República Argentina
La Argentina, tierra de extraordinaria diversidad, se extiende a lo largo de unos 4.000 kilómetros [2.500 millas] hacia el sudeste del continente sudamericano. Atraviesa el territorio la escarpada cordillera de los Andes, con picos que se elevan a más de 6.000 metros [20.000 pies]. En las selvas tropicales del norte habitan los yaguaretés (jaguares) y los tapires. Al sur, en las gélidas aguas de Tierra del Fuego, donde las olas alcanzan los 30 metros [100 pies], juegan los pingüinos y las ballenas. En las llanuras, los gauchos recorren a caballo las amplias estancias, o establecimientos ganaderos.
Dondequiera que vayamos, hallaremos testigos de Jehová. Se encuentran en todas las ciudades y poblaciones importantes del país. Su número supera los ciento veinte mil, y predican en las montañas, las selvas, las llanuras y toda la costa, tanto entre los rascacielos de la capital como en la más remota población rural. La diversidad geográfica del país no ha impedido que se proclamen las buenas nuevas, y tampoco han representado un obstáculo las barreras culturales o lingüísticas ni los problemas económicos. Sí, se están predicando las buenas nuevas, tal como Jesús dijo que se haría (Mar. 13:10).
Tal obra no es producto de la casualidad. Se debe, más bien, a que hombres y mujeres de fe, con dedicación y entusiasmo, demuestran su determinación de divulgar el mensaje bíblico en toda circunstancia. Toman a pecho el consejo que el apóstol Pablo dio a Timoteo: “Predica la palabra, ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso” (2 Tim. 4:2). No obstante, no se atribuyen el mérito por los logros obtenidos, sino que reconocen que estos se deben únicamente al espíritu de Jehová (Zac. 4:6).
Se colocan los cimientos
El fundamento de la obra en la Argentina se remonta a mucho tiempo atrás. Sin duda, nuestra fe se fortalece al examinar cómo ha llegado la verdad hasta los rincones más recónditos del país. En 1923 George Young, de Canadá, llegó a Sudamérica. Después de dar un amplio testimonio en Brasil, concentró su atención en la Argentina. En pocos meses había distribuido 1.480 libros y otras 300.000 publicaciones bíblicas en veinticinco de las ciudades más importantes del país. Antes de proseguir su viaje misional a otras naciones sudamericanas, señaló: “Se ha hecho muy evidente la aprobación de Dios sobre los esfuerzos por difundir el mensaje del reino”.
En 1924, el entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, J. F. Rutherford, le pidió a un español de nombre Juan Muñiz que sirviera en la Argentina. Dos años más tarde, este hermano abrió en Buenos Aires una sucursal de la Sociedad, a fin de supervisar la predicación del Reino en la Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay.
Cuando se dio cuenta de que en el país había una numerosa población de habla alemana, el hermano Muñiz solicitó ayuda para que esta comunidad pudiera escuchar también las buenas nuevas. J. F. Rutherford respondió enviando a Carlos Ott, ministro de tiempo completo de origen alemán, con el objetivo de que atendiera a ese grupo lingüístico.
Había asimismo muchos griegos en el país. En 1930, uno de ellos, Nicolás Argyrós, aprendió el mensaje bíblico y comenzó a predicar a los cientos de personas de habla griega que vivían en el área de Buenos Aires. Luego, al ir dominando el español, diseminó la semilla de la Palabra de Dios por 14 de las 22 provincias argentinas, y concentró sus esfuerzos en la mitad norte del país.
Aproximadamente para la misma época se hizo testigo de Jehová Juan Rebacz, de origen polaco, y emprendió el ministerio de tiempo completo junto con otro Testigo de la misma nacionalidad. Otros dos ministros de tiempo completo los acompañaron en su recorrido por la zona sur de la Argentina.
El informe del año 1930 indica que se distribuyeron cientos de miles de publicaciones, no solo en alemán, español y griego, sino también en árabe, armenio, croata, francés, húngaro, inglés, italiano, letón, lituano, polaco, portugués, ruso, ucraniano y yiddish.
De modo que, en solo siete años, la predicación del Reino y la obra de hacer discípulos habían echado raíces tanto en la población hispanohablante como en la de otras lenguas. Indudablemente, era el tiempo favorable para un crecimiento constante.
La inmensidad del territorio no es un obstáculo
El territorio que se debía cubrir era inmenso: más o menos una tercera parte de la superficie de Estados Unidos. Aun así, tal extensión no representaba un obstáculo para que los Testigos difundieran el mensaje del Reino. Algunos viajaban a pie, mientras que otros lo hacían en bicicleta, en tren, a caballo o en carros tirados por animales.
A principios de la década de 1930, a Armando Menazzi, de la provincia central de Córdoba, no le quedó ninguna duda de que había encontrado la verdad. Vendió su taller mecánico a fin de convertirse en ministro de tiempo completo. Posteriormente compró un ómnibus viejo y lo habilitó como vivienda ambulante, lo que permitió que grupos de diez publicadores o más viajaran juntos y divulgaran las buenas nuevas. Así llegaron a por lo menos diez provincias del norte del país.
Para la década de 1930, la Argentina tenía la red ferroviaria más completa de Latinoamérica, con una extensión de más de 40.000 kilómetros [más de 25.000 millas]. Este hecho resultó de gran utilidad para la expansión de las buenas nuevas, pues se enviaron precursores a predicar en distintos poblados de una determinada sección de la línea del tren. Por ejemplo, a José Reindl le correspondía toda la ruta férrea occidental, la cual cubría nada menos que 1.000 kilómetros [620 millas], desde la provincia de Buenos Aires, en la costa del Atlántico, hasta la de Mendoza, en la frontera con Chile.
Los Testigos que eran empleados del ferrocarril aprovecharon la oportunidad de llevar el mensaje bíblico a lugares distantes de la República. La compañía ferroviaria transfirió a Epifanio Aguiar, quien había aprendido la verdad en la provincia de Santa Fe, en el nordeste del país, a Chaco, más al norte, donde enseguida comenzó a predicar. Como debió trasladarse por motivos laborales a Chubut, provincia del sur que quedaba a 2.000 kilómetros [1.200 millas], y luego regresar al norte, a Santiago del Estero, también diseminó el mensaje del Reino en estas provincias.
Una entusiasta precursora llamada Rina de Midolini dio testimonio en Médanos, a unos 50 kilómetros [30 millas] de la ciudad de Bahía Blanca. Esta hermana cargaba su bicicleta en el tren y luego la utilizaba al máximo cuando llegaba a su destino, por lo que recibió el apodo de “la señora de la Biblia que anda en una bicicleta”. Era tan conocida que un día el maquinista se dio cuenta de que no había llegado para el viaje de regreso y retrasó la salida del tren por su causa.
Llegan los misioneros de Galaad
Los primeros Testigos del país viajaron mucho y distribuyeron gran cantidad de publicaciones; de esa manera dirigieron a la gente a la esperanza del Reino de Dios. Sin embargo, con el tiempo se vio necesario que hubiera una educación bíblica sistemática y una mejor organización. En 1945, Nathan H. Knorr, entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, visitó la Argentina y dio instrucciones de que se instituyera en las congregaciones el Curso en el Ministerio Teocrático (Escuela del Ministerio Teocrático) en español. Además, animó a los hermanos argentinos a que emprendieran el servicio de precursor y se fijaran como meta asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower.
No pasó mucho tiempo antes de que dos argentinos fueran a la Escuela de Galaad, de donde regresaron en 1946. Dos años después llegaron misioneros extranjeros, entre los que se encontraban Charles y Lorene Eisenhower, Viola Eisenhower, Helen Nichols y Helen Wilson, de la primera clase de Galaad, y Roberta Miller, de la cuarta. Posteriormente llegaron, entre muchos otros, Sophie Soviak, Edith Morgan, Ethel Tischhauser y Mary Helmbrecht. En total se ha enviado a la Argentina a 78 misioneros, cuyo espíritu evangelizador se ha contagiado a los hermanos del país. En tanto que en 1940 solo había veinte precursores, dos décadas después, su número había aumentado a 382. En la actualidad hay más de quince mil.
Tiempos dificultosos
Por muchos años se había disfrutado de un período favorable para la predicación en la Argentina. No obstante, Jesús había predicho que no todos mirarían con agrado la actividad de los cristianos (Juan 15:20). Por ello, durante la visita que hizo el hermano Knorr al país en 1949, la policía canceló sin previo aviso el permiso para celebrar una asamblea en un elegante local bonaerense, por lo que la reunión tuvo lugar en un Salón del Reino, aunque no faltaron las dificultades. A las 4.40 de la tarde del domingo, la policía interrumpió el discurso del hermano Knorr y lo detuvo, así como a los presentes, sin alegar razón alguna. Se obligó a los hermanos a permanecer de pie durante horas en un amplio patio hasta la madrugada siguiente, cuando por fin los dejaron en libertad.
Era obvio que se estaban levantando vientos de oposición en contra de los adoradores de Jehová de la Argentina. Ese mismo año, la Iglesia Católica logró la aprobación de un proyecto de ley que exigía la inscripción de todos los grupos religiosos en el Departamento de Cultos, del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto. Al año siguiente, durante la presidencia de Juan Domingo Perón, se proscribió oficialmente la obra de los testigos de Jehová en el país. El decreto prohibía las reuniones públicas y la predicación. Sin embargo, no se cerró la sucursal de la Sociedad Watch Tower.
En general, las autoridades permitían las actividades de los Testigos sin presentar mayores obstáculos. No obstante, algunos funcionarios a menudo hacían cumplir el decreto cancelando la celebración de cierta asamblea o clausurando un Salón del Reino. En otras oportunidades, los Testigos incluso sufrían detenciones u hostigamiento cuando se reunían en hogares particulares o salían al ministerio público.
Por consiguiente, los hermanos procuraban ‘ser cautelosos como serpientes’ (Mat. 10:16). Al predicar solo utilizaban la Biblia. Se organizaron las congregaciones en pequeños grupos de ocho a doce publicadores. Durante los primeros años de la proscripción se cambiaban periódicamente los sitios de reunión. Se buscaban lugares de encuentro que no llamaran la atención, fuera un establo, una choza con techo de paja, la cocina de una granja o incluso debajo de un árbol. Lo importante era reunirse (Heb. 10:24, 25).
En 1953, el hermano Knorr volvió a visitar la Argentina, esta vez acompañado por Milton Henschel, a fin de dar ánimo a los hermanos. Por causa de la proscripción, era imposible celebrar una asamblea grande, puesto que atraería la atención pública. Aun así, se hicieron los preparativos para lo que se denominó una asamblea de alcance nacional. Desde Chile, el hermano Knorr voló hasta Mendoza, mientras que el hermano Henschel entró en el país por Paraguay. Viajaron por separado y presentaron discursos en 56 pequeñas “asambleas” celebradas en diferentes lugares, incluso espacios al aire libre en las fincas de campo de algunos Testigos. En Buenos Aires, ambos hermanos visitaron grupos de cristianos allí congregados y condujeron una reunión de dos horas de duración con cada grupo. En un día tuvieron lugar nueve de tales reuniones. La asistencia conjunta a esta singular asamblea ascendió a 2.505 personas.
Disminuye la intensidad de la proscripción
Tras la caída del gobierno militar de Juan Perón en 1955, se formaron grupos más grandes. Se estimuló a las congregaciones que tenían Salón del Reino a que se reunieran en él, aunque se les aconsejó que no colocaran un cartel que lo identificara. Con la bendición de Jehová, las congregaciones crecieron sin cesar en tamaño y en número, a pesar de casos aislados de hostigamiento por parte de las autoridades.
En 1956, la sucursal decidió la celebración de pequeñas asambleas en diferentes partes del país. La primera tuvo lugar en la ciudad de La Plata, a 60 kilómetros [40 millas] de Buenos Aires. Los 300 asistentes estaban tan emocionados que se les hizo difícil entonar el primer cántico, titulado “¡Gozaos, naciones, con su pueblo!”. Era la primera ocasión en seis años en la que tantos hermanos cristianos podían reunirse y cantar juntos.
No obstante, continuaba la proscripción. En diciembre de 1957 se intentó celebrar una asamblea a escala nacional en el local Les Ambassadeurs, en Buenos Aires, pero la policía la clausuró en el momento en que llegaban los asistentes. Se detuvo a cuatro hermanos, a los que se acusó de llevar a cabo una reunión sin autorización policial.
Dado que la Constitución argentina garantiza la libertad de culto y de reunión, los hermanos elevaron la cuestión a las autoridades judiciales. El 14 de marzo de 1958 se dictó un fallo favorable a los Testigos. Se obtuvo así la primera victoria legal de los testigos de Jehová de la Argentina.
En 1958 tuvo lugar otro cambio de gobierno. Parecía que era el momento de obtener el reconocimiento legal de nuestra obra. Se envió a todos los legisladores, diputados, jueces y directores de periódicos una carta especial en la que se explicaban las actividades de los Testigos y su situación en el país. A pesar de que se dio buen testimonio, no se consiguió la legalización de la obra.
Pero los hermanos no se dieron por vencidos. Al año siguiente se elevó al gobierno una petición de libertad religiosa firmada por 322.636 personas. Charles Eisenhower visitó a las autoridades en representación de la sucursal. Llegaron más de siete mil cartas del extranjero que solicitaban el reconocimiento oficial. Pese a todo, no se legalizó la obra, aunque la actitud del gobierno para con los Testigos se suavizó de manera considerable. Por tanto, los hermanos aprovecharon el ambiente cada vez más favorable para fortalecer la espiritualidad de las congregaciones.
En 1961 se organizó la Escuela del Ministerio del Reino con el fin de capacitar a los superintendentes viajantes y a los de congregación. Al principio se dirigió el curso, de un mes de duración, en un Salón del Reino del centro de Buenos Aires, pero posteriormente se utilizó la sucursal. Al disponer de superintendentes mejor preparados que atendieran el rebaño de Dios, el número de publicadores y precursores creció año tras año durante la década de 1960, hasta alcanzar en 1970 un máximo de 18.763 publicadores y 1.299 precursores.
Ampliaciones de la sucursal
El aumento en la cantidad de proclamadores del Reino en la Argentina hizo necesaria la ampliación de la sucursal. Desde 1940 había estado ubicada en el número 5646 de la calle Honduras, en Buenos Aires. Se demolió el edificio y se construyó en el mismo terreno otro mayor, que comenzó a ocuparse en octubre de 1962.
Para fines de la década de 1960, el tamaño de la sucursal era insuficiente para atender el aumento. Se compró un solar detrás de la sucursal, en el cual los Testigos locales construyeron un nuevo edificio de viviendas y oficinas. También se adquirió un edificio de la calle Fitz Roy, el cual colindaba con el anterior inmueble de la sucursal y la nueva propiedad. Se comenzó a demoler el edificio viejo en octubre de 1970, y algunos Testigos de la zona que sabían de construcción aportaron la mano de obra principal. Quienes trabajaban en la sucursal daban su apoyo después de la jornada laboral. Además, los fines de semana se unían hermanos de las congregaciones cercanas.
