‘No debes inclinarte ante una imagen tallada’
MUCHOS edificios religiosos están llenos imágenes de Jesús, de María y de los “santos.” Todos los días se puede ver a centenares de personas inclinarse ante estas imágenes, particularmente en tierras católicas romanas.
La gente que así se inclina dice regirse por los Diez Mandamientos, pero uno de éstos dice: “No debes hacer para ti una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.”—Éxo. 20:4, 5.
Ahora bien, puesto que es obvio que las imágenes se parecen a algo que está o en los cielos, o en la tierra, o en las aguas del mar, y puesto que la gente se inclina ante ellas, uno podría concluir naturalmente que aquí hay una violación de uno de los Diez Mandamientos. Pero no es así, replica el cardenal Gibbons en The Faith of Our Fathers. Según él: “Todo niño católico comprende claramente la diferencia esencial que existe entre un ídolo pagano y una imagen cristiana. Los paganos consideraban al ídolo como un dios dotado de inteligencia y de los otros atributos de la Deidad. Ellos por lo tanto eran idólatras, o adoradores de imágenes. Los cristianos católicos saben que una imagen santa no tiene ninguna inteligencia ni poder para oir y ayudarles. Ellos le pagan un respeto relativo—es decir, su reverencia para con la copia es proporcional a la veneración que le tienen al original celestial al cual ésta se refiere.” Pero ¿será cierto que a las imágenes se les rinde adoración meramente relativa? No, no lo es, como lo siguiente manifestará.
En la guía de turistas de la famosa catedral de Chartres, Francia, ¿dice, por ejemplo, “Se adora a María por medio de una imagen que se llama ‘Nuestra Señora de la Cripta’”? No, sino que se lee: “Durante muchos siglos Nuestra Señora de la Cripta [una imagen que hay allí] ha aceptado el homenaje de los que se le han consagrado por un voto.”
Además, si fuera verdad que la imagen es sólo para hacer que el adorador recuerde al “santo” en particular al cual ora, entonces cualquier imagen de éste sería útil para el mismo propósito. Pero es un hecho bien conocido el que algunas imágenes reciben mucha más veneración que la que reciben otras, algunas son consideradas mucho más eficaces, algunas atraen a muchedumbres mucho más grandes, y a menudo se invoca a ciertas estatuas para pedir ciertas cosas.
Así, la guía de turistas de Chartres dice también: “Nuestra Señora de la Belle Verrière era en un tiempo objeto de veneración, y la invocaban particularmente las mujeres antes de dar a luz.” Otro caso que puede mencionarse es el de la prominencia de la imagen de “Jesús de Medinaceli” en las procesiones de católicos españoles beatos durante la semana santa.
El cardenal Gibbons tal vez distinga entre una imagen y un ídolo e insista en que una imagen es solamente una ayuda en la adoración, pero cuando se hacen peregrinajes a cierta imagen, entonces ha asumido la imagen un valor propio, en violación directa del mandato de Dios contra el dar honor a una cosa tallada. El que se hacen peregrinajes a ciertas imágenes se muestra por el Grand Dictionnaire Universal du XIXe Siècle (Larousse), Tomo 12, página 519: “Un día ciento diez diputados efectuaron un peregrinaje a la Virgen Negra de Chartres.”
De hecho, este mismo diccionario enciclopédico dice con verdad en el Tomo 9, página 574: “Idolatría no significa otra cosa, hablando etimológicamente, sino la adoración de imágenes. Los padres más antiguos de la iglesia prohibían formalmente la presencia de representaciones esculpidas o pintadas en los templos y en todo lugar donde se hacían oraciones. Fue alrededor de los siglos tercero o cuarto que la iglesia comenzó a desprenderse, en este respecto, de su severidad. . . . Estas representaciones de personas, de misterios y de hechos religiosos, prontamente llegaron a ser objetos de adoración, verdaderos ídolos, especialmente en Occidente.”
MÁS QUE HONOR RELATIVO
Si a las imágenes se les rindiera meramente honor relativo, entonces a todas las imágenes de Jesús se les rendiría el mismo honor, y a las imágenes de él se les habría de rendir más honor que a las de cualquier otro. Pero no es así. Se les atribuye poderes milagrosos a ciertas imágenes. Por eso el libro Pèlerinages célèbres aux Principaux Sanctuaires de Notre—Dame, por la Sociedad de San Agustín, no se refiere a los “santos” como milagrosos, sino a las imágenes mismas. Dice que San Luis le dio a la basílica de Puy “una estatua milagrosa que él trajo de regreso de la tierra santa.” Y llama las imágenes de Notre-Dame de Grâce en Lille imágenes “milagrosas.”
