Una reunión familiar esperada por largo tiempo
Según lo relató In-Bok Kim, de Corea
‘¡ESTO es como recibir a alguien de entre los muertos!’ Ese pensamiento me seguía viniendo a la mente mientras abrazaba a mi hermana menor, In-Soon, quien yo creía que había muerto hacía más de 30 años. Embargados de emoción, ambos lloramos como los niñitos que éramos cuando nos vimos por última vez.
Nuestra reunión era el resultado de un programa auspiciado por la Emisora de Televisión Coreana, el cual reunió dramáticamente a más de 11.000 familiares que desde hacía mucho tiempo habían perdido toda comunicación los unos con los otros. Pero antes que les relate como mi hermana y yo llegamos a reunirnos, permítanme llevarles retrospectivamente a la época en que ocurrieron los sucesos trágicos que nos separaron a nosotros, así como a otros millones de coreanos.
Recuerdos de la niñez
Nací en 1936 en la ciudad portuaria de Inchón, Corea. Fui el segundo de tres hijos en la familia y tuve una niñez feliz. Entonces, repentinamente, la tragedia nos azotó. Cuando yo tenía nueve años de edad, nuestra madre murió. El año siguiente nuestro padre murió también. Parecía que habíamos quedado huérfanos en un instante. Para aquel entonces, nuestra hermana mayor se había casado. De modo que se decidió que In-Soon y yo iríamos a vivir con nuestra hermana mayor y su esposo. Nos mudamos y comenzamos a adaptarnos a nuestra nueva vida lo mejor que pudimos.
Cierto día, cuando regresé a casa de la escuela, me dijeron que habían enviado a In-Soon a vivir con unos parientes de mi cuñado en un pueblo en el interior de Corea. Para mí, un jovencito de 13 años de edad, aquello fue un golpe devastador. Había perdido a mis padres, y ahora In-Soon se había ido. Mi hermana mayor me consoló y me prometió que, tan pronto como las cosas se estabilizaran un poco, nosotros iríamos a visitarla y ella nos visitaría a nosotros. Desde aquel día en adelante, anhelaba el momento en que volvería a estar con mi hermanita. Pero ese momento tardó mucho tiempo en llegar... 33 años, para ser exacto. Pues, al cabo de unos cuantos meses, en junio de 1950, estalló la guerra de Corea.
La devastación de la guerra
La guerra causó pérdidas terribles a todo el mundo. La guerra, que oscilaba entre el norte y el sur, devastó todo el país. Aproximadamente un millón de civiles murieron en Corea del Sur, lo cual resultó ser una grave pérdida para un país que en aquel entonces tenía unos veinte millones de habitantes. Ciudades y aldeas fueron destruidas. Familias enteras fueron desarraigadas. Esposos, esposas, padres, hijos, hermanos y hermanas fueron separados unos de otros. Toda nuestra sociedad se desintegró.
Los estragos de la guerra no nos pasaron por alto a nosotros. Unos parientes nuestros nos notificaron que In-Soon y todos los miembros de la familia con la que ella había estado viviendo habían muerto. Resulta irónico que, según me enteré después, uno de nuestros vecinos, quien había huido de la zona, le había dicho a In-Soon que yo había muerto cuando el barco de refugiados en que íbamos había volado en pedazos. Así que por 33 años cada uno de nosotros creía que el otro estaba muerto.
Cambios después de la guerra
Para julio de 1953 la guerra terminó de manera indecisa. El país trató de levantarse de entre las ruinas. Pasé casi año y medio en un orfanato, y finalmente un negociante rico me acogió en su casa. Quería criarme y educarme para que dirigiera su negocio. Me fue bien en la escuela, y mi futuro parecía ser prometedor. Sin embargo, las cosas que yo pensaba me perturbaban siempre. “¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? —A menudo pensaba—. Si Dios existe, ¿por qué permite la guerra y cosas por el estilo? ¿Cuál es el significado de todo esto?”