Posteriormente se conectaron los tres edificios, que formaron así un solo complejo. El entonces vicepresidente de la Sociedad Watch Tower, F. W. Franz, ofreció el discurso de dedicación en octubre de 1974. Los hermanos argentinos estaban convencidos de que el complejo terminado de la sucursal satisfaría las necesidades del campo hasta el Armagedón. No sospechaban que ese era tan solo el principio.
El mismo año en que se dedicó la sucursal, el Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová decidió que las revistas La Atalaya y ¡Despertad! se imprimieran en el país. Dado que los Testigos argentinos no gozaban de reconocimiento legal como religión, se fundó en diciembre de 1974 la Asociación Cultural Rioplatense, entidad jurídica que podía importar maquinaria para la impresión. De Francia se recibió una prensa; de Alemania, una guillotina, y de Estados Unidos, una cosedora, las tres como donaciones.
Quienes trabajaban en la impresión pronto descubrieron, sin embargo, que tener las máquinas no es lo mismo que manejarlas. Hubo numerosos problemas que superar, pero se sintieron muy alegres cuando salió de la prensa la revista La Atalaya del 15 de abril de 1975, puesto que era la primera vez que la Sociedad Watch Tower empleaba una prensa offset de bobina en todo el mundo. Representó un hito en la historia de la impresión de los testigos de Jehová.
La Asamblea Internacional “Victoria Divina”
A principios de 1974, los testigos de Jehová argentinos disfrutaron de la Asamblea Internacional “Victoria Divina”, que se celebró en Río Ceballos y Buenos Aires, y que contó con la asistencia de unas quince mil personas.
Con varios meses de antelación se iniciaron los preparativos para disponer de lugares suficientes donde alojar a tantos visitantes. Muchas personas que no eran Testigos hospedaron a asambleístas extranjeros, quienes dieron un buen testimonio de amor, no solo “de palabra”, sino “en hecho” (1 Juan 3:18). Las autoridades dieron permiso para que en un inmenso terreno disponible se levantara una ciudad de carpas y casas rodantes ubicadas en ordenadas hileras y con calles a las que se les habían dado nombres bíblicos. Todo ello tuvo un efecto positivo en la comunidad.
Amenazantes nubarrones en el horizonte
Pese a que se había disfrutado de una creciente libertad de cultos, se avecinaban días turbulentos. En junio de 1973, Juan Perón regresó a la Argentina después de más de diecisiete años en el exilio y asumió la presidencia. Los conflictos armados entre las facciones peronistas y no peronistas desgarraban el país. La violencia política se intensificó, y los militares tomaron el poder el 24 de marzo de 1976.
El gobierno militar disolvió el Congreso e inició una campaña para acabar con los izquierdistas. The World Book Encyclopedia menciona: “Durante ese período se violaron los derechos civiles de muchas personas. A miles de ciudadanos se les encarceló sin juicio previo, se les torturó y asesinó. Un buen número de estas víctimas no han sido halladas; se les llama ‘los desaparecidos’”. La policía incrementó la vigilancia de las actividades de los ciudadanos. Los testigos de Jehová mantuvieron una postura neutral en medio del caos político, pese a lo cual, en julio de 1976, la revista Gente publicó un artículo que contenía fotografías en las que niños que supuestamente eran testigos de Jehová le daban la espalda a la bandera. Esto constituía una flagrante tergiversación de la verdad. Los cuatro niños Testigos de la zona no habían ido a la escuela el día en que, según decían, se había tomado la fotografía. Además, los testigos de Jehová no demuestran tal falta de respeto por los símbolos patrios. No obstante, muchos argentinos comenzaron a sentir animadversión hacia nuestra obra a causa de dicha propaganda negativa.
Según parece, debido al clima de agitación social reinante, el gobierno veía con nerviosismo todo indicio de disensión. Para esas fechas, Carlos Ferencia, superintendente viajante, visitaba la congregación de un sector muy peligroso. Acababa de recibir una carta de la sucursal en la que se le informaba de la inminente proscripción de la obra de los testigos de Jehová en el país. Mientras iba caminando y pensando en el contenido de la misiva, un automóvil pasó por su lado, dio la vuelta y se dirigió hacia él. Tres hombres salieron y le apuntaron con sus armas. Uno de ellos le pidió con brusquedad su documento de identidad. A pesar de que les dijo que era testigo de Jehová, lo llevaron a la comisaría. Carlos le pedía a Jehová que la carta no cayera en manos de la policía.
Los agentes lo condujeron a una habitación mal iluminada y lo encandilaron con una luz muy brillante. Un policía le exigió a gritos que le dijera qué tenía en el maletín. Vaciaron su contenido sobre la mesa: una Biblia, unas cuantas revistas y la carta.
Uno de los agentes exclamó: “¡La Atalaya! ¡La Atalaya! ¡Subversivo, subversivo!”.
Pero el policía al mando lo reprendió: “Cállese. ¿Es que nunca vio la revista La Atalaya, estúpido?”.
Entretanto, Carlos intentaba permanecer tranquilo y mostrarse respetuoso. Los policías examinaron las publicaciones y le ordenaron que guardara sus pertenencias. Sin embargo, uno de ellos lo interrumpió con la pregunta: “¿Qué hay en ese sobre?”.
Carlos le pasó al agente el sobre que contenía la carta de la Sociedad, esperó un momento y le preguntó: “Discúlpeme, pero ¿puedo decir algo?”.
“Por supuesto”, respondió el policía levantando la vista de la carta.
Carlos continuó: “Según entiendo, ustedes se preocupan por la seguridad de la comunidad”. Estas palabras atrajeron la atención de su interlocutor. Entonces, nuestro hermano le mostró con la Biblia que la situación de violencia que vivían cumplía las profecías bíblicas.
Cuando terminó, el agente le dijo: “Estoy con usted, amigo”, y le devolvió la carta sin leerla.
Se proscribe una obra ya proscrita
¿Cómo se había enterado la sucursal de que la proscripción era inminente? A finales de agosto de 1976, la policía federal había registrado la sucursal de la Sociedad. El inspector al mando dijo que se había denunciado que allí se almacenaban armas de fuego. Humberto Cairo, miembro del Comité de Sucursal en ese momento, acompañó a los agentes hasta el depósito de publicaciones, donde, claro está, no había armas de ningún tipo, salvo aquellas con las que la policía le estaba apuntando. A continuación subieron hasta el despacho del hermano Eisenhower, coordinador del Comité de Sucursal, en el segundo piso, donde el inspector escribió un informe de los resultados del registro y les pidió a los hermanos que lo firmaran. Luego les dijo que el gobierno iba a promulgar un decreto con respecto a los testigos de Jehová. El Comité de Sucursal redactó de inmediato una carta en la que se indicaba a los superintendentes viajantes que se prepararan para la proscripción oficial.
Pero si la obra de los testigos de Jehová en la Argentina llevaba proscrita desde 1950, ¿cómo era posible que la proscribieran otra vez? Pronto se obtuvo la respuesta. Tomás Kardos, miembro del Comité de Sucursal, recuerda los sucesos del 7 de septiembre de 1976, el día en que entró en vigor la nueva proscripción. “A las cinco de la madrugada nos despertaron unos ruidos de la calle. Una potente luz roja penetró por las persianas. Mi esposa se levantó enseguida, miró por la ventana, se volvió hacia mí y dijo solamente: ‘Ya llegaron’.”
Cuatro hombres fuertemente armados salieron del furgón policial, y de inmediato se apostó a los guardias en las oficinas y en la fábrica. El hermano Kardos continúa su relato: “Nos preguntábamos si podríamos analizar el texto diario y desayunar, tal como acostumbrábamos. Los agentes no se opusieron, así que esa mañana examinamos un texto bíblico mientras un policía armado vigilaba la puerta y otro estaba sentado a la mesa con respeto. Todos nos hacíamos la misma pregunta: ‘¿Y ahora qué?’”.
Un decreto con fecha del 31 de agosto de 1976 proscribió en todo el país la obra de los testigos de Jehová, la cual ya estaba prohibida desde 1950. La policía clausuró la sucursal y la imprenta. Poco después se cerraron también todos los Salones del Reino.
A pesar de la situación, los hermanos estaban resueltos a imitar el ejemplo que dieron los apóstoles de Jesús de obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres (Hech. 5:29). Aunque eran ‘tiempos dificultosos’, no dejaron de predicar el mensaje bíblico (2 Tim. 4:2).
Se superan las dificultades
Puesto que se había cerrado oficialmente la sucursal, el comité decidió trasladar las oficinas y la imprenta. Humberto Cairo debía cambiar su oficina de lugar con frecuencia —de hecho, más o menos todos los meses—, así que trabajaba en los departamentos, los negocios, los hogares o las oficinas de otros cristianos. En cierta ocasión, Charles Eisenhower realizó su trabajo en la tienda de vinos de un hermano. Las reuniones del Comité de Sucursal se celebraban en garajes situados en el centro de Buenos Aires.
Las viviendas de la familia Betel no se habían clausurado, por lo que quienes trabajaban en la sucursal comían y dormían en el Hogar Betel, además de disfrutar del análisis del texto diario juntos como familia. Luego viajaban hasta sus respectivos lugares de trabajo. Quienes tenían la oficina cerca regresaban a Betel al mediodía y almorzaban con los integrantes de la familia que cuidaban del hogar.
La policía desconfiaba de las actividades de quienes residían en Betel, unos diez hermanos. En varias ocasiones los llevaron a la jefatura para interrogarlos. Querían averiguarlo todo en cuanto a la obra de los Testigos en el país: quiénes estaban al cargo de las congregaciones y dónde vivían. El hermano Eisenhower recuerda bien tales interrogatorios: “Debíamos decir la verdad, pero sin poner en peligro la obra o a los hermanos, lo cual no era nada fácil, puesto que las autoridades eran muy insistentes”.
“Suspendan el té”
Justo antes de que se decretara la proscripción de 1976, la Sociedad había organizado la distribución mundial de un número especial de Noticias del Reino. ¿Qué haríamos si se imponían más restricciones a las actividades de los testigos de Jehová? Pablo Giusti, entonces superintendente viajante, recuerda: “Puesto que no teníamos la respuesta, consultamos a la sucursal. Si esta creía prudente posponer la campaña, los ancianos recibirían un telegrama con el mensaje: ‘Suspendan el té’. No teníamos la menor idea del malentendido que provocarían estas palabras”.
Poco después de la entrada en vigor del decreto gubernamental, el matrimonio Giusti realizó su primera visita a la Congregación Malargüe, al sur de Mendoza, donde estaban los cuarteles de la Gendarmería, o policía de frontera. La pareja solo tenía la dirección de un anciano que vivía y trabajaba en el edificio de la Dirección Nacional de Vialidad, en las afueras de la localidad. El hermano no estaba, pero un empleado les dijo que tal vez lo encontrarían en un bosque cercano, donde a menudo iba a hacer ejercicio. Mientras descendían por un sendero, Pablo Giusti reparó en el aislamiento y la soledad del lugar. Se le ocurrió que era el emplazamiento ideal para reunirse sin despertar sospechas. Puesto que era domingo, pensó que tal vez hallarían a la congregación reunida allí. Sin embargo, encontraron al hermano solo, haciendo ejercicio. El matrimonio Giusti se llevó entonces una sorpresa.
Después de presentarse, Pablo le preguntó por la congregación, a lo que el hermano contestó: “Ah, aquí en Malargüe suspendimos todo”.
“¿Qué quiere decir con ‘todo’?”, interrogó Pablo.
El hermano respondió lisa y llanamente: “Recibimos un telegrama que nos ordenaba suspender el té, así que cancelamos las reuniones, la predicación..., en fin, todo”. Afortunadamente, fue la única congregación que interpretó el mensaje así.
Visitas relámpago
En cuanto se clausuró la sucursal, el comité se reunió con los superintendentes de circuito a fin de darles instrucciones sobre cómo efectuar su obra. Les indicó que consiguieran un trabajo de tiempo parcial y un domicilio permanente para no levantar sospechas sobre sus actividades. Casi todos vendían diversos productos por las mañanas y después, por las tardes, visitaban las congregaciones.
Los superintendentes de circuito hicieron una visita relámpago a las congregaciones de sus circuitos —unas veinte— para transmitirles las instrucciones de la Sociedad. En una sola semana se entrevistaron con los ancianos y les indicaron cómo ajustar las reuniones y la predicación a las nuevas circunstancias. También les notificaron que la duración de la visita del superintendente viajante no sería necesariamente de una semana entera, sino que dependería de la cantidad de grupos de estudio de libro que hubiera en la congregación. Además, las reuniones se celebrarían en hogares particulares y se dedicaría un día a cada grupo.
Durante la proscripción, el papel de los superintendentes de circuito fue fundamental para preservar la comunicación entre los publicadores y el Comité de Sucursal. Mario Menna, superintendente de circuito durante aquel tiempo, recuerda: “Fue un verdadero privilegio servir a las congregaciones y consolar a los hermanos en aquellos años. Procurábamos animarlos con grabaciones del programa de las asambleas, las nuevas publicaciones que conseguíamos en países vecinos o experiencias fortalecedoras”.
¿Qué harían los misioneros?
Puesto que el malestar social empeoraba y los extranjeros no eran bien vistos, se dio a los misioneros la oportunidad de servir en otro lugar. Algunos aceptaron la invitación y permanecieron fieles en su nueva asignación.
Otros se quedaron en la Argentina, entre ellos Mary Helmbrecht, de la decimotercera clase de Galaad, destinada en Rosario (Santa Fe). La mañana en que entró en vigor la proscripción había salido a predicar. Se encontraba tocando el timbre de una casa que tenía la puerta abierta, pues era una calurosa mañana de verano. Se escuchaba la radio a todo volumen, y de pronto, la hermana oyó en un boletín el anuncio de que la obra de los testigos de Jehová quedaba proscrita en toda la Argentina. “Cuando la señora salió a la puerta —relata Mary—, me calmé y le prediqué como de costumbre. Pasamos toda la mañana en el ministerio como teníamos pensado. Puesto que no percibimos mayores dificultades donde estábamos, decidimos quedarnos. Y nos alegramos de haberlo hecho, pues los hermanos que tenían mucho temor de predicar vieron que no nos pasaba nada, y en poco tiempo se nos unieron.” (1 Tes. 5:11.)
