¿Qué posición adopta usted tocante a la cuestión del Reino de Dios?
¿QUÉ significa aquí la palabra “cuestión”? Significa un punto que se halla en disputa entre dos o tres personas o grupos y que tiene que ser resuelto por alguna decisión respaldada por autoridad o por alguna prueba convincente. La cuestión ahora abarca al mundo entero. Tiene que ver con el Reino de Dios mediante su gobernante nombrado, Jesucristo. Desde el año posbélico de 1919, hace poco más de 63 años, los testigos de Jehová han cumplido en 205 naciones, o países, la profecía que pronunció ese gobernante nombrado, a saber: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. (Mateo 24:14.)
¿Cuál ha sido el resultado de esto? El siguiente: Todas las gobernaciones terrestres se han visto obligadas a enfrentarse a la cuestión, sea que les haya gustado o no. Ya se ha hecho claramente patente que no les ha gustado eso. Ahora estamos viviendo en el ocaso, por decirlo así, de los reinos de la Tierra. Como consecuencia de dos guerras mundiales, muchos reinos terrestres han sido derrocados y reemplazados por otras clases de gobernaciones... por repúblicas, por dictaduras socialistas o por otros tipos de gobiernos autoritarios. Hoy hay por lo menos 15 reinos gobernando todavía, como el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, el reino de Jordania, el reino de Nepal en Asia, el reino de Tonga en el Pacífico sur y el reino de Swazilandia en el África.
Se eliminan los reinos humanos
A todos los reinos humanos les espera la aniquilación no solo porque los reinos, como estilo de gobierno, constituyen una minoría, sino porque todo tipo de gobierno humano se enfrenta a su eliminación para dar paso a un gobierno mundial que no es de hechura humana. La profecía de Daniel 2:44, registrada hace más de 2.580 años, dice: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. La I Guerra Mundial, que empezó en 1914, no indicó el cumplimiento de esta profecía alentadora de Daniel, pero sí significó que el Dios del cielo había entronizado en el cielo a su Rey escogido, y le había dado poder para llevar a cabo dentro de poco esa profecía.
Hoy todos los gobiernos terrestres se enfrentan a la destrucción aun por obra de sus propias manos, por medios científicos de guerra altamente desarrollados. Hasta comentadores bien informados sobre asuntos mundiales nos están advirtiendo a todos acerca de esta eventualidad amenazadora. Se dan cuenta de que estamos viviendo en lo que la Biblia llama “el tiempo del fin”, o “los últimos días” (Daniel 12:4; 2 Timoteo 3:1). Las naciones vacilan mucho en cuanto a empezar una tercera guerra mundial, en vista de lo que ésta significaría para todas ellas... aniquilación mutua. Les gustaría hacer que los asuntos llegaran a un estado en que ellas pudieran exclamar confiadamente: “¡Paz y seguridad!” (1 Tesalonicenses 5:3). Dentro de poco, cuando sí hagan esa proclamación pública, ésta no significará paz con el Dios del cielo. No, pues desde 1914 las naciones han estado en guerra con él. Están obrando de manera contraria a Su buen propósito para la humanidad. Con el permiso de Dios, han demostrado durante toda la historia humana que son incapaces de gobernar la Tierra de una manera que resulte en el bien duradero de la humanidad, y mucho menos en gloria a Dios.
El Dios Todopoderoso tiene su propio tiempo debido para poner fin de manera permanente al sistema de cosas poco satisfactorio. Precisamente al tiempo debido de El terminará con este sistema de cosas. Mediante los testigos de Jehová, las naciones han recibido aviso al respecto. No tienen excusa.
¿Gobernación humana, o gobernación divina?
Las naciones, es decir, sus poderes gobernantes, categóricamente han mostrado qué posición adoptan tocante a la cuestión del Reino de Dios mediante Cristo. Han salido a favor de continuar con la gobernación humana y en contra de la gobernación divina. La posición que han persistido en adoptar es una posición contra el gobierno de Jehová Dios y su Cristo. Es a favor de Satanás el Diablo, el invisible “príncipe de este mundo”, según las palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles: “Viene el gobernante [o “el príncipe”, Versión Valera, 1934] del mundo. Y él no tiene dominio sobre mí”. (Juan 14:30; vea también Mateo 4:8-11; 2 Corintios 4:4.)
Puesto que las naciones han tomado su decisión y se adhieren a ella, cada persona tiene que contestar respecto a sí misma la crucial pregunta: ¿Qué posición adopto yo tocante a la cuestión del Reino? No podemos escapar de tener que tomar una decisión respecto a esta sobresaliente cuestión mundial. El que no prestemos atención a ella no excusará a ninguno de nosotros de sufrir las consecuencias. No hay lugar para neutralidad. Estamos obligados a estar, o a favor del Reino de Dios, o en contra de él.
La mayoría, por mucho, de las personas que viven hoy quizás no hayan estado vivas en aquel año bélico de 1914. Por eso, no pueden recordar por experiencia y observación personales todos los acontecimientos notables que han tenido lugar desde entonces. No obstante, la “señal” que marca “la conclusión del sistema de cosas” como la predijo Jesucristo se ha hecho visible y permanece visible a todas las naciones y pueblos. Todos están sintiendo los efectos de esa “señal”. Basta con que leamos lo que Jesucristo predijo, según el registro que se da en los capítulos 24 y 25 de Mateo, el capítulo 13 de Marcos y el capítulo 21 de Lucas, para enterarnos de que él predijo guerras, hambres, pestes, terremotos, la persecución de sus seguidores, angustia persistente de naciones, con perplejidad, y la predicación valerosa de las “buenas nuevas” del Reino “en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones” hasta el mismo fin de este sistema de cosas en agonía.
Claro, durante el primer siglo de nuestra era común los cristianos verdaderos predicaron a grado considerable en Asia, África y Europa, las buenas nuevas del Reino venidero. Esto fue mucho antes que los europeos descubrieran los continentes de Norteamérica, Sudamérica y Australia, y muchas islas del océano Atlántico y del Pacífico, desde el siglo 15 en adelante. Se enviaron misioneros religiosos a las regiones recién descubiertas. Más recientemente, se han establecido sociedades bíblicas que han difundido la Biblia por todas partes en muchos idiomas. Pero los misioneros y el clero de la cristiandad no predicaban el mensaje del Reino, no; no lo hacían como para que el Reino de Jehová Dios por Jesucristo llegara a ser una cuestión de alcance mundial. La de ellos no era la clase de predicación que haría que la proclamación del Reino fuera parte de “la señal” que había de marcar “la conclusión del sistema de cosas”.