Pronto, mientras todavía estaba en la escuela, los testigos de Jehová hablaron conmigo, y empecé a estudiar la Biblia. Fue como si una luz empezara a iluminarme la mente y el corazón. Ahora, por fin, había hallado las respuestas a mis preguntas. Aprendí de la Biblia por qué existen las guerras y el sufrimiento, y cuál es la solución de estos problemas, que está muy cerca. Aquello hizo que yo desistiera de mis planes de seguir una carrera en los negocios. Ahora estaba resuelto a servir al Dios de consuelo, Jehová. En poco tiempo progresé hasta el punto de dedicarme y bautizarme. Cuando tenía veinte años de edad, la Sociedad Watch Tower me nombró precursor especial, ministro de tiempo completo.
Mi primera asignación fue la zona donde mi hermana había estado viviendo cuando estalló la guerra. Intenté todos los medios para ver si la hallaba, pero nadie sabía nada de la familia. Aquello me convenció más aún de que ella tenía que estar muerta. Muchísimas otras personas habían perdido a sus seres amados en la guerra. Yo, también, tenía que aceptar la realidad.
Literalmente, millones de coreanos han sufrido la misma experiencia que yo he sufrido. En el transcurso de los años, han tratado de localizar a sus parientes desaparecidos de diversas maneras, pero sin tener mucho éxito. Ni siquiera dio resultado el poner anuncios en los periódicos ni el pasarlos por la radio. Quizás se debía a que la guerra había estropeado los sistemas de comunicación y transportación de la nación. No ha sido sino hasta hace poco que han sido reconstruidos. Otra razón para ello pudo haber sido que en Corea del Sur, que actualmente cuenta con una población de más de 40.000.000 de habitantes, solo hay 258 apellidos. Más de la mitad de la población tiene uno de los cinco apellidos principales —Kim, Lee, Park, Choi y Chung—, y muchos de ellos tienen también el mismo nombre propio.
Un singular programa de TV
No obstante, hace poco se dio comienzo a algo nuevo... un programa que utilizaba la tecnología de la televisión y los ordenadores. Este programa, auspiciado por la Emisora de Televisión Coreana, comenzó como un documental de la guerra de Corea. Un segmento de dos horas sobre familias cuyos miembros habían sido separados provocó inesperadamente una ola tan grande de preguntas que el programa tuvo que extenderse por 20 horas aquel primer día. Entonces siguió transmitiéndose durante 14 horas diarias la siguiente semana y, finalmente, llegó a ser un programa semanal durante cinco meses.
Personas que buscaban a parientes desaparecidos se comunicaban con la emisora. Se les asignaba un número y una fecha en que ellas habrían de aparecer en televisión. Mientras tanto, para ver si se les podía relacionar con otras personas que estuvieran buscando a algún pariente desaparecido, el nombre y otros detalles de la persona eran introducidos en un ordenador. Si esto no daba resultado, entonces la persona aparecía ante las cámaras. Cada persona presentada en la televisión sostenía una tarjeta grande que mostraba el número que se le había asignado, el nombre de ella, el nombre de la persona o las personas desaparecidas, su pueblo natal, el nombre de sus padres y cualesquiera otros detalles que pudieran recordar.
El programa se transmitía a toda la nación. Cualquiera que estuviera viendo el programa y reconociera a la persona o las circunstancias, podía comunicarse con la emisora y entonces reunirse con sus parientes allí mismo en el estudio, mientras toda la nación observaba... lágrimas, llantos, abrazos y todo. Personas que vivían en diferentes partes del país eran reunidas por medio de cámaras y pantallas de televisión. Según el periódico coreano Choong Ang Ilbo, de las 53.535 personas que solicitaron ayuda, el programa reunió a 11.089.
The Korea Times del 16 de agosto de 1983 informó: “Nunca antes en su historia el pueblo coreano ha derramado espontánea y simultáneamente tantas lágrimas de regocijo. Nunca antes en los 5.000 años de la historia coreana ha tenido toda la nación la emotiva experiencia de unidad e identidad como la de los miles de sus hermanos que han experimentado reuniones conmovedoras con parientes de quienes habían sido separados”.