Tesoros escondidos
Durante aquellos momentos difíciles, los Testigos del país demostraron valor e ingenio. Roberto Nieto relata: “Un juez de paz que simpatizaba con nuestra obra nos puso sobre aviso de que se cerrarían los Salones del Reino y se confiscarían las publicaciones. De inmediato nos dirigimos al Salón en dos automóviles para sacar las muchas publicaciones que teníamos en existencia. Cuando nos marchábamos, vimos llegar a la policía y al ejército para ejecutar la orden de clausurar el Salón del Reino e incautarse de las publicaciones. Pero solo pudieron cumplir la primera parte de su cometido, pues únicamente dejamos los libros de la biblioteca”.
En otro lugar, los ancianos entraron con cautela de noche a su Salón del Reino y, sin hacer ruido, sacaron las publicaciones. Después las distribuyeron en pequeños paquetes entre los hermanos.
En Tucumán, a Nérida de Luna le tocó ocultar publicaciones en su casa. Ella cuenta: “Escondimos los libros en grandes macetas y jarrones, sobre los que luego pusimos unas flores artificiales; las cajas las guardamos en el cuarto de lavar. Una mañana llegaron dos soldados y registraron toda la casa, incluido el lavadero, mientras nosotros nos quedamos allí parados orando con fervor. No encontraron nada”.
Se suministra el alimento espiritual
Era natural que se agotaran enseguida las publicaciones que los hermanos consiguieron rescatar y esconder, pero Jehová siguió facilitando alimento espiritual. Si bien la imprenta de la calle Fitz Roy estaba clausurada, se siguió imprimiendo en otros sitios de Buenos Aires. También se imprimían las revistas en las provincias de Santa Fe y Córdoba, desde donde se enviaban las páginas impresas a otros lugares para coserlas. Al principio, las congregaciones recibían solo una revista por grupo de estudio, pero más tarde la cantidad aumentó a una por publicador. Una de las imprentas funcionaba en el desván de una casa ubicada a tan solo dos calles de la Casa de Gobierno.
Rubén Carlucci, quien participó en imprimir y enviar publicaciones durante la proscripción, recuerda que un día llegó el dueño del inmueble donde trabajaban a avisarles que la policía militar estaba efectuando un registro casa por casa. Los hermanos dejaron su labor de inmediato y se apresuraron a meter en un camión todo menos la prensa. Rubén recuerda: “El registro era tan extenso que quedamos rodeados y no pudimos abandonar la zona. Vimos cerca un restaurante, entramos y aguardamos a que terminara el operativo. La espera duró cuatro horas, pero valió la pena, pues nuestros hermanos recibieron sus valiosas publicaciones”.
“Pepita la pistolera”
Las revistas La Atalaya y ¡Despertad! se cosieron secretamente por un tiempo en un edificio en construcción de la capital, que en un principio iba a ser un Salón del Reino. Luisa Fernández, una hermana que ha formado parte de la familia Betel por muchos años, participaba en esa labor. Dice que una mañana, cuando ella y sus compañeros acababan de ponerse a trabajar, tocaron a la puerta. Era un inspector de la policía. Les comunicó que los vecinos se habían quejado del ruido de la maquinaria. “Era lógico, pues la cosedora hacía tanto ruido que la habíamos apodado ‘Pepita la pistolera’”, señala Luisa.
En ese preciso momento llegó un hermano del Comité de Sucursal y le explicó al policía lo que allí se hacía. El inspector les dijo: “Si para la tarde, cuando regrese, no hay nadie aquí, entonces no ha pasado nada”. Al instante los hermanos se pusieron a cargar todo en camiones; de modo que a las dos horas no quedaba ni rastro del cosido de revistas.
¿Adónde se llevaron la maquinaria? La imprenta de la sucursal estaba clausurada, pero era posible entrar al edificio por la puerta de atrás. Así que Luisa y otros hermanos se llevaron todo a la antigua imprenta de Betel y siguieron cosiendo las revistas allí, sin que nadie se enterara.
Mejor que una fábrica de galletas
A fin de producir las revistas y repartirlas por toda la Argentina, fue necesario establecer plantas de cosido también en otras partes del país. Leonilda Martinelli, quien es precursora especial desde 1957, participó en dichos trabajos en Rosario. Cuando llegaban las páginas impresas, los hermanos y hermanas asignados colocaban una mesa grande y sobre ella acomodaban las hojas en orden numérico. Luego, cada uno empezaba a recoger las páginas desde un extremo y avanzaba hasta llegar al otro. Las revistas terminadas se iban amontonando, pero había que sacarles el aire para que cupieran más en las cajas. Como no se disponía de una prensa hidráulica, una hermana rellenita se ofreció para la tarea. Cuando estaba listo un buen montón, se sentaba encima hasta aplanar las revistas, que luego otro hermano metía con cuidado en cajas. El sistema funcionaba tan bien, que todos le suplicaron a la hermana que no se pusiera a dieta.
En la ciudad de Santa Fe, la familia Gaitán ofreció su hogar para coser revistas. A pesar de las precauciones que se tomaron, los vecinos vieron que metían y sacaban cajas de la casa, pero concluyeron que la familia estaba haciendo galletas para vender. Algún tiempo más tarde, en 1979, la sucursal trasladó el trabajo a otro sitio. Los vecinos se desconcertaron y preguntaron a la familia si habían cerrado la fábrica de galletas. La hermana Gaitán nos cuenta: “Las ‘galletas’ que hacíamos eran más deliciosas y mucho más nutritivas de lo que los vecinos se imaginaban”.
Cómo se distribuían las publicaciones
Distribuir las revistas y demás publicaciones entre los hermanos constituía otro reto. En el Gran Buenos Aires se organizó una ruta para dejar las revistas en depósitos ubicados estratégicamente. En cierta ocasión en que Rubén Carlucci estaba haciendo las entregas, cuando solo le quedaba una parada más, un agente le hizo señas para que detuviera su vehículo detrás del furgón policial. Nervioso, Rubén obedeció, al mismo tiempo que le pedía a Jehová que lo ayudara. Cuando se paró a un lado de la carretera, el policía se acercó al camión y le dijo: “¿Sería tan amable de empujarme? No me arranca el vehículo”. Dando un respiro de alivio, Rubén accedió encantado, tras lo cual siguió alegre su camino para finalizar el reparto.
Dante Dobboletta, quien servía de superintendente de circuito en Rosario (Santa Fe), retiraba las revistas de un centro de encuadernación y las distribuía a todas las congregaciones de su circuito, lo que representaba un viaje de ida y vuelta de unos 200 kilómetros [120 millas] dos veces al mes, como mínimo. Para que no lo descubrieran, hacía el recorrido a altas horas de la noche; partía al concluir su actividad con la congregación y a veces regresaba al amanecer. En cierta ocasión vio una larga fila de automóviles detenidos en un control, donde más de treinta soldados fuertemente armados revisaban con minuciosidad los documentos y el equipaje de todo el mundo. Entonces, un soldado le preguntó a Dante: “¿Qué lleva en el coche?”.
“Mis cosas”, respondió él.
El soldado le dijo: “Rápido, abra el baúl”.
A lo que Dante replicó: “Somos testigos de Jehová. ¿Qué podríamos llevar?”.
Otro soldado alcanzó a oír la conversación y exclamó: “Déjalos ir. Los testigos de Jehová nunca llevan armas ni contrabando”. Durante dos años, Dante distribuyó las publicaciones sin que lo registraran.
No abandonaron las reuniones
Desde la misma semana en que entró en vigor la proscripción, los testigos de Jehová argentinos ‘no abandonaron el reunirse’ (Heb. 10:25). Se congregaban en grupos pequeños, y cambiaban con frecuencia el lugar y el horario. Eso significaba más trabajo para los ancianos, quienes en muchas ocasiones tenían que dirigir la misma reunión varias veces en diferentes hogares.
En la pequeña población de Totoras, la única casa disponible para ese propósito estaba en el centro del pueblo, de modo que los hermanos extremaron las precauciones. El dueño de la casa, el hermano Reverberi, hizo una mesa común con un cajón para chucherías; o al menos eso parecía, porque en realidad se le levantaba la parte superior, de modo que podían esconderse dentro libros y revistas. Cuando alguien golpeaba la puerta, guardaban enseguida todas las publicaciones en la mesa.
Los publicadores vestían de manera informal en las reuniones: las hermanas iban a veces con ruleros en el pelo y pantalones, y llevaban una bolsa del mercado. Cariñosamente se referían a las reuniones como mateadas. El mate es una infusión que suele acompañarse con galletas o bizcochos. En la Argentina es una costumbre muy común juntarse para tomar mate, así que el ambiente era ideal para camuflar las reuniones cristianas.
Con todo, hubo momentos de tensión. Teresa Spadini era una hermana fiel y hospitalaria que disfrutaba de una excelente reputación en el vecindario. Durante una visita del superintendente de circuito estaban reunidas en su hogar 35 personas. De repente, una patrulla se detuvo frente a la casa y un policía llamó a la puerta. El hermano que estaba pronunciando el discurso en ese momento se sentó de inmediato con el resto del grupo. Cuando Teresa salió, el agente le dijo: “Teresa, ¿me permite usar su teléfono?”.
El policía dirigió la mirada a los hermanos, y la dueña de la casa le explicó: “Tenemos una reunión familiar”. Mientras el agente llamaba a la comisaría, los presentes contenían el aliento, pues se imaginaban que pediría un furgón para llevárselos a todos. Sin embargo, para su alivio, la llamada era para tratar otro asunto. Al terminar, se dirigió a Teresa y le dio las gracias. Entonces miró al grupo y dijo: “Perdonen la interrupción. Que disfruten de la reunión”.
Qué hacían ante las redadas
Un vecino denunció a un grupo que se había juntado para llevar a cabo un bautismo. Pero como los hermanos ya habían pensado hacer un asado para disimular el verdadero propósito de la reunión, siguieron adelante con los planes. La carne asada es uno de los platos favoritos en la Argentina, así que a nadie le incomodó que se recurriera a tan deliciosa estratagema. Cuando llegaron los “invitados” de última hora en un camión del ejército, los hermanos los convidaron amablemente a que se unieran a la agradable ocasión. Los soldados no aceptaron y se fueron sin saber lo que había de “postre”.
A veces, los términos que los testigos de Jehová emplean entre ellos resultaron ser una protección. En cierta ocasión, los vecinos llamaron a las autoridades para denunciar una reunión en un hogar privado, pero los agentes llegaron cuando todos, excepto los ancianos, se habían retirado. La policía golpeó la puerta, y la hermana de la casa les dijo: “Ya se fueron todos, menos los siervos”.
Los agentes respondieron: “Bueno, no queremos a los siervos. Queremos a los encargados”. Y se fueron con las manos vacías.
Cómo se predicaba bajo la proscripción
A pesar de las restricciones, la predicación siguió adelante. Por supuesto, en tales circunstancias difíciles, los hermanos eran precavidos. Normalmente, en un territorio no predicaban más de dos publicadores. Sara Schellenberg recuerda cómo visitaba a los habitantes de Buenos Aires: “Hicimos territorios en miniatura que cabían en la palma de la mano. En una hoja al dorso, que se doblaba en forma de acordeón, estaba la lista de todos los números de las casas. Visitábamos una sola vivienda en un lado de la manzana y la marcábamos en la lista para que el siguiente publicador predicara en una diferente. Luego íbamos a otra manzana y llamábamos en otro hogar”.
Poco después de haberse iniciado esta táctica, Cecilia Mastronardi se hallaba predicando sola. Tocó a una puerta, y de pronto apareció a su lado un policía en motocicleta. “Me preguntó qué hacía allí —relata Cecilia—. Lo único que atiné a hacer fue predicarle y ofrecerle el libro ¿Llegó a existir el hombre por evolución, o por creación? Lo aceptó, me dio la contribución y me despidió amablemente. Entonces me di cuenta de que no había venido a arrestarme: vivía en la casa donde yo estaba tocando.”
Se emplearon muchos métodos diferentes para encubrir la predicación. Por ejemplo, una hermana entró a trabajar a propósito en una compañía de cosméticos para ir de casa en casa y conversar con los clientes. María Bruno, una hermana que en la actualidad tiene 86 años de edad y ha servido veintinueve de precursora regular, solía llevar una bolsa con plantas que sobresalían mucho, a fin de llamar la atención de las amas de casa interesadas en hablar de jardinería. Así inició varias conversaciones, en las que sembró las semillas de la verdad.
Juan Víctor Buccheri, un tendero que se bautizó poco después de entrar en vigor la proscripción, también quería hablar con otros de las buenas nuevas que había aprendido. Cuando cambió los cuadros religiosos y pósters de jugadores y artistas famosos que tenía en las paredes de su negocio por láminas de paisajes con textos bíblicos debajo, su clientela quedó sorprendida. El hermano Buccheri le predicaba a todo el que preguntaba por las fotografías o las citas bíblicas, y así comenzó más de diez estudios bíblicos. Algunas de esas personas entraron a la verdad y todavía son hermanos fieles.
La gente de la Biblia verde
Las dificultades que trajo la proscripción hicieron de los publicadores argentinos mejores ministros. Puesto que en la visita inicial empleaban solo la Biblia, se hicieron expertos en localizar textos bíblicos para refutar objeciones y consolar a la gente.
Para evitar sospechas, a veces usaban una Biblia que no fuera la Traducción del Nuevo Mundo. Un hermano recibió una respuesta inesperada cuando predicaba con la Torres Amat, una Biblia en español arcaico. Después de escuchar la lectura de los textos y no comprenderlos, el ama de casa propuso sacar una Biblia mucho más fácil de entender. Para gran sorpresa del publicador, salió con la Traducción del Nuevo Mundo.
En aquellos años, la cubierta de la Traducción del Nuevo Mundo era verde. Por ello, se había advertido a la población que no escuchara a quienes llevaran una Biblia verde. Sin embargo, como poca gente estaba de acuerdo con las restricciones gubernamentales, la prohibición solo sirvió para alimentar su curiosidad. Un ama de casa le preguntó a una hermana de qué color era su Biblia. Esta le dijo francamente que era verde, a lo que la señora respondió: “Bien, porque quiero escuchar lo que tiene que decir la gente de la Biblia verde”. La invitó a entrar y mantuvieron una conversación animada.
¿Quién se quedó con los libros?
Los Testigos de la Argentina siguieron usando en la predicación las publicaciones que habían escondido, pero con el tiempo las existencias se agotaron, y era imposible importar nuevas publicaciones. No obstante, en el depósito de la sucursal había 225.000 libros que las autoridades habían retenido.
La Policía Federal decidió decomisarlos y venderlos a una empresa que reciclara papel. Contrataron un servicio de transporte para que fuera a Betel, recogiera los libros y los llevara a la planta de reciclaje. Sucedió que el conductor había estudiado la Biblia con un vecino que era testigo de Jehová. Al ver el contenido de su carga, le preguntó a su anterior vecino si a los Testigos les interesaría comprarla. Se hicieron las gestiones necesarias y, con autorización policial, se transportaron las publicaciones al lugar que la sucursal designó. De esa manera, a pesar de la proscripción, se “reciclaron” 225.000 libros de un modo muy diferente al que habían previsto las autoridades.
