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¡Despertad! 1994
g94 22/5 págs. 9-15

Jóvenes con “poder que es más allá de lo normal”

ERES joven. Solo has cumplido 12 años. Tienes una familia a la que amas y amigos en la escuela con los que te diviertes. De vez en cuando vas a la playa o a la montaña. Te quedas fascinado cuando contemplas el cielo nocturno repleto de estrellas. Tienes toda la vida por delante.

Entonces enfermas de cáncer. Aunque a los 60 años esa noticia supone un gran golpe, si solo se tienen 12, aún resulta más desoladora.

Lenae Martínez

Así se sintió Lenae Martínez, una niña de 12 años. Tenía la esperanza de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca, una esperanza basada en la enseñanza bíblica que le habían dado sus padres, que son testigos de Jehová. ¿Acaso no había leído en la Biblia que la Tierra subsistirá para siempre, que fue creada para ser habitada por toda la eternidad y que los mansos la heredarán permanentemente? (Eclesiastés 1:4; Isaías 45:18; Mateo 5:5.)

Pero a Lenae la ingresaron en el Hospital Pediátrico Valley, en Fresno (California, E.U.A.). Aunque la internaron por causa de lo que parecía ser una infección renal, las pruebas revelaron que tenía leucemia. Los médicos que la trataban decidieron que había que transfundirle plaquetas y un concentrado de glóbulos rojos, y empezar un tratamiento de quimioterapia de inmediato.

Lenae dijo que no quería sangre ni hemoderivados, pues se le había enseñado que Dios lo prohíbe, según lo muestran los libros bíblicos de Levítico y Hechos. “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación.” (Hechos 15:28, 29.) Sus padres apoyaron su postura, si bien Lenae recalcó que la decisión la había tomado ella y que lo consideraba un asunto de gran importancia.

Aunque los médicos ya habían hablado varias veces con Lenae y con sus padres, una tarde regresaron. Respecto a esta visita en particular, Lenae explicó: “Me sentía muy débil por el dolor y porque había vomitado mucha sangre. Me hicieron las mismas preguntas, solo que de manera diferente. Les repetí: ‘No quiero nada de sangre ni de sus derivados. Preferiría morir, si fuera necesario, antes de quebrantar la promesa que le he hecho a Jehová Dios de efectuar su voluntad’”.

Lenae añadió: “Volvieron a la mañana siguiente. Las plaquetas estaban bajando y todavía tenía mucha fiebre. Me di cuenta de que esta vez el médico me escuchó más. Aunque no aprobaban mi postura, dijeron que era una niña de 12 años muy madura. Luego entró el pediatra y me dijo que lo sentía, pero que lo único que me podía ayudar era la quimioterapia y las transfusiones. Se marchó y prometió volver más tarde.

”Cuando salió, me puse a llorar desconsoladamente, porque él me había atendido desde siempre, pero entonces me daba la sensación de que me estaba traicionando. Cuando regresó, le expliqué que lo que me había dicho me daba a entender que ya no se interesaba en mí. Aquello le sorprendió, y dijo que lo sentía, que no había sido su intención herirme. Me miró y añadió: ‘Bueno Lenae, si así es como tiene que ser, entonces te veré en el cielo’. Se quitó las gafas, y con los ojos anegados en lágrimas me dijo que me quería y me dio un fuerte abrazo. Se lo agradecí y le respondí: ‘Gracias. Yo también lo quiero, Dr. Gillespie, pero espero vivir en una Tierra paradisíaca cuando resucite’”.

A continuación entraron un doctor, una doctora y un abogado. Dijeron a los padres de Lenae que querían hablar con ella a solas y les pidieron que salieran, lo cual hicieron. Los médicos habían sido muy considerados y amables desde el mismo principio, y estaban impresionados tanto por la elocuente manera de hablar de Lenae como por sus profundas convicciones.

Una vez a solas con ella, le dijeron que se estaba muriendo de leucemia y añadieron: “Pero las transfusiones de sangre te prolongarán la vida. Si las rechazas, morirás en pocos días”.

