Persistamos en la predicación
1 Vivimos en tiempos críticos. Hoy son corrientes los conflictos civiles, las guerras étnicas, las catástrofes naturales y otros sucesos espantosos. Ahora más que nunca, la familia humana necesita buenas nuevas. Sin embargo, entre la gente cunde la apatía por los asuntos espirituales. En algunas zonas es difícil encontrar a las personas en casa, y más difícil aún es hallar a alguien que nos escuche o que quiera estudiar la Biblia. Pese a ello, es de vital importancia que persistamos en predicar las buenas nuevas del Reino establecido de Dios (Mat. 24:14).
2 Amor a la gente. Nuestra predicación pone de relieve el amor que Jehová le tiene a la gente. Él “no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento” (2 Ped. 3:9; Eze. 33:11). De ahí que haya ordenado, como dijo Jesús, que “en todas las naciones primero tienen que predicarse las buenas nuevas” (Mar. 13:10). Dios hace un llamamiento a las personas para que se vuelvan a él y escapen del venidero juicio sobre el mundo de Satanás (Joel 2:28, 29, 32; Sof. 2:2, 3). ¿No agradecemos que Jehová nos haya ofrecido tal oportunidad? (1 Tim. 1:12, 13.)
3 Según el informe mundial, durante el año de servicio 2004 se dirigieron 6.085.387 cursos bíblicos al mes y se bautizaron, como promedio, unos 5.000 nuevos discípulos todas las semanas. A algunos de los que se han dedicado recientemente se les halló como resultado de la bendición de Jehová sobre los esfuerzos persistentes que hicieron los publicadores para hablar con todos los vecinos de sus territorios asignados. ¡Cuánta alegría ha traído esto a las congregaciones, y qué privilegio es ser colaboradores de Dios en esta labor que salva vidas! (1 Cor. 3:5, 6, 9.)
4 Alabemos el nombre de Dios. Persistimos en la predicación con el fin de alabar a Jehová en público y santificar su nombre delante de toda la humanidad (Heb. 13:15). Satanás ha engañado “a toda la tierra habitada” haciendo creer a la gente que Dios es incapaz de resolver los problemas del hombre, que es indiferente al sufrimiento humano o que sencillamente no existe (Rev. 12:9). Por medio de nuestra predicación, defendemos con denuedo la verdad sobre nuestro magnífico Padre celestial. Sigamos, pues, alabando su nombre ahora y para siempre (Sal. 145:1, 2).