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  • ¿Han cesado los milagrosos dones del espíritu?

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  • ¿Han cesado los milagrosos dones del espíritu?
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g78 22/6 págs. 27-28

El punto de vista bíblico

¿Han cesado los milagrosos dones del espíritu?

EL APÓSTOL Pablo escribió: “Sea que haya dones de profetizar, serán eliminados; sea que haya lenguas, cesarán; sea que haya conocimiento [conseguido por medios milagrosos], será eliminado.” (1 Cor. 13:8) Estas palabras prueban que con el tiempo los milagrosos dones del espíritu santo que entonces existían llegarían a su fin. ¿Pero cuándo sería esto?

Sería bueno considerar primero el propósito de estos dones milagrosos. Por muchos siglos, los israelitas, o judíos, fueron el pueblo que llevaba el nombre de Dios, y lo que era acepto a Dios en cuanto a adoración se centraba en el templo de Jerusalén. Ese arreglo para la adoración tenía origen divino. Moisés, la agencia humana por medio de quien se reveló dicho arreglo, podía señalar al hecho de que tenía el respaldo de Dios. Por ejemplo, cuando Jehová lo mandó de regreso a Egipto para sacar a la nación de Israel de la esclavitud, Moisés recibió poder para ejecutar tres señales milagrosas. (Éxo. 4:1-9) ¿Cómo pues, podría verificarse que un cambio de este modo de adorar, que había durado por siglos, provenía de Dios? Exigía milagros estupendos para probar que —con la muerte y resurrección de Jesucristo en el año 33 E.C.— se había iniciado un nuevo modo de rendir servicio sagrado acepto.

Y, mediante milagros, se estableció autoritativamente que el medio de salvación revelado por Jesucristo era de origen divino. La Biblia nos dice: “Si la palabra hablada por medio de ángeles [que fueron usados para transmitir la ley mosaica] resultó firme, y toda transgresión y acto de desobediencia recibió retribución en conformidad con la justicia; ¿cómo escaparemos nosotros si hemos descuidado una salvación de tal grandeza siendo que empezó a ser hablada por medio de nuestro Señor y nos fue verificada por los que le oyeron, mientras Dios tomó parte en dar testimonio tanto con señales como con portentos y con diversas obras poderosas y con distribuciones de espíritu santo según su voluntad?”—Heb. 2:2-4.

¿Se necesitaban esos milagros después de la muerte de Cristo? Sí, mientras existiera el templo en Jerusalén y se pudieran cumplir los requisitos de la ley mosaica respecto a la adoración, existía la necesidad de que Dios continuara dando testimonio de que el viejo arreglo judío para rendir servicio sagrado había sido reemplazado por el arreglo que se centraba en Jesucristo. Por eso, el Altísimo, por medio de Cristo Jesús y mediante el espíritu santo, les dio poderes especiales a sus apóstoles y otros.

Sin embargo, hoy día no se necesitan los dones milagrosos para establecer el hecho de que se ha efectuado un cambio respecto a la adoración. Aunque todavía existiera el templo en Jerusalén, no le sería posible a ningún judío probar que era de la línea aarónica y satisfacía los requisitos para oficiar en el santuario. Por eso, no se podrían llevar a cabo los servicios del templo que se resumían en la ley mosaica. ¿Por qué no? Porque esa ley les prohibía participación en las funciones sacerdotales a los que no eran descendientes de Aarón. (Núm. 3:10; 18:7) Eso explica por qué ciertos hombres que regresaron del destierro babilonio en el siglo seis a. de la E.C. pero que no podían establecer su descendencia de Aarón fueron excluidos de servir de sacerdotes.—Esd. 2:61, 62.

Así pues, cuando los ejércitos romanos destruyeron a Jerusalén en 70 E.C., el arreglo para la adoración que se centraba en el templo llegó a su fin y nunca sería restaurado en conformidad con los requisitos específicos de la ley mosaica. Sencillamente no se necesitan milagros para probar que la adoración verdadera ya no depende de un templo literal en Jerusalén y que el Altísimo quiere que los adoradores se acerquen a él por medio de Jesucristo “con espíritu y con verdad.”—Juan 4:23, 24; 14:6.