—Si me ponen sangre, ¿cuánto se prolongará mi vida? —preguntó Lenae.

—De tres a seis meses aproximadamente —respondieron.

—¿Y qué puedo hacer en seis meses? —preguntó.

—Te pondrás fuerte. Puedes hacer muchas cosas. Ir a Disney World y visitar muchos otros lugares.

Lenae pensó un poco y después contestó: “He servido a Jehová toda mi vida: doce años. Él me ha prometido vida eterna en el Paraíso si le obedezco. No voy a volverle la espalda ahora por seis meses de vida. Quiero serle fiel hasta la muerte pues sé que, a su debido momento, él me resucitará y me dará vida eterna. Entonces tendré suficiente tiempo para todo lo que quiero hacer”.

Los médicos y el abogado estaban visiblemente impresionados. La encomiaron, y al salir dijeron a sus padres que la niña razonaba y hablaba como un adulto y que la veían capaz de tomar sus propias decisiones. Recomendaron al comité de ética del Hospital Pediátrico Valley que la consideraran una menor madura. Dicho comité, compuesto por médicos y otros profesionales de la salud, además de un profesor de Ética de la Universidad Estatal de Fresno, acordó permitir que Lenae tomara sus propias decisiones con respecto al tratamiento médico que se le administraría. La consideraron una menor madura. No se pidió ninguna orden judicial.

Tras una larga y difícil noche, el 22 de septiembre de 1993 a las seis y media de la mañana, Lenae se durmió en la muerte en los brazos de su madre. La dignidad y la calma de aquella noche quedaron grabadas en la memoria de los presentes. Al servicio de funeral asistieron 482 personas, incluidos doctores, enfermeras y profesores, a los que habían impresionado la fe e integridad de Lenae.

Los padres y los amigos de Lenae agradecieron mucho la sensibilidad de los médicos, las enfermeras y los administradores del Hospital Pediátrico Valley para percibir la madurez de esta menor y el hecho de que no fuese necesario ningún juicio para tomar esa decisión.

Crystal Moore

A Crystal Moore, una muchacha de 17 años, no se la trató con igual consideración cuando ingresó en el Centro Médico Presbiteriano de Columbia, en la ciudad de Nueva York. Padecía colitis ulcerativa. Desde el momento en que ingresó en el hospital, tanto ella como sus padres recalcaron repetidas veces su negativa a aceptar sangre. Ella no quería morir; al contrario, quería recibir un tratamiento médico que fuese compatible con el mandato bíblico de abstenerse de sangre. (Hechos 15:28, 29.)

El equipo médico que atendía a Crystal estaba convencido de que su estado requería una transfusión de sangre. Un doctor dijo sin rodeos: “Si Crystal no recibe una transfusión para el jueves 15 de junio, el viernes 16 de junio estará muerta”. El 16 de junio Crystal no estaba muerta, y el hospital recurrió al Tribunal Supremo del estado de Nueva York para que autorizara la administración de transfusiones por la fuerza.

En la audiencia, que se convocó apresuradamente en el hospital aquella misma mañana, uno de los médicos testificó que Crystal necesitaba de inmediato dos unidades de sangre y que quizás necesitaría por lo menos otras diez más. Dijo además que si Crystal trataba de oponer resistencia a las transfusiones, la ataría a la cama de pies y manos para administrárselas. Crystal dijo a los médicos que ‘gritaría con todas sus fuerzas’ si trataban de ponerle una transfusión, y que, como testigo de Jehová, veía tan repulsiva la administración forzada de sangre como la violación.

A pesar de las repetidas solicitudes de su abogado durante la audiencia, a Crystal se le negó la oportunidad de hablar ante el tribunal y demostrar su capacidad para tomar decisiones. Aunque Crystal acababa de recibir un premio en el programa escolar Super Youth en reconocimiento de su buen nivel académico y la iniciativa que había demostrado en el instituto, la jueza rehusó dejarla explicar en el juicio por qué rechazaba la sangre. Esto supuso negarle su derecho a un debido proceso legal, a decidir por sí misma sobre su propio cuerpo, a la intimidad y a la libertad de culto.

