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  • Acercarme a Dios me ayudó a afrontar mis problemas

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  • Acercarme a Dios me ayudó a afrontar mis problemas
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¡Despertad! 1993
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Acercarme a Dios me ayudó a afrontar mis problemas

NO ME interesaba la religión. Todos los sistemas religiosos me parecían hipócritas. No veía que sirvieran más que para hacer que las personas fueran más intolerantes. La década de los sesenta tocaba a su fin, un presidente de Estados Unidos había sido asesinado y miles de personas morían en la guerra de Vietnam. El mundo era un desastre, y mi propia vida se estaba desmoronando. ¿Cómo era posible que hubiera un Dios que se interesara en mí o en la humanidad?

Tenía 27 años, estaba casada, era madre de dos hijos pequeños y trabajaba de jornada completa en una institución para enfermos mentales. Por aquel entonces una vecina me habló sobre la Biblia. Yo misma me sorprendí de escucharla. Habló sobre lo que llamaba los últimos días. Su explicación me pareció diferente, y yo buscaba respuestas. Me dejó un libro titulado La verdad que lleva a vida eterna. Lo leí en una noche y busqué todos los textos bíblicos; después de eso me pregunté: “¿Habré encontrado realmente la verdad?”.

De ser así, se me presentaba un problema. Nací en el seno de una familia judía, mi esposo, mis dos hijos y mis parientes también eran judíos. Sabía que se enfadarían mucho si yo me hacía testigo de Jehová. Tenía que asegurarme, pues no quería herir a mi familia sin necesidad; comencé a devorar literatura bíblica. En una semana me convencí de que era la verdad, así que tenía que aprenderla. De modo que inicié mi estudio con los testigos de Jehová. Pocas semanas después estaba predicando a todo el mundo. Me emocionó aprender que el nombre de Dios es Jehová, que él se interesa en mí y en todos los humanos y que la vida eterna en una Tierra paradisíaca es posible. Me bauticé el 12 de junio de 1970.

Tal como había imaginado, mi familia y mis parientes políticos se enfadaron muchísimo, y algunos me rechazaron. Mi esposo estudió por temporadas durante años, pero nunca se hizo Testigo. Sin embargo, mis hijos llegaron a ser testigos de Jehová. Desde el principio quise predicar de casa en casa las buenas nuevas del Reino de Dios como ministra de tiempo completo. Pero mis hijos eran pequeños y mi esposo era incrédulo. A pesar de que yo trabajaba de jornada completa, perdimos dos hogares y en varias ocasiones nos vimos en la calle. La vida resultaba muy difícil.

En cierta ocasión se iba a ejecutar la hipoteca contra nuestra casa. Debíamos abandonar la casa el domingo al mediodía, y no teníamos a donde ir. Hice todo lo que pude. Por fin, el sábado por la mañana, el día antes, decidí seguir el consejo de Jesús en Mateo 6:33 de buscar primero el Reino de Dios y esperar que Jehová suministrara las cosas que yo necesitaba. Salí a predicar de casa en casa. Recuerdo que la angustia que me producía la situación me hizo llorar, pero a los cinco minutos me sentí mejor. He comprobado que la predicación tiene un efecto muy positivo en mí; me hace superar los problemas, y el espíritu de Jehová me mantiene feliz y productiva y da significado a mi vida. Aunque al regresar a casa aún no teníamos un lugar adonde ir, me sentía mejor.

Aquella noche recibimos una llamada de la agencia inmobiliaria que se encargaba de nuestro caso. Eran las once y media, y el agente estaba tan preocupado de que no tuviésemos a donde ir que nos consiguió un domicilio temporal hasta que estuviera lista la casa que íbamos a ocupar. El domingo mis compañeros Testigos nos ayudaron a trasladarnos al domicilio temporal. Estuvimos allí durante tres semanas, con todas nuestras pertenencias en cajas, hasta que finalmente nos trasladamos a la nueva casa cuando estuvo lista. No fue fácil, pero Jehová atendió nuestras necesidades. Esto me fortaleció mucho y edificó mi fe. Resultó tal y como dijo el rey David en Salmo 37:25: “Un joven era yo, también he envejecido, y sin embargo no he visto a nadie justo dejado enteramente, ni a su prole buscando pan”.

Había problemas en cómo se administraban los recursos económicos de la familia. A veces me encargué de administrar los fondos y solucionar los problemas. Intenté desesperadamente mantener nuestra unión marital durante aquellos años, sobre todo debido a mi amor a Jehová y a la estima que él tiene al matrimonio, y en el fondo deseaba que mi esposo cambiara y abrazara la verdad.

