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Biografías de testigos de Jehová
lfs artículo 22
Virgilijus Pudžiuvys.

VIRGILIJUS PUDŽIUVYS | BIOGRAFÍA

Jehová siempre da la salida

En 1976, mi tío y mi tía nos hicieron una visita que nunca olvidaremos. Mi tío estaba estudiando con los testigos de Jehová, y les dijo a mis padres que había aprendido algo nuevo en la Biblia. Primero, les contó lo que Jesús dijo sobre los líderes religiosos de su época en Mateo, capítulo 23. Luego, mencionó lo mucho que se parecen los líderes religiosos de los días de Jesús y los de nuestra época. Mamá era supercatólica, y no podía creer que Jesús hubiera condenado tan abiertamente a los líderes religiosos. Así que decidió descubrir ella misma lo que dice la Biblia.

Vivíamos en Lituania, que en aquella época formaba parte de la antigua Unión Soviética. Como el Gobierno había limitado mucho la libertad religiosa, muy pocas personas tenían una Biblia. Así que mamá pidió prestada una Biblia de la iglesia, la leyó y confirmó que Jesús sí había condenado la hipocresía de los líderes religiosos de su época. Eso le despertó la curiosidad, y quiso saber más de lo que enseña la Biblia. Por eso le pidió publicaciones al Testigo que le daba clases bíblicas a mi tío.

Poco después, nuestra familia empezó a asistir a las reuniones de los testigos de Jehová. Como la obra estaba prohibida, las reuniones siempre se hacían en lugares diferentes; a veces, en un bosque cercano. En 1978, mamá, mi hermana gemela Danguolė y yo nos bautizamos. Mi hermana y yo teníamos 15 años. Papá se bautizó unos añitos después.

Virgilijus, a los cuatro años de edad, con el brazo sobre los hombros de sus hermana gemela, Danguolė.

Con mi hermana gemela, Danguolė, cuando teníamos cuatro años.

Jehová me dio la salida cuando era joven

Un mes después de nuestro bautismo, Danguolė y yo empezamos a sufrir oposición en la escuela. Se celebró un evento especial en el auditorio, y como éramos neutrales, decidimos no ponernos de pie para el himno nacional soviético. Las profesoras se dieron cuenta y le dieron nuestros nombres al director. Él le avisó a la policía secreta —la KGB— y ellos enseguida fueron a nuestra casa y nos interrogaron a todos.

Danguolė y yo también teníamos que aguantar la presión constante de los profesores, que querían que fuéramos ateos. Por ejemplo, cuando teníamos 16 años, nos pidieron escribir un ensayo con el título “Por qué no creo en Dios”. Como yo no estaba de acuerdo, escribí en un papel “Yo creo en Dios”, y lo puse en mi escritorio. Cuando la profesora vio el papel, se puso furiosa y me gritó: “¡Entonces escribe por qué crees en Dios!”. Me alegró que me dejaran escribir sobre lo que creo. Mi hermana también hizo lo mismo. Como dos chicas vieron lo que estábamos escribiendo, también se pusieron a escribir por qué creían en Dios. Esta es solo una de las muchas veces en las que he visto que Jehová nos da la salida para que podamos aguantar las situaciones difíciles (1 Corintios 10:13).

Los hermanos que dirigían la obra nos prestaron durante un mes un ejemplar del libro De paraíso perdido a paraíso recobrado, editado por los testigos de Jehová. Por lo que yo sé, en ese momento, no había más de cuatro o cinco ejemplares en Lituania. Danguolė y yo dijimos: “Ojalá pudiéramos quedarnos con este libro”. Y, como no podíamos, hicimos lo mejor que se nos ocurrió: ¡copiarlo a mano! Nos dolían mucho las manos, pero estábamos supercontentos de tener esta publicación para fortalecer nuestra fe.

En 1982, poco después de que cumplí 19 años, me condenaron a dos años de cárcel por no unirme al Ejército. Para mí, fue muy difícil vivir rodeado de delincuentes. Pero recuerdo con cariño las pocas veces que pude encontrarme con otro Testigo que estaba en la misma prisión. Cumplí mi condena, pero esa no sería la última vez que me pondrían entre rejas.

Jehová me bendice con una esposa muy espiritual

Lidia y yo poco antes de nuestra boda.

En 1984, cuando salí de la cárcel, conocí a una hermana muy bonita y espiritual llamada Lidia, y nos casamos. Ella dejó Ucrania, donde vivía, y se mudó conmigo a Lituania. Como Lidia y su familia eran Testigos, ella también sufrió mucha oposición en la escuela. Algo que la ayudó durante esos momentos tan difíciles fueron las experiencias de los que habían estado en campos de concentración nazis o que habían sido deportados a Siberia.

