2 Aprenda a comunicarse mejor
Si sus hijos quieren hablar con usted, trate de dedicarles tiempo
“Yo he aprendido a escuchar, a escuchar y a escuchar. No importa que me esté cayendo de cansancio.” (MIRANDA, DE SUDÁFRICA)
El desafío.
“Mi gran reto —dice Cristina— es estar con mi hija no solo físicamente, sino también mental y emocionalmente, sin importar lo que tenga que hacer o lo agotada que esté.”
Sugerencias.
Mantenga abiertas las líneas de comunicación. Elizabeth comenta: “Dándoles el ejemplo, he logrado que mis cinco hijos sean más comunicativos conmigo. Además, los animo a hablar entre ellos y a nunca irse a la cama si están peleados. Saben que en la casa está prohibida la ley del silencio”.
No se desconecte de lo que le dicen sus hijos. Lyanne escribe: “Cuando mi hijo era pequeño hablaba como una cotorra, así que yo simplemente me desconectaba. Pero luego, cuando llegó a la adolescencia, dejó de hablar. Allí me di cuenta del error que había cometido. Me esforcé mucho —demasiado, quizás— por derribar el muro que nos dividía. Hablé con un anciano de mi congregación, y me recomendó que me tomara las cosas con más calma y que tratara de iniciar conversaciones con mi hijo poco a poco; seguí su consejo y, lentamente, las cosas comenzaron a mejorar”.
Sea paciente. Eclesiastés 3:7 dice que hay un “tiempo de callar y [un] tiempo de hablar”. Dulce, madre de tres hijos, recuerda: “Si mis hijos no estaban de humor para conversar, me aseguraba de que supieran que podían venir en el momento en que lo quisieran”. Así es, en vez de forzar la comunicación, foméntela con cariño y paciencia. Eso es lo que recomienda la Biblia: “Los planes de la mente humana son profundos como el mar; quien es inteligente los descubre” (Proverbios 20:5, Traducción en lenguaje actual).
Sea “presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar” (Santiago 1:19). Lizaan señala: “Tuve que aprender a morderme la lengua cuando mis niños me contaban sus problemas, a contenerme de dar consejos precipitados y a medir mis palabras aunque el asunto me alterara”. Leasa, que tiene dos hijos, escribe: “No siempre he sido la mejor para escuchar; a veces, los problemas de mis hijos me parecían insignificantes, así que tuve que aprender a ponerme en su lugar”.
“Que sus conversaciones sean siempre agradables.” (Colosenses 4:6, El libro del Pueblo de Dios.) Lyanne dice: “A fin de no romper las líneas de comunicación, he tenido que hacer un verdadero esfuerzo por conservar la calma, incluso cuando la situación es seria”.
Si no consigue controlarse, podría perder los estribos y empezar a gritar, lo cual es perjudicial en muchos sentidos (Efesios 4:31). Por ejemplo, los gritos pueden hacer que un niño se encierre en sí mismo o que desarrolle problemas de conducta. “Los niños son como almejas —comenta Heidi, madre de una adolescente—. Si les hablas con cariño, abren su ‘caparazón’, pero si les gritas, lo cierran y allí acaba la comunicación. En la puerta de la nevera tengo pegado el dibujo de una almeja abierta para nunca olvidarlo.”
Conozca a sus hijos. Yasmin comenta: “Mis dos hijos son muy distintos. Uno es extrovertido; el otro es más retraído. La experiencia me ha enseñado que con el retraído es mejor no tocar ningún tema de manera directa. Es mejor hablarle mientras estamos haciendo otra cosa, como jugar un juego de mesa, o mientras está contándome algo que le llama la atención. En esos momentos le pregunto discretamente qué piensa sobre cierto asunto”.
A veces, un niño puede sentirse incómodo hablando con su madre de algunos temas privados. Eso le sucedió al hijo adolescente de Misao. “Tú no entiendes de esas cosas”, le decía. ¿Qué hizo ella? Pedirle ayuda a un hermano maduro de su congregación que era de toda su confianza. “El hermano se convirtió en su consejero, y ahora mi hijo está más tranquilo”, comenta Misao.
No confunda los papeles de padre y amigo. Iwona, madre de dos hijos, cometió el error de convertir a su hija adolescente en confidente. Aunque sabía que no estaba bien, no pudo evitar caer en la trampa. Sin embargo, con el tiempo corrigió su equivocación. Otra cosa que los padres no deben olvidar es quién es la autoridad en casa. Es lógico que desee tener una relación afectuosa con sus hijos, pero si mantiene su dignidad y se comporta con madurez y equilibrio, a ellos les será más fácil ser respetuosos con usted y seguir el mandato bíblico: “Hijos, sean obedientes a sus padres” (Efesios 6:1, 2).
“[Ame] a sus hijos.” (Tito 2:4.) Para los niños, el amor es tan vital como el agua y el alimento. Confírmeles a menudo que los ama, de palabra y obra. A cambio, ellos estarán más dispuestos a hablar con usted y a obedecer sus normas y, además, se sentirán más seguros.