Si bien el tribunal no permitió que Crystal testificara en el juicio, los miembros que lo componían la visitaron en su habitación y hablaron con ella a solas durante unos veinte minutos. Después de la visita, la jueza dijo que Crystal tenía “obviamente mucha inteligencia” y era “muy elocuente”, añadiendo, además, que “desde luego estaba en pleno uso de sus facultades mentales” y era “capaz de expresar muy bien sus opiniones”. A pesar de estas observaciones, el tribunal siguió negándole obstinadamente la oportunidad de decidir sobre su tratamiento médico.

La mañana del domingo 18 de junio Crystal necesitaba ser operada de urgencia, a lo cual dio su consentimiento, aunque siguió rechazando la sangre. Durante la operación no llegó a perder ni 100 centímetros cúbicos de sangre. Pese a todo, los médicos afirmaban que pudiera requerirse una transfusión de sangre posoperatoria. Otro doctor testificó que no era necesaria ninguna transfusión. Él había tratado habitualmente casos similares sin sangre durante los últimos trece años y nunca había tenido necesidad de transfusiones complementarias.

El 22 de junio de 1989, el tribunal concedió al hospital la custodia temporal de Crystal para que le transfundieran sangre únicamente si “era necesario para proteger o salvar su vida”. Dicha tutela finalizó cuando la joven fue dada de alta del hospital. Crystal nunca necesitó sangre, y jamás se la transfundieron, pero el trato que recibió del tribunal fue vergonzoso.

Tras ser dada de alta del hospital, Crystal se graduó de la escuela secundaria con la máxima calificación. Poco después emprendió el ministerio de tiempo completo como testigo de Jehová. Llegó a ser guía del Salón de Asambleas de los Testigos de Jehová de Jersey City y se ofreció voluntaria para formar parte de un equipo que construye y renueva Salones del Reino.

No obstante, los médicos del Centro Médico Presbiteriano de Columbia habían dicho que si no recibía una transfusión el 15 de junio, el 16 de junio estaría muerta, y que si oponía resistencia a la transfusión, la atarían a la cama, sujeta de pies y manos. Que recuerden el caso de Crystal Moore los médicos que soliciten una orden judicial para administrar sangre y tengan el descaro de afirmar que el paciente morirá si el juez no accede de inmediato.

Lisa Kosack

La primera noche que Lisa pasó en el Hospital Pediátrico de Toronto (Canadá) fue una terrible pesadilla. Ingresó a las cuatro de la tarde y enseguida empezaron a hacerle pruebas. No llegó a su habitación hasta las once y cuarto de la noche. A medianoche... bueno, dejemos que Lisa misma cuente lo que sucedió: “A medianoche entró una enfermera y dijo: ‘Tengo que ponerte un poco de sangre’. Yo exclamé: ‘¡No puedo aceptar sangre porque soy testigo de Jehová! ¡Espero que esté informada! ¡Espero que esté informada!’. ‘Sí, lo estoy’, dijo, e inmediatamente me sacó el tubo intravenoso y lo conectó bruscamente al gotero de la sangre. Me puse a llorar y a gritar sin control”.

¡Qué manera tan cruel e insensible de tratar a una niña de 12 años enferma y asustada, en mitad de la noche y en un entorno desconocido! Los padres de Lisa la habían llevado al Hospital Pediátrico de Toronto esperando encontrar a médicos amables y dispuestos a cooperar. Pero en lugar de eso, hicieron pasar a su hija por la horrible experiencia de administrarle una transfusión a medianoche, a pesar de que tanto Lisa como sus padres rechazaban el uso de la sangre y de los hemoderivados por considerarlo una violación de la ley de Dios. (Hechos 15:28, 29.)

