El huracán Agnes revela la debilidad y la fortaleza del hombre
DURANTE las dos últimas semanas de junio una de las más devastadoras tormentas en la historia de los Estados Unidos barrió a través de la parte oriental del país. Denominada “Agnes,” costó más de 130 vidas y causó un daño avaluado en casi dos mil millones de dólares.
Desde la formación de Agnes su alevosía desconcertó a los pronosticadores del tiempo. Comenzó fuera de la baja costa oriental de México. Muchas de las perturbaciones tropicales se inician anualmente allí durante la temporada de los huracanes que dura de junio hasta noviembre. Aunque la mayoría de éstas desaparecen, cerca de media docena, como Agnes, se desarrollan en huracanes completos... girando, moviendo masas de aire caliente que aspiran dentro de sí vapor de agua, el cual, a su vez, se condensa en lluvia.
Agnes fue responsable de siete muertes en Cuba y varias en el sur de Florida, a medida que los tornados que ella desarrollaba entraban girando en esa zona. Entonces azotó en la parte noroeste de Florida con un viento de ciento veinte kilómetros por hora. Una vez tierra adentro, Agnes, como se esperaba, perdió mucha de su fuerza.
Pero en vez de disiparse sobre tierra firme, Agnes dio media vuelta hacia el este a través de Virginia y Maryland y salió mar afuera, donde revivió. Un fuerte frente en las capas de aire superior cerró su paso hacia el mar y la forzó a volver tierra adentro. La tormenta ahora azotó la zona este de Pensilvania, Nueva Jersey y la parte oeste de Nueva York. Entonces inesperadamente se volvió para azotar de nuevo a Pensilvania, esta vez el extremo oeste del estado. El impronosticable curso de Agnes terminó en la costa este del Canadá.
Los mayores daños de la tormenta resultaron como consecuencia de sus lluvias torrenciales. Difícilmente pudiera haber venido en una época peor. La zona nordeste de los Estados Unidos ya estaba ‘anegada en agua,’ con ríos desbordados y la tierra saturada por dos años de las peores lluvias registradas. Entonces vino Agnes, una tormenta de 400 kilómetros de ancho, la cual contenía una asombrosa cantidad de humedad. En particular el desastre sobrevino a las zonas bajas cerca a los ríos en Virginia, Maryland, Nueva Jersey y Virginia Occidental.
Sin embargo, las aguas del río Susquehanna de Pensilvania fueron las más violentas, haciendo que el tramo de 160 kilómetros entre Wilkes-Barre y Harrisburg pareciera una zona de guerra. Las enormes devastaciones llegaron a ser cosa común. Encrespándose a más de 12 metros de altura en Wilkes-Barre, el Susquehanna expulsó a la fuerza de sus hogares a más de 60.000 habitantes de la zona. Harrisburg virtualmente se convirtió en una isla aislada del resto del estado. Un 15 por ciento de la ciudad estaba bajo agua. Las calles principales en ciudades más pequeñas llegaron a ser ríos. Puentes fueron retorcidos de sus anclajes, mientras que otros fueron barridos o se desplomaron bajo el peso de toneladas de desechos acumulados. Algunas personas calcularon que los daños en Pensilvania, el estado al cual Agnes azotó más severamente ¡sobrepasaron de los mil millones de dólares!
El por lo general plácido río Chemung del estado de Nueva York, un afluente del Susquehanna, actuó, según dijo un reportero, “como un tigre desenjaulado.” Este y otros arroyos neoyorquinos arruinaron todo en sus cursos ensanchados.
Las descripciones más gráficas del relato provienen de los que vieron la pérdida de vidas humanas. Una mujer de Corning, Nueva York, sollozaba: “Lloré cuando vi a la gente hundirse. Había oleadas de gente dirigiéndose hacia Denmark Hill (un paraje local de tierras altas). Trataron de llegar a la colina pero no lo lograron.”
