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¡Despertad! 1972
g72 8/4 págs. 21-24

Escuela en safari

POR EL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN LA REPÚBLICA DE ZAÏRE

¿LE GUSTARÍA hacer un viaje de 8.000 kilómetros a través de siete de las ocho provincias de la República de Zaïre? Mi esposa y yo hicimos ese viaje. Nos llevó un año y cinco meses, y estuvo lleno de fascinantes experiencias.

Nuestra escuela era en safari. “Safari” es la palabra para “viaje” en swahíli, uno de los muchos idiomas de Zaïre. Esta no era una escuela para niños, sino para ministros cristianos adultos. El propósito de la escuela era equipar a estos hombres para atender más eficazmente las necesidades espirituales de los miembros de sus respectivas congregaciones.

Por todo el mundo los testigos de Jehová conducen la Escuela del Ministerio del Reino, que es el nombre que se le da a este curso de instrucción. Por lo general las clases se celebran en un solo lugar en cierto país, o quizás en algunas ubicaciones permanentes, y los superintendentes cristianos viajan para asistir a ellas.

Sin embargo, la República de Zaïre (anteriormente la República Democrática del Congo) es un vasto país donde algunos no podrían costear un largo viaje. No obstante por medio de nuestra “escuela en safari,” que les acercó la escuela, fue posible que estos ministros asistieran sin indebida carga financiera.

Hubo, en promedio, unos veinte ministros en cada clase. La enseñanza duraba dos semanas. Se enseñaron lecciones bajo cuatro encabezamientos principales: Superintendentes, Enseñanzas del Reino, Reuniones y Ministerio del campo. La Biblia fue el libro de texto principal, aunque se usaron otras ayudas para el estudio de la Biblia. Como sucede con la Escuela del Ministerio del Reino en todas partes, no se cobraba por la enseñanza; todo el entrenamiento era gratuito.

Viajamos en nuestra camioneta Land Rover. Llevamos nuestra cama plegable, utensilios para cocinar, abastecimiento de alimentos de consumo general, lámparas, libros para la escuela, pizarrón, ropa personal, repuestos para el Land Rover, pala, hacha, tablones, cable de acero, latas para gasolina extra y mapas. El empacar todo esto es un arte, pues todo tiene que ir apretado para evitar las roturas y el desgaste en los caminos malos. En algunos de los caminos uno siempre tiene que estar preparado para la posibilidad de avería o cualquier otra eventualidad. Al juzgar por las nítidas líneas rojas de los caminos en los mapas éstos no parecen muy complicados, ¡pero el recorrerlos es harina de otro costal!

De una de las etapas más largas de nuestro safari, desde la provincia de Kasai hasta Kinshasa, una distancia de 1.600 kilómetros y cuatro días de manejo difícil, dos cosas resaltan en nuestra mente. Primero, la arena profunda en muchas secciones del camino. A veces nos era necesario usar la primera velocidad, con tracción en las cuatro ruedas, para abrirnos paso a través de los largos trechos de terreno profundos. Y segundo, la gran cantidad de ríos, algunos de los cuales eran muy anchos. Algunos de los ríos más pequeños eran atravesados por puentes, pero once de los más anchos los atravesamos en transbordador.

Transbordadores fascinantes

El viajar en transbordadores es una verdadera experiencia. Por lo general solo constan de tres o cuatro canoas largas de madera o botes metálicos sencillos amarrados, con una plataforma de madera en la parte superior. Actualmente la mayoría es impelida por motores exteriores. Sin embargo, unos cuantos todavía son impulsados con remos o con pértigas por hombres de la localidad. En un paso el transbordador contaba con un equipo de diez hombres. El jefe del equipo salmodiaba para coordinar el remar.

Sin embargo, otros transbordadores operan con el sistema de cable. El cable está atado a postes de concreto en ambas orillas, y el transbordador se desliza por el río, arrastrado por la corriente y deslizándose en el cable por medio de una polea movible.

El abordar el transbordador a menudo es un asunto complicado, pues uno tiene que viajar sobre dos tablones equilibrados precariamente e invariablemente colocados en un ángulo peliagudo. Siempre exhalábamos un suspiro de alivio cuando atravesábamos cada río a salvo y el Land Rover se hallaba otra vez en tierra firme.

Los transeúntes también utilizan los transbordadores y parece que no hay límite del número de ellos. Muy a menudo el Land Rover quedaba completamente rodeado de gente. Íbamos apretados como sardinas en lata. Sin embargo, la falta de espacio para respirar no nos preocupaba tanto como el ver que el agua empezaba a entrar por el borde de las canoas. Sin embargo esto no parecía preocuparle a nadie más. ¡De algún modo los hombres se las arreglaban para sacar el agua tan aprisa como entraba!

