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  • El karate wado-kai... ¿el verdadero “camino de la armonía”?

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  • El karate wado-kai... ¿el verdadero “camino de la armonía”?
  • ¡Despertad! 1984
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  • Amor a primera vista
  • “El camino de la armonía”
  • “El Fideo Holandés”
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  • Oyendo la verdad bíblica
  • Abro mi propio dojo
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¡Despertad! 1984
g84 22/12 págs. 12-16

El karate wado-kai... ¿el verdadero “camino de la armonía”?

EL AMBIENTE estaba impregnado de tensión. El equipo holandés de karate estaba celebrando su campeonato. Cuando el árbitro dijo “¡hajime!” (“¡comiencen!”, en japonés), mi contrincante y yo nos cuadramos para entrar en acción.

Él era corpulento... más grande y más pesado que yo. Pero yo podía percibir su falta de experiencia. Hice un amago. Él atacó furiosamente, lanzando puñetazos y patadas. Lo induje a lanzar otro ataque, y, al dejar expuesta la zona inferior de las costillas, le asesté un puñetazo fulminante.

Una mueca de dolor se dibujó en el rostro de los espectadores al verlo caer sobre la colchoneta y hacer esfuerzos angustiosos por respirar. Su cuerpo se estremeció violentamente y entonces, súbitamente, quedó rígido. Reinó un silencio sepulcral. Un médico corrió al lugar de la escena y lo envió al hospital. Realmente me dio miedo. ‘¿Sería posible... que estuviera muerto?’

Después de aquel incidente que ocurrió en octubre de 1971, me resolví a no participar más en tales competencias. Me apegué a aquella decisión, aunque no fue sino hasta que hubieron pasado otros siete años que dejé de practicar karate definitivamente.

Pero, en primer lugar, ¿cómo llegué a interesarme en el karate? ¿Qué me impulsó a abandonarlo? Y ¿qué le sucedió a aquel karateca lesionado?

Amor a primera vista

Para proseguir mis estudios en ingeniería electrónica, partí de mi país natal, Surinam, hacia los Países Bajos en septiembre de 1965 y me establecí en la ciudad de Hilversum. Poco después, un amigo me invitó a ver la introducción de un nuevo deporte, el karate wado-kai. Para complacerlo y para satisfacer mi curiosidad, lo acompañé.

Quedé fascinado mientras el Sr. Kono y el Sr. Fuji, dos instructores japoneses, demostraban los movimientos básicos. Resultó ser diferente de lo que yo esperaba... no hubo escenas de peleas y alborotos callejeros, sino una demostración de movimientos hermosos, parecidos a los de ballet. Tenían control perfecto de sus cuerpos, que se movían con la velocidad de un rayo. Para mí, fue amor a primera vista. Ya podía sentir sobre mis hombros la chaqueta de karateca.

Aunque tenía 24 años de edad —lo cual era una edad muy avanzada según las normas del karate— di mi nombre para tomar lecciones. ‘Solo para tener algo que hacer durante los meses de invierno’, me prometí a mí mismo. Pero resultó que aquel invierno duró más de diez años.

“El camino de la armonía”

La palabra “karate” quiere decir “con la mano desnuda” en el idioma japonés. Diferentes estilos de karate se originaron en lugares como Corea, Okinawa y el Japón. El wado-kai (que en japonés quiere decir “el camino de la armonía”) gira en torno de dos estilos de práctica: ma (el mantenerse a la distancia apropiada del rival) y kiai (oportunidad, o hallar el momento oportuno para atacar). También se da énfasis a la flexibilidad. Como en toda forma de karate, el budismo Zen ejerce influencia en el wado-kai, y se da énfasis al acondicionar la mente en armonía con el cuerpo.

Durante los torneos de karate, en los que cada enfrentamiento dura dos minutos, uno marca un tanto cada vez que da una patada o un puñetazo en las partes vitales del cuerpo. Aunque es legal golpear el cuerpo, las reglas prohíben tocar la cara del oponente con los puños. Sin embargo, a veces se cometen errores, lo cual queda demostrado por lo que ocurrió cuando mi esposa, Hannie, decidió ensayar un golpe de karate. Le expliqué cómo lanzar un golpe a la cara, deteniendo el puño al llegar a la punta de la nariz. Hannie lanzó un golpe veloz —y con gran fuerza—, pero olvidó detener el puño en el momento crítico y me pegó de lleno en la cara, partiéndome los labios y causándome la única lesión en mi carrera de karate. ¡Al día siguiente mi cara hinchada provocó una andanada de preguntas embarazosas!