Casi cien mil personas quedaron sin hogar en el estado de Nueva York y se calcula que el costo económico es de cien millones de dólares.
Las palabras, e incluso las fotografías, pueden trasmitir solo parcialmente lo que los sobrevivientes vieron cuando volvieron a sus hogares. Todo estaba cubierto por centímetros de pegajosa suciedad maloliente, la cual a menudo estaba acompañada de gusanos y moho. Los muebles, los artefactos, alfombras, cortinas y las posesiones personales eran trapos retorcidos y escombros. Las paredes y los cielos rasos se combaban al ceder los cimientos, o a medida que éstos se debilitaban. Los automóviles yacían volcados en los caminos de entrada, y los jardines estaban marcados con grandes hoyos.
La salud estaba amenazada... por el tifus debido a que las aguas de albañal se habían filtrado en los abastecimientos de agua potable; los desperdicios en descomposición atraían a las ratas y a las moscas. El peligro de electrocución debido a la caída de las líneas de alta tensión y el peligro de incendios por la rotura de tanques de petróleo era muy grande. Y cuando finalmente salió el sol y secó los caminos cubiertos de barro, éste se convirtió en un fino polvillo que creó sofocantes nubes de polvo.
Sin duda que la falta de perspicacia humana contribuyó a hacer de Agnes un desastre mayor de lo que debía haber sido. Mucha gente rehusó hacer caso de los avisos que se habían dado por adelantado. Más tarde otros hombres arriesgaron su vida para rescatar a los que obstinadamente rehusaron escuchar.
Egoístamente, otros demoraron los procedimientos de evacuación al insistir en llevar consigo innecesarios artículos materiales, como aparatos de televisión en colores. Los turistas vinieron cerca o a las mismas zonas que iban a ser evacuadas, congestionando los caminos con sus autos.
Y, como parásitos humanos, aparecieron saqueadores, muchos operando desde botes, mientras que ladrones hacían colectas en efectivo de las víctimas de la inundación para inexistentes programas de socorro a los damnificados por la inundación. Por lo tanto los policías tenían que distraer su atención en salvar vidas para combatir tales actividades inescrupulosas.
Por otra parte, Agnes provocó muchos despliegues de valor. Los policías y soldados, a pesar de sus propias pérdidas personales, continuaron atendiendo sus obligaciones. Muchos dieron gran parte de las advertencias iniciales yendo de casa en casa o usando altavoces para despertar a la gente que estaba dormida. Aunque habían trabajado por largas horas y sufrido daño y se sentían extenuados, en algunos casos hubo hasta que prácticamente ordenarles que se fueran a casa.
Los bomberos se vieron obligados a vadear a través de traicioneras corrientes y arriesgarse a trepar a edificios en ruina. Miembros de las fuerzas militares hicieron trabajo de salvamento o trajeron por tierra o aire alimentos, agua y medicamentos. Algunos rescatadores murieron al tratar de salvar a otros.
Los helicópteros revolotearon dentro de las operaciones de rescate, levantando literalmente a cientos de las crisis acuosas. Veinticinco veraneantes que habían quedado varados en dos islas del Susquehanna fueron transportados por helicópteros. En Lock Haven, Pensilvania, cables del servicio público impedían que policías del estado acercaran su helicóptero de una familia aislada en una casa movible. Así es que dos oficiales se dejaron caer en una balsa de goma y flotaron río abajo hasta el remolque que se inclinaba a la banda. Entonces, después que la familia entró en la balsa, ¡el helicóptero que revoloteaba sobre ellos creó una corriente de aire para impulsar la flotante balsa hacia tierras más altas y hacia la seguridad!
Los voluntarios radiotransmisores aficionados con frecuencia coordinaban los esfuerzos de rescate. A veces eran los únicos medios de comunicación trasmitiendo llamadas por abastecimientos y ayuda.
