El espinoso asunto de acumular agua
NO TODAS las plantas del Saguaro National Monument (Arizona) acumulan el agua con avaricia. En los bosques de coníferas de las majestuosas montañas Rincón, la mayor parte de este fluido se limita a ir de paso, pues entra por las raíces y sale por las hojas. No obstante, eso solo ocurre en la parte más retirada del parque. A los turistas les atrae la zona desértica de tierras bajas asolada por el calor, donde medran las plantas que acumulan agua y la precipitación anual no suele alcanzar los 30 centímetros.
En el parque hay alrededor de cincuenta variedades de cactos, pero el que mayor cantidad de agua acumula es el que da nombre al parque: el saguaro o sahuaro gigante (Carnegiea gigantea). Aunque sus comienzos son diminutos, al cabo de un largo proceso acaba convertido en un gigante. La semilla no es mayor que el punto que cierra esta frase. Pasado el primer año, la plantita quizás solo mida unos seis milímetros. A los quince años tendrá una altura de 30 centímetros, y alcanzará los dos metros cuando sea cincuentenario, aunque no tendrá su primer brazo hasta los setenta y cinco, que es cuando florecerá y producirá semillas por vez primera. Un saguaro adulto produce miríadas de semillas por año, unos cuarenta millones durante su vida, pero es posible que de todas estas solo una sobreviva y llegue a la madurez. Esta planta puede alcanzar los doscientos años, tener un tronco de 80 centímetros de diámetro, una altura de 15 metros y un peso de diez toneladas, un 80% de las cuales es agua, que acumula con ansia.
Manifiesta esa misma ansia a la hora de obtener el agua. Cuenta con una red de raíces poco profundas que se extienden por un radio de treinta metros. Tras una precipitación de lluvia, puede llegar a absorber 750 litros de agua, suficiente para un año. Por el centro del tronco y los tallos discurren cilindros formados por costillas leñosas (doce o más), que le dan consistencia. Unos pliegues de tipo fuelle permiten que se contraiga o expanda cuando almacena o consume el agua. Su cérea piel verde realiza la fotosíntesis y conserva la humedad, mientras que las espinas disuaden a los animales de robar el agua.
Sin embargo, el mecanismo para conservar el agua más asombroso de todos es su capacidad para elaborar el alimento sin una pérdida excesiva de agua. La fotosíntesis (el proceso por el que las plantas elaboran el alimento) precisa de agua procedente de las raíces, dióxido de carbono del aire y luz solar. La mayoría de las plantas transpiran un grandísimo porcentaje del agua de que disponen por los poros de las hojas (llamados estomas) durante las horas de luz, a la vez que absorben el dióxido de carbono y la luz solar necesarios para la fotosíntesis.
Pero los cactos no se pueden permitir el lujo de perder tanta agua durante las horas diurnas en un ambiente tan árido y caluroso, de modo que cierran los estomas de sus brazos a fin de no perder agua en la transpiración. Lo que ocurre es que esta acción también impide la entrada del dióxido de carbono necesario para la fotosíntesis, que solo puede realizarse con la energía procedente de la luz solar. ¿Cuál es la solución? Un diseño biológico muy peculiar.
La solución
Las noches del desierto son frescas, a veces hasta frías. De modo que es entonces cuando los cactos abren los estomas, y así toman el dióxido de carbono con una mínima pérdida de humedad en el aire nocturno por la transpiración. No obstante, como la fotosíntesis no se efectúa entonces, el dióxido de carbono se almacena gracias a una cadena de reacciones químicas totalmente diferentes y muy eficaces, llamadas sistema del fosfoenolpiruvato, y después se libera y envía al lugar donde se producen los habituales procesos de fotosíntesis diurnos.
