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CIRO

(heb. Kóh·resch; gr. Ký·ros).

Fundador del imperio persa y conquistador de Babilonia. Ha pasado a la historia como “Ciro el Grande”, distinguiéndose así de su abuelo Ciro I.

Según un documento cuneiforme conocido como el Cilindro de Ciro, después de conquistar el imperio babilonio, Ciro dijo: “Soy Ciro, rey del mundo, gran soberano, monarca legítimo, rey de Babilonia, rey de Sumer y Akkad, rey de los cuatro bordes (de la tierra), hijo de Cambises (ka-am-bu-zi-ia), gran soberano, rey de Anšan, nieto de Ciro, [...] descendiente de Teispes, [...] de una familia (que) siempre (poseyó) realeza”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, págs. 244 y 245.) En este registro Ciro aparece como descendiente real de los reyes de Anshan, ciudad o región de ubicación incierta. Algunos la sitúan en las montañas que se encuentran al norte de Elam, pero generalmente se cree que estaba situada al este. Los reyes pertenecientes a este linaje reciben el nombre de “aqueménidas”, por Aquemenes, el padre de Teispes.

La primera parte de la historia de Ciro (II) es algo oscura, ya que se depende en buena medida de los relatos bastante fantásticos de Heródoto (historiador griego del siglo V a. E.C.) y Jenofonte (otro escritor griego de aproximadamente medio siglo después). Sin embargo, los dos historiadores presentan a Ciro como el hijo del gobernante persa Cambises por su esposa Mandane, hija de Astiages, el rey de los medos. (Los nueve libros de la historia, de Heródoto, Libro I, sec. 107; Ciropedia, Libro I, cap. II, pár. 1.) Esta relación consanguínea de Ciro con los medos la niega Ctesias, otro historiador griego del mismo período, quien afirma en cambio que Ciro llegó a ser yerno de Astiages al casarse con su hija Amytis.

Ciro sucedió a su padre Cambises I en el trono de Anshan, el cual estaba bajo dominio del rey medo Astiages. Africano (siglo III E.C.) y Diodoro (siglo I a. E.C.) sitúan el comienzo del reinado de Ciro en el primer año de la 55.ª olimpiada, es decir, 560-559 a. E.C. Heródoto relata que Ciro se rebeló contra la autoridad meda y pudo conseguir una victoria fácil debido a la deserción de las tropas de Astiages, capturando Ecbátana, la capital de los medos. De acuerdo con la Crónica de Nabonido, este acontecimiento tuvo lugar en el año sexto del reinado de Nabonido (550 a. E.C., según la historia seglar). En la mencionada Crónica se declara que el rey Ishtumegu (Astiages) “convocó sus tropas y marchó contra Ciro, rey de Anshan, con el fin de enfrentarse [a él en batalla]. El ejército de Ishtumegu [Astiages] se rebeló contra él y [le llevaron] en cadenas a Ciro”. Ciro consiguió la lealtad de los medos, después de lo cual medos y persas lucharon unidos bajo su acaudillamiento. En los años siguientes, Ciro, con el fin de establecer su control sobre el sector occidental del imperio medo, avanzó hasta el río Halys, el cual delimitaba la frontera oriental del imperio lidio en Asia Menor.

Según Heródoto, al encararse a la amenaza de este nuevo emperador persa, Creso, el floreciente rey de Lidia, hizo una alianza política con Nabonido, el rey de Babilonia, con Amosis II, el faraón de Egipto, y con los espartanos de Grecia. No obstante, antes de que estos aliados pudieran prestar alguna ayuda militar, Ciro derrotó a los lidios, acaudillados por Creso, y capturó Sardis. Luego, subyugó las ciudades jónicas y anexionó todo el Asia Menor al imperio persa. De esta forma, en tan solo unos cuantos años Ciro llegó a ser el rival más importante de Babilonia y su rey Nabonido.

CONQUISTA DE BABILONIA

Ciro ahora se preparó para una confrontación con la poderosa Babilonia, y particularmente a partir de este momento jugó un papel importante en el cumplimiento de la profecía bíblica. En la profecía inspirada registrada por Isaías concerniente a la restauración de Jerusalén y su templo se hizo mención de este gobernante persa como aquel que había sido designado por Jehová Dios para efectuar el derrocamiento de Babilonia y la liberación de los judíos que estaban allí exiliados. (Isa. 44:26-45:7). Aunque esta profecía fue registrada más de un siglo y medio antes de que Ciro subiera al poder, y pese a que la desolación de Judá evidentemente tuvo lugar antes de que siquiera hubiera nacido, Jehová declaró que Ciro actuaría como su “pastor” a favor del pueblo judío. (Compárese con Romanos 4:17.) En virtud de este nombramiento por anticipado, Ciro fue llamado el “ungido” de Jehová (una forma de la palabra hebrea ma·schí·aj, “mesías”, y de la palabra griega kjri·stós, “cristo”). (Isa. 45:1.) El que Dios ‘le llamara por su nombre’ (Isa. 45:4) con tanta antelación no quiere decir que le diera a Ciro su nombre cuando nació, sino, más bien, que sabía de antemano que un hombre llamado así se levantaría y que Él le llamaría, no de manera anónima sino directa y específicamente, por nombre.