A menudo expresaba en oración mi deseo de ser precursora regular, y servía de precursora auxiliar siempre que me era posible.a Sabía que la predicación era la mejor y más importante manera de emplear mi vida. Amaba a Jehová y quería servirle con toda mi alma. También amaba a los demás y deseaba ayudarlos. Mi propia difícil situación me hizo comprender lo valiosos que son los principios bíblicos y saber que la gente necesita la esperanza que suministra el Reino. Pero temía que mi familia no pudiera subsistir si yo no trabajaba, pues apenas lo lográbamos en aquel momento.

Mis gritos ahuyentaron al violador

Entonces se produjo un incidente en mi vida que me dio fe en que Jehová siempre me mantendría y me cuidaría. Alguien forzó la casa e intentó violarme. Me atacó mientras dormía, y cuando desperté me amenazó con matarme si gritaba o me movía. Aunque estaba aterrorizada, Jehová me ayudó a mantener la calma y tener la presencia de ánimo necesaria para orar y meditar en las opciones que tenía. Sabía que la Biblia recomienda gritar, pero también pensaba que probablemente me mataría si lo hacía, y que luego mis hijos se despertarían y también los mataría a ellos. Imaginé mi nombre en las notas necrológicas y pedí a Jehová que cuidara de mis hijos si yo moría. A pesar de todo, hice lo que la Biblia aconseja: gritar. (Deuteronomio 22:26, 27.) El violador huyó. Estuve realmente convencida de que aquella noche iba a morir, de manera que me acerqué a Jehová como nunca antes.

Dejé mi trabajo y emprendí el servicio de precursora regular en 1975. Durante seis años serví de precursora, y mi esposo pagó las facturas. Tristemente, enfermé de diabetes siendo joven, y llegué a estar muy enferma. Para afrontar aquella situación, confié en Jehová aún más. A pesar de las circunstancias, fueron los años más felices y productivos que había vivido hasta entonces. Jehová me bendijo con muchos estudios bíblicos que progresaron hasta el bautismo, y algunos llegaron a ser precursores también.

Más tarde, en 1980, nuestra vida familiar se desmoronó. Surgió una desavenencia entre mi esposo y yo. Mis hijos estaban muy afectados, y por eso intenté salvar el matrimonio, pero mi esposo no respondió a mis esfuerzos. En aquel momento comprendí que debía obtener un divorcio bíblico. El que él se marchara tuvo un efecto devastador en mis hijos.

En ese tiempo yo estaba tratando desesperadamente de continuar en el servicio de precursor, y lo logré durante casi un año. Sin embargo, mi hija no fue capaz de enfrentarse a la situación y empezó a rebelarse contra todo, también contra mí y la verdad. Dejé de servir de precursora durante ese tiempo por causa de su conducta. Aquello me deprimió mucho; mi cuerda salvavidas se había roto. Me sentí muy sola, como si todo, a excepción de Jehová, hubiera desaparecido.

Así me encontraba cuando Jehová me proporcionó a dos queridos hermanos que me ayudaron mucho más de lo que ellos jamás podrán imaginarse: un superintendente de circuito y un anciano de otra congregación que conocía nuestras circunstancias porque había estudiado con mi marido. Nunca podré agradecer a Jehová lo suficiente la ayuda de estos dones en forma de hombres. Siempre les querré mucho.

No mucho tiempo después, mi hija, que todavía era muy joven, se casó con un incrédulo. Esta circunstancia destrozó a la familia y nos entristeció profundamente. Mi hijo se fue a vivir por su cuenta poco tiempo después. Yo oraba a Jehová constantemente para que ayudase a mi familia a permanecer en la verdad. Eran muy preciosos para mí, y lo único que quería con toda mi alma era que permanecieran al lado de Jehová. He orado por esto constantemente durante mi vida en la verdad. Aquel período fue peor para mí que mis veinte años de matrimonio, pese a lo malos que habían sido. Sin embargo, sabía que Jehová nos ayudaría de alguna forma, y tenía que hacer su voluntad a toda costa.

Hay un incidente que recuerdo muy bien. Todavía era precursora, no teníamos dinero, pero necesitábamos 70 dólares para los gastos semanales y dinero para el transporte al trabajo durante la semana siguiente. Había trabajado dos días como empleada temporal. Por lo general tenía que esperar una semana para cobrar mi salario, unos cuarenta dólares. No tenía dinero para la comida, mucho menos para transporte. La noche siguiente conduje el estudio de una mujer que pudo ayudarme con el dinero para el tren.