A lo largo de ríos crecidos, los voluntarios trabajaron duro para construir diques. Llenaban sacos, bolsas plásticas, fundas de almohadas, y cualquier otra cosa que pudiera retener arena para contener el agua. En Wilkes-Barre, aunque miles se ofrecieron voluntariamente para construir un dique, el embravecido Susquehanna repentinamente destruyó su trabajo, obligándolos a escapar para salvar la vida.
La fortaleza juvenil y la pericia desempeñaron su parte. Los residentes en Carlisle, Pensilvania, atribuyen el mérito a los estudiantes del Colegio Dickinson por hacer la mayoría del trabajo en el dique que se logró erigir allí. Los refugios de emergencia en algunas zonas en su mayoría estuvieron a cargo de menores de veinticinco años de edad.
Se muestra preocupación amorosa por hermanos cristianos y otros
Veintenas de congregaciones de los testigos de Jehová se encontraban en la zona de peligro. La manera en que se enfrentaron al problema es esclarecedora y animadora.
Antes de la llegada de la tormenta, los que tenían la superintendencia de las congregaciones se aseguraron de que todos los Testigos fueran atendidos y obedecieran las advertencias. Estos esfuerzos por adelantado probablemente contribuyeron a que no hubiera bajas entre los miles de Testigos en toda la zona de la tormenta.
Por ejemplo, en el pueblo de Wilkes-Barre que fue inundado, dos superintendentes de una congregación se pusieron en comunicación a medida que amenazaba la tormenta. Dividieron entre sí el número de Testigos con los cuales había que comunicarse. Uno recuerda lo que esa noche significó para él:
“Oí noticias de que todas las personas en Lower Plymouth tenían que evacuar sus hogares. Siendo residente de Wilkes-Barre (un pueblo vecino), y no afectado por esta evacuación, pensé que debía ir a Plymouth para ayudar a los hermanos en la zona baja a evacuar.
“Fue un proceso largo debido al congestionamiento del tráfico y requirió cuatro horas para hacer el viaje al otro lado del río. A las 3:30 de la madrugada del viernes regresé a mi hogar, solo para enterarme de que la parte baja de Wilkes-Barre también tenía que ser evacuada. Así es que por hora y media mi esposa y yo hicimos llamadas telefónicas para tratar de localizar a todos los hermanos afectados para saber si tenían transporte.”
Entonces, después de trabajar toda la noche, ¿qué pasó? Continúa el Testigo:
“A las 5:30 de la mañana sonaron las sirenas y se oyeron los altavoces diciendo que ése era el tiempo de partir. Reuní a mi familia y nos fuimos con lo que teníamos puesto. No había tiempo para juntar las pertenencias personales... algunos Testigos todavía no habían sido localizados, así es que tuvimos que pasar por sus hogares en el denso tráfico. Después de asegurarme de que todos los Testigos estaban bien, llevé mi familia a un lugar seguro.”
Entonces, después de tener a sus hermanos cristianos y a su familia a salvo, ofreció sus servicios voluntarios para ayudar a construir el dique de sacos de arena. En algunas zonas azotadas, los hombres asignados para superentender grupos de estudio de la Biblia de entre diez a veinte Testigos velaron por los que estaban bajo su cuidado.
¿Qué fortaleció a los Testigos para llevar esta carga de un modo bondadoso y organizado? Una cosa que sin duda ayudó de gran manera fue la oración. Una vez que Agnes barrió a través de Apalachicola, Florida, los Testigos allí “oraron que Jehová protegiera a Su pueblo costa arriba a medida que la tormenta seguía su curso y ocasionaba más daño de lo que había hecho aquí.”