“El Fideo Holandés”

Comencé con un entrenamiento de tres horas a la semana. No hay tal cosa como diez lecciones fáciles, o karate al instante. Es como dijo un maestro: “Un experto en las [artes marciales] se desarrolla poco a poco, como la raíz del jengibre. De sabor suave cuando es nueva, pero cada vez más picante al pasar el tiempo”.

“¿Podrías ayudar a enseñar karate?”, preguntó mi sensei (maestro) cuando yo gané la mayoría de los combates de entrenamiento.

“¿Enseñar? ¡Por supuesto!” ¿Cuál fue el resultado? Pasaba más tiempo en el dojo (el salón de entrenamiento).

En la primavera de 1968 mi sensei dijo: “¿Por qué no tratas el karate de torneo?”. No fue necesario que me diera mucho estímulo. Sin esperarlo, fui nombrado capitán del equipo de karate de nuestra escuela, el cual haría un notable debut durante el campeonato que se celebró en mayo de 1968 entre los equipos de los Países Bajos y Bélgica.

Puesto que yo parecía frágil con mis 66 kilogramos (146 libras) y una estatura de 1,78 metro (5 pies 10 pulgadas), una revista deportiva me apodó el Fideo Holandés. Pero lo que me faltaba en peso y poder quedaba compensado con la técnica, la velocidad y el cálculo.

En 1971 llegué a ser el campeón nacional de los Países Bajos. La revista Black Belt (Cinta negra), una autoridad en la materia, me alistó dos veces (1971 y 1972) entre los “10 mejores karatecas de Europa”. En abril de 1972 me gradué de instructor de karate.

No obstante, aunque había tenido dichos éxitos, en el otoño de 1971 ocurrió algo que hizo mella en mi punto de vista idealista acerca del “camino de la armonía”.

Encuentro con “el Gato Gordo”

En aquel entonces yo estaba entre los candidatos que habían ido a participar en los Campeonatos de Karate de Europa que habían de celebrarse en la sala Pierre de Coubertin, en París. Yo había de enfrentarme al campeón continuo de Francia, Dominique Valera. A Valera, que pesaba 90 kilogramos (200 libras) y medía 1,8 metros (6 pies), se le conocía como el Gato Gordo. Tenía la reputación de arremeter con todas sus fuerzas contra su rival, valiéndose del tobillo para hacerlo caer, de rápidas y poderosas patadas de frente y de un gancho asesino. Ahora había llegado mi turno para enfrentarme a él. Con un auditorio nacional viendo el encuentro por televisión y una muchedumbre de 7.000 personas presentes aclamándolo, parecía que él estaba preparado para quebrar mis sueños de ser campeón, además de varias costillas. La revista Black Belt describió el combate:

“Dominique [...] pensaba que podría vencer fácilmente al Fideo Holandés [...], pero el holandés, que iba mejorando rápidamente, detuvo el golpe de frente de Dominique y sorprendió al campeón al asestarle un golpe en la cabeza, marcando así medio tanto de manera limpia. [...] De nuevo Valera empezó a moverse de un lado a otro, y otra vez disparó la gran maegeri (patada de frente). Para probar que lo que había hecho la primera vez no había sido por suerte, La Rose agarró la pierna de Valera y le asestó otro golpe de película en la cabeza”.

Allí estaba yo marcando los únicos tantos en contra del campeón durante todo el torneo, ¡lo cual resultó ser la noticia más comentada del campeonato! Había sido una victoria clara e inequívoca. O eso creía yo. La revista Black Belt continuó diciendo:

“El árbitro, dándose cuenta de que estaba ante un auditorio francés y de que otro medio punto hubiera terminado con Valera, pasó por alto el golpe. Como si hubiera sido culpable por asociación, la muchedumbre mantuvo silencio durante el resto del combate”.

La pelea había terminado. Caminé hacia la línea esperando que me proclamaran ganador, ¡pero el árbitro adjudicó la victoria a mi rival! El sorprendido Valera se fue de prisa. Nosotros protestamos. Después de deliberar por media hora, el presidente de la Unión Europea de Karate denegó la protesta e hizo señal para que continuaran los combates. El torneo continuó, y Valera terminó como campeón.

Aquella crasa falta de honradez en un deporte cuyo emblema es el puño y la paloma (símbolos del poder y la armonía) hizo pedazos una ilusión. El puño todavía estaba allí, pero, para mí, la paloma se había ido. No obstante, ni siquiera me imaginaba que en solo dos años hallaría un sobresaliente camino de armonía, uno que resultó ser verdadero tanto en palabra como en hechos.