Jehová también suministró lo necesario a su pueblo mediante valerosos hermanos que se ofrecieron para traer de otros países publicaciones de la Sociedad. Norberto González, precursor regular, relata: “Una vez, un miembro del Comité de Sucursal uruguayo nos encomendó entregar cien ejemplares del libro de texto para la Escuela del Ministerio del Reino a los hermanos responsables de la obra en la Argentina. Logramos introducir esa vital información al país. Todos saltamos de gozo cuando cruzamos la aduana sin ningún percance”. Quizás el que no pudo saltar muy alto fue el hermano que llevaba los libros escondidos en su pierna de madera.
Los Testigos argentinos aprendieron a valorar las publicaciones de la Sociedad Watch Tower como nunca antes. Al principio de la proscripción, cada grupo de estudio recibía tan solo un ejemplar de La Atalaya. Esa única revista circulaba entre todos los publicadores, quienes copiaban las preguntas y las respuestas para el estudio a fin de participar en la reunión (Fili. 4:12). La portada de La Atalaya estaba en blanco para disimular su contenido, pero el alimento espiritual que había en el interior era exquisito. Estas provisiones especiales sostuvieron y unieron a los hermanos.
Cómo ocultar una asamblea
Los hermanos argentinos recibían el alimento espiritual en reuniones de grupos pequeños que se valían de las publicaciones que hubiera disponibles; pero ¿cómo podrían beneficiarse de las tres asambleas anuales que tenían los testigos de Jehová del resto del mundo? Las primeras asambleas celebradas después de entrar en vigor la proscripción fueron conocidas como “asambleas pilotos”, a las que solo asistían los ancianos y sus familias. Después, los ancianos repetían el programa en sus congregaciones. Héctor Chap, que ha servido incansablemente de superintendente viajante durante muchos años, nos cuenta: “A veces celebrábamos las asambleas en el campo, por lo que a nuestro alrededor había animales de granja. Pero como estábamos tan enfrascados en escuchar lo que se decía, ni nos dábamos cuenta. Muchos hermanos grababan el programa para los que no podían asistir. Después les causaba mucha risa escuchar los discursos acompañados del mugido de las vacas, el canto de los gallos o el rebuzno de los burros”.
En vista de que las asambleas se llevaban a cabo en el campo, los hermanos se referían cariñosamente a ellas como picnics. Uno de los sitios favoritos en la provincia de Buenos Aires era una zona rural cerca de los límites con Santa Fe llamada Strago Murd. El lugar era ideal porque estaba oculto por los árboles que lo rodeaban. Pero un día los que fueron de “picnic” se quedaron pasmados al encontrar que habían cortado aquellos hermosos árboles. No obstante, a pesar de que ya no había en dónde esconderse, prosiguieron con su “picnic”: un tocón sirvió de atril, y los demás, de bancos para los asistentes.
Otro lugar que usaban los hermanos para sus asambleas era la fábrica de un testigo de Jehová. Este tenía una camioneta en la que llevaba a los que querían asistir a la asamblea. El conductor hacía un recorrido, apiñaba a diez o quince hermanos en el vehículo y regresaba a la fábrica, donde los bajaba en el interior de la cochera cerrada. De ese modo se reunían unas cien personas sin que los vecinos ni la policía los vieran. Otros Testigos argentinos de aquellos años viajaban a Brasil o a Uruguay para beneficiarse de las provisiones espirituales disponibles en las asambleas.
Reuniones en la prisión
Muchos de nuestros hermanos jóvenes vieron sometida a prueba su lealtad con relación a la neutralidad cristiana aun antes de la proscripción de 1976. Por su obediencia al principio bíblico de no ‘aprender más la guerra’, recogido en Isaías 2:4, recibieron sentencias que iban de tres a seis años de cárcel.
No obstante, se las ingeniaron para estudiar la Biblia, celebrar reuniones y seguir difundiendo con entusiasmo el mensaje del Reino dentro de las instituciones penitenciarias. Los ancianos de congregaciones vecinas visitaban con gusto a esos jóvenes fieles para animarlos y proporcionarles el alimento espiritual que tanto necesitaban.
Omar Tschieder, que sirve en Betel desde 1982, estuvo en la prisión militar de Magdalena, provincia de Buenos Aires, de 1978 a 1981 porque rehusó ponerse el uniforme militar. La prisión tenía varias cuadras, en cada una de las cuales había veinte celdas de dos metros por tres [7 x 10 pies] que daban a un pasillo común. Los Testigos que permanecían allí encerrados usaban las últimas tres celdas del corredor para celebrar sus reuniones. Como solo podían juntarse diez o doce a la vez, en muchas ocasiones había entre ocho y catorce reuniones a la semana.
Los hermanos se organizaron de modo que uno de ellos vigilara por la abertura de la puerta y avisara al grupo si alguien se acercaba, para lo cual inventaron varias señales. A veces, era algo tan sencillo como que el vigilante golpeara la pared; otras, él y un hermano del auditorio se ataban los dos extremos de un hilo, de modo que a la menor señal de peligro, el vigilante tiraba del hilo y el otro daba la advertencia. También recurrían al método de gritar alguna frase en clave, como: “¿Tiene alguien un sobre?”. Al oír la palabra “sobre”, cada uno se dirigía a un escondite determinado: debajo de la cama, detrás de la puerta..., cualquier lugar que quedara fuera de la vista del guardia que se asomara por la abertura de la puerta. Y todo ese movimiento debían hacerlo silenciosamente en segundos. Sin duda tenían que estar bien organizados.
Una vez, mientras llevaban a cabo una reunión, se les advirtió de que un extraño entraba a la cuadra, así que todos se apresuraron a esconderse. Entonces, un recluso que no era testigo de Jehová abrió la puerta, entró y dejó algo sobre la mesa. Al salir, se volvió y les preguntó: “¿Por qué se esconden?”. Justo en ese momento sonó el silbato de un guardia que pedía voluntarios para una tarea de limpieza, así que los hermanos dijeron: “Nos escondemos de él”. El visitante comprendió la situación y se marchó al instante, de modo que la reunión concluyó sin más interrupciones.
Una biblioteca secreta en la prisión
Por su buena conducta en la cárcel, a los Testigos se les confiaron ciertas responsabilidades. Estaban a cargo de la imprenta del penal, la sala de proyecciones, la enfermería y la peluquería. Los hermanos aprovecharon al máximo sus bien ganados privilegios para adelantar los intereses del Reino. Por ejemplo, los planos de la prisión de Magdalena indicaban que la sala de proyecciones era un rectángulo, pero en el interior se veía que las esquinas habían sido redondeadas. Así que detrás de las paredes había un espacio de unos dos metros y medio de altura, uno ochenta de ancho y uno veinte de profundidad: un lugar perfecto para una biblioteca, que se llenó con Biblias y publicaciones de la Sociedad Watch Tower.
Héctor Varela pasó tres años en esa prisión, y nos explica que, para acceder a aquel lugar, quitaban una pared falsa de la cabina de proyección y se subían a un banco de trabajo. También ocultaban libros en los armarios de los comedores.
A los hermanos les permitían de vez en cuando salir del recinto y hacer visitas breves a su familia, oportunidad que aprovechaban para regresar con los últimos números de las revistas La Atalaya y ¡Despertad! Rodolfo Domínguez, que en la actualidad sirve de superintendente viajante, cuenta lo que ocurrió en cierta ocasión: “Llevábamos La Atalaya y ¡Despertad! debajo de la ropa. Cuando llegamos al penal, había una fila larga porque los guardias estaban haciendo un cacheo riguroso. Avanzamos lentamente hacia el punto de control, pero justo cuando nos tocaba el turno, cambió la guardia y se canceló el registro”.
“Celebrábamos todas las reuniones de congregación en la cárcel —continúa relatando el hermano Domínguez—. De hecho, allí fue donde di mi primer discurso público.” Los Testigos encarcelados incluso presentaban dramas bíblicos con trajes de época gracias a los artículos introducidos durante las visitas familiares. Los guardias nunca sospecharon el uso que se daba a las sandalias, los ponchos y demás prendas.
Se hacen discípulos tras las rejas
La obra de predicar y hacer discípulos floreció aun tras las rejas. Uno de los que se beneficiaron del celo y la buena conducta de los hermanos encarcelados fue Norberto Hein, quien servía en las Fuerzas Armadas cuando fue detenido por cargos relacionados con las drogas. En diferentes cárceles conoció a jóvenes Testigos que habían sido recluidos por ser objetores de conciencia. Le impresionó su actitud, por lo que en la prisión de Puerto Belgrano pidió un estudio bíblico y en menos de un mes terminó el libro La verdad que lleva a vida eterna. Después fue transferido al penal de Magdalena y, en 1979, se bautizó tras las rejas.
“El discurso de bautismo se dio un domingo como a las nueve de la noche —narra Norberto—. Estábamos presentes unos diez, aunque había otros hermanos vigilando afuera de la celda. Después del discurso, dos hermanos y yo nos dirigimos al comedor, donde había una pileta grande para lavar ollas y sartenes.” Norberto recuerda vívidamente que el agua de la “pileta de bautismo” estaba muy fría, pues era invierno.
A pesar de que lo molestaban por relacionarse con los Testigos, continuó sirviendo a Jehová con constancia (Heb. 11:27). Norberto y su esposa, María Esther, llevan trabajando fielmente en Betel más de quince años.
‘No le pidas a Dios que me castigue’
Muchos funcionarios eran tolerantes con los Testigos, pero no todos. El jefe de los guardias de una prisión militar era un hombre despiadado que hacía pasar hambre a los hermanos y les quitaba las mantas siempre que estaba de turno. Hugo Coronel relata: “Una mañana, antes de que amaneciera, ese guardia abrió la puerta de mi celda de una patada, me arrastró afuera y, señalando a cinco soldados armados, dijo que me había llegado la hora. Intentó obligarme a firmar un papel en el que renunciaba a mi fe; como no acepté, me ordenó escribir una carta de despedida a mi madre porque me iban a fusilar. Furioso, me puso de cara a una pared de ladrillos, mandó al pelotón levantar sus armas y dio la orden de abrir fuego. Lo único que oí fue el chasquido de los gatillos: los fusiles no estaban cargados, pues era una treta concebida para quebrantar mi integridad. El guardia se me acercó, seguro de que estaría llorando de miedo. Al verme tranquilo, perdió los estribos y empezó a vociferar. Entonces me llevaron de vuelta a mi celda. Yo estaba un tanto tembloroso, pero contento porque Jehová había contestado mis peticiones de mantenerme firme”.
Unos días antes de que a Hugo lo cambiaran de prisión, el jefe de los guardias anunció en todos los barracones que al siguiente día lo obligaría a ponerse el uniforme y que ni Jehová podría impedirlo. ¿Qué sucedió? “Al otro día —dice Hugo— nos enteramos de que había muerto decapitado en un horrible accidente de tránsito, lo que impresionó muchísimo a todos los reclusos. La mayoría de ellos estaban convencidos de que Dios lo había castigado por sus alardes y amenazas. De hecho, el soldado que me escoltó de regreso a la celda esa noche me suplicó que no le pidiera a Dios que también lo castigara a él.” Hugo sirve ahora de anciano en Villa Urquiza (Misiones).
Lo cierto es que aquellos jóvenes que rehusaron cumplir el servicio militar tuvieron que mantener integridad en circunstancias sumamente difíciles. Las autoridades carcelarias amenazaron a algunos con fusilarlos, y a otros, los golpearon, los privaron de alimento o los mantuvieron incomunicados. A pesar de los tratos recibidos, su fe e integridad dieron un impactante testimonio tanto al personal militar como a los demás reclusos.
Beneficios del estudio de familia regular
También de los niños se exigió que ‘presentaran una defensa ante todo el que exigía razón de la esperanza que había en ellos’ (1 Ped. 3:15). Cuando los hijos de Juan Carlos Barros, de siete y ocho años en ese entonces, asistían a la escuela pública, la directora le ordenó al mayor que saludara la bandera delante de toda la clase. Como el niño rehusó hacerlo, ella le gritó, lo golpeó y lo empujó hacia la bandera. Aun así, el chico no quiso saludarla. La directora llevó a ambos niños a su oficina y durante una hora intentó obligarlos a entonar canciones patrióticas. Al ver que no conseguía lo que quería, decidió expulsarlos de la escuela.
El caso se llevó ante un tribunal administrativo. Durante la audiencia, el juez condujo aparte a los chicos para interrogarlos. Sus respuestas espontáneas pusieron tan nervioso al juez que empezó a temblar, golpeó el escritorio con el puño y salió de la sala. Volvió a los quince minutos, pero todavía visiblemente alterado. No obstante, su decisión favoreció a los Testigos. Después de emitir el fallo, el juez le comentó al hermano Barros: “¡Qué hermosa familia tiene usted! Si los principios de todas las familias fueran tan elevados, el país sería distinto”. El hermano Barros añade: “Esta experiencia me confirmó lo provechoso que es el hábito de estudiar como familia a fin de que nuestros hijos estén preparados para mantenerse firmes”. Con el tiempo, en 1979, la Corte Suprema de la Nación dictaminó que los niños tenían el derecho a recibir educación.
Vuelven los tiempos favorables
Desde 1950, la sucursal había estado solicitando ante cada nuevo gobierno el reconocimiento legal de los testigos de Jehová como agrupación religiosa. Para conseguirlo, era necesario cumplir varios trámites previos. Primero, había que constituir una entidad jurídica con un número determinado de miembros y con unos fines sociales y religiosos definidos, como enseñar la Biblia a las personas. A continuación, la entidad jurídica debía registrarse, para lo cual era requisito que el gobierno concordara con la legalidad de sus objetivos. Si se daba esta condición, la entidad recibía un número de registro, que le permitía solicitar la inscripción oficial como asociación religiosa. Hasta 1981, a los testigos de Jehová se les rechazó con el pretexto de que, dado que su obra estaba proscrita, sus objetivos sociales y religiosos eran ilícitos.
En noviembre de 1976, solo dos meses después de entrar en vigor una nueva proscripción de la obra de los testigos de Jehová, la sucursal pidió a la Corte Suprema de la Nación que la suspendiera. Además, apeló contra sentencias relacionadas con la expulsión de escolares Testigos por negarse a participar en ceremonias patrióticas, el encarcelamiento de hermanos por objeción de conciencia y la incautación de publicaciones de la Sociedad Watch Tower.
El 10 de octubre de 1978 se presentaron dichas apelaciones ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la cual resolvió que el gobierno había vulnerado los derechos humanos de los testigos de Jehová y recomendó que se levantara la proscripción.