A la mañana siguiente el hospital solicitó una orden judicial para administrar transfusiones. El juicio duró cinco días, y fue presidido por el juez David R. Main. Se celebró en una habitación del hospital, y Lisa estuvo presente los cinco días. Lisa padecía leucemia mieloide aguda, una enfermedad que suele ser mortal, aunque los médicos atestiguaron que había un índice de curación del 30%. Prescribieron múltiples transfusiones de sangre y quimioterapia intensiva, un tratamiento muy doloroso con efectos secundarios debilitantes.

Lisa testificó el cuarto día del juicio. Una de las preguntas que le hicieron fue cómo le había hecho sentirse la transfusión que le habían administrado por la fuerza a medianoche. Ella explicó que se había sentido como un perro utilizado para un experimento, como si la violaran, y que el hecho de ser una menor llevaba a algunos a pensar que podían hacerle cualquier cosa. Le daba asco ver que la sangre de otra persona entraba en su cuerpo por la posibilidad de contraer sida, hepatitis o cualquier otra enfermedad infecciosa. Y, sobre todo, le preocupaba lo que Jehová pensaría de ella por quebrantar su ley contra la introducción de sangre ajena en su cuerpo. Dijo que si alguna vez le volvía a suceder, “lucharía, tiraría a patadas el gotero, se arrancaría el tubo intravenoso sin importar lo mucho que le doliera y agujerearía la bolsa de sangre”.

—¿Cómo te sientes ante el hecho de que la Sociedad de Ayuda a los Menores haya solicitado que quiten a tus padres tu custodia y se la concedan a ellos? —le preguntó su abogada.

—Pues me siento muy, muy enfadada; siento que son crueles porque mis padres nunca me han pegado; al contrario, me han amado y yo los amo a ellos, y siempre que he tenido anginas, resfriados o cualquier otra cosa, me han cuidado. Su vida entera giraba en torno a mí, y ahora, simplemente que alguien aparezca, solo porque no está de acuerdo con ellos, y me arranque de mis padres, creo que es algo que me afecta mucho.

—¿Quieres morir?

—No, no creo que nadie quiera morir; pero si llego a morir, no voy a tener miedo, porque sé que tengo la esperanza de vida eterna en un paraíso en la Tierra.

Había pocos ojos secos mientras Lisa hablaba con valor sobre su inminente muerte, su fe en Jehová y su determinación de seguir obediente a su ley sobre la santidad de la sangre.

—Lisa —continuó preguntando su abogada—, ¿cambiaría tu opinión si supieras que el tribunal te ordena aceptar transfusiones?

—No, porque yo voy a seguir siendo fiel a mi Dios y observando sus mandamientos, pues él está muy por encima de cualquier tribunal o de cualquier hombre.

—Lisa, ¿cuál querrías que fuese el fallo del juez en este caso?

—Lo que me gustaría que el juez fallase en este caso es que me envíen de vuelta con mis padres y que les devuelvan mi custodia para que yo pueda sentirme feliz, regresar a casa y estar en un ambiente agradable.

Y eso fue precisamente lo que falló el juez Main. A continuación reproducimos algunos extractos de su fallo:

“[Lisa] ha expuesto ante este tribunal de manera clara y realista que si se intenta transfundirle sangre, se opondrá a dicha transfusión con todas las fuerzas que pueda reunir. Ha dicho, y le creo, que gritará y forcejeará y que se arrancará el tubo intravenoso del brazo y tratará de romper la bolsa de sangre que pongan sobre su cama. Rehúso dictar orden alguna que someta a esta niña a todo ese sufrimiento.”

Respecto a la transfusión que le habían administrado por la fuerza a medianoche, dijo:

“Debo fallar que ha sido discriminada por su religión y su edad en conformidad con la sección 15(1) [de la Carta Canadiense de Derechos y Libertades]. En estas circunstancias, al habérsele administrado una transfusión de sangre, se vulneró su derecho a la seguridad de su persona en conformidad con la sección 7.”

