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  • ¿Quién tiene la culpa de que exista la maldad?

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  • ¿Quién tiene la culpa de que exista la maldad?
  • ¡Despertad! 1992
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¡Despertad! 1992
g92 8/4 págs. 28-29

El punto de vista bíblico

¿Quién tiene la culpa de que exista la maldad?

CUANDO entró en casa, no tardó en notar que pasaba algo anormal. Echó un vistazo por la casa y confirmó sus sospechas: habían desaparecido la televisión, el equipo estereofónico, ropa y otros artículos. De repente le asaltó una duda angustiosa: “¿Estará dentro el intruso todavía?”, de modo que buscó refugio en casa de un vecino y llamó a la policía. Sí, era otra víctima más del delito.

Aunque el delito no le haya afectado a usted directamente, es fácil que conozca a alguna víctima. Esta es una tragedia de la que a menudo somos actores sin pretenderlo. Un estudio del Comité para la Prevención y el Control del Delito de la ONU reveló que el número de denuncias aumenta con más rapidez que la economía y la población de las naciones.

La gente de bien de todo el mundo se siente amedrentada por el delito, los asesinatos salvajes, la injusticia y la corrupción que asolan nuestra sociedad, y viven siempre con el miedo de ser las víctimas. Por ello, muchos preguntan: “¿Por qué no acaba Dios con todo esto?”.

La Biblia responde a esta oportuna pregunta. No obstante, para entender bien la respuesta, hay que identificar el origen y la causa de la maldad.

Dios no tiene la culpa

“¿Hay injusticia con Dios?”, preguntó el escritor bíblico Pablo. Él mismo respondió: “¡Jamás llegue a ser eso así!”. (Romanos 9:14.) No obstante, algunos entienden que como Dios todo lo puede, es el responsable de todo lo que ocurre. Pero no es así. Piense en lo siguiente: Un arquitecto dibuja un edificio funcional y estético. Aunque la construcción y los materiales son inmejorables, los inquilinos dejan el edificio hecho una ruina, de modo que es necesario restaurarlo a fondo. Sin duda concordará en que los responsables del deplorable estado del inmueble son los inquilinos, no el arquitecto ni el constructor. Lo mismo ocurre con la humanidad y la Tierra. Deuteronomio 32:4, 5 explica que la actividad de Jehová es perfecta: “Todos sus caminos son justicia. Dios de fidelidad, con quien no hay injusticia”. Entonces, ¿de quién es la culpa de que haya tanto sufrimiento en el mundo?

El texto continúa diciendo: “Ellos han obrado ruinosamente por su propia cuenta [...]; el defecto es de ellos mismos”. No hay duda: gran parte del sufrimiento es el resultado directo de la debilidad humana o incluso de su mala voluntad. Pese a todo, hay una causa y una fuente de maldad mucho mayor.

Se desenmascara la verdadera causa

En Revelación 12:9 leemos que Satanás el Diablo, “que está extraviando a toda la tierra habitada”, es arrojado a la vecindad de la Tierra, lo que resulta en lo que dice el versículo 12 del mismo capítulo: Rev. 12:12 “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. Así que es él, el gran Adversario, el instigador de la injusticia que llena la Tierra. Si bien es cierto que algunas personas colaboran en sus designios, él es de quien se dice que era “homicida cuando principió”. (Juan 8:44.) Las Escrituras nos indican que Satanás el Diablo es la causa principal de las dificultades del hombre. Y no solo la causa, sino el que ha perpetuado la maldad, redoblando sus esfuerzos en estos “últimos días”. (2 Timoteo 3:1-5, 13.) De modo que Jehová Dios no es el causante de la maldad. Ahora bien, ¿le importa tanto el sufrimiento de la humanidad como para que vaya a acabar con él?

¿Acabará Dios con la maldad?

No hay duda de que le importa la maldad y el sufrimiento, y va a eliminarlos. Es un Dios de amor que, como Padre amoroso, conoce las necesidades y deseos de sus hijos y quiere satisfacerlos. (Salmo 145:16; 1 Juan 4:8-10.) El que todavía no lo haya hecho y se haya retenido con paciencia de actuar no es muestra de indiferencia, sino de su omnipotencia y omnisciencia. Sabe cuál es el mejor momento para destruir este malvado sistema, y lo hará cuando sea oportuno.

La situación es comparable a la de una gestante que, si bien ansía que nazca su hijo, sabe que no debe inquietarse, pues entiende que la formación del niño que lleva en su seno toma tiempo. Es verdad que el proceso conlleva inquietudes y molestias, pero una criatura sana y bien formada compensará la inquietud y la espera.

Lo mismo ocurre con el glorioso nuevo mundo de paz de que habla la Biblia. Llegará inmediatamente después de que el Reino de Dios intervenga en los asuntos humanos para eliminar el mundo injusto actual. Entonces la iniquidad habrá pasado, y habrán desaparecido el sufrimiento, el dolor, las enfermedades y la muerte. (Revelación 21:3, 4.) Los culpables del sufrimiento también serán eliminados: se dará su merecido a Satanás y sus demonios, junto con los integrantes de su sistema de cosas. (Malaquías 4:1; Revelación 20:1-4.)

Ya no existirá el miedo de entrar solo en casa, como le ocurrió a la señora de la que se habló al comienzo del artículo. Ella y su esposo explican cómo se sienten en la actualidad: “Instalamos una alarma después que forzaron la casa. Como han pasado unos años desde que nos robaron, ya no estamos tan preocupados, aunque sabemos que solo será posible disfrutar de paz y seguridad en el futuro, bajo el Reino de Dios”.

Hasta que llegue ese día, ya cercano, tenemos que usar con prudencia nuestro tiempo. Pedro nos invita a considerar “la paciencia de nuestro Señor como salvación” (2 Pedro 3:15), no solo para nosotros, sino también para el prójimo, pues si hablamos con la gente de esta esperanza maravillosa, ‘nos salvaremos a nosotros mismos y también a los que nos escuchen’. (1 Timoteo 4:16.) Ahora es el momento de cultivar las cualidades que harán de nosotros personas como las que vivirán en el nuevo mundo, en el que la maldad habrá pasado. (Salmo 37:9-11.) Tenemos que investigar la Biblia, no solo para hallar la respuesta a nuestras preguntas, sino a fin de encontrar la guía necesaria para conformar nuestra vida a la voluntad de Dios.

[Reconocimiento en la página 28]

Lucifer. Ilustración de Doré para la Divina Comedia, de Dante

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