Así, sin que él mismo lo supiera, ya que probablemente era un seguidor pagano del zoroastrismo, Jehová Dios había estado, de manera figurada, ‘asiendo la mano derecha de Ciro’ para dirigirle o fortalecerle, ciñéndole, preparando y allanando el camino para que llevase a cabo el propósito divino: la conquista de Babilonia. (Isa. 45:1, 2, 5.) Al ser Aquel que “declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”, el Dios Todopoderoso había maniobrado las circunstancias en los asuntos humanos para realizar completamente su propósito. Había llamado a Ciro “desde el naciente”, desde Persia (al este de Babilonia), donde fue construida su capital favorita, Pasargada, y Ciro habría de ser como un “ave de rapiña”, abalanzándose velozmente sobre Babilonia. (Isa. 46:10, 11.) Es de destacar que, según The Encyclopœdia Britannica (1911, vol. 10, pág. 454b), “los persas llevaban un águila fijada en la punta de una lanza, y el Sol, como su divinidad, también estaba representado en sus estandartes [...], los cuales estaban guardados por los hombres más valientes del ejército”.

Las profecías de la Biblia relativas a la predicha conquista de Babilonia por Ciro anunciaron que ‘se secaría la profundidad acuosa y los ríos, y que las puertas no estarían cerradas’, que habría una invasión repentina de la ciudad y los soldados babilonios no ofrecerían resistencia. (Isa. 44:27; 45:1, 2; Jer. 50:35-38; 51:30-32.) Heródoto describe un foso ancho y profundo que rodeaba Babilonia y dice que había numerosas puertas de bronce (o cobre) en los muros a lo largo del río Éufrates, el cual dividía en dos partes la ciudad. Según Heródoto, Ciro, al poner sitio a la ciudad, “abrió una acequia e introdujo por ella el agua en la laguna [el lago artificial que supuestamente había construido antes la reina Nitocris], que a la sazón estaba convertida en un pantano, logrando de este modo desviar la corriente del río y hacer vadeable [...] [el antiguo canal]. Cuando los persas, apostados a las orillas del Éufrates, le vieron menguado de manera que el agua no les llegaba más que a la mitad del muslo, se fueron entrando por él en Babilonia. Si en aquella ocasión los babilonios hubiesen presentido lo que Ciro iba a practicar o no hubiesen estado nimiamente confiados en que los persas no podrían entrar en la ciudad, hubieran acabado malamente con ellos. Porque sólo con cerrar todas las puertas que miran al río y subirse sobre las cercas que corren por sus márgenes, los hubieran podido coger como [...] [en una red]. Pero entonces fueron sorprendidos por los persas; y según dicen los habitantes de aquella ciudad, estaban ya prisioneros los que moraban en los extremos de ella y los que vivían en el centro ignoraban aún en absoluto lo que pasaba, con motivo de la gran extensión del pueblo, y porque siendo, además, un día de fiesta, se hallaban bailando y divirtiéndose en sus convites y festines, en los cuales continuaron hasta que del todo se vieron en poder del enemigo. [Compárese con Daniel 5:1-4, 30; Jeremías 50:24; 51:31, 32.] Así fue tomada Babilonia la primera vez”. (Los nueve libros de la historia, de Heródoto, Libro I, sec. 191.)

Aunque el relato de Jenofonte difiere en algunos detalles, contiene los mismos elementos básicos que el de Heródoto. Jenofonte dice que Ciro había considerado casi imposible tomar por asalto los poderosos muros de Babilonia, y entonces procede a contar cómo puso sitio a la ciudad, desviando las aguas del Éufrates en canales. Mientras la ciudad estaba celebrando una fiesta, envió sus fuerzas por el lecho del río, pasando los muros de la ciudad. Las tropas, bajo el mando de Gobryas y Gadatas, sorprendieron a los guardas desprevenidos y consiguieron entrar a través de las mismas puertas del palacio. En una sola noche, “la ciudad era tomada, y el rey muerto”, y los soldados babilonios que ocupaban las diversas ciudadelas se rindieron la mañana siguiente. (Ciropedia, Libro VII, cap. V, pár. 12; compárese con Jeremías 51:30.)