El 12 de diciembre de 1980, el gobierno militar de facto aceptó la recomendación de la Comisión Interamericana y suspendió la proscripción, lo cual permitió al pueblo de Jehová de la Argentina reunirse libremente. ¡Cuánto se alegraron los hermanos! Pero aunque las actividades de los Testigos ya no estaban prohibidas, todavía faltaba conseguir el reconocimiento oficial de la organización religiosa.
Finalmente, el 9 de marzo de 1984, el gobierno aceptó la inscripción de la Asociación de los Testigos de Jehová como agrupación religiosa. Los muchos años de lucha por lograr el reconocimiento legal habían terminado. Por fin era posible colocar letreros en los Salones del Reino para que la gente los identificara. ¡Qué regocijo sintieron los hermanos argentinos! Todos se hicieron eco de estas palabras del salmista: “Jehová ha hecho una cosa grande en lo que ha hecho con nosotros” (Sal. 126:3).
Ahora bien, el reconocimiento oficial significaba mucho más que poner letreros en los Salones del Reino. Ciríaco Spina, anciano cristiano de Buenos Aires, relata: “Había terminado la proscripción y otra vez teníamos libertad para celebrar grandes asambleas, así que queríamos usar los mejores locales existentes para la honra de nuestro Dios, Jehová. Habíamos intentado en repetidas ocasiones utilizar el nuevo Estadio Municipal de Mar del Plata, pero puesto que carecíamos de reconocimiento legal, siempre nos lo habían negado. Gracias a Jehová, se inscribió a los Testigos en 1984, y ahora no solo nos conceden el estadio municipal, sino, además, en años más recientes, el nuevo Centro Deportivo”.
Habían transcurrido muchos años desde la última vez que los hermanos habían disfrutado del reconfortante ambiente de una reunión grande, por lo que la sucursal decidió aprovechar al máximo la cercana visita del superintendente de zona, Fred Wilson. En menos de dos semanas se hicieron los preparativos para que los hermanos del Gran Buenos Aires se congregaran en el Estadio Vélez Sarsfield para celebrar la primera asamblea de grandes proporciones posterior a la proscripción. Pese a que se avisó con poca antelación, una multitud de casi treinta mil personas asistió el 15 de febrero de 1984 a aquella gozosa “fiesta” espiritual (Sal. 42:4).
Las consecuencias de la proscripción
Bajo el régimen militar, miles de personas desaparecieron o fueron ejecutadas. Por eso es sorprendente que, a pesar de la firme postura del gobierno contra los testigos de Jehová, no hubo ninguno de ellos entre los desaparecidos.
Y no solo salvaron la vida, sino que la proscripción también les dio mayor publicidad. Antes, la gente ponía expresión de desconcierto cuando preguntaba a un hermano de qué religión era y este contestaba: “testigo de Jehová”; pero no fue así después de la proscripción. Susana de Puchetti, quien ha sido ministra de tiempo completo durante treinta y siete años, dijo: “Al concluir la prohibición, ya no nos llamaban ‘hijos de Jehová’ o ‘los Jehovás’; tampoco nos confundían con los grupos evangélicos. Nuestro nombre se pronunciaba correctamente con frecuencia en la radio y la prensa durante la proscripción, y hubo un final feliz: la gente por fin reconoció el nombre de testigos de Jehová”.
Eximidos del servicio militar
Más o menos por entonces, la doctora María T. de Morini, quien estaba a cargo de la Subsecretaría de Cultos cuando se otorgó el reconocimiento como entidad religiosa a la Asociación de los Testigos de Jehová, organizó una trascendental entrevista de los representantes de la asociación con el secretario de Cultos y el ministro de Defensa. El propósito de la reunión era discutir la posible exención del servicio militar para los testigos de Jehová. El Comité de Sucursal tenía la esperanza de que se eximiera a los precursores regulares, pero los funcionarios tenían intención de llegar más lejos.
Las autoridades estaban dispuestas a conceder la exención a todo aquel al que se considerara estudiante, y los matriculados en la Escuela del Ministerio Teocrático eran catalogados como estudiantes de teología. Así, cuando un hermano bautizado cumplía los 18 años y se le pedía presentarse para el servicio militar, los ancianos de su congregación llenaban y firmaban un formulario en el que daban fe de su buena conducta. El formulario se enviaba a la sucursal, donde se firmaba y se remitía al Fichero de Cultos, el cual, a su vez, expedía un certificado que el hermano presentaba a las autoridades militares para que se le eximiera del servicio. Se siguió este eficaz sistema hasta que el servicio militar dejó de ser obligatorio, en la década de 1990.
Sorprendente crecimiento por doquier
Aunque la obra de los testigos de Jehová estuvo proscrita de 1950 a 1980, los hermanos siguieron predicando la palabra con celo durante aquellos tiempos dificultosos. El resultado fue que Jehová los bendijo con aumentos. En 1950 había 1.416 publicadores en la Argentina; para 1980 había 36.050.
Con el reconocimiento oficial vinieron más aumentos, en armonía con Isaías 60:22, que declara: “El pequeño mismo llegará a ser mil, y el chico una nación poderosa. Yo mismo, Jehová, lo aceleraré a su propio tiempo”. Una mirada rápida a informes procedentes de todo el país demuestra la veracidad de tales palabras. Por ejemplo, cuando terminó la proscripción, en la Congregación Francisco Solano, del Gran Buenos Aires, había 70 publicadores; ahora hay 700 en siete congregaciones.
Alberto Pardo, quien es anciano en Cinco Saltos (Río Negro), recuerda cuando solo había quince publicadores en el lugar. Al presente hay tres congregaciones y un total de 272 publicadores, es decir, 1 Testigo por cada 100 habitantes. Marta Toloza, de la Congregación Carmen de Patagones (Buenos Aires), dice: “Es maravilloso pensar en el reducido grupo que se reunía en un cuarto pequeño allá en 1964, y compararlo con los doscientos cincuenta hermanos que utilizan tres Salones del Reino actualmente”.
Debido al rápido crecimiento que hubo en Palmira y las poblaciones vecinas, se hizo necesario presentar el discurso público y el Estudio de La Atalaya dos veces por semana a fin de que los hermanos estuvieran más cómodos en el Salón del Reino. Se alquiló un local más grande para la Conmemoración, pues la asistencia regular superaba las doscientas cincuenta personas. Y desde 1986 se han ido formando nuevas congregaciones en cuatro de los pueblos asignados originalmente a la Congregación Palmira.
La Congregación José León Suárez, del Gran Buenos Aires, que originalmente tenía 33 publicadores, se ha convertido en cinco congregaciones. Juan Schellenberg, uno de los ancianos, explica: “Nuestro territorio se achica cada vez que se forma una nueva congregación. Ahora nos queda una pequeña sección de solo dieciséis manzanas de largo y ocho de ancho. Abarcamos el territorio una o dos veces por semana. Muchas de las personas a quienes predicamos son apáticas, pero aún disfrutamos de buenas experiencias e iniciamos algunos estudios bíblicos. El Salón del Reino está en una zona céntrica, de modo que la mayoría de los cien publicadores puede llegar a pie a las reuniones”.
Florece el espíritu de precursor
Cuando se levantó la proscripción, se abrieron las puertas de un vasto campo de actividad. Había muchos territorios donde la necesidad de proclamadores del Reino era enorme.
En diciembre de 1983 se envió a diez parejas de precursores especiales temporeros durante tres meses a iniciar la predicación en zonas que rara vez atendían los testigos de Jehová. Los seleccionados ya eran precursores regulares o auxiliares, y habían sido recomendados por los superintendentes de circuito. La meta era dar testimonio en un extenso territorio, dejando publicaciones a las personas y haciendo lo posible por iniciar estudios bíblicos. A los que demostraran interés se les atendería mediante las visitas de los publicadores de congregaciones cercanas o por correspondencia. La campaña produjo excelentes resultados: ahora hay congregaciones en 9 de las 10 poblaciones donde sirvieron los precursores.
Una de las precursoras especiales temporeras fue Argentina de González. A ella y a su esposo se les mandó a Esquina, adonde llegaron con sus cuatro hijos. Tres veces a la semana, uno de los dormitorios de la vivienda se convertía en sala de reuniones. Cuando iban de puerta en puerta, casi todo el mundo los invitaba a entrar. Lo primero que los amos de casa querían saber era de dónde venían, cuántos hijos tenían y dónde vivían. “Después que satisfacíamos su curiosidad —relata Argentina—, estaban dispuestos a escuchar el mensaje. Inicié siete estudios bíblicos, uno de ellos con una mujer y sus cuatro hijos. Empezaron a asistir de inmediato a las reuniones, y nunca se perdieron ni una. Al cabo de unos cuantos meses, la madre se bautizó junto con su hija, quien más tarde llegó a ser precursora. Me alegra saber que todos ellos siguen sirviendo fielmente a Jehová.”
Autosuficientes en toda circunstancia
Algunos de los hermanos que tenían espíritu de precursor estaban dispuestos a adaptarse a climas rigurosos, al aislamiento y a condiciones de vida rudimentarias. Cuando a José y Estela Forte los mandaron de precursores especiales a Río Turbio, en la provincia de Santa Cruz, no había ningún otro Testigo ni estudiante de la Biblia en la región. Para empeorar las cosas, Río Turbio está en el extremo sur de la Argentina, donde es normal que se alcancen temperaturas inferiores a los 18 °C bajo cero.
El matrimonio Forte se hospedaba en una pequeña habitación de una casa que era propiedad de los parientes de unos Testigos, y viajaba 300 kilómetros [190 millas] para ir a la congregación más cercana, en Río Gallegos. En una ocasión que regresaban de una reunión por una carretera desierta, el motor del automóvil se recalentó porque se le había salido el agua del radiador. La temperatura era extremadamente baja, y empezaron a sentir lo que la gente de la zona llama “el sueño blanco”, una somnolencia incontenible que termina en la muerte. Le oraron a Jehová para que no los dejara quedarse dormidos. ¡Qué agradecidos se sintieron cuando llegaron a una estancia cercana, donde pudieron calentarse y llenar el radiador!
Al principio, la pareja concentró la predicación en la zona más poblada, y pronto dirigían más de treinta estudios progresivos de la Biblia. En poco tiempo se formó un grupo en el pueblo. Después procuraron ponerse en contacto con la gente de las montañas y las zonas rurales. Una vez al año, José hacía un viaje de predicación a caballo que duraba de seis a siete días. En cierta ocasión, él y su compañero se aproximaron a una estancia de donde salieron a su encuentro una mujer y su agresivo perro guardián. Los hermanos se presentaron como testigos de Jehová, y la mujer, después de mirarlos un rato, se echó a reír. “¡No es posible que estén aquí también!”, exclamó. Los hermanos le preguntaron por qué reaccionaba así, a lo que ella les contestó que había vivido cerca de Betel, en Buenos Aires, y añadió: “Nunca imaginé que los testigos de Jehová lograrían llegar a un lugar tan apartado y, para colmo, vestidos de gauchos”. Los invitó a comer algo, y mantuvieron una conversación animada sobre la Biblia. La persistencia del matrimonio Forte produjo fruto: en Río Turbio hay ahora una floreciente congregación de 31 publicadores.
Un Salón del Reino flotante
Resueltos a aprovechar el tiempo favorable para predicar, varios hermanos aceptaron el reto de dar testimonio a los isleños que habitan la zona del delta del río Paraná, cerca de Buenos Aires. La predicación en el delta no es nada fácil debido a las distancias que separan una isla de otra, el tipo de transporte disponible y el imprevisible clima de la zona. Por otro lado, viajar en lanchas particulares es caro, además de peligroso. Con todo, la persistencia dio fruto. Para 1982 se había formado un grupo dependiente de la Congregación Tigre.
A fin de reducir gastos, Alejandro Gastaldini, de la Congregación Tigre, construyó El Carpincho, una ligera embarcación de plástico de siete metros [23 pies] equipada con un motor de propano. Más o menos al mismo tiempo, Ramón Antúnez y su familia, de Buenos Aires, ofrecieron su barco de vela para favorecer los intereses del Reino en el delta. Estos celosos hermanos tomaron la iniciativa con entusiasmo e invitaban a publicadores de otras congregaciones a que los apoyaran en el ministerio los fines de semana. Los estudios comenzaron a florecer y dar fruto al abrazar la verdad familias enteras.
Puesto que pocos isleños poseían barcas y el transporte público era escaso, a la mayoría de las personas interesadas les resultaba difícil asistir a las reuniones. De modo que los hermanos se ayudaban unos a otros a reunirse y fortalecerse espiritualmente. Por ejemplo, para que todos pudieran estar en la Conmemoración, un bote fue recogiendo a los Testigos bautizados y las personas interesadas, y celebraron la Cena del Señor a bordo.
Con el tiempo, a Carlos Bustos, su esposa, Ana, y su hija, Mariana, se les mandó al delta para que sirvieran de precursores. La sucursal compró una lancha de motor a la que se llamó Precursor I, con cocina, baño y espacio para que durmieran tres personas. A la cama de Mariana, que estaba en la popa, le decían “el sarcófago”, porque era tan estrecha que parecía un ataúd.
Al presente viven en el delta veinte publicadores, que sirven a Jehová como parte de la Congregación Tigre. La mayoría tiene ahora su propia barca, así que están mejor preparados para atender sus responsabilidades teocráticas. No obstante, el sueño de construir un Salón del Reino propio parecía inalcanzable. ¿Por qué?
Debido a las constantes inundaciones, los terrenos adecuados para construir son bastante caros, un obstáculo aparentemente insalvable para un grupo pequeño con recursos limitados. Ahora bien, aunque la tierra era escasa, abundaba el agua; así que ¿por qué no levantar un Salón del Reino flotante? La sucursal tomó la iniciativa en construirlo, y se terminó en junio de 1999. Actualmente, los ancianos de la Congregación Tigre se turnan para visitar el Salón del Reino flotante y dirigir las reuniones semanales del grupo.
Se predica a la población coreana
Los Testigos argentinos no solo tratan de ponerse en contacto con quienes viven en diversos puntos geográficos; también se esfuerzan por predicar a personas de diferentes nacionalidades. En 1971, antes de la segunda proscripción, Hwang Yong Keun, un hermano coreano, y su familia inmigraron a la Argentina y se integraron en una congregación hispanohablante. Como la obra de hacer discípulos entre la comunidad coreana dio mucho fruto y llegaron Testigos procedentes de Corea, fue posible formar un grupo en esa lengua en Morón, provincia de Buenos Aires. Al poco tiempo, estos hermanos celebraban las cinco reuniones todas las semanas, por lo que en 1975 se formó la primera congregación de habla coreana de la Argentina; un año después dedicaron a Jehová su primer Salón del Reino.
Durante la proscripción, la congregación estaba dividida en pequeños grupos. No obstante, como los hermanos anhelaban reunirse como congregación, se hicieron preparativos para que se juntaran en un parque una vez al mes y tuvieran el discurso público y el Estudio de La Atalaya. Dado que los policías no entendían una sola palabra en ese idioma, jamás sospecharon que las reuniones fueran de naturaleza religiosa.