También es digno de notarse que cuando se transmitían los dones milagrosos del espíritu, la manera en que se hacía indicaba su naturaleza temporaria. Las Escrituras indican que los dones milagrosos fueron impartidos o en la presencia del apóstol Pablo o en la de uno o más de los doce apóstoles.—Hech. 2:1, 4, 14; 10:44-46; 19:6.

Como ejemplo sobresaliente de esto se cita el caso de los samaritanos a quienes el evangelizador Felipe declaró las “buenas nuevas.” (Hech. 8:4, 5) Felipe fue uno de los siete hombres que los apóstoles nombraron para superentender la distribución de alimento a las viudas necesitadas. Puesto que la congregación de Jerusalén consideraba a Felipe como un hombre ‘lleno de espíritu y de sabiduría,’ es obvio que era un discípulo maduro de Jesucristo. (Hech. 6:1-6) Él mismo había recibido poder por espíritu santo para expulsar demonios y sanar enfermedades. (Hech. 8:6, 7) No obstante, Felipe no podía impartir a otros el espíritu con sus dones milagrosos. Fue necesario que los apóstoles Pedro y Juan fueran a Samaria y oraran para que estos nuevos discípulos “recibiesen espíritu santo.”—Hech. 8:14-17.

Por supuesto, el espíritu de Dios ya había operado para con estos samaritanos por medio del evangelizador Felipe. Entonces, ¿qué lograron Pedro y Juan? Oraron para que se les impartiera a estos discípulos samaritanos el espíritu de Dios. A esto siguieron manifestaciones especiales. Al ver estas manifestaciones, el anterior mago Simón ofreció a los apóstoles dinero en cambio por el poder para impartir espíritu santo como los apóstoles lo hacían. Dijo: “Denme a mí también esta autoridad, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba espíritu santo.”—Hech. 8:18-24.

En vista de las limitaciones relacionadas con la transmisión de los dones del espíritu, se sigue lógicamente que, con la muerte de los apóstoles y otros que habían sido autorizados por medio de ellos para ejecutar milagros, estos dones llegaron a su fin, así como el apóstol Pablo había dicho que sucedería. Sin embargo, después de eso, todavía era posible reconocer a los verdaderos discípulos de Jesucristo. ¿Cómo? El Hijo de Dios proveyó la respuesta al decir: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos.” (Juan 13:35) Este es un amor altruista, de abnegación, que incluye el estar dispuesto a morir uno por sus hermanos cristianos así como Cristo voluntariamente dio su vida por la humanidad.—Juan 13:34; 1 Juan 3:16.

Por eso, cuando se consideran las pretensiones respecto a poseer los dones milagrosos hoy día, bien pudiera preguntarse: ¿Manifiestan los que afirman tener esos dones amor altruista, abnegado? ¿Tienen todos los frutos del espíritu? (Gál. 5:22, 23) O, ¿revelan sus acciones que, en cuanto a conflictos y prejuicios, no son diferentes del mundo? (Gál. 5:19-21) Además, lo que aparenta ser la ejecución de obras poderosas en el nombre de Jesús realmente puede ser un engaño realizado por un hipócrita. Jesús dijo: “Muchos me dirán . . . ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre ejecutamos muchas obras poderosas?’ Y sin embargo, entonces les confesaré: ¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obreros del desafuero.”—Mat. 7:22, 23.

Bueno, pues, ¿qué revelan acerca de los dones del espíritu la evidencia combinada de las Escrituras y la historia? Hace mucho que cesaron los dones milagrosos. Cumplieron a cabalidad su propósito de probar que los discípulos de Cristo formaban el “Israel de Dios” y que ellos eran los únicos que participaban en el servicio sagrado divinamente aprobado.—Gál. 6:16.

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