Viajando por el río

En una etapa de nuestro safari, de Kinshasa a Boende en la provincia del Equateur, viajamos en barco durante ocho días porque los caminos estaban especialmente malos. Los barcos de río son lanchas grandes de motor que empujan o tiran de varias barcazas sin motor. Nuestro dormitorio estaba en el primer puente del barco principal, de modo que teníamos la ventaja de una vista elevada del paisaje de la orilla del río así como de las barcazas. Allí en una de ellas podíamos ver a nuestro Land Rover, rodeado de cajas, canastas, mercancías y gente. Un grupo decidió que el Land Rover constituía una excelente pared y por eso conectaron una especie de tienda colgadiza improvisada para suministrar resguardo del sol.

Lo que más nos asombró fue la cantidad de personas y mercancías atestadas a bordo. Parece que aquí el lema en toda forma de transporte público es: “¡Con demasiados basta!” Había cabras amarradas, pollos liados, grandes tazones de agua que contenían peces que se retorcían y nadaban de un lado a otro, dos cocodrilos vivos con la boca y la cola atadas, una tortuga de agua, cerdos silvestres y jaulas de loros y otras aves. También había numerosos canastos de pescado ahumado, el olor del cual se elevaba fuertemente bajo el caluroso sol.

El ruido también es digno de mención. En el fondo estaba el constante latido de los poderosos motores. Esto impulsaba a todos a gritar para hacerse oír aun en conversación usual. Los niños jugando, riendo y a menudo llorando, así como las cabras y los pollos, añadían sus voces al coro. En suma, el barco era un escenario lleno de acción con bastante para absorber la vista y el oído.

En cada parada había una ola de actividad intensificada a medida que algunos salían del barco y otros lo abordaban. Pero aun antes de que atracara el barco, centenares de canoas a menudo se deslizaban aprisa y nos rodeaban. Por lo general tenían más peces o animales que vender. El verlo era algo fascinante.

Los vendedores se equilibraban precariamente mientras estaban de pie en sus canoas, y regateaban con los pasajeros en cuanto al precio de su pescado o carne. Los que estaban en el barco se apiñaban en la barandilla, y en medio del regateo acalorado era difícil saber cuál pasajero estaba tratando con cuál vendedor. Parecía que todo el mundo trataba de gritar más fuerte que su vecino. Sea con ademanes de los brazos para expresar disgusto por las ofertas bajas o por un acuerdo con resignación de un trato, finalmente se efectuaban las ventas. Luego el encargado del silbato del barco lo hacía pitar ensordecedoramente, lo cual nunca dejaba de sorprendernos haciéndonos saltar. Las canoas se quitaban del paso y nuestro barco zarpaba de otro puerto de arribada, y todos los habitantes se despedían haciendo señas con la mano o gritando.

En camino pasamos por numerosas aldeas pintorescas con chozas construidas sobre pilotes o zancos. La vida ha cambiado poco para estas personas en miles de años. Pescan desde sus canoas, cazan en la selva y cultivan la tierra a lo largo de las riberas del río. Cualquier alimento excedente lo cambian por la poca ropa y otras cosas que necesitan. Es una vida pacífica y sin complicaciones.

Las puestas de Sol en el río son sobresalientemente hermosas, con el resplandor rojo del Sol que desciende formando las siluetas de las chozas y los árboles en la orilla y haciendo que se reflejen en el agua. En la noche era especialmente pacífico deslizarnos bajo la Luna y las estrellas, con una brisa fresca refrescando todo después del intenso calor del sol ecuatorial.

Por los caminos

Sin embargo, la mayor parte de nuestro viaje fue por caminos. Viajamos por toda clase de paisaje imaginable... selva tupida, bosques, montañas, junto a lagos, a través de ríos, pantanos y la sabana. Cada región tenía sus propios rasgos característicos y su propia belleza. También se pudiera añadir, sus propios problemas debido a las variadas superficies de los caminos.

Unas cuantas carreteras eran buenas, la mayor parte no lo eran, y algunas eran realmente malas. Durante un viaje de tres días nos metimos en una zanja, atascándonos en tres hoyos, y quedamos embarrancados en un mar de lodo y fue necesario que una máquina empujadora nos sacara del atolladero. La razón de todos estos contratiempos fue la fuerte lluvia, que hacía de la superficie de arcilla algo semejante a jabón. Solo se requiere un segundo para atascarse, pero pueden requerirse horas para salir.