El campo coreano experimentó aumentos constantes después de la proscripción. Los publicadores tienen que recorrer a menudo cientos de kilómetros en busca de los merecedores, pues los miembros de esta comunidad se hallan diseminados por todo el país. Por ejemplo, para tratar de hallar a los comerciantes coreanos, los Testigos viajaban dos o tres veces al año hasta provincias lejanas. Jehová ha bendecido su diligencia, pues en la actualidad hay cuatro congregaciones en esa lengua con un promedio de 288 publicadores, que predican la palabra con celo.
Hasta hace poco, estas congregaciones recibían la visita de un superintendente de circuito hispanohablante, que precisaba de un intérprete para las reuniones, el servicio del campo y las visitas de pastoreo. Pues bien, en 1997 se asignó a visitar las congregaciones coreanas de la Argentina, Brasil y Paraguay a Steven y June Lee (Yi Sung Ho y Kim Yun Kyeong), graduados de la clase 102 de Galaad. Como el matrimonio es de ascendencia coreana y habla el idioma con fluidez, los hermanos se benefician en gran manera de sus visitas. Todos están muy agradecidos por esta amorosa provisión de parte de nuestro imparcial Dios, Jehová (Hech. 10:34, 35).
Los hermanos Lee tienen que adaptarse constantemente al clima, el agua y el alimento de los tres países. De cada período de seis meses, pasan tres en la Argentina, dos en Brasil y uno en Paraguay. Y aunque visitan congregaciones de habla coreana, también tienen que expresarse en las lenguas de cada lugar, pues han de hablar portugués en Brasil y acostumbrarse a dos acentos distintos de español. Con todo, disfrutan de este circuito verdaderamente internacional. Después de dos años, la cantidad de precursores en el circuito ha pasado de 10 a 60.
Los sordos alaban a Jehová
En la década de 1970 se percibió la existencia de otro grupo con necesidades especiales cuando algunos sordos empezaron a asistir a las reuniones, y se necesitaron intérpretes al lenguaje de señas para que sacaran provecho de ellas. En el año 1979 se reunía un grupo en la casa de Coco y Coca Yanzon, un matrimonio de sordos de Villa Devoto (Buenos Aires). Ese fue solo el principio.
El número de sordos que abrazaba la verdad siguió aumentando durante la proscripción, así como en las décadas de 1980 y 1990. En los años ochenta se asignó a los hermanos sordos y a sus intérpretes a congregaciones escogidas del Gran Buenos Aires. Para que se beneficiaran de las reuniones, se les interpretaba todo el programa.
Sin embargo, los hermanos sordos ansiaban participar más de lleno en la congregación. Así que, en 1992, la sucursal decidió juntarlos a ellos y a sus intérpretes en una congregación de lenguaje de señas. De este modo, empezaron a tomar parte activa en enseñar, comentar y predicar en su propio idioma.
“La congregación de lenguaje de señas fue la respuesta a mis oraciones —afirma Silvia Mori, una hermana sorda que cría sola a su hijo—. Me siento muy contenta de tener más contacto con los hermanos sordos. Antes estábamos diseminados por diferentes congregaciones de oyentes y solo nos veíamos una vez a la semana.”
Elba Basani, otra hermana sorda, dice: “Cuando no había congregación de lenguaje de señas, me desanimaba, pero ahora estoy muy feliz porque puedo ser precursora auxiliar, mantenerme ocupada sirviendo a Jehová y relacionarme más con mis hermanos espirituales. Estoy muy agradecida a Jehová”.
Dado que el lenguaje de señas es un medio de comunicación visual, las videocintas de la Sociedad han resultado particularmente útiles. La cinta Los testigos de Jehová... la organización tras el nombre ya se encuentra en lenguaje de señas argentino. Además, se están preparando las versiones en vídeo del folleto ¿Qué exige Dios de nosotros? y de otras publicaciones. Ahora hay cuatro congregaciones de lenguaje de señas en el país, con un total de 200 publicadores, entre ellos 38 ancianos y siervos ministeriales sordos.
Ayuda para los que hablan inglés
Con el inicio de operaciones de algunas empresas extranjeras en la Argentina a finales de 1993, se produjo una llegada de empleados destinados al país, entre los que se encontraban Testigos bautizados que apenas hablaban español, pero que entendían inglés. A fin de atender sus necesidades espirituales y contactar con aquellos que componían el creciente campo anglohablante, se formó en Buenos Aires la primera congregación de habla inglesa del país. Algunos hermanos argentinos que habían aprendido el idioma se ofrecieron para apoyar la nueva congregación.
Diez personas se han bautizado desde que se estableció la congregación, en junio de 1994, y muchas otras que están temporalmente en la Argentina pueden disfrutar y beneficiarse de las reuniones en una lengua que pueden entender.
Una joven mapuche abre el camino
Ayudar a ‘hombres de toda clase a llegar a un conocimiento exacto de la verdad’ implica ponerse en contacto con los indígenas que viven en las reservas (1 Tim. 2:4). Al sudoeste del país, en la provincia de Neuquén, se encuentra una reserva de mapuches a la que el cacique no permitía la entrada de los Testigos por culpa de la conducta de anteriores grupos religiosos. Patricia Sabina Guayquimil es una joven mapuche que recibió de su madre algunas publicaciones que esta había conseguido mientras trabajaba fuera de la reserva. Patricia escribió a la sucursal para pedir más información. La hermana encargada de contestarle, Mónica López, le envió el libro Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra y le describió el método de estudio bíblico. Patricia aceptó, y estudiaron por correspondencia todo un año sin llegar a conocerse en persona.
Un día, alguien tocó a la puerta de Mónica. ¡Qué alegría le dio ver a Patricia! Había ido al pueblo en una ambulancia acompañando a su hermana, que estaba a punto de dar a luz. En el poco tiempo que pasaron juntas, Mónica le enseñó el Salón del Reino, le explicó cómo se llevan a cabo las reuniones y la invitó a la siguiente visita del superintendente de circuito.
Después de regresar a su casa, Patricia siguió progresando. De hecho, una mañana en la que el texto del día recalcaba la importancia de la predicación, ensilló la mula y se fue a dar testimonio a los vecinos desde las siete de la mañana hasta casi el anochecer. Su predicación abrió el camino para que los testigos de Jehová que no vivían en la reserva predicaran en ella. Patricia se bautizó en 1996 y sigue llevando “las buenas nuevas de salvación” a la comunidad indígena (Sal. 96:2). Los Testigos también visitan periódicamente otras reservas indígenas.
Se necesitan Salones del Reino
Puesto que los testigos de Jehová argentinos intensificaron con celo la predicación durante el tiempo favorable posterior a la proscripción, surgió la necesidad de contar con Salones del Reino apropiados. Algunos no estaban construidos adecuadamente, como el de la provincia norteña de Santiago del Estero, cuyas paredes eran de plástico. Luis Benítez, quien ha trabajado en la construcción de Salones del Reino por muchos años, relata: “En un viaje a Formosa, el hermano Eisenhower y yo visitamos a unos hermanos que se reunían entre cuatro paredes de un metro y veinte centímetros [4 pies] de altura, sin techo, puertas ni ventanas. Los hermanos se sentaban en unas tablas apoyadas sobre ladrillos. Les preguntamos qué hacían cuando llovía, y nos contestaron: ‘Algunos traen paraguas, los demás se mojan’”.
Poco después de levantarse la proscripción, en 1980, los ancianos de la congregación de Trelew, en la provincia de Chubut, se dieron cuenta de que no contaban con un lugar del tamaño apropiado para acomodar a la gran cantidad de personas que acudían con objeto de recibir instrucción espiritual. Una Testigo que trabajaba con una familia que tenía una sala de conferencias pidió permiso para celebrar en ella las reuniones, y se lo concedieron, por lo que durante siete u ocho meses la congregación se reunió gratis en esa sala. Luego se usó por un tiempo el taller de tapicería de un hermano, pero como no estaba disponible de manera permanente, tuvieron que dividirse en grupos más pequeños y reunirse en casas particulares. Era patente que se necesitaba un lugar más estable. Los miembros de la congregación estaban resueltos a construir su primer Salón del Reino. Después de buscar durante cinco años un lugar donde reunirse, los testigos de Jehová de Trelew finalmente tuvieron un Salón del Reino que dedicar a Jehová. No obstante, debido al aumento en la cantidad de publicadores, enseguida fue preciso edificar otro más.
Dado que las congregaciones de todo el país necesitaban Salones del Reino, tenía que hacerse algo a fin de suministrar edificios adecuados para la adoración pura.
La sucursal acude al rescate
En respuesta, la sucursal elaboró un programa de construcción de Salones del Reino con el objeto de otorgar préstamos para financiar las obras y proporcionar planos de salones cómodos, funcionales y modestos diseñados por profesionales. Además, se ofrecían sugerencias para organizar las obras de construcción y se designaba a hermanos capacitados que daban asesoría técnica. Gracias a este programa, se construyeron Salones del Reino en dos meses, y más tarde, en solo treinta días.
Las congregaciones de Trelew, que necesitaban otro Salón del Reino, se beneficiaron de este programa simplificado de construcción. Tan solo sesenta días después de iniciarse la edificación, disfrutaron de reunirse en su nuevo salón. Fue un excelente testimonio para los habitantes de la población, quienes presenciaron cómo de repente un hermoso Salón del Reino embellecía un solar vacío que había sido poco más que un basurero. Los constructores de la zona estaban tan impresionados que querían contratar a los hermanos.
Salones de Asambleas para reuniones más grandes
Mientras tanto, los hermanos argentinos reconocieron la necesidad de contar con Salones de Asambleas que albergaran mayores concentraciones de personas. En Oberá, en la provincia norteña de Misiones, una familia donó un terreno, donde los hermanos de la localidad levantaron una estructura techada sin paredes. Allí se celebró una asamblea en 1981, con una asistencia de 300 personas. Actualmente hay en la misma propiedad una edificación permanente con cabida para 2.200 asistentes.
Después de la inscripción de la Asociación de los Testigos de Jehová, en 1984, se dedicaron dos Salones de Asambleas en la zona de Buenos Aires: uno en Moreno, en 1986, y otro en Lomas de Zamora, en 1988. Este último había sido una fábrica y una bodega abandonadas. Unos mil quinientos voluntarios se presentaron el 9 de julio de 1985 para dar inicio a las arduas labores de renovación, que duraron dieciocho días ininterrumpidos. Limpiaron el edificio y convirtieron una parte de la fábrica en un auditorio que acoge cómodamente a 1.500 personas. Algunos trabajaron noches enteras a fin de tenerlo listo para la primera asamblea, que se celebró el 27 de julio de 1985. Hoy se cuenta con cuatro Salones de Asambleas, entre ellos el dedicado en Córdoba en 1993.
¿Dónde celebrar las asambleas de distrito?
Debido al crecimiento constante, se hizo cada vez más difícil conseguir instalaciones adecuadas donde tener las asambleas de distrito. Los precios de alquiler eran elevados, y los administradores con frecuencia pasaban por alto los términos del contrato. Además, no era conveniente ni práctico transportar e instalar el sistema de sonido y demás aparatos necesarios. Por otro lado, en los grandes estadios al aire libre, los asistentes estaban expuestos a las inclemencias del tiempo, lo que hacía más difícil que aprovecharan plenamente el programa.
Con el propósito de resolver estos problemas, se compró un terreno en Cañuelas, zona rural localizada al sudoeste de la Capital Federal. La intención era construir un local que sirviera tanto para asambleas de distrito como para las demás asambleas, de manera que complementara los otros cuatro Salones de Asambleas que ya había en el país.
El espacioso Salón de Asambleas de Distrito, con un aforo de 9.400 asientos, quedó listo para la primera asamblea de distrito, en octubre de 1995, menos de seis meses después de haberse iniciado las obras (Joel 2:26, 27). Las instalaciones se dedicaron a Jehová en marzo de 1997. Carey Barber, del Cuerpo Gobernante, pronunció el entusiástico discurso de dedicación, y al día siguiente participó también en una reunión especial realizada en el enorme Estadio River Plate, abarrotado por 71.800 hermanos de todo el país, entre ellos un grupo que había viajado 3.000 kilómetros [1.900 millas] desde la Patagonia.
Nuevos edificios para la sucursal
En diciembre de 1984 se alcanzó un nuevo máximo de proclamadores del Reino: 51.962. El incremento generó una mayor demanda de publicaciones, lo que a su vez exigía contar con una imprenta más espaciosa. Para satisfacer la necesidad, la sucursal compró y remodeló unos edificios de la calle Caldas 1551 de Buenos Aires, con lo que se dispuso de mayor espacio para fábrica y oficinas. También compró una fábrica de cerámica abandonada en la avenida Elcano 3850 de la misma ciudad; se demolió y en su lugar se construyó un hermoso conjunto habitacional.
En total, trabajaron en la construcción 640 voluntarios de tiempo completo, entre ellos 259 del programa de construcción internacional. Cientos de hermanos más ayudaron durante los fines de semana. La presencia de más de doscientos voluntarios extranjeros en el lugar de las obras daba lugar a situaciones interesantes, como cuando un hermano solicitó por escrito la compra de doce palomos blancos. El superintendente del Departamento de Compras quiso saber para qué se necesitaban las aves, y resultó que lo que el hermano pedía eran doce pomos de pintura blanca.
La hiperinflación azotaba el país para el tiempo en que se realizaban las obras. Los precios de los materiales subían hasta tres veces el mismo día, lo que dificultaba la labor de los encargados de las compras. Pero los voluntarios de la construcción jamás olvidaron cuál era la obra más importante: predicar la palabra. Uno de los proveedores solía enviar a algún representante a la construcción, quien siempre recibía, junto con el pedido de materiales, un testimonio cabal. El personal de esa compañía aceptó en total veinte revistas y cinco libros, y el dueño tenía a la vista en su despacho ejemplares de nuestras revistas.
El mismo proceso de edificación sirvió de testimonio. Los hermanos emplearon el método tilt-up, que consiste en fabricar los paneles de hormigón armado en el terreno de las obras para luego colocarlos en su sitio con una grúa. Puesto que era una técnica poco común, atrajo la atención de las constructoras de la localidad. También, los sábados por la mañana llegaban estudiantes de la Facultad de Arquitectura para observar los trabajos y hacer un recorrido por el lugar.
En octubre de 1990 se dedicó a Jehová este hermoso conjunto de edificios. Theodore Jaracz, del Cuerpo Gobernante, presentó un animador discurso de dedicación basado en Isaías 2:2-4. Asistieron a este gozoso acontecimiento muchos de los que habían plantado las primeras semillas de la verdad en la Argentina, junto con invitados de otras sucursales.