En los años ochenta, la obra de los testigos de Jehová todavía estaba prohibida en Lituania. Por eso, cuando había una boda de hermanos, se aprovechaba para hacer una asamblea de dos días en secreto, y eso fue lo que hicimos en nuestra boda. Nuestros invitados vinieron a la ceremonia, pero también escuchamos varios discursos, cantamos un montón de canciones y hasta disfrutamos de cuatro representaciones dramáticas. Recuerdo que había unas 450 personas, lo que incluía a familiares que vivían en distintos puntos de la Unión Soviética... ¡y hasta agentes de la KGB! Claro, a ellos no los habíamos invitado, pero algunos hermanos los reconocieron.

Bajo una gran carpa, se celebra la boda de Virgilijus y Lidia sobre una plataforma. Están sentados a la mesa junto con la prima de Virgilijus y su esposo, que también se estaban casando ese mismo día.

Nuestra boda se celebró durante una asamblea de dos días. Éramos dos parejas las que nos íbamos a casar: mi prima y su prometido, y nosotros.

Me vuelven a llevar a juicio

Si una condena de prisión no lograba reeducar a un Testigo para que estuviera de acuerdo con las ideas soviéticas, a veces el Gobierno lo condenaba otra vez. Ese fue mi caso. Menos de un año después de casarme, me volvieron a llevar a juicio. Pasé el día en el tribunal, mientras Lidia, que estaba embarazada, lo pasó en un hospital cercano. No me dejaban visitarla en el hospital, pero caminé hasta allá durante un receso en el juicio. Me acerqué a su ventana, y pudimos pasar unos momentos muy bonitos animándonos el uno al otro. Más tarde ese mismo día, me condenaron a tres años de prisión.

Dibujo de Virgilijus visitando a su esposa, Lidia. Él está hablándole desde afuera del hospital, y ella lo está escuchando desde la ventana de su habitación.

Tristemente, dos días después Lidia perdió al bebé. Ella dice que sintió que el corazón se le partió en mil pedazos. Y, aparte de enfrentarse a esta tragedia, tuvo que adaptarse a vivir en otro país. Además, vivía con mis padres, que no sabían casi nada de ucraniano ni de ruso, los idiomas que Lidia hablaba. Aun así, mis padres la cuidaron mucho y le dieron todo el apoyo emocional que pudieron durante esa época tan difícil. Y Lidia siguió confiando por completo en Jehová.

Jehová me sigue dando la salida

Lo que aprendí cuando estuve preso la primera vez me preparó para esta segunda vez. Algo que me ayudó a aguantar fue predicar. Por ejemplo, para ir a la cárcel, los presos iban apiñados en vehículos y trenes. A veces, metían entre 15 y 20 hombres en un espacio en el que solo cabían 5 o 6 personas. Cuando me tocó hacer ese viaje, aproveché la oportunidad de hablarles de la Biblia a otros presos. Les expliqué por qué no participaba en las guerras ni en la política, y que por eso me habían arrestado. También les dije por qué tiene lógica creer en Dios.

Cumplí mi condena en la prisión de Marijampolė.a Hasta donde sé, yo era el único Testigo entre los 2.000 delincuentes peligrosos que había allí. Aunque solo me dieron una paliza una vez, era normal que los presos amenazaran, golpearan y hasta mataran a otros. A pesar de esas condiciones tan duras, yo trataba de animar a los que estaban deprimidos y demostrarles compasión, algo que casi nadie experimenta cuando está en la cárcel.

Los agentes de la KGB también nos presionaban psicológicamente. De alguna manera, se enteraban de lo que mi familia hablaba en la privacidad de nuestro hogar, y luego me contaban esas conversaciones. Pero los agentes las distorsionaban para que pareciera que mi familia peleaba y estaba dividida. Aunque nunca les creí, no fue sino hasta después que salí de la cárcel que pude comparar lo que me decía la KGB con lo que realmente decía mi familia (Mateo 10:16).

Una vez, una hermana le pidió a un guardia, que era un vecino que ella conocía bien, que me diera una pequeña Biblia en ruso sin que nadie se diera cuenta. De noche, copiaba unos versículos del Sermón del Monte en un papelito. Y al día siguiente, mientras trabajaba en la fábrica de la prisión, leía esos versículos una y otra vez cuando nadie me estaba viendo. Así fue como me aprendí de memoria el Sermón del Monte en ruso, aunque no es mi idioma materno. Con el tiempo, los guardias encontraron la Biblia y la confiscaron. Pero yo ya tenía las palabras de Jesús en mi mente y corazón.

Dibujo de Virgilijus en su celda prisión escribiendo en papelitos sobre una mesa. Hay una Biblia escondida en el cajón. Él mira por encima del hombro para ver si viene alguien.

Lidia también me apoyó de una manera extraordinaria. Casi todos los días me escribía cartas muy animadoras, pero solo me dejaban contestarle dos veces al mes. A pesar de eso, ella me dijo que las cartas que le enviaba le confirmaban tres cosas importantes: que yo estaba vivo, que seguía leal a Jehová y que seguía enamorado de ella.