La fotosíntesis misma es un proceso muy complejo, en el que intervienen unas setenta reacciones químicas y del que se ha dicho que es “un verdadero prodigio”. La manera especial que tienen los cactos de iniciarlo durante la noche a fin de conservar el agua no hace sino aumentar la prodigiosidad del proceso. Los evolucionistas, claro está, afirman que todo evolucionó debido a la casualidad ciega; pero en ese caso, este milagro tendría que haberse producido no una, sino muchas veces, pues el proceso lo emplean varias plantas sin relación entre sí. Tanto los hechos como el sentido común muestran que surgió en conformidad con el diseño de un Creador inteligente.
Una planta muy servicial
El saguaro también presta servicio cívico. Grandes ramilletes de flores blancas cubren los extremos del tronco y los brazos desde finales de abril hasta junio. Las flores se abren por la noche y se marchitan al día siguiente, pero cada saguaro repite el espectáculo noche tras noche durante unas cuatro semanas, lo que significa unas cien floraciones. Esta exhibición tan llamativa le ha hecho ganarse el honor de ser la flor del estado de Arizona. Pájaros, murciélagos, abejas y polillas se alimentan del néctar y polinizan las flores.
El fruto madura durante junio y julio, cuando pecaríes de collar, coyotes, raposas, ardillas, hormigas recolectoras de Tejas y una multitud de pájaros se dan el festín con sus semillas y frutos. Diversas especies de pájaros carpinteros excavan en el tronco y los brazos más nidos de los que necesitan, pero la planta cura las heridas con un tejido cicatrizante que impide la pérdida de agua. Otros pájaros, entre ellos mochuelos duendes, lechuzas y pequeñas rapaces, utilizan después las cavidades. La competencia es intensa.
Antiguamente los indios utilizaban como jarras de agua estas cavidades semejantes a calabazas. Las costillas leñosas, que soportan el enorme peso de los saguaros repletos de agua, se han utilizado para construir refugios y vallas. Estos gigantes verdes también producen copiosamente un fruto jugoso parecido al higo, que los indios nativos, los papagos, hacían caer de los troncos y brazos ayudándose de unas varas largas y con el que elaboraban mermelada, jarabe y bebidas alcohólicas. Los indios se alimentaban de las semillas, y también las daban a sus gallinas como alimento. Tanta importancia tenía el fruto del saguaro para los papagos, que su recolección señalaba el año nuevo.
Las plantas desérticas adoptan una gran variedad de soluciones para el problema del agua. El mezquite, por ejemplo, consigue toda el agua que necesita. Envía su raíz principal a una profundidad de entre 10 y 30 metros hasta encontrar una reserva subterránea. Ahora bien, ¿cómo sobrevive a esta sequía la planta joven hasta que la raíz principal halla agua? Este es uno de los misterios del desierto sin resolver. Otra planta, el céreo, tiene un bulbo que le sirve de reserva subterránea privada. Y la hierba de la gobernadora tiene un sistema radicular amplio para recoger agua, que al mismo tiempo excreta toxinas que matan a cualquier otra plantita que empiece a crecer cerca de ella.
Las hermosas plantas anuales, que florecen en primavera y tiñen el desierto con su fantástico colorido, no están provistas de ninguno de estos ingeniosos mecanismos para sobrevivir a la falta de agua. Entonces, ¿cómo se las arreglan? Evitando por completo la escasez de agua. Sus semillas contienen inhibidores químicos que les impiden brotar. Una fuerte lluvia se lleva estos inhibidores, y las semillas germinan y crecen, las plantas florecen y producen semillas para futuras plantas. Los inhibidores no se eliminan con un simple aguacero; hacen falta al menos unos trece milímetros de precipitación. Estas semillas miden la pluviosidad, por decirlo así, y permanecen en estado latente a menos que caiga la cantidad de agua necesaria como para empapar suficientemente el suelo de modo que puedan completar su ciclo de vida. No empiezan lo que no van a terminar.
Los saguaros tienen unos vecinos muy peculiares, ¿verdad?
[Fotografía en la página 25]
Las rapaces se posan en lo alto de los saguaros
[Reconocimiento]
Frank Zullo
[Fotografías en la página 24]
Flores y fruto del saguaro