Sigue mostrando que las imágenes no eran sólo para hacer que la gente recordara a aquel a quien oraba, sino que se consideraba que ellas mismas tenían valor, al decir de Mater Boni Consilii (Santa Madre de Buen Consejo) en Gensano, cerca de Roma: “Se encuentran copias milagrosas de la santa imagen en España, Bélgica, Bohemia, Austria y América. Los agustinos y los redentoristas trabajan con el deseo de esparcir la adoración de Nuestra Señora de Buen Consejo y a cada lugar donde erigen altares a ella fluyen muchedumbres y se multiplican favores celestiales.”
Autoridades católicas admiten que en el siglo ocho de nuestra era cristiana algunos católicos tributaban a las imágenes más que honor relativo, pues besaban las imágenes y esperaban que las imágenes sanaran a los enfermos y detuvieran un incendio o una inundación mediante alguna clase de magia. Pero doce siglos más tarde hallamos que este honor más que relativo todavía se les rinde a imágenes. Cualquiera que haya visitado la catedral de San Pedro en Roma sabe que católicos beatos todavía besan estatuas, en particular el dedo del pie de cierta imagen de Pedro. A propósito, ¡hay motivo para creer que esta estatua en particular de Pedro fue tomada del antiguo templo romano el Panteón y que originalmente era una estatua erigida a Júpiter por los romanos paganos!
El que aun en tiempos modernos se les atribuye alguna clase de magia a estas estatuas se desprende de una obra aprobada por la iglesia, Mille Pélerinages de Notre–Dame (Mil peregrinajes a Nuestra Señora), publicada en París bajo el imprimátur Petrus Brot tan recientemente como el 18 de diciembre de 1953. Acerca de la imagen Notre–Dame de la Garde, dice en su tercer tomo, página 108: “Cuando el cólera descendió con furia sobre Marsella en 1832, el clero y la gente subieron al santuario y bajaron la estatua, la llevaron por la ciudad, y la terrible plaga desapareció.”
“EL CRISTO DE LA COMPASIÓN”
Una de las evidencias más notables de que se considera que las imágenes mismas tienen valor es que se creía que oraciones proferidas ante ciertas imágenes tenían más valor que oraciones proferidas ante otras imágenes. Viene al caso el relato extraordinario acerca del famoso “Cristo de la Compasión,” de Jesús en su padecimiento. Es muy probable que a esta imagen se deba mucha de la imperiosa tristeza del arte religioso del siglo quince, en notable contraste con el gran gozo que demostraron los apóstoles y otros cristianos del primer siglo.—Luc. 1:46-49; 1 Ped. 1:8.
Había varias de tales imágenes que mostraban a Cristo muerto en los brazos de María. Pero acerca de una relacionada con éstas, que representaba a Cristo solo, muerto y con los brazos cruzados sobre el pecho, Emile Male, autoridad sobresaliente en lo del arte religioso, pregunta en l’Art Religieux de la fin du Moyen Âge en France, página 100:
“¿Cómo puede explicarse el éxito de esta imagen? ¿Por qué se esparció a través de toda la Europa en el siglo quince? La razón es muy sencilla: Debido a las enormes indulgencias que se le atribuían a ella. Si, después de haberse confesado, se recitaran ante una representación del ‘Cristo de la Compasión’ siete Paters, siete Aves y siete oraciones cortas que se llamaban ‘las oraciones de San Gregorio,’ se obtenían seis mil años de ‘verdadero perdón.’”
¡Pero eso era solamente el principio! Él continúa: “En el transcurso del siglo quince, el papa aumentó las ya sorprendentes indulgencias, y el número de años llegó a ser prodigioso. Un manuscrito de la Biblioteca de Sainte-Genevieve [en París] habla acerca de catorce mil años, un retabloa de Aquisgrán [retablo de la misa de San Gregorio en una capilla de la catedral en Aquisgrán, Alemania] habla de veinte mil años; y finalmente, los manuscritos y Libros de las Horas del fin del siglo quince no anuncian menos de cuarenta y seis mil años de indulgencia.” “Pero,” reitera Male, “en cada caso, como se ha visto, era menester tener los ojos puestos en la imagen del Cristo de la Compasión.”
Sin divagar para preguntar en qué se basa la cifra de 46,000 años, ni por qué al fin del siglo quince estas pocas oraciones debieran de estimarse de como ocho veces más valor o eficacia que a principios de ese siglo, permanece el hecho de que todo lo susodicho refuta la pretensión que se hace de que el honor que se los da a imágenes es relativo y que no se cree que ellas tengan poderes en sí mismas. Es por lo tanto evidencia histórica de que los mandatos específicos de Dios prohibiendo que se les dé honor a imágenes han sido y están siendo violados por adoradores de la comunión católica romana.