El historiador judío Josefo registra el siguiente relato de la conquista de Ciro escrito por el sacerdote Beroso (siglo III a. E.C.) como sigue: “En el año decimoséptimo de su reinado [de Nabonedo], Ciro el Persa lo atacó con un gran ejército; y luego de haberse apoderado de todo el Asia, invadió la misma Babilonia. Nabonedo le salió al encuentro, pero fue vencido; entonces con unos pocos buscó salvarse, encerrándose en la ciudad de Borsipo [un suburbio de Babilonia]. Ciro, una vez que se hubo apoderado de Babilonia, dispuso que se destruyeran las defensas exteriores de la ciudad, al ver que la ciudad era insegura de capturar por ser difícil su asedio. De ahí se dirigió a Borsipo, para atacar a Nabonedo, el cual, viendo que no podía soportar el asedio, se rindió. Ciro se portó humanamente con él, le entregó la Carmania para vivir allí, pero lo hizo salir de Babilonia. En cuanto a Nabonedo, habiendo pasado el resto de su vida en esta región, falleció”. (Contra Apión, Libro I, sec. 20.) Este relato difiere de los demás principalmente en lo que concierne a la actuación de Nabonido y la actitud de Ciro para con él. Sin embargo, está en armonía con el registro bíblico, que muestra que Belsasar fue el rey asesinado aquella noche y no Nabonido.

Las tablillas cuneiformes que han hallado los arqueólogos, aunque no dan detalles precisos en cuanto a cómo se produjo la conquista de Babilonia, sí confirman la caída súbita de esta ciudad a manos de Ciro. Según la Crónica de Nabonido, en lo que resultó ser el último año de su reinado (539 a. E.C.), en el mes de Tisri (septiembre-octubre) Ciro atacó las fuerzas babilonias en Opis y las derrotó. La inscripción continúa: “El día 14 Sippar fue tomada sin combate. Nabonid huyó. El día 16, Gobrias (Ugbaru) gobernador de Gutium y el ejército de Ciro entraron en Babilonia sin combate. Después Nabonid fue apresado en Babilonia, a la que volvió [...]. En el mes de Arahšamnu [Maresván (octubre-noviembre)], el día 3, Ciro entró en Babilonia”. Por medio de esta inscripción se puede fijar la fecha de la caída de Babilonia en el 16 de Tisri (5-6 de octubre) de 539 a. E.C., con la entrada de Ciro diecisiete días después, el 3 de Maresván (22-23 de octubre).

Empieza la dominación mundial aria

Por medio de esta victoria, Ciro puso fin a la dominación que los gobernantes semitas habían ejercido sobre Mesopotamia y el Oriente Medio, y fundó la primera potencia mundial de origen ario. El Cilindro de Ciro, documento cuneiforme que los historiadores creen que se escribió para ser divulgado en Babilonia, revela un tono muy religioso y en él se presenta a Ciro atribuyendo el crédito de su victoria a Marduk, el dios principal de Babilonia, diciendo: “Examinó y miró (a través de) todos los países, buscando un gobernante recto dispuesto a llevarle (a saber, a Marduk) (en la procesión anual). (Entonces) pronunció el nombre de Ciro (ku-ra-aš), rey de Anšan, declaróle (lit., pronunció [su] nombre) para que fuese el gobernante de todo el mundo. [...] Marduk, el gran señor, un protector de su pueblo/adoradores, observó con placer sus buenas obras (a saber, las de Ciro) y su espíritu (lit., corazón) recto (y, por consiguiente), le hizo marchar contra su ciudad de Babilonia (Ká.dingir.ra). Hizo que emprendiera el camino de Babilonia (DIN.TIRki), yendo a su lado como un verdadero amigo. Sus tropas desplegadas —cuyo número, como el del agua de un río, no puede indicarse—, anduvieron, sin utilizar las armas. Sin dar una batalla, le hizo entrar en su ciudad de Babilonia (Šu.an.na), evitando a Babilonia (Ká.dingir.raki) toda calamidad”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, pág. 244.)