Una reunión increíble
El ver en la televisión las emotivas y felices reuniones, incluso las de parientes de quienes se pensaba que habían muerto hacía mucho tiempo, me hizo empezar a revivir viejos recuerdos. ¿Sería posible que In-Soon estuviera viva todavía? Tan solo una vez más tenía que intentar hallarla. Fui a la estación e hice que dieran entrada en el ordenador al nombre mío y el de mi hermana junto con otros detalles. La fecha que se me asignó para aparecer en la televisión sería un mes después. Entonces me fui a casa... y esperé.
Cinco días antes de la fecha en que me tocaba aparecer en televisión, recibí una llamada telefónica de la emisora. Me dijeron que habían localizado a mi hermana y que yo debía ir al estudio a reunirme con ella. Increíble como parezca, ella había ido a la estación a que alimentaran con su nombre el ordenador el mismísimo día que yo había estado allí.
De camino a la estación, me vino a la memoria un raudal de recuerdos. Empecé a sentirme confundido. Solo recordaba a una niña de 11 años de edad. ¿La reconocería ahora? ¿Cómo podía saber con seguridad que era mi hermana? Si no lo era, entonces habría revivido inútilmente viejas penas y dolorosos recuerdos.
Cuando nos reunieron, In-Soon me reconoció inmediatamente. Pero yo me sentía inquieto y nervioso. No es fácil, para no decir otra cosa peor, encontrarse con alguien a quien uno ama, pero a quien creía seguramente muerta por 33 años. ¿Era en realidad In-Soon? ¿Cómo podía estar seguro? Después de hablar por un rato, decidimos visitar a Inchón, nuestro pueblo natal, a unos 40 kilómetros (25 millas) de distancia, donde vive mi hermana mayor.
De camino a Inchón, empezamos a recordar los días de nuestra niñez. Hablamos sobre nuestra casa en Hwapyung Dong, una sección de Inchón. Recordamos que tenía un techo de hojalata galvanizada, pintado de negro. Cuando llovía por la noche, el ruido de las gotas de lluvia que caían sobre el techo nos asustaba tanto que de un salto nos metíamos en la cama y nos escondíamos juntos debajo de la ropa de cama. Recordamos que nuestro vecino, cuya casa también tenía un techo galvanizado, pero pintado de rojo, perdió todo el pelo a causa de la fiebre tifoidea, y que poco después nuestra madre contrajo la misma enfermedad y murió.
Esos recuerdos me convencieron más allá de toda duda de que ésta era de veras mi hermana menor, a quien yo había estado buscando. Los ojos se nos llenaron de lágrimas de regocijo. Ya no pudimos contenernos. Lloramos juntos por nuestra gozosa reunión.
Mayor gozo en el futuro
Desde que nos reunimos aquel día, he tenido mayor motivo de gozo. Ahora In-Soon ha empezado a estudiar la Biblia. Ella también ha llegado a comprender por qué hay tanto sufrimiento en el mundo y lo que tiene que hacer para que se le incluya en el grandioso propósito que Jehová Dios tiene para todos los que lo aman y lo obedecen.
Aunque millares de personas han experimentado el inexpresable gozo de reunirse con parientes que por largo tiempo habían desaparecido, todavía hay millones que no han podido lograr esto. Hay quienes dicen que la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur separa a unos diez millones de personas de sus respectivas familias. Puesto que no se permite la comunicación con personas que vivan al otro lado de la frontera, hay muchos que ni siquiera saben si sus parientes al otro lado están vivos o muertos.
Sin embargo, para estas personas, y otras como ellas, hay esperanza. La Biblia nos dice que pronto el Reino de Dios en manos de Jesucristo eliminará las fronteras políticas y todo otro tipo de frontera que mantenga dividida a la familia humana (Daniel 2:44). Entonces, también se cumplirá la promesa que Jesús hizo en Juan 5:28, 29: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán”. ¡Qué tiempo de gran regocijo será ese! Pues entonces, por fin, se realizará la reunión familiar de toda la humanidad, que por tanto tiempo se ha esperado.
[Comentario en la página 19]
Por 33 años, cada uno creía que el otro estaba muerto
[Ilustración en la página 20]
Personas que buscaban a parientes desaparecidos aparecieron así en el televisor