A la mañana del día siguiente, viernes, fui a recoger la correspondencia, y encontré dos cartas. Una era el cheque que esperaba para la semana siguiente. Se había tramitado en menos de tres días. Estaba asombrada. Todavía necesitaba veintinueve o treinta dólares para solventar los gastos. En el segundo sobre había un cheque por veintinueve dólares, justo lo que necesitaba. Lo más sorprendente era que en febrero de aquel año el gobierno me había concedido una subvención para el combustible de la calefacción de mi casa, pero ya estábamos en agosto y decidieron que me debían veintinueve dólares, ¿para la calefacción en agosto? ¿Por qué pensaban que me debían algo y, lo más extraño, para calefacción en el mes de agosto? Aquello fortaleció mi fe.

Las posesiones materiales no son la respuesta

Comencé a trabajar de jornada completa y aprendí a utilizar ordenadores en los trabajos que realizaba. Los años en que no fui precursora fueron muy difíciles. Aunque tenía un trabajo excelente y disfrutaba de cierta seguridad económica y bienes materiales, no me sentía feliz. Mis hijos vivían por su cuenta y tenían problemas muy serios. Mi hija estaba volviendo a la verdad pero todavía tenía dificultades, al igual que mi hijo. Después de un tiempo sentí que estaba perdiendo la preciosa relación con Jehová que tanto apreciaba. Percibía que me estaba apartando de él, incluso aunque nadie más pudiera verlo. Iba a todas las reuniones, estudiaba y salía al servicio del campo, pero no era suficiente. Traté de asociarme más con los hermanos, pero eso tampoco me ayudó.

Empecé a compadecerme de mí misma, me volví introvertida y me puse a pensar en mí. ¿No merecía yo algo mejor? Obviamente eso era lo que Satanás quería. Por primera vez empecé a sentirme atraída a mis compañeros de trabajo. Pensé: ‘Les predicaré a ellos’, y así lo hice. Pero en mi interior me daba cuenta de que mi corazón estaba pasando por alto cosas que no debía. No se trataba de problemas ajenos a mí, el problema era yo. No podía escapar de mi conciencia educada por la Biblia, y le oré a Jehová.

Trabajaba de jornada completa. Debía renunciar a toda la seguridad material que había edificado. Los viajes de ida y vuelta de Long Island a Wall Street me ocupaban tres horas diarias. Era mucho tiempo. Además, tener que tratar con tantas personas mundanas en los trenes tampoco me ayudaba. Hablé con los ancianos y comencé a asistir a asambleas los fines de semana para centrarme en las cosas más importantes. Por primera vez en mi vida no tenía que preocuparme por las cosas materiales, así que ¿por qué quería empezar a luchar de nuevo? Después de un año de oración y de considerar con cuidado si debería mudarme o no, lo hice.

Me trasladé al barrio de Brooklyn Heights. Había visitado la congregación y sabía que la espiritualidad que reinaba allí era justo lo que me hacía falta. Estar con tantos Testigos fieles que habían dedicado muchos años al servicio de tiempo completo me hacía sentir como si hubiera vuelto a mi hogar. A los seis meses estaba lista para dejar mi empleo y ser precursora. Emprendí un trabajo de media jornada, y en 1984 me nombraron de nuevo precursora regular.

A través de los años Jehová me ha dado bendiciones magníficas, además de muchísimas lecciones valiosas. He intentado mantener una actitud positiva y aprender una lección de cada prueba. Lo vergonzoso no es pasar por dificultades; el pecado está en no utilizar los principios bíblicos para resolverlas. En Brooklyn no tengo los mismos problemas que tuve en mis primeros años en la verdad. La economía o un esposo incrédulo ya no constituyen un obstáculo. Mi corazón se ha recuperado y he sido bendecida con muchos hijos espirituales.

Pero siempre se presentan nuevos desafíos y dificultades. En 1987 mi hijo, Marc, sufrió una grave depresión nerviosa, pero Jehová nos ha ayudado a superarlo. Ahora se está esforzando y va muy bien en la congregación. Mi hija, Andrea, volvió a la verdad y se bautizó, y está criando a sus hijos en la verdad. Dado que nos aproximamos a la gran tribulación, sé que las dificultades continuarán, o incluso aumentarán, pero Jehová siempre estará presente para ayudarnos, sin importar los obstáculos que surjan.

En verdad, Jehová me ha ayudado a vivir una vida muy feliz y productiva. Espero poder pasar el resto de mi vida cerca de él y haciendo su voluntad.—Relatado por Marlene Pavlow.

[Nota a pie de página]

a Servir de precursor(a), expresión que se utiliza para aludir a la actividad de predicar de tiempo completo.

[Fotografía en la página 23]

Marlene Pavlow, predicadora de tiempo completo de las buenas nuevas del Reino

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