La impresión que Lisa le causó al juez es digna de mención:

“[Lisa] es bonita, muy inteligente, elocuente, cortés, sensible y, lo más importante, es una persona valiente. Tiene una sabiduría y una madurez que no corresponden a su edad, y creo que no sería exagerado decir que tiene todos los atributos positivos que cualquier padre querría ver en un hijo. Posee unas creencias religiosas firmes y claras. En mi opinión, por más que se le aconseje o presione, ya sea que lo hagan sus padres o cualquier otra persona, incluida una orden de este tribunal, nada podrá alterar ni hacer tambalear sus creencias religiosas. Creo que a [Lisa Kosack] debería dársele la oportunidad de luchar contra su enfermedad con dignidad y tranquilidad de ánimo.”

”Solicitud desestimada.”

Lisa y su familia abandonaron el hospital aquel mismo día. Lisa efectivamente luchó contra su enfermedad con dignidad y tranquilidad de ánimo. Murió tranquilamente en su casa al lado de sus cariñosos padres. Con su muerte se unió a otros muchos testigos de Jehová jóvenes que pusieron a Dios en primer lugar. Como resultado, ella verá, al igual que aquellos, el cumplimiento de la siguiente promesa de Jesús: “El que pierda su vida por causa de mí la hallará”. (Mateo 10:39, nota al pie de la página.)

Ernestine Gregory

A Ernestine le diagnosticaron leucemia cuando tenía 17 años. Una vez hospitalizada, no consintió en que los médicos complementaran con hemoderivados el tratamiento de quimioterapia. Debido a la negativa de Ernestine y al apoyo de su madre a su opción por un tratamiento sin sangre, el hospital denunció el caso a los funcionarios de la asistencia social de Chicago (Illinois, E.U.A.), quienes a su vez solicitaron una orden judicial para administrar sangre. Se convocó una audiencia, en la que el tribunal oyó los testimonios de Ernestine, un médico, un psiquiatra y una abogada, además de los de otras personas relacionadas con el caso.

Ernestine dijo a su médico que no quería que le pusieran sangre. Que era una decisión personal basada en su lectura de la Biblia. Que administrarle por orden judicial una transfusión contra su voluntad seguía siendo una ofensa contra la ley de Dios y ella lo veía censurable, aunque lo mandase el tribunal. Que no se oponía a recibir tratamiento médico ni tampoco quería morir. Que aquella no era una decisión suicida, si bien no temía a la muerte.

El Dr. Stanley Yachnin testificó que estaba “impresionado por la madurez de Ernestine, su sensatez” y la sinceridad de sus creencias religiosas. También dijo que Ernestine entendía la naturaleza y las consecuencias de su enfermedad, por lo que no veía la necesidad de llamar a un psiquiatra o a un psicólogo.

De todas formas, finalmente se llamó a un psiquiatra, el Dr. Ner Littner, quien después de hablar con Ernestine, llegó a la conclusión de que tenía la madurez de una joven de entre 18 y 21 años. Dijo que mostraba que entendía las consecuencias de aceptar o rehusar las transfusiones de sangre. Que su postura no reflejaba coacción por parte de nadie, sino sus propias convicciones. El Dr. Littner especificó que a Ernestine se le debería permitir tomar su propia decisión en este asunto.

Jane McAtee, abogada del hospital, testificó que después de entrevistar a Ernestine, opinaba que la muchacha comprendía la naturaleza de su enfermedad y que “parecía plenamente capaz de entender su decisión y aceptar las consecuencias”.

Al tribunal también le impresionó mucho el testimonio de Ernestine. Llegó a la conclusión de que era una muchacha de 17 años madura, capaz de tomar decisiones médicas informadas; y, sin embargo, de forma sorprendente el tribunal dictó una orden para que le administraran transfusiones de sangre. En el hospital, dos médicos aguardaban con el equipo de transfusión listo para ser utilizado. Nada más recibir la orden judicial, le pusieron una transfusión por la fuerza, pese a sus enérgicas protestas. Aunque enseguida se apeló de la sentencia, no fue posible evitar que el hospital administrara la transfusión de manera apresurada.

Para impedir una nueva transfusión se apeló primero ante el Tribunal de Apelación de Illinois. Este, en una decisión de dos contra uno, juzgó que a Ernestine no se le podía obligar a aceptar transfusiones de sangre contra su voluntad. El tribunal razonó que el derecho de Ernestine a la libertad de culto —otorgado por la Primera Enmienda de la Carta de Derechos estadounidense—, así como el derecho constitucional a la intimidad, protegía su derecho como menor madura a rehusar transfusiones de sangre por razones religiosas.

Los funcionarios de la asistencia social apelaron al Tribunal Supremo de Illinois contra la decisión del Tribunal de Apelación. Pero el Tribunal Supremo ratificó la sentencia, decretando que aunque Ernestine era menor, tenía el derecho de rechazar cualquier tratamiento médico que considerase objetable. La decisión del Tribunal Supremo se basó tanto en el derecho que concede la ley jurisprudencial a decidir por uno mismo sobre su propio cuerpo como en el precepto de los menores maduros. El Tribunal Supremo de Illinois resumió como sigue la norma que se aplica en ese estado en los casos de menores maduros:

“Si hay pruebas claras y convincentes de que la menor es lo suficientemente madura como para comprender las consecuencias de sus actos y tener el discernimiento de una persona adulta, entonces el principio de menor maduro le da el derecho que concede la ley jurisprudencial a consentir o rechazar ciertos tratamientos médicos.”

Ernestine no recibió más transfusiones, y no murió de leucemia. Se mantuvo firme y puso a Dios en primer lugar, al igual que los otros jóvenes mencionados antes. Todos ellos recibieron el “poder que es más allá de lo normal”. (2 Corintios 4:7.)

[Recuadro en la página 13]

Peligros de las transfusiones de sangre

En el número del 14 de diciembre de 1989, la revista The New England Journal of Medicine publicó que una sola unidad de sangre puede contener suficiente cantidad del virus del sida como para provocar hasta 1.750.000 infecciones.

En 1987, después de conocerse que el sida se transmitía mediante la sangre de donantes voluntarios, el libro Autologous and Directed Blood Programs lamentaba: “Esta fue la más amarga de todas las ironías médicas: que la sangre, ese precioso regalo dador de vida, pudiera convertirse en un instrumento de muerte”.

El Dr. Charles Huggins, director de los servicios de transfusiones de sangre de un hospital de Massachusetts (E.U.A.), dijo: “Es la sustancia más peligrosa utilizada en medicina”.

La revista Surgery Annual llegó a esta conclusión: “Está claro que la transfusión más segura es la que no se administra”.

Debido a que hay muchos más casos de recurrencia del cáncer tras las operaciones en las que se administran transfusiones de sangre, el Dr. John S. Spratt dijo lo siguiente en la revista The American Journal of Surgery de septiembre de 1986: “Puede que el cirujano de cáncer necesite convertirse en un cirujano que opere sin sangre”.

La revista Emergency Medicine comentó: “De nuestra experiencia con los testigos de Jehová se puede deducir que no necesitamos depender tanto de las transfusiones de sangre, con todas sus posibles complicaciones, como antes pensábamos”.

La revista Pathologist mencionó la negativa de los testigos de Jehová a aceptar sangre, y dijo: “Existen numerosas pruebas que apoyan su opinión, a pesar de que los bancos de sangre se pronuncian en contra”.

El Dr. Charles H. Baron, profesor de Derecho de la Facultad de Leyes del Boston College, dijo lo siguiente respecto a la negativa de los testigos de Jehová a aceptar sangre: “Toda la sociedad norteamericana se ha beneficiado. Gracias a la labor de los Comités de Enlace con los Hospitales de los testigos de Jehová, existen hoy menos probabilidades de que se administren transfusiones de sangre innecesarias, no solo a los testigos de Jehová, sino también a los pacientes en general”.

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