuál es la actitud correcta?

¿Revela esta manera de actuar el debido reconocimiento de la misericordia de Dios? Pues bien, piense por un momento en esta misericordia. Jesús dijo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3:16.) El apóstol Juan explicó de este modo cómo actúa la misericordia: “Les escribo estas cosas para que no cometan un pecado. Y no obstante, si alguno comete un pecado, tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo”. (1 Juan 2:1.) Por tanto, si la imperfección nos lleva a caer en el pecado, podemos suplicarle a Dios que nos perdone en virtud del sacrificio de Jesús.

Ahora bien, ¿quiere decir esto que no importa si pecamos o no con tal que al final pidamos perdón? En absoluto. Recuerde las primeras palabras de la cita: “Les escribo estas cosas para que no cometan un pecado”. La oración que agregó Juan explica la maravillosa provisión que tiene Jehová para tratar con nuestra imperfección. Sin embargo, tenemos que hacer todo lo posible para no pecar. De no ser así, demostramos una lamentable falta de respeto por el amor de Dios, un proceder muy parecido al de los que, como explica Judas, se valían de la bondad inmerecida de Dios como pretexto para la conducta relajada. (Judas 4.)

La idea de que la misericordia de Dios es como la red de seguridad del circo, que protege en toda ocasión sin importar lo que uno haga, trivializa la misericordia divina y da a entender que el pecado no es algo tan grave. Este parecer no se ajusta a la realidad. El apóstol Pablo le dijo a Tito: “La bondad inmerecida de Dios que trae salvación a toda clase de hombres se ha manifestado, y nos instruye a repudiar la impiedad y los deseos mundanos y a vivir con buen juicio y justicia y devoción piadosa en medio de este sistema de cosas actual”. (Tito 2:11, 12.)

La manera como luchaba Pablo con su propia imperfección demostraba el aprecio que tenía a la misericordia de Dios. Dijo: “Aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo”. (1 Corintios 9:27.) Pablo no se limitaba a despreocuparse y dar por sentado que habría ocasiones en las que no tendría más remedio que pecar. ¿Deberíamos hacerlo nosotros?

El criterio de Jesús

En una ocasión Jesús manifestó cómo veía la idea de transigir en lo que es correcto y adoptar la postura más cómoda para evitar el sufrimiento. Cuando se puso a hablar a sus discípulos de su futura muerte en sacrificio, Pedro trató de disuadirle diciéndole: “Sé bondadoso contigo mismo, Señor; tú absolutamente no tendrás este destino”. ¿Cómo reaccionó Jesús? “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo, porque no piensas los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.” (Mateo 16:22, 23.)

La severa reprensión que Jesús dio a Pedro mostró contundentemente que no estaba dispuesto a tomar un camino fácil que implicara contravenir la voluntad de Dios. Las Escrituras muestran que siguió la senda justa sin vacilar, a pesar de sufrir el acoso continuo de Satanás. En sus últimas horas, se burlaron de él, lo golpearon sin piedad y lo sometieron a una muerte dolorosa. No obstante, no transigió, y por ello pudo ofrecer su vida en rescate por nosotros. Es evidente que no soportó todos estos sufrimientos para que seamos ‘bondadosos con nosotros mismos’ cuando se presenten dificultades o tentaciones.

Se dice de Jesús: “Amaste la justicia, y odiaste el desafuero”. (Hebreos 1:9.) El camino más fácil suele implicar desafuero. Por consiguiente, si de verdad lo odiamos —como Jesús lo odió—, nunca estaremos dispuestos a transigir. En el libro de Proverbios Jehová dice: “Sé sabio, hijo mío, y regocija mi corazón, para que pueda responder al que me está desafiando con escarnio”. (Proverbios 27:11.) La justicia de Jesús, que era equilibrada, pero no transigente, regocijó el corazón de Jehová. Nosotros podemos hacer que Jehová sienta un placer semejante si seguimos el proceder íntegro de Jesús. (1 Pedro 2:23.)