Afortunadamente había aldeas cercanas por casi todas partes y los habitantes tenían mucho gusto en prestar ayuda por un pequeño pago. ¡De hecho, un conductor de camión nos informó que muchas veces a los aldeanos les da gusto tener un trecho de camino malo cerca de la aldea, pues sirve como fuente de ingresos! Él conocía algunas secciones malas donde hasta cobraban un precio fijo si uno tenía la desgracia de atascarse.

Al acercarnos a un trecho malo de lodo y baches, los aldeanos salieron corriendo al oír el vehículo y se quedaron de pie, con los brazos cruzados, para observar el drama. Puse en primera al Land Rover. Giramos e hicimos eses y nos lanzamos y casi lo logramos, pero entonces el chasis se atoró en un lomo de tierra entre dos rodadas profundas y las ruedas quedaron girando inútilmente a centímetros del suelo. Hubo un gran grito de gozo de parte de los observadores cuando se apresuraron a discutir el precio por ayudarnos a salir. Necesitamos quince minutos para fijar el precio.

En la provincia de Kivu pasamos por “la Suiza de la República de Zaïre.” Verdaderamente fue pasmoso viajar por las montañas, con vistas sobre los lagos Alberto, Kivu y Tangañica. Una sección del camino pasa por el Parque Nacional Alberto y tuvimos vistas de impalas, búfalos y elefantes.

Una bienvenida africana

La experiencia más agradablemente conmovedora de que disfrutamos fue definitivamente la bienvenida que recibíamos al llegar a cada parada de nuestra ruta. Toda la congregación local de testigos de Jehová venía a saludarnos, apiñándose en torno de nosotros, con sonrisas de oreja a oreja y casi desprendiéndonos la mano por los saludos. Al mismo tiempo repetían vez tras vez expresiones como “wako wako,” “jambo yenu” o “moyo wenu,” que significan “hola” y “bienvenidos” en sus diferentes idiomas. Para los de nosotros acostumbrados a las formalidades serias o saludos corteses indiferentes de algunas naciones, una bienvenida africana sin inhibiciones puede ser absolutamente abrumadora. Simplemente no había duda de que a todos les deleitaba el que hubiéramos venido.

En cada lugar, todo había sido preparado con anticipación para nuestra estancia. Invariablemente alguien se había salido de su casa para dejárnosla. Por lo general se le había puesto nuevo techo de paja, los hoyos de las paredes habían sido reparados y se habían colocado persianas en las ventanas. Los pisos habían sido limpiados y se había hallado una mesa y dos sillas para nosotros. Se había excavado un nuevo excusado y se había cubierto un lugar para tomar duchas.

Tan pronto nos establecíamos recibíamos una corriente de visitantes con regalos. El regalo tradicional es un pollo, y en un lugar recibimos diez pollos, cacareando y haciendo ruido por toda la casa. De vez en cuando recibíamos un pato, y dos veces, nos dieron venaditos. Otros traían fruta, hortalizas, arroz o huevos. La generosidad de estas personas humildes jamás dejó de conmovernos. Tienen tan poco materialmente y no obstante dan de todo corazón.

Los estudiantes

La escuela siempre se conducía en el Salón del Reino, el lugar local para reuniones de los testigos de Jehová. Por lo general ésta era una estructura de adobe bastante grande con los lados descubiertos y un techo de paja. Esto contribuye a un agradable interior fresco.

Los que fueron invitados a asistir vinieron por barco, unos cuantos por tren, pero la forma más corriente de transporte era la bicicleta. Algunos, sin embargo, ¡caminaron tantos como 360 kilómetros! Todos recibían la misma calurosa bienvenida, y jamás había problema alguno para hallar alojamiento con miembros de la congregación local. La hospitalidad es costumbre arraigada de los africanos.

Las clases se conducían en su mayor parte en francés y se traducían a seis de los idiomas locales: lingala, kikongo, swahíli, kiluba, cibemba y tshiluba. Los ministros que asistieron vinieron de diferentes tribus y antecedentes, pero vivieron y estudiaron juntos en armonía perfecta en la escuela. Variaban en edad de veinte a más de sesenta años, y tenían varias habilidades escolásticas.

Para los que estaban acostumbrados a cultivar la tierra y trabajar con las manos, el estudiar constantemente durante dos semanas realmente era trabajo difícil. Sin embargo, manifestaron un espíritu dispuesto. El asistir a la escuela llenó a todos de un deseo de mejorar su propia habilidad para aprender y para animar a los de su congregación local a hacer lo mismo. Una de las expresiones más comunes al fin de cada curso de dos semanas fue que no había durado lo suficiente.

Estas expresiones de aprecio y la hospitalidad genuina que recibimos hicieron que todas las incomodidades de viajar fueran insignificantes. Verdaderamente consideramos un privilegio el haber formado parte de esta “escuela en safari.”

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