Al enfrentarse con la pérdida de bienes personales, ellos hallaron fortaleza adicional en el conocimiento de la verdad bíblica. Según lo recuerda un Testigo de la zona:
“Preparamos nuestra mente a la posibilidad de que podíamos perder todo y de que debíamos estar contentos de poder escapar con vida. Esto me recordó la experiencia de Job y algunos dichos sabios en los Proverbios y el consuelo que prestan algunos Salmos. La esperanza que tenemos de vivir bajo una Gobernación Divina en una Tierra paradisíaca, de pronto nos pareció mucho más importante que todas las posesiones que teníamos.”
Tal fortaleza tenía que ser mantenida. A medida que las aguas bajaban, la mayoría de la gente puso las actividades de limpieza en primer lugar en su mente. Pero los testigos de Jehová dieron a otra cosa gran parte de su atención. En todas las zonas afectadas se congregaron para celebrar reuniones bíblicas casi inmediatamente después de la tormenta. El ministro presidente en Salamanca, Nueva York, recuerda:
“Los hermanos se mantuvieron en comunicación, y aunque nuestra reunión de los jueves por la noche fue cancelada para cumplir con un pedido de la policía de que los residentes permanecieran en sus hogares, nuestro estudio dominical de La Atalaya se celebró en tres lugares, debido al hecho de que era imposible cruzar el río con todos los puentes clausurados. Nuestra concurrencia fue de prácticamente 100%.”
En Elmira, Nueva York, ese mismo día el estudio de la Biblia con la ayuda de La Atalaya fue celebrado con luz de velas. Y, a pesar de reveses personales por la tormenta, muchos Testigos expresaron su determinación de asistir a una de las asambleas de distrito “Gobernación Divina” que iban a celebrarse en distintas partes del país.
En las subsecuentes operaciones de limpieza, cientos de Testigos de muchos estados viajaron hacia las zonas afligidas para ayudar a sus hermanos cristianos. A menudo traían consigo contribuciones materiales, incluso dinero.
A medida que estas cuadrillas de Testigos voluntarios tenían oportunidad también ayudaban a extraños. Esta ayuda a menudo llevó a hacer comentarios como: ‘Nunca volveré a despedir a los testigos de Jehová de mi puerta.’
¿Qué hay del futuro?
Ahora, a través de las zonas inundadas, todos hacen una pregunta: ¿Cómo pueden evitarse en el futuro desastres como el que ocasionó Agnes?
Las presas y otros dispositivos para el control de inundaciones han probado que solo tienen un éxito parcial. Casi todos los expertos en control de inundaciones concordarán con el editorial del Times de Nueva York: “La verdadera necesidad es el apartarnos del patrón, abandonar las peligrosas llanuras que se inundan y volver a establecer a la gente . . . en tierras altas, más seguras.” El columnista del diario de Harrisburg, Paul Beers, apoya ese punto de vista con lo siguiente:
“Los [primeros] precursores tenían poco conocimiento científico, pero conocían el valor de la tierra alta al lado de un río como el Susquehanna. Es interesante notar que muchas de las elegantes residencias antiguas a lo largo de la calle Front, incluso la situación de la antigua casa del gobernador, estaban altas y secas, mientras que más adelante y más abajo [todo] estaba sumergido, incluso la nueva casa del gobernador.”
La mayoría de la gente probablemente “nunca se apartará del patrón” del pasado. A demasiado de ellos les gustan sus “vistas al río.” Otros regresan a las tierras bajas después de cada desastre, diciendo que el mudarse sería admitir la derrota. Muchos en niveles económicos inferiores y con entradas fijas tienen casas hipotecadas en la zona del río y debido a eso piensan que no pueden mudarse.
Personas con una fe firme se dan cuenta de que se requerirá el nuevo sistema de Dios para traer verdadera seguridad. Como dijo uno de los sobrevivientes de la furia de Agnes: “Esperamos con anhelo el tiempo después de la gran tormenta del Armagedón cuando la Tierra pueda ser cabalmente limpiada. En el ínterin, por cierto todos estamos muy agradecidos a Jehová por la vida, la salud y el privilegio de servirle.”
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