Oyendo la verdad bíblica

Siempre sentí profundo respeto por Dios y tenía en alta estima la oración. Mi esposa y yo habíamos sido criados como católicos romanos. Desde que nos casamos en diciembre de 1971, habíamos orado juntos cuando surgían problemas. Yo tenía una Biblia, pero tenía muchas preguntas acerca de lo que ésta decía. De modo que cuando dos testigos de Jehová me visitaron en Amsterdam cierto viernes por la mañana, en enero de 1973, no vacilé en invitarlos a entrar para escuchar sus contestaciones. Aquella conversación inicial fue muy agradable. Después de aquello, todos los viernes, durante siete meses, ellos venían a estudiar con nosotros el libro La verdad que lleva a vida eterna.

Para aquel tiempo yo había terminado mi carrera, y decidimos regresar a Surinam y establecernos allí. Antes de partir, los Testigos nos invitaron a su hogar, nos dieron una fiesta de despedida por sorpresa y nos regalaron algunas publicaciones bíblicas. La paciencia amorosa y la fidelidad que ellos mostraron al conducir aquel estudio bíblico con nosotros dejó una impresión duradera de afecto en nuestra mente y nuestro corazón. No olvidaríamos la verdad que habíamos probado, aunque pasó otro año y medio antes de que el ‘regar la semilla’ fuera reanudado.

Abro mi propio dojo

Debido a mi nuevo empleo con el gobierno de Surinam, tuvimos que mudarnos a un pueblecito que quedaba cerca del aeropuerto, a unos 50 kilómetros (30 millas) de la capital, Paramaribo. No conocíamos a ningún Testigo allí y por eso no continuamos con nuestros estudios bíblicos.

Sin embargo, algunas personas sí me visitaban. Eran aficionados al karate, y me pedían que comenzara a enseñarles wado-kai. Aunque había dejado de participar en las competencias, todavía era muy aficionado al karate como deporte; así, concordé en abrir mi propio dojo en la capital.

Al poco tiempo dedicaba cuatro días a la semana a enseñar karate. Salía de mi empleo regular con el gobierno a las dos de la tarde y no llegaba a mi casa sino hasta las diez de la noche. También hice arreglos para llevar a mis estudiantes a lugares de interés los domingos y durante las vacaciones escolares de ellos. ‘Solo para mantenerlos alejados de la calle’, me dije. Después de las lecciones de karate, yo hablaba con ellos acerca de sus problemas escolares y de familia.

En medio de todo aquello, yo no podía ver que estaba descuidando muchísimo a mi propia familia. Mientras más tiempo dedicaba a enseñar el “camino de la armonía” a otras personas, más perturbaba la armonía en mi propio hogar. Cuando mi esposa me pedía que cuidara a nuestras hijas, me irritaba, pues yo estaba demasiado ocupado con los hijos de otras personas. Hannie esperaba que hubiera un cambio.

“¿Son ustedes Testigos?”

Aquel cambio llegó en mayo de 1975. Hannie divisó a dos personas que estaban visitando todas las casas del pueblo. Ella esperó ansiosamente hasta que ellas llegaron a nuestra casa. “¿Son ustedes Testigos?”, preguntó ella antes que ellas dijeran una sola palabra.

“Pues, sí, lo somos.”

“Sírvanse pasar. ¿Pueden ustedes seguir dándonos estudios bíblicos?”

Las sorprendidas Testigos estuvieron muy dispuestas a hacerlo. Pero de nuevo el estudio bíblico fue interrumpido cuando fui a los Estados Unidos para recibir más adiestramiento en electrónica, después mi esposa e hijas fueron a los Países Bajos por algunos meses. No fue sino hasta principios de 1978 que reanudamos una vida normal, y tan pronto estuvimos listos, las Testigos regresaron.

Encarándome a la decisión

Esta vez el estudio continuó sin interrupciones. Con el tiempo comprendí que lo que yo estaba aprendiendo de la Palabra de Dios no armonizaba con mi amor por el karate. En primer lugar, las palabras de Pablo respecto a que “el entrenamiento corporal es provechoso para poco” estaban en conflicto con todo el tiempo que yo dedicaba a los deportes. (1 Timoteo 4:8.)

Además, como recalcaban las Testigos, el karate tiene como objetivo hacer daño al rival, lo cual podría matar o causar una lesión grave a la persona, incluso sin querer. A pesar de que esto era cierto, todavía se me hacía difícil aceptarlo. ¿Cómo podía renunciar a todo lo que había procurado alcanzar con tanto celo durante 12 años?