DESCONOCIDA A CRISTIANOS PRIMITIVOS
Los cristianos del primer siglo estaban familiarizados con sus Biblias. Lo sabemos por las muchas veces que citaban de las Escrituras Hebreas a través de sus escritos. Por medio de éstas ellos sabían que el que la nación de Israel fuera aprobada o rechazada por Dios dependía directamente de la acción que esa nación tomara hacia los ídolos y la adoración de imágenes. Sabían bien que cuando Israel rechazaba toda forma de adoración de imágenes Dios lo bendecía, mientras que cuando establecía imágenes en violación directa del mandato de Dios, y se inclinaba ante ellas, él lo rechazaba.—Deu. 4:23-28; Jer. 22:8, 9.
Los cristianos del primer siglo se cuidaban de que no fueran rechazados a causa de la adoración de imágenes o la idolatría como lo fueron los judíos. Por lo tanto ni Jesús ni ninguno de sus discípulos inmediatos tuvo cosa alguna que ver con la idolatría. Pablo amonestó claramente: “Mis amados, huyan de la idolatría.” Y muchos años más tarde el apóstol Juan escribió: “Hijitos, guárdense de los ídolos.”—1 Cor. 10:14; 1 Juan 5:21.
Esta actitud no se abandonó con la muerte de los apóstoles. El Dr. Agusto Neander, judío que se convirtió al cristianismo, y quien, según la Cyclopædia de McClintock y Strong, no tiene igual en lo que concierne a escribir sobre la historia cristiana primitiva, dice en su libro The History of the Christian Religion and Church, During the First Three Centuries: “El uso de imágenes fue originalmente muy ajeno a la adoración e iglesias cristianas, y permaneció así durante todo este período. La entremezcladura del arte y de la religión, y el uso de imágenes para ésta, les pareció práctica pagana a los primeros cristianos.”
Lo alejados que estaban de la adoración de imágenes esos cristianos primitivos se revela por las palabras de Clemente de Alejandría según las cita Neander: “No debemos apegarnos a lo que es sensual, sino elevarnos a lo que es espiritual; la costumbre de contemplar diariamente la naturaleza divina profana su dignidad; y el querer honrar a un ser espiritual por medio de materia terrenal, no es sino deshonrarle por medio de la sensualidad.” Neander también muestra que los paganos fueron los primeros que hicieron semejanzas de Jesucristo y de los apóstoles: “Así que Eusebio dice (H.E.vii.18) que fueron paganos los primeros que hicieron cuadros de Cristo, de San Pedro y de San Pablo, a quienes éstos consideraban, según sus nociones paganas, como benefactores del género humano. Esto puede explicarse fácilmente en vista del espíritu de eclecticismo [selectividad] religioso que existía en ese tiempo.”
Sin embargo, no debería sorprendernos el que poco a poco esta sensualidad dominara la situación, porque ¿no es algo que presenta atracción a inclinaciones egoístas? Es más fácil expresar sentimiento hacia un objeto visible que hacia Uno Invisible. Además, ¿no amonestaron Jesús y los apóstoles de que habría una apostasía de la verdadera fe después de la muerte de los apóstoles? Sí, y los hechos manifiestan que las palabras proféticas de ellos verdaderamente se cumplieron.—Mat. 13:25; Hech. 20:29, 30.
Es verdad, Dios mandó que se hiciesen imágenes, los querubines del propiciatorio y representaciones de querubines en ciertas cortinas del tabernáculo. Pero note usted que éstos estaban ocultos de la vista de los israelitas, y no hay indicio de que los sacerdotes que sí los veían jamás dirigiesen oraciones a ellos. Cuando en una ocasión un sacerdocio apóstata presumió usar de talismán el arca del pacto con sus querubines tallados, Jehová Dios permitió que los filisteos la capturaran, para gran congoja de los israelitas y del anciano sumo sacerdote Elí en particular.—Éxo. 25:19-21; Núm. 4:5; 1 Sam. 4:3, 4, 11, 17, 18.
Jehová Dios conoce el corazón del hombre, sabe que es traicionero y desesperado. Sabe cuán propenso está a adorar a la criatura más bien que al Creador; ejemplo notorio de esto lo dieron los israelitas en su adoración de la serpiente de cobre que Moisés hizo en el desierto. A eso se debe que Jehová prohibiera tan explícita y repetidamente que se hicieran imágenes y que el pueblo se inclinara ante ellas. El cardenal Gibbons puede afirmar que todo niño católico sabe la diferencia entre una imagen religiosa aceptable y un ídolo pagano, pero lo que se hizo con imágenes al tiempo de la plaga de cólera en Francia, que se mencionó arriba, muestra que ni siquiera la jerarquía de la Iglesia católica romana sabe la diferencia, porque ella les atribuía y todavía les atribuye poder a estas imágenes. Por eso los que quieran agradar a Jehová Dios evitarán todas las imágenes, supuestas ayudas a la adoración, y se inclinarán solamente ante Jehová Dios.—2 Rey. 18:4; Jer. 17:9.
[Nota]
a Un retablo es “un anaquel o retallo levantado sobre la mesa de un altar, sobre el cual se colocan luces de altar, flores, etc.,” e inscripciones.—Webster.