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  • La paz... ¿qué probabilidades hay de alcanzarla?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/4 págs. 4-6

La paz... ¿qué probabilidades hay de alcanzarla?

A PESAR de lo que anuncien los titulares, la mayoría de nosotros nos damos cuenta de la realidad: la humanidad está muy lejos de alcanzar paz verdadera. Afganistán no disfrutó de paz después de la retirada de los ejércitos extranjeros. Y todavía hay disensiones de una clase u otra en las Filipinas, Sudán, Israel, Irlanda del Norte, el Líbano y Sri Lanka, para mencionar solo algunos lugares.

Pero ¿por qué es tan difícil alcanzar la paz si la mayoría de la gente sensata prefiere la paz a la guerra? Por siglos los políticos se han esforzado mucho por alcanzarla, aunque nunca han tenido éxito. ¿Por qué? Examinemos algunos ejemplos y veamos las razones.

La paz mediante la religión y la ley

Algunos opinan que el Imperio Romano logró establecer la paz. Por algunos siglos mantuvo una estabilidad internacional conocida como Pax Romana (la paz romana) sobre extensas zonas del Asia occidental, África y Europa, y lo logró por una combinación de leyes establecidas, administración flexible, legiones formidables y carreteras bien planeadas. Sin embargo, con el tiempo el Imperio Romano sucumbió a la corrupción interna y a invasiones desde el exterior, y la paz romana desapareció.

Esto ilustra un hecho lamentable sobre los esfuerzos humanos: suelen fracasar tras de un comienzo prometedor. Dios mismo dijo: “La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud”, y muchas veces esa inclinación mala por fin vence. (Génesis 8:21.) Además, el profeta Jeremías dijo: “El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado. ¿Quién puede conocerlo?”. (Jeremías 17:9.) Uno nunca sabe lo que harán otros. Personas movidas por la envidia o ambiciones egoístas pudieran echar a perder las buenas intenciones de otros. O pudiera ser que hasta un gobernante que tuviera principios elevados se corrompiera por su propia cuenta. Entonces, ¿cómo es posible que venga la paz por los esfuerzos humanos?

Se informa que en el siglo III a.E.C. en el subcontinente de la India se hizo un notable esfuerzo por establecer la paz. Allí un poderoso gobernante llamado Asoka forjó un enorme imperio por guerras y derramamiento de sangre. Después, según la historia, Asoka se convirtió al budismo. Tras de renunciar a la guerra, por todo su dominio erigió monumentos con inscripciones que tenían el propósito de ayudar a sus súbditos a llevar una vida mejor. Parece que su imperio fue pacífico y próspero.

¿Es esa la manera de traer la paz? Lamentablemente, no. Cuando el emperador murió, su paz murió también, y su imperio se desplomó. Esto ilustra que la muerte frustra hasta los esfuerzos de gobernantes bienintencionados y capacitados. El escritor de Eclesiastés mencionó este problema cuando escribió: “Yo [...] odié todo mi duro trabajo [...] que dejaría atrás para el hombre que llegaría a ser después de mí. ¿Y quién hay que sepa si él resultará ser sabio o tonto? Sin embargo, él asumirá el control de todo mi duro trabajo en que trabajé duro y en el que mostré sabiduría bajo el sol. Esto también es vanidad”. (Eclesiastés 2:18, 19.)

Sí, la mortalidad del hombre queda como obstáculo insuperable a que él traiga paz duradera. Ciertamente el consejo del salmista sobre esto es sabio: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”. (Salmo 146:3, 4.)

Otros esfuerzos por traer la paz

Otros esfuerzos humanos han mostrado por qué el hombre no puede traer la paz. Por ejemplo, en el siglo X empezó en Europa el movimiento conocido como la Paz de Dios. Aunque su propósito era proteger la propiedad eclesiástica, aquel movimiento se convirtió en una clase de pacto de no agresión que para mediados del siglo XII había logrado gran expansión en Europa.

Hubo otro concepto llamado el “equilibrio del poder”. Según esta norma, una comunidad de naciones —como Europa— pretende asegurar la paz por distribuir el poder de modo más o menos equitativo entre los estados. Si una nación poderosa amenaza a una más débil, otra nación poderosa se une temporalmente a la débil para desanimar de la posible agresión a la primera. Esta norma dirigió las relaciones europeas desde el fin de las guerras napoleónicas hasta el estallido de la primera guerra mundial en 1914.

Después de esta guerra se estableció la Sociedad o Liga de Naciones como foro donde las naciones podían discutir sus desacuerdos en vez de pelear para resolverlos. Aquella Sociedad dejó de funcionar cuando estalló la segunda guerra mundial; no obstante, después de la guerra el espíritu de aquella Sociedad fue revivificado en la forma de la Organización de las Naciones Unidas, que todavía existe.

Sin embargo, ninguno de esos esfuerzos trajo la paz. Mientras en Europa dominaba el movimiento llamado la Paz de Dios, los europeos peleaban contra los musulmanes en sangrientas Cruzadas. Y mientras los políticos trataban de mantener la paz en Europa por el equilibrio del poder, ellos mismos guerreaban para edificar imperios fuera de Europa. La Sociedad de Naciones no pudo impedir la segunda guerra mundial, y la Organización de las Naciones Unidas no impidió las horribles matanzas de Kampuchea ni los conflictos de Corea, Nigeria, Vietnam y Zaire.

Sí, hasta ahora los mejores esfuerzos de los políticos por traer la paz han sido un fracaso. Los gobernantes sencillamente no saben cómo lograr paz duradera, pues afrontan obstáculos como la mortalidad y las debilidades humanas tanto de ellos como de otras personas. Pero aunque no fuera así, todavía los políticos no podrían traer la paz. ¿Por qué? Por otro obstáculo que es verdaderamente enorme.

Una fuerza oculta que impide la paz

La Biblia habla de ese obstáculo cuando dice: “El mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1 Juan 5:19.) El inicuo es Satanás el Diablo, una criatura espiritual sobrehumana mucho más poderosa que nosotros. Desde el principio Satanás ha estado implicado en rebelión, mentira y asesinato. (Génesis 3:1-6; Juan 8:44.) Otros comentaristas inspirados atestiguan que Satanás ejerce influencia poderosa, aunque oculta, en los asuntos mundiales. Pablo lo llamó “el dios de este sistema de cosas”, el “gobernante de la autoridad del aire”. (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2.) En más de una ocasión Jesús lo llamó “el gobernante de este mundo”. (Juan 12:31; 14:30; 16:11.)

Puesto que el mundo está en el poder de Satanás, no hay ninguna probabilidad de que los políticos humanos traigan paz duradera. ¿Significa eso que nunca habrá paz? ¿Hay alguien que pueda guiar a la humanidad a la paz?

[Comentario en la página 5]

Prescindiendo de lo inteligente que sea un gobernante o lo elevados que sean sus principios, con el tiempo él muere y suele ser reemplazado por personas menos capacitadas y de principios menos elevados

[Comentario en la página 6]

Satanás el Diablo es el mayor obstáculo a la paz

[Reconocimiento en la página 5]

Foto U.S. National Archives

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