Yo concordaba con el consejo bíblico de no confiar en las armas de defensa propia porque a menudo han causado la muerte a gente inocente (Eclesiastés 9:18). ‘Pero ¿se podía realmente comparar el practicar karate con el tener armas?’ Reflexioné a regañadientes, y recordé lo que Isao Obata, cofundador de la Asociación de Karate del Japón, dijo en cierta ocasión acerca del karate: “La mente es el arma y el cuerpo es la bala”. ‘¿Podía ser que las palabras de Jesús: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada, perecerán por la espada”, aplicaran también a los que practicaban el karate?’ Medité con inquietud. Sabía que tenía que tomar una decisión. (Mateo 26:52.)

Cierto día reuní a todos mis discípulos en la escuela, quienes en su mayoría eran estudiantes de escuela secundaria. En vez de tener otra sesión de karate, los estudiantes escucharon perplejos a su sensei mientras les hablaba acerca de Jehová Dios y les explicaba que el practicar las artes marciales no está en armonía con la Biblia. Escucharon en silencio cuando les dije por qué había decidido cerrar la escuela definitivamente.

Puesto que yo estaba bajo la obligación de terminar el semestre y supervisar los exámenes, no podía abandonarlo todo allí. Por supuesto, esto presentó un peligro que podía debilitar mi decisión. Pero, en 1978, las Asambleas Internacionales “Fe Victoriosa” llegaron justo a tiempo para fortalecerme.

Nunca había asistido a toda una asamblea. En años anteriores había ido una que otra tarde a las asambleas. Pero esta vez pedí ausentarme de mi empleo. Cuando la asamblea empezó, yo estaba allí con toda mi familia.

Disfrutamos muchísimo de ella. Para mí había sido nada menos que una revelación. Todas las virtudes que había tratado de alcanzar durante mi vida —el respeto a Dios, el tener en alta estima la oración, el amar al prójimo— las veía a mi alrededor. ‘Éste es el verdadero wado-kai [camino de la armonía]’, fue lo que pensé, lo cual me movió a dar gracias a Jehová por aquella experiencia tan fortalecedora.

Unos meses después, el 24 de diciembre de 1978, mi esposa y yo nos bautizamos y esperábamos con anhelo un nuevo episodio en nuestra vida.

Algo mejor

Aquella decisión nos ha traído muchas bendiciones. Las tensiones familiares han desaparecido. Estamos unidos como nunca antes y sentimos gran regocijo de ver a nuestras tres hijas crecer como adoradoras de Jehová.

Desde que me bauticé, no he vuelto a usar el karate. Pero hace algunos años ocurrió algo que pudo haber hecho que lo hiciera. Cierta noche desperté y descubrí que había un ladrón en la casa. En vez de recurrir al karate, pensé que la mejor defensa sería gritar. ¡Y cómo grité! Después de muchos años de silencio, lancé con fuerza un espeluznante grito de karate como los que solía lanzar antes. ¡Dio resultado! El ladrón salió corriendo, y, a la misma vez, me alegré de no haber tenido que recurrir al karate, sino de haber usado una medida de defensa más segura.

¡Oh sí! Todavía quiero decirle lo que sucedió con aquel karateca lesionado que fue llevado de prisa al hospital. No murió. El golpe que le di le había roto tres costillas. Lamento que aquello haya sucedido, pero me siento aliviado de no haber llegado a ser culpable de derramamiento de sangre.

Al recordar mi pasado, solo lamento una cosa: debí haber dejado el karate antes. Me tomó casi seis años después de mis primeros estudios bíblicos el adoptar una actitud firme y final a favor de Jehová. Estoy muy agradecido a aquellas Testigos fieles que no se dieron por vencidas y que pacientemente siguieron animándome a tomar la decisión correcta. ¡Qué feliz me siento de haber hallado el sobresaliente camino de la armonía!—Contribuido por Harold La Rose.

[Comentario en la página 13]

Mi esposa lanzó un golpe veloz pero olvidó detener el puño en el momento crítico y me pegó de lleno en la cara, partiéndome los labios

[Comentario en la página 14]

El puño todavía estaba allí, pero, para mí, la paloma se había ido

[Comentario en la página 14]

Caminé hacia la línea esperando que me proclamaran ganador, ¡pero el árbitro adjudicó la victoria a mi rival!

[Comentario en la página 15]

Con el tiempo comprendí que lo que yo estaba aprendiendo de la Palabra de Dios no armonizaba con mi amor por el karate

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