Mayor expansión
En cuanto se dedicó la nueva sucursal, hubo que empezar la expansión de la fábrica ubicada en la calle Caldas. En un solar anexo se construyó un edificio de tres pisos con sótano a fin de utilizarlo como depósito de publicaciones. Un grupo de veinticinco voluntarios terminó el trabajo en ocho meses.
Justo cuando surgió la necesidad de contar con más espacio para oficinas, se puso en venta un inmueble que estaba a una calle del Hogar Betel. Y ya que el municipio se volvía cada vez más estricto en la concesión de permisos para construir, adquirir un terreno con una edificación terminada era una alternativa razonable. La construcción tenía más de treinta años, pero se habían empleado materiales de alta calidad: los interiores eran de madera dura y los acabados exteriores, de mármol. De modo que se compró y remodeló, y ahora aloja las oficinas administrativas, así como los departamentos de Compras, Servicio, Construcción y Contabilidad. Se dedicó en 1997, al mismo tiempo que el Salón de Asambleas de Distrito de Cañuelas.
Se presta ayuda a un país vecino
Durante la proscripción, los testigos de Jehová de países limítrofes, como Brasil y Uruguay, ayudaron a los hermanos argentinos a conseguir el alimento espiritual. En la actualidad, la sucursal argentina atiende las necesidades de sus vecinos chilenos, a quienes envía las revistas desde enero de 1987; primero lo hizo mediante un servicio comercial, pero desde 1992 emplea los propios camiones de la Sociedad.
El viaje a Chile implica cruzar la cordillera de los Andes, que se eleva a 3.100 metros [10.200 pies] de altitud. El conductor tiene que ser muy bueno para maniobrar con el semirremolque por una serpenteante carretera en las montañas nevadas; hay una sección que tiene 31 curvas muy cerradas y traicioneras. Pese a todo, el largo viaje es una experiencia gratificante, ya que los hermanos chilenos reciben las revistas a tiempo.
Revistas más atractivas gracias a la impresión a cuatro colores
Al darse cada vez más importancia en el mundo a las imágenes visuales, la Sociedad se planteó la posibilidad de imprimir las revistas La Atalaya y ¡Despertad! a todo color. El objetivo era conseguir el formato más atractivo posible dentro de un presupuesto razonable. Con esa idea presente, la Sociedad Watch Tower de Estados Unidos envió desde Wallkill (Nueva York) a la sucursal argentina una prensa offset de bobina, marca Harris, de cuatro colores, que hubo que desarmar y embalar. Esta valiosa carga llegó a Buenos Aires el 10 de octubre de 1989, pero una vez recibida, había que armarla de nuevo, por lo que viajaron desde la central mundial a la Argentina hermanos con experiencia que supervisarían el trabajo y capacitarían a los operarios de la prensa.
La distribución de las revistas se incrementó enormemente con las láminas a todo color. Para ilustrarlo, en 1991, un año después de empezar la impresión a cuatro colores, la cantidad de ejemplares que se dejaron en manos del público aumentó en casi un millón: de 6.284.504 a 7.248.955.
Las asambleas internacionales sirven de estímulo mutuo
Después de tantos años de proscripción, los Testigos argentinos anhelaban tener de nuevo la oportunidad de ser anfitriones de una asamblea internacional. Por fin, en diciembre de 1990 recibieron en Buenos Aires a cerca de seis mil hermanos de más de veinte países para la Asamblea Internacional “Lenguaje Puro”. A ella también asistieron John Barr y Lyman Swingle, del Cuerpo Gobernante, quienes pronunciaron animadoras conferencias. El programa de cuatro días se presentó tanto en el Estadio River Plate como en el Vélez Sarsfield, ante una asistencia conjunta de más de sesenta y siete mil personas.
Si bien los asambleístas estaban unidos en la adoración, su diversidad cultural se manifestaba de forma palpable. Podía verse a hermanas españolas con sus preciosos trajes típicos, a japonesas ataviadas con los tradicionales kimonos y a mexicanos con traje negro y sombrero de ala ancha.
Nadie quería irse cuando terminó la asamblea. Los hermanos se pusieron a entonar espontáneamente cánticos del Reino, cada grupo nacional en su idioma, al tiempo que hacían ondear sus pañuelos. Así pasó casi una hora, hasta que por fin abandonaron los estadios. Un reportero gráfico expresó lo siguiente: “Nunca antes había ocurrido algo parecido en la Argentina, [...] ¡tanto sentimiento y cariño!”.
Ahora piense en lo emocionados que estarían los hermanos argentinos si se les invitara a una asamblea internacional en otro país. Pues eso ocurrió en 1993. ¿Cuál era su destino? Santiago de Chile. Más de mil hermanos de la Argentina recorrieron en catorce autobuses fletados los 1.400 kilómetros [870 millas] que separan Buenos Aires de Santiago. Nada, ni siquiera la oportunidad que les ofreció su viaje de veintiséis horas de contemplar el espectacular paisaje que se ve al atravesar los Andes, podía igualarse a la alegría de congregarse, durante los cuatro días de la Asamblea de Distrito “Enseñanza Divina”, con cerca de ochenta mil hermanos cristianos procedentes de veinticuatro países.
Algún tiempo después, en 1998, se invitó a la sucursal argentina a enviar representantes a las asambleas internacionales “Andemos en el camino de Dios” de São Paulo (Brasil) y San Diego (California, E.U.A.). Sara Bujdud, precursora especial que lleva muchos años en ese servicio, disfrutó a plenitud de la asamblea de San Diego junto con más de cuatrocientos hermanos argentinos. Ella comenta: “Fue muy amoroso de parte del Cuerpo Gobernante disponer que nos alojáramos en casas de hermanos, pues nos permitió entrever cómo será la vida en el nuevo mundo, cuando las barreras raciales y lingüísticas hayan desaparecido”.
“La lengua de los enseñados”
A consecuencia de la celosa predicación de los hermanos y de los programas espirituales, como las asambleas internacionales, muchas personas respondieron a la verdad y se sumaron al grupo cada vez mayor de publicadores activos. En 1992 se alcanzó un máximo de 96.780, lo cual significaba que la cantidad de Testigos se había duplicado desde la inscripción oficial, en 1984.
Era evidente que se necesitaban más pastores que atendieran el creciente rebaño de las ovejas de Dios (Isa. 32:1, 2; Juan 21:16). Por ello, Jehová suministró un programa cuyo objetivo era capacitar a los ancianos y los siervos ministeriales solteros para cuidar de las congregaciones: la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Esta comenzó en 1987 en Estados Unidos, y en noviembre de 1992 se inauguró en la Argentina. Los antiguos edificios de Betel fueron el lugar ideal donde celebrarla.
Los 375 estudiantes, entre ellos 91 hermanos de países vecinos, demostraron un extraordinario aprecio por el privilegio. Tomar dos meses de licencia en el trabajo para asistir a la Escuela de Entrenamiento Ministerial no era una decisión sencilla. Algunos renunciaron a su empleo y otros fueron despedidos. Sin embargo, Jehová da lo necesario a quienes ponen los intereses del Reino en primer lugar en la vida. Así que muchos fueron bendecidos con un trabajo mejor remunerado y en mejores condiciones que el anterior (Mat. 6:33).
Hugo Carreño era empleado bancario cuando recibió la invitación de asistir a la primera clase. El sueldo era bueno, y el horario le permitía ser precursor. Después de orar con fervor a Jehová, expuso la situación a su jefe, pero este le dijo que era imposible concederle permiso para asistir a la escuela. Ante eso, Hugo contestó: “Yo voy a ir, pero agradecería mucho que me guardaran el puesto hasta que terminara el curso”.
La junta directiva discutió el caso, y le otorgaron el permiso. Pero en la graduación se le nombró precursor especial, lo que significaría dedicar ciento cuarenta horas mensuales al ministerio. Hugo oró con intensidad antes de comunicarle al jefe su renuncia. ¿Cómo reaccionó este? “Lamentamos mucho perderlo —le dijo—, pero deseamos que le vaya bien en su nueva labor.” Hugo, que ahora es superintendente viajante, dice al respecto: “He visto en repetidas ocasiones que Jehová nos sostiene cuando nuestra decisión es que lo primero en la vida sea servirle”.
Los graduados están fortaleciendo las congregaciones a las que han sido enviados y demuestran la veracidad de las palabras de Jesús: “La sabiduría queda probada justa por sus obras” (Mat. 11:19). La calidad de las reuniones ha mejorado, y como resultado aumentan las asistencias. Tales hermanos aprovechan la capacitación recibida para tratar de “responder al cansado con una palabra” cuando pastorean el rebaño de Dios (Isa. 50:4). Algunos graduados sirven en la actualidad en la obra del circuito, y muchos otros son superintendentes de circuito sustitutos.
Ayuda para ‘seguir absteniéndose de sangre’
El aumento en la cantidad de publicadores implicó asimismo un incremento en el número de Testigos que requerían atención médica. Y puesto que los hermanos ponen todo su empeño en armonizar su vida con el mandato bíblico de ‘seguir absteniéndose de sangre’, resultó útil establecer una red de servicios de apoyo que les diera la ayuda necesaria (Hech. 15:29).
La comunidad médica no quería dejar de transfundir sangre cuando esta se consideraba necesaria. Por otro lado, la mayoría de los jueces autorizaban con facilidad la administración de sangre por la fuerza a los pacientes Testigos. En cierto caso, un juez ordenó que se pusiera sangre a un enfermo que contaba con un documento legal válido en el que expresaba su negativa a aceptarla bajo ninguna circunstancia.
En febrero de 1991 se celebró en Buenos Aires un seminario internacional que dio origen al programa de los Comités de Enlace con los Hospitales. Tres miembros del Departamento de Servicios de Información sobre Hospitales, de Brooklyn, fueron los instructores de 230 hermanos procedentes de la Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay. Los participantes aprendieron a identificar las necesidades de los pacientes Testigos y a encontrar maneras de asistir a los médicos con información sobre tratamientos sin sangre.
En la actualidad funcionan en las principales ciudades del país diecisiete comités, compuestos por 98 ancianos, que proporcionan información de suma importancia a la comunidad médica y apoyo amoroso a sus hermanos. Complementan su labor cientos de otros abnegados ancianos que integran los Grupos de Visita a Pacientes, quienes van a ver a los Testigos hospitalizados para ayudarlos y animarlos. Además, actualmente hay en la Argentina unos tres mil seiscientos médicos dispuestos a atender a los testigos de Jehová sin recurrir a la sangre.
Obras de socorro motivadas por el amor
La Argentina, por supuesto, no es inmune a los desastres naturales. ¿Qué hacen los testigos de Jehová ante tales adversidades? El 23 de noviembre de 1977, un terremoto de 7,4 grados en la escala de Richter ocasionó daños graves en toda la región centrooccidental del país. A pesar de la proscripción que pesaba entonces sobre ellos, los testigos de Jehová organizaron de inmediato una campaña de socorro, a la que se sumaron, motivados por el amor, los hermanos que vivían cerca del lugar, pese a las dificultades que ello representaba (1 Tes. 4:9).
El mismo día del desastre, Testigos de las provincias vecinas de Mendoza y San Luis se dirigieron a la zona afectada valiéndose de todo medio de transporte imaginable. Debido a las enormes grietas que abrió el temblor, las autoridades habían cerrado casi todas las carreteras de acceso a la ciudad de Caucete, que había quedado devastada. Por tanto, los hermanos buscaron otras rutas por los pueblos vecinos a fin de llevar alimento, ropa y artículos de primeros auxilios. Cuando estaban cerca de la ciudad, vieron ascender desde el suelo lo que parecía una nube de humo, pero en realidad era el polvo que había levantado el terremoto. La gente había perdido, en unos instantes, su hogar y sus posesiones, y algunos, hasta la vida. Se escuchaban lamentos por doquier. Más de mil casas de esa ciudad quedaron totalmente destruidas, incluidas las de todos los hermanos. Sin demora, los aproximadamente cien Testigos que participaron en las obras de socorro instalaron refugios provisionales.
María de Heredia, precursora regular de la Congregación Caucete, relata: “La hija de mi vecina estaba a punto de dar a luz y tenía contracciones. Los hermanos levantaron una carpa grande en su propiedad. Esa misma noche hubo una tremenda tormenta. Mi agradecida vecina exclamó: ‘¡Quién diría que nadie de la iglesia se ha presentado para saber si estamos vivas o muertas! Los testigos de Jehová nos ayudaron cuando necesitábamos un lugar donde refugiarnos’”.
En abril de 1998 de nuevo hubo necesidad de organizar una misión de socorro. En este caso, las lluvias torrenciales provocaron graves inundaciones al norte del país, sobre todo en las provincias de Corrientes, Formosa, Chaco y Santa Fe. En Goya (Corrientes), la precipitación fue de 60 centímetros [24 pulgadas] en un lapso de setenta y dos horas. El torrente inundó las casas y arruinó las pertenencias del 80% de los Testigos del lugar; además, arrasó cultivos y animales, así como puentes y carreteras, por lo que quedaron cortados los accesos a la ciudad. El hermano Heriberto Dip, superintendente de circuito de la zona afectada, y los ancianos de la localidad dividieron el territorio en secciones y visitaron a los hermanos en sus hogares. Hubo que evacuar a algunos en canoas y llevarlos al Salón del Reino. A todos se les proveyó de alimento, ropa y medicinas.
Cuando los publicadores de la cercana provincia de Entre Ríos se enteraron de las dificultades por las que atravesaban sus hermanos de Goya, respondieron con presteza. En tan solo dos días, las doce congregaciones de Paraná, en la provincia de Entre Ríos, reunieron casi cuatro toneladas de ropa y alimentos no perecederos, y las cargaron en un camión que les prestó la Dirección Provincial de Vialidad.
La entrega no fue nada fácil, pues dos de los puentes estaban destruidos. Cuando los hermanos llegaron al primer punto donde había habido un puente, lo primero que hicieron fue ayudar al personal de carreteras a acomodar cientos de sacos de arena. Después, descargaron el camión, cruzaron el río con los suministros y los cargaron de nuevo en unos camiones que esperaban en la otra orilla.
En el segundo tramo, la carretera por la que iban estaba tan inundada y la corriente era tan fuerte, que se les hacía difícil controlar los vehículos. Al anochecer llegaron a donde había estado el segundo puente. Los militares que estaban destacados en ese lugar tenían un bote grande, y aceptaron hacer varios viajes para pasar las provisiones al otro lado del río.
Allí, por fin, el equipo de socorro se encontró con los hermanos de Goya, y continuaron juntos el viaje. Los Testigos de Goya estaban muy conmovidos por el amor y la determinación de sus hermanos cristianos, mientras que los de Paraná quedaron fortalecidos por el firme aguante de las víctimas de la inundación.