Jehová me da la salida contestando mis oraciones

Una vez, un grupo de presos les exigió a las autoridades de la prisión que les dieran condiciones de trabajo un poco mejores. Y mientras tanto se negaban a trabajar. Claro, a los que se rebelaron los castigaron con severidad. Luego las autoridades me dijeron que otros presos y yo íbamos a estar en un nuevo grupo de trabajo para reemplazar a los que se habían rebelado.

Si me negaba a ser parte de este grupo nuevo, me enfrentaría a un castigo muy duro. Pero, si aceptaba, los otros presos me iban a ver como un traidor, y en venganza me podrían golpear o apuñalar hasta matarme. Sentía muchísima presión, como si estuviera entre la espada y la pared, y no sabía qué hacer (2 Crónicas 20:12). Por eso, siempre le suplicaba a Jehová que me ayudara.

De pronto, un preso del grupo en el que yo ya estaba trabajando nos reunió a todos para ir a hablar con nuestro encargado. Él y yo no éramos amigos, solo trabajábamos juntos, pero él exigió que no me cambiaran de grupo. El encargado y él tuvieron una discusión muy fuerte. Al final, el encargado, que nunca daba su brazo a torcer, nos echó de la oficina y no me cambió de grupo. Eso me quitó un peso enorme de encima (2 Pedro 2:9). En todos los años que estuve en la cárcel, nunca vi a un preso defender a otro con tanta firmeza. Esto me enseñó que Jehová puede usar a cualquier persona para responder nuestras oraciones.

Dibujo de Virgilijus de pie detrás de otro preso que está discutiendo con uno de los encargados de la cárcel. Hay otros presos alrededor de ellos viendo la discusión.

Jehová le da la salida a Lidia

¿Y cómo le fue a Lidia mientras yo estaba en la cárcel? Ella tenía que encontrar trabajo, pero como yo estaba preso, casi nadie quería dárselo por miedo a tener problemas con la KGB. Al final, consiguió trabajo cuidando a 30 niños 12 horas al día. ¡Era agotador! Pero Jehová le dio las fuerzas que necesitaba para ir a trabajar cada día. Además, hermanos de toda Lituania recorrían cientos de kilómetros para darle cariño, estar con ella y llevarle publicaciones en ruso. Nunca se sintió sola.

Servimos a Jehová en familia

Después de que salí de la cárcel, ayudé a organizar la traducción clandestina de nuestras publicaciones al lituano. Unos años después, cayó la Unión Soviética, y nuestra obra recibió reconocimiento legal en Lituania. Y con el tiempo se estableció oficialmente una Oficina de Traducción al lituano. Aunque vivíamos a una hora y media de distancia, cada semana durante cinco años iba encantado a la oficina a ayudar con la traducción.

En agosto de 1997, a Lidia y a mí nos invitaron a servir en la sucursal de los testigos de Jehová de Lituania, conocida como Betel. ¡No lo podíamos creer! Teníamos dos hijas: Oxana, de nueve años, y Svajūnė, de cinco años. Nos dieron tres días para mudarnos a una vivienda cerca de Betel y matricular a Oxana en una escuela.

Foto de Virgilijus usando un sombrero como si fuera una corona y una sábana como si fuera una túnica. Él y sus hijas están representando una parte del libro bíblico de Ester.

Queríamos que la adoración en familia fuera instructiva y amena. Aquí estamos haciendo de Asuero, Ester y Mardoqueo.

¿Cómo nos organizamos? Yo llegaba a Betel temprano por la mañana, y después llegaba Lidia, cuando las niñas se habían ido al colegio. Luego Lidia volvía a casa para poder pasar tiempo con nuestras hijas cuando llegaran de la escuela.

Virgilijus, Lidia, Oxana y Svajūnė posan para una foto afuera de las instalaciones ampliadas de la sucursal de Lituania.

Cuando se dedicó la ampliación de la sucursal de Lituania en el 2003, nos pusimos ropa típica del país.

Nuestra familia esperaba con ganas que llegaran los viernes por la noche. Cocinábamos, limpiábamos, hacíamos la adoración en familia y nos divertíamos juntos. Viajábamos a las montañas, a la playa y a otras sucursales de Europa para que las chicas pudieran ver la creación de Jehová y conocer a hermanos y hermanas de otros países. Nuestras hijas son nuestro orgullo; las dos empezaron el precursorado regular a los 15 años. Y en la actualidad Oxana y su esposo, Jean-Benoit, trabajan en la Oficina Remota de Traducción a lituano. Svajūnė y su esposo, Nicolas, sirven en el Betel de Francia.

Lidia y yo somos “una sola carne” sobre todo porque el servicio a Jehová siempre ha sido lo más importante en nuestra vida (Efesios 5:31; Eclesiastés 4:12). Aunque se nos oprimió y se nos persiguió durante muchos años, nunca estuvimos abandonados ni nos apretaron “hasta el punto de no poder movernos” (2 Corintios 4:8, 9). Hemos visto que Jehová siempre nos ha dado la salida, y estamos convencidos de que siempre lo hará.

Con mi amada esposa, Lidia.

a Llamada Kapsukas de 1955 a 1990.

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