El aguante nos prepara

El apóstol Pedro escribió: “En este hecho ustedes están regocijándose en gran manera, aunque ahora, por un poco de tiempo, si tiene que ser, han sido contristados por diversas pruebas, a fin de que la cualidad probada de su fe, de mucho más valor que el oro que perece a pesar de ser probado por fuego, sea hallada causa de alabanza y gloria y honra al tiempo de la revelación de Jesucristo”. (1 Pedro 1:6, 7.) En vista de que somos imperfectos y vivimos en medio del mundo de Satanás, nos enfrentaremos constantemente a pruebas y tentaciones. Como explica Pedro, estas circunstancias pueden servir para un buen fin: ponen a prueba nuestra fe y muestran si es débil o firme.

También sirven para educarnos. Jesús “aprendió la obediencia por las cosas que sufrió”. (Hebreos 5:8.) Si soportamos las pruebas, nosotros también podemos aprender a obedecer a Jehová y confiar en él. Este aprendizaje continuará hasta quedar completo; como dijo Pedro: “Dios [...] terminará él mismo el entrenamiento de ustedes; él los hará firmes, él los hará fuertes”. (1 Pedro 5:10.)

No obstante, si transigimos en las pruebas, demostramos que somos cobardes o débiles, que no amamos intensamente a Jehová y su justicia o que no tenemos autodominio. Todas estas debilidades suponen un grave peligro para nuestra relación con Dios. Sin duda, pudiera aplicarse a nuestro caso la siguiente advertencia de Pablo: “Si voluntariosamente practicamos el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados”. (Hebreos 10:26.) Es mucho mejor no pecar desde un principio, que ceder a las debilidades y correr el riesgo de perder todas las perspectivas de recibir la vida.

Integridad incondicional

En la época del profeta Daniel, se amenazó a tres hebreos con morir calcinados a menos que adoraran un ídolo. ¿Qué respuesta dieron? “Si ha de ser, nuestro Dios a quien servimos puede rescatarnos. Del horno ardiente de fuego y de tu mano, oh rey, nos rescatará. Pero si no, séate sabido, oh rey, que a tus dioses no servimos, y la imagen de oro que has erigido ciertamente no adoraremos.” (Daniel 3:17, 18.)

Adoptaron esta postura porque deseaban hacer lo que era correcto. Si esto implicaba morir, que así fuera. Confiaban en la resurrección. No obstante, si Dios los libraba, mucho mejor. Pero su firme postura era incondicional, tal como debería ser siempre en el caso de los siervos de Dios.

En nuestros días, algunas personas que se han negado a transigir han sido encarceladas, torturadas o hasta asesinadas. Otras se han sacrificado materialmente, y han preferido ser pobres a hacerse ricas a expensas de desobedecer los principios justos. ¿Qué le ocurrió a la señora cristiana que mencionamos al comienzo del artículo? Aunque agradeció las buenas intenciones que tenía el doctor al darle aquel consejo equivocado, no transigió en cuanto a sus creencias. Por el contrario, su respeto a la ley de Jehová la llevó a rechazar la operación. Felizmente, se recuperó de todos modos y continuó sirviendo a Jehová con celo. Ahora bien, cuando tomó su decisión, no sabía en que resultaría, aunque estaba dispuesta a dejar todo en manos de Jehová.

¿Qué la ayudó a permanecer firme ante las presiones? No intentaba soportarlas ella sola, tal como ningún siervo de Dios debería hacerlo. Recuerde que “Dios es para nosotros refugio y fuerza, una ayuda que puede hallarse prontamente durante angustias”. (Salmo 46:1.) Es mucho mejor suplicar a Dios que nos ayude, que pecar y luego tener que rogarle misericordia.

Sí, nunca tomemos a la ligera la gran misericordia de Dios. Por el contrario, cultivemos el deseo sincero de obrar bien, aun cuando nos encaremos a dificultades. De este modo se hará más íntima nuestra amistad con Jehová, recibiremos la preparación que precisamos y demostraremos el debido respeto a la misericordia divina. Esta conducta sabia alegrará el corazón de nuestro Padre celestial.

[Ilustración en la página 24]

La confianza inquebrantable en la resurrección que tenían los tres hebreos les ayudó a ser íntegros.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir