La comunicación con el mundo de los espíritus
EN EL centro de una ciudad típica del oeste africano se hallaba un bonito edificio de una planta pintado de blanco y verde. En la recepción había dos secretarias escribiendo a máquina. Varias personas, sentadas cómodamente, esperaban para ver al babaláwo, el adivino.
En la habitación contigua, detrás de un escritorio y junto a un fax, se encontraba el babaláwo. Era un hombre corpulento, de cabello canoso, y llevaba unas costosas vestiduras largas, blancas y bordadas. “Mi padre era adivino —dijo—. Yo nací en la tradición. Crecí en ella. A partir de los cinco años de edad, cada vez que mi padre iba a practicar la adivinación, yo le acompañaba. Observaba cómo lo hacía y lo imitaba hasta que llegó a formar parte de mi ser.”
El babaláwo señaló hacia un amplio tablero de madera en el que se exponía el intrincado sistema de adivinación utilizado por su pueblo generación tras generación. Dicho sistema, que se basa en el resultado de echar dieciséis nueces de palma, está extendido por toda África occidental y territorios limítrofes. “La gente acude a mí con todo tipo de problemas —explicó—. Problemas de relaciones con mujeres, esterilidad, desempleo, demencia, salud, etcétera. Dependiendo de los resultados de la adivinación, se apela, bien a los antepasados, bien a los cuerpos [divinidades] del cielo. Sea cual sea el caso, debe realizarse algún tipo de sacrificio.”
Las prácticas religiosas tradicionales, incluida la adivinación, están muy arraigadas en la zona, pero también lo están las iglesias de la cristiandad. No muy lejos del consultorio del babaláwo se erigen edificios blanqueados en cuyas fachadas se lee: Iglesia del Rey Salomón II, Querubines y Serafines, Iglesia Celestial de Cristo, Iglesia Apostólica de Cristo, Iglesia de los Pregoneros de Cristo. Estas iglesias coexisten con la religión tradicional y a veces adoptan sus prácticas. El babaláwo contó: “Hace poco vino aquí el obispo y hablamos. Cuando llevábamos una media hora cambiando impresiones, dijo que deseaba que organizáramos algún tipo de coloquio en el que los cristianos y los tradicionalistas pudieran intercambiar ideas y aclarar malentendidos”.
Las puertas al mundo de los espíritus
Los malentendidos generalmente tienen que ver con la identidad de los que habitan el mundo de los espíritus. Por toda el África subsahariana predomina la creencia de que en dicho mundo existen dos grupos de seres. El primero se compone de divinidades que jamás han tenido naturaleza humana, y el segundo, de los antepasados, o espíritus de los muertos, cuya misión es asegurar la supervivencia y prosperidad de sus familias en la Tierra. Se cree que tanto las divinidades como los antepasados tienen poder para ayudar o perjudicar a los seres humanos. Por consiguiente, a ambos grupos se les debe mostrar la debida honra.
En muchas partes del mundo existen creencias parecidas. La gente se vale de diversos medios para ponerse en contacto con las fuerzas sobrenaturales, a fin de conocer el futuro y obtener ayuda y guía para afrontar los problemas del diario vivir. Pero ¿es posible conseguir ayuda del mundo de los espíritus? Jesucristo, que había vivido allí, mostró que sí. Dijo: “Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá”. (Mateo 7:7.) No obstante, para recibir tal ayuda, debemos pedirla a la persona adecuada, buscarla de la manera adecuada y tocar a la puerta adecuada. Si tocamos a la puerta equivocada, puede abrirnos alguien que nos perjudique en lugar de beneficiarnos.
De manera que es vital saber quiénes viven en el mundo de los espíritus y quiénes no. También necesitamos distinguir los espíritus que pueden ayudarnos de los que pueden perjudicarnos. Por último, debemos saber lo que hay que hacer para recibir ayuda de quienes están en condiciones de darla. Los siguientes artículos examinan estas cuestiones.
[Reconocimiento de la página 3]
Foto de las páginas 3, 4: The Star, Johannesburgo (Sudáfrica)