A pesar de esta interpretación pagana de los acontecimientos, la Biblia muestra que, al hacer su proclamación autorizando a los judíos exiliados a volver a Jerusalén y reconstruir allí el templo, Ciro reconoció: “Todos los reinos de la tierra me los ha dado Jehová el Dios de los cielos, y él mismo me ha comisionado para que le edifique una casa en Jerusalén, que está en Judá”. (Esd. 1:1, 2.) Por supuesto, esto no significa que Ciro llegó a ser un converso judío, sino simplemente que conocía los hechos bíblicos con respecto a su victoria. En vista de la elevada posición administrativa en la cual fue colocado Daniel, tanto antes como después de la caída de Babilonia (Dan. 5:29; 6:1-3, 28), sería muy raro que Ciro no estuviera informado de las profecías que habían registrado y pronunciado los profetas de Jehová, entre las cuales se contaba la de Isaías que mencionaba su nombre. En lo que respecta al Cilindro de Ciro, citado anteriormente, se reconoce que otras personas además del rey pudieron haber participado en la preparación de este documento cuneiforme. El libro Arqueología Bíblica, de G. Ernest Wright, pág. 293, habla del “rey o la oficina que redactó la proclama” (compárese el caso similar de Darío en Daniel 6:6-9), mientras que el Dr. Emil G. Kraeling (Rand McNally Bible Atlas, pág. 328) llama al Cilindro de Ciro “un documento propagandista elaborado por los sacerdotes babilonios”. En efecto, puede que haya sido redactado bajo la influencia del clero babilonio (véase La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, nota al pie de la página 243), tratando así de explicar el fracaso total de Marduk (también conocido como Bel) y los otros dioses babilonios en salvar la ciudad, llegando incluso al extremo de atribuir a Marduk las cosas que había hecho Jehová. (Compárese con Isaías 46:1, 2; 47:11-15.)

EL DECRETO DE CIRO PARA EL REGRESO DE LOS JUDÍOS EXILIADOS

Al decretar el fin del exilio judío, Ciro cumplió su comisión como ‘pastor ungido’ de Jehová para Israel. (2 Cró. 36:22, 23; Esd. 1:1-4.) La proclamación fue hecha “en el primer año de Ciro el rey de Persia”, lo que quiere decir, en su primer año como gobernante de la recién conquistada Babilonia. El registro bíblico de Daniel 9:1 se refiere al “primer año de Darío”, que al parecer transcurrió entre la caída de Babilonia y “el primer año de Ciro” sobre esta ciudad. En tal caso, es posible que el primer año de Ciro no empezara hasta finales del año 538 a. E.C. Aun considerando que Darío fuese un virrey sobre Babilonia que hubiera gobernado simultáneamente con Ciro, la costumbre babilonia todavía consideraría el primer año del reinado de Ciro desde Nisán de 538 hasta Nisán de 537 a. E.C.

Según el registro bíblico, el decreto de Ciro de libertar a los judíos para regresar a Jerusalén probablemente fue promulgado a finales de 538 o a principios de 537 a. E.C. Esto permitiría suficiente tiempo para que los exiliados judíos preparasen su salida de Babilonia, emprendieran el largo y difícil viaje a Judá y Jerusalén (un viaje que pudo durar unos cuatro meses, según Esdras 7:9) y se establecieran “en sus ciudades”, en Judá, para el “séptimo mes” (Tisri) de 537 a. E.C. (Esd. 3:1, 6.) Este suceso señaló el final de los setenta años de desolación de Judá que habían sido profetizados y que habían comenzado en el mismo mes de Tisri de 607 a. E.C. (2 Rey. 25:22-26; 2 Cró. 36:20, 21.)

La cooperación de Ciro con los judíos contrastaba notablemente con el trato que estos habían recibido de los gobernantes paganos anteriores. Él les devolvió los utensilios sagrados del templo que habían sido llevados por Nabucodonosor a Babilonia, les otorgó permiso real para importar maderas de cedro del Líbano y autorizó el desembolso de fondos de la casa del rey para cubrir los gastos de construcción. (Esd. 1:7-11; 3:7; 6:3-5.) Según el Cilindro de Ciro, el gobernante persa siguió en líneas generales una política humanitaria y tolerante para con los pueblos conquistados. Según esta inscripción, él dijo lo siguiente: “Devolví a (estas) ciudades sagradas, del otro lado del Tigris, cuyos santuarios habían sido ruinas largo tiempo, las imágenes que (solían) vivir en ellas y establecí para ellas santuarios permanentes. (También) reuní todos sus habitantes (antiguos) y (les) devolví sus solares”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, de James B. Pritchard, págs. 245, 246.)

Aparte de la proclamación real registrada en Esdras 1:1-4, en la Biblia se habla de otro documento de Ciro, un “memorándum”, que fue archivado en la casa de los registros de Ecbátana, en Media, y que fue descubierto allí durante el reinado de Darío el persa. (Esd. 5:13-17; 6:1-5.) Con respecto a este segundo documento, el profesor Wright dice: “Lleva el título oficial explícito de dikrona, un término oficial arameo para designar un memorial en que se consignaba una decisión oral del monarca y que ponía en marcha una acción administrativa. No estaba destinado a la publicación, sino para que lo tuviera a la vista el funcionario correspondiente, después de lo cual era depositado en los archivos oficiales”. (Arqueología Bíblica, pág. 293.)

Se cree que Ciro murió en una batalla alrededor de 530 a. E.C., aunque los relatos al respecto son algo oscuros. Antes de su muerte, su hijo Cambises II llegó a ser corregente con él, y le sucedió en el trono persa como único gobernante cuando Ciro murió.

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