Las congregaciones de la zona inundada también dieron testimonio mediante sus constantes expresiones de amor. En un caso, el esposo no creyente de una hermana manifestó su honda preocupación y tristeza por la difícil situación económica que habían provocado las lluvias. La hermana le aseguró que la congregación los ayudaría. Al día siguiente, su tristeza se convirtió en alegre sorpresa cuando los ancianos llegaron a su casa con abundantes provisiones. Para cuando los suministros de socorro civiles y gubernamentales por fin llegaron a la gente, los Testigos ya habían recibido ayuda cuatro o cinco veces.
No disminuye el espíritu de precursor
Aunque los hermanos afectados por las inundaciones perdieron sus posesiones, estaban resueltos a seguir predicando la palabra. Varios publicadores de la zona inundada aumentaron su predicación. En una congregación, muchos emprendieron el precursorado auxiliar, aunque el 80% de su territorio se hallaba anegado.
Las congregaciones organizaron la predicación en territorios céntricos de negocios, en hospitales, en terminales de autobuses y edificios. A pesar de que las lluvias continuaron, los precursores siguieron predicando en esos lugares sin tener que mojarse mucho. Los precursores auxiliares también aprendieron a trabajar en equipo, a apoyar los planes para el servicio del campo y a manifestar un espíritu positivo. Como resultado de haber experimentado el cuidado amoroso de Jehová a través de circunstancias sumamente difíciles, muchos de ellos son precursores regulares en la actualidad.
La escena del mundo está cambiando
La sucursal argentina reconoce que “la escena de este mundo está cambiando”, por lo que animó a los superintendentes de circuito a modificar sus horarios a fin de ponerse en contacto con un mayor número de personas (1 Cor. 7:31). En algunos lugares es difícil hallar a alguien en casa durante el día porque cada vez más gente trabaja a tiempo completo. Así que se sugirió predicar en las calles o en los negocios por la mañana con el fin de dejar la predicación de casa en casa para las primeras horas del anochecer. También se está haciendo hincapié en la predicación informal y telefónica. Se anima a los publicadores a estar atentos a toda oportunidad de hablar con la gente.
Mientras predicaba de casa en casa, una hermana se fijó en un señor que jugaba con sus hijos en el parque al otro lado de la calle. Aunque un poco indecisas, ella y su compañera lo abordaron. Entablaron una conversación con él y les sorprendió su buena reacción. El señor hasta les dio la dirección de su hogar. Cuando la hermana y su esposo lo visitaron, tanto él como su esposa los esperaban ansiosos. Al cabo de varias conversaciones se inició un estudio bíblico. Los testigos de Jehová habían tocado muchas veces a su puerta, pero la señora nunca había mostrado interés. La familia está progresando bien, asiste a las reuniones y participa en ellas.
En la provincia sureña de Santa Cruz, Claudio Julián Bórquez aprovecha su puesto de guía turístico para dar testimonio informal a los turistas que visitan el parque nacional Los Glaciares. En él hay trece enormes glaciares, entre ellos el Perito Moreno, de casi cinco kilómetros [3 millas] de ancho, que atrae a turistas de todo el mundo. Cuando los visitantes expresan su admiración por la belleza del glaciar, el hermano dirige la atención al Creador y distribuye publicaciones en diferentes idiomas. Efectivamente, los testigos de Jehová de la Argentina se valen de toda oportunidad para predicar la palabra a “hombres de toda clase” (1 Tim. 2:4).
La predicación en las calles es otro medio de llevar a la gente el mensaje de la Biblia. Víctor Buccheer, que se encuentra muy activo en este rasgo de la obra, invitó a un publicador irregular a que lo acompañara. Este entraba a trabajar a las ocho y media de la mañana, por lo que decidieron empezar a predicar en las calles a las cinco y treinta de la madrugada. Pues bien, dicha actividad matutina ayudó al publicador y a los nueve miembros de su familia a volver a ser regulares en el ministerio. Iniciaron varios estudios bíblicos y distribuyeron un total de 176 revistas en un mes. Estos resultados animaron a otros hermanos a salir con ellos a la obra en las calles a primeras horas de la mañana.
Misioneros veteranos continúan activos como ministros
A lo largo de los años han servido en la Argentina muchos misioneros; aprendieron un nuevo idioma, se adaptaron a costumbres diferentes, aguantaron problemas de salud e hicieron frente a dificultades durante las proscripciones. Algunos tuvieron que dejar el país por cambios de asignación, motivos de salud o responsabilidades familiares. Gwaenydd Hughes, graduado de la sexta clase de Galaad, se casó y crió a sus dos hijos; fue fiel a Jehová hasta el día de su muerte. Otros fallecieron en su asignación, como Ofelia Estrada y Lorene Eisenhower. Con todo, muchos misioneros devotos de las primeras clases de Galaad continúan activos en sus asignaciones.
Helen Nichols y Helen Wilson, de la primera clase de Galaad, fueron destinadas a la Argentina en 1948. En 1961 se las envió a la provincia noroccidental de Tucumán. En aquel entonces, solo había una pequeña congregación en San Miguel de Tucumán. Hoy la ciudad cuenta con trece congregaciones y siete Salones del Reino, y hay otras cinco congregaciones en la zona circundante. ¡Cuánto ha alegrado a estas misioneras haber tenido parte en el aumento!
Charles Eisenhower, de la primera clase de Galaad, inició su servicio misional en Cuba, donde permaneció de 1943 a 1948 y vio crecer la cantidad de publicadores de 500 a 5.000. Luego fue asignado a la Argentina, donde sirvió de misionero, después de superintendente de circuito y más tarde de superintendente de distrito, hasta abril de 1953, año en que se le nombró superintendente de la sucursal. Ha tenido el privilegio de ver aumentar la cantidad de publicadores en la Argentina de 900 a más de 120.000. El hermano Eisenhower, que sirve de coordinador del Comité de Sucursal, señala: “No hay nada que pueda producir más felicidad a un joven que dedicar totalmente la vida al servicio de Jehová”.
El gozo de servir a Jehová
Los Testigos argentinos que han emprendido la carrera del ministerio de tiempo completo también están contentos de dedicar su vida al servicio a Jehová. Marcelo y María Oliva Popiel se bautizaron en 1942 y 1946, respectivamente, y han sido precursores especiales durante cuarenta y cuatro años. Para ellos, la proscripción de 1976 no fue una experiencia nueva, pues ya habían vivido las restricciones que sufrió la obra poco después de haberse impuesto la proscripción de 1950. Por tanto, ayudaron a los nuevos a sobrellevar las inconveniencias provocadas por la segunda proscripción y los estimularon a continuar fieles en su servicio. Marcelo valora sus años de servicio a Dios. Dice: “Es un gozo haber servido a Jehová con lealtad. Le estamos muy agradecidos por habernos concedido el privilegio de servirle y habernos permitido emplear los mejores años de nuestra vida efectuando una obra que realmente vale la pena”.
Pietro Brandolini, quien se bautizó en 1957 y ha servido de precursor especial por casi cuarenta años, comparte el mismo sentir. Le alegra haber dedicado su vida al ministerio de tiempo completo, pues ha recibido más bendiciones de las que jamás hubiera imaginado. Dice, entusiasmado, que Jehová siempre ha cuidado de él, tanto en sentido espiritual como material.
Pietro tiene más de 70 años de edad, y a veces le aquejan problemas de salud. A pesar de ello, se mantiene activo como precursor especial. Hace poco conoció al maestro de una escuela católica y le ofreció un estudio bíblico, que el maestro aceptó gustoso. Después del cuarto estudio, el hombre le dijo que tenía el convencimiento de que lo que estaba aprendiendo era la verdad. El hermano le advirtió de que podría perder el empleo si los sacerdotes de la escuela se enteraban de que estudiaba con los testigos de Jehová. Pero él contestó que eso no le preocupaba, porque podía encontrar trabajo en otra parte. ¡Qué feliz se sintió Pietro al escuchar cuánto valoraba aquel maestro de escuela la verdad de la Palabra de Dios!
Celosos de obras excelentes
Muchos otros hermanos han reconocido la urgencia de los tiempos y han demostrado ser “celoso[s] de obras excelentes” (Tito 2:14). Actualmente hay más de ciento veinte mil publicadores en la Argentina, y más de siete mil han hecho lugar en su vida para el servicio de precursor regular. Hernán Torres es uno de ellos. Tiene casi 70 años, está ciego y confinado a una silla de ruedas, por lo que le cuesta más trabajo satisfacer el requisito de horas para los precursores. Algunos días se levanta temprano y se dirige a cierto sitio del hogar de ancianos donde vive. Una vez allí, conversa con otros residentes acerca de la Biblia, hace revisitas y deja las revistas a los que tiene en su ruta. Si hace buen tiempo, se sienta afuera de la casa y predica a los transeúntes. Otros días lo acompaña algún hermano en el ministerio de puerta en puerta. Como no ve, su compañero le hace saber con quién está hablando. Si es un señor el que sale, su compañero le toca el hombro una vez; si es una señora, dos veces, y si es un joven, tres.
Otro precursor regular, Rolando Leiva, es peluquero. En su peluquería tiene a disposición de los clientes varias publicaciones de la Sociedad Watch Tower, con los números más recientes de La Atalaya y ¡Despertad! siempre a la vista. Los clientes ya están acostumbrados a que solo haya publicaciones de la Watch Tower para leer. “Como cobro muy barato por recortar el pelo, los clientes están dispuestos a aceptar mis condiciones”, explica Rolando. Mientras atiende a una persona, mira por el espejo a los que están esperando. “Cuando veo que alguien lee con interés alguna revista, entablo conversación con él mientras le recorto el cabello”, relata. Con este método consiguió 163 suscripciones en un solo año de servicio. También ha comenzado muchos estudios bíblicos con sus clientes; ocho de los que dirige actualmente los inició dando testimonio informal en su peluquería.
Los jóvenes también están predicando la palabra con celo. Elber Heguía tiene 13 años y lleva dos de precursor en la Congregación Centro de San Pedro, en la provincia de Jujuy. Una hermana le dio la dirección de un señor a quien había predicado en la calle. Cuando Elber atendió la revisita, se encontró con la sorpresa de que se trataba de un profesor de artes marciales. Se dirigió a él y le explicó la razón de su presencia en el lugar, después de lo cual el señor aceptó un ejemplar del libro El conocimiento que lleva a vida eterna. Como le gustó el libro, pidió ejemplares para sus alumnos. El resultado fue que Elber dejó 50 libros, 40 folletos y varias revistas, y empezó a estudiar la Biblia con el instructor y veinticinco de sus estudiantes. Algunos están progresando bien.
Testigos hasta y desde la parte más distante de la Tierra
Fueron celosos publicadores de otros países quienes al principio trajeron las buenas nuevas a la Argentina, y los hermanos del país han imitado su espíritu de abnegación. La familia Betel ha crecido hasta los 286 miembros. Y hay 300 hermanos más que participan en diferentes rasgos del servicio especial de tiempo completo.
Otros se han ofrecido para servir en países donde la necesidad es mayor (Isa. 6:8). Por ejemplo, en los años ochenta, el Cuerpo Gobernante dispuso que veinte hermanos de la Argentina sirvieran de misioneros en Paraguay sin haber asistido a la Escuela de Galaad. Más recientemente, una gran cantidad de hermanas solteras, así como otros hermanos, se han mudado a ese país para servir donde hay mayor necesidad. Se han adaptado de buena gana al calor y la humedad con el fin de declarar las buenas nuevas. Muchos de los 73 hermanos argentinos que ahora sirven en Paraguay están tratando de aprender el idioma nativo, el guaraní, a fin de llegar a más personas.
Con el paso de los años, muchos han ido a servir a Bolivia y a Chile de precursores y superintendentes viajantes. Cuando se abrió la obra en Europa del Este, se hizo disponible un hermano argentino que habla húngaro, y ahora sirve en Hungría de superintendente de circuito. Un matrimonio preguntó en cuanto a la posibilidad de mudarse para ayudar con la obra de predicación en Benín (África), y se les envió allí de misioneros. Su amor refleja la actitud de toda persona que forma parte del pueblo de Jehová y habita el paraíso espiritual, donde no existen barreras nacionales.
En la Argentina, los fervientes proclamadores de las buenas nuevas del Reino han estado dispuestos a “predica[r] la palabra, [ocupándose] en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso” (2 Tim. 4:2). Gracias a su persistente empeño, más de ciento veinte mil personas alaban hoy día a Jehová en este país y disfrutan de Su abundante bendición (Pro. 10:22).
[Tabla de la página 186]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Aumento en la cantidad de Testigos durante los años de la proscripción
1950 1960 1970 1980
1.416 7.204 18.763 36.050
[Ilustraciones a toda plana de la página 148]
[Ilustraciones de la página 150]
Hermanos que participaron en colocar los cimientos de la predicación de las buenas nuevas en la Argentina: 1. George Young. 2. Juan Muñiz. 3. Carlos Ott. 4. Nicolás Argyrós
[Ilustración de la página 152]
Armando Menazzi predicó junto con otros entusiastas Testigos en por lo menos diez provincias utilizando este ómnibus
[Ilustración de la página 156]
El hermano Knorr (a la derecha) en una de las asambleas que tuvieron lugar en 1953, durante la proscripción
[Ilustración de la página 161]
La primera prensa offset de bobina que usaron los testigos de Jehová
[Ilustración de la página 162]
Asamblea Internacional “Victoria Divina” en Río Ceballos (1974)
[Ilustración de la página 178]
Una asamblea celebrada en el bosque durante los difíciles años de la proscripción
[Ilustración de la página 193]
Salón del Reino flotante en el delta del río Paraná
[Ilustración de la página 194]
Steven y June Lee sirven en un circuito coreano internacional
[Ilustración de la página 200]
Uno de los Salones del Reino de construcción rápida más australes, en Ushuaia (Tierra del Fuego)
[Ilustraciones de la página 202]
Salones de Asambleas argentinos: 1. Moreno. 2. Córdoba. 3. Lomas de Zamora. 4. Misiones
[Ilustración de la página 204]
Salón de Asambleas de Distrito de Cañuelas
[Ilustraciones de las páginas 208 y 209]
Asamblea internacional de 1990
[Ilustración de la página 215]
Las fuertes inundaciones que se produjeron en el norte de la Argentina dejaron a muchos a la intemperie
[Ilustraciones de la página 218]
Algunos de los primeros misioneros que aún sirven en la Argentina: 1. Filia Spacil. 2. Edith Morgan. 3. Sophie Soviak. 4. Helen Wilson. 5. Mary Helmbrecht. 6. Charles Eisenhower
[Ilustraciones de la página 223]
1. Comité de Sucursal (de izquierda a derecha): M. Puchetti, N. Cavalieri, P. Giusti, T. Kardos, R. Vázquez y C. Eisenhower
Edificios de la sucursal: 2. Oficinas. 3. Imprenta. 4. Hogar Betel