Buscando la verdad de Dios
MI EDUCACIÓN fue la de una católica romana. A los quince años de edad, debido a dificultades de familia, tuve que mudarme a una casa de crianza protestante y pronto discerní que la Iglesia Católica no estaba en lo correcto en muchas de sus enseñanzas. De modo que en 1961 me hice miembro de la Iglesia Unida del Canadá y estuve bastante activa en ella; asistí a la iglesia con regularidad por aproximadamente un año.
El ministro de la Iglesia Unida de la Trinidad, de Port Coquitlam, Colombia Británica, a menudo predicaba acerca del mucho dinero que se necesitaba, porque su esposa necesitaba una lavadora y secadora, etc. Aunque yo sabía muy poco acerca de ser cristiana, con el tiempo vi la hipocresía de aquella iglesia. Todo lo que les interesaba era sus ventas de cosas usadas y donadas y sus esfuerzos por reunir fondos para construir una iglesia de 100.000 dólares.
Yo no creía en absoluto en la Santa Biblia, porque en mi educación anterior se me había enseñado que no era inspirada por Dios. Sin embargo, sí creía en Dios y en Jesucristo.
Teníamos algunos amigos que eran testigos de Jehová. Cuando me visitaban, yo les hablaba y, sintiendo curiosidad en cuanto a sus enseñanzas, les hacía preguntas, aunque yo no tenía un interés muy vivo. Cogía el periódico del fin de semana y miraba de arriba a abajo la página eclesiástica orando que se me mostrara la religión verdadera... cualquiera menos la de los testigos de Jehová. Yo había decidido que estaban equivocados y me proponía demostrarlo.
Decidí ver al ministro de la Iglesia Unida en la Avenida Queens de New Westminster, pensando que me daría alguna munición para devolverles el fuego a los Testigos. En cambio fue muy indefinido en cuanto a todo, y para colmo, dijo que admiraba a los Testigos y deseaba que su gente fuera tan celosa como ellos.
Me sentí desorientada en cuanto a la religión correcta y dónde encontrarla. Oré a Dios noche tras noche para que me ayudara a encontrar la verdad acerca de la vida.
Los Testigos todavía me visitaban. Cada vez que yo hablaba con ellos, citaban de la Biblia y refutaban toda idea que yo estuviera empezando a aceptar. Aunque no tenía fe en la Biblia, decidí estudiarla con ellos, ya que no tenía nada que perder. A mi esposo no le gustó la idea, pero le expliqué que no había terminado de escudriñar, que no quería aceptar la palabra de los Testigos en cuanto a nada y que iba a buscar pruebas para mi fe en otras fuentes de información.
Me gustaba lo que la Biblia decía acerca de la creación y otros temas. Me parecía más lógico que toda otra cosa con que me había topado. Me pareció que sería bueno averiguar si la Biblia era veraz. Rehusando aceptar la literatura de la Sociedad Watch Tower sobre este tema, fui a la biblioteca y leí libros sobre arqueología bíblica, ¡y me asombré al descubrir que la Biblia es históricamente exacta! Ahora quedé con tantas preguntas acerca de diferentes cosas que telefoneé a los Testigos y hablé con ellos por unas cuantas horas. Decidí asistir desde entonces a sus reuniones y aprender todo lo que pudiera.
Me gustó tanto lo que vi y oí que estaba fuera de mí. Sin embargo, todavía quería una última oportunidad para probar que ésta era la verdad de Dios. Naturalmente, quedé sumamente alarmada al saber que la cristiandad está saturada de paganismo, hasta la cruz y las agujas de las iglesias. Me preguntaba si quizás habría alguna buena razón para este paganismo. Ciertamente en la cristiandad hay personas inteligentes. De modo que decidí averiguar en cuanto a ellas por qué habían permitido que su religión se infectara de paganismo.
Fui a ver a mi madrastra, que había sido católica romana toda su vida, y le pregunté acerca de las doctrinas eclesiásticas de origen pagano. ¡No pudo darme ninguna respuesta! Ella simplemente dijo que creían en la Biblia pero que no basan su iglesia en ella sino en el sacrificio de la misa. Sugirió que visitara al sacerdote de la iglesia de San Pedro, en Westminster. El sacerdote con quien hablé es el director de todos los sacerdotes de Colombia Británica. Cuando le expliqué las cosas que había aprendido, contestó: “Ciertamente son paganas, pero la Iglesia dice que están bien, de modo que están bien.” No creía en absoluto en la Biblia. No acepta el parto virginal, la resurrección, ni, de hecho, la creación, sino que cree en la evolución. Para entonces, le pregunté directamente: ¿Cómo puede usted llamarse sacerdote y enseñar a otros?
Pasó a explicar que él también admiraba a los testigos de Jehová y que quisiera que su gente fuera tan entusiástica como ellos. Le pregunté por qué no lo era. Si verdaderamente creyeran que su fe era la correcta, tendrían el mismo entusiasmo. Respondió: “En los primeros pocos siglos cuando el cristianismo era nuevo, todos los cristianos eran celosos, pero la naturaleza humana intervino. Dé a los Testigos unos cuantos años más y serán exactamente como nosotros.”
Contesté: “¡Jamás!”
Poco después de esta discusión, le telefoneé a un profesor de religión de la Universidad de Colombia Británica. Le dije que había estado investigando diferentes religiones y que ahora estaba estudiando con los testigos de Jehová. Le pregunté si podría darme alguna información que pudiera usar para hacer que tropezaran. Dijo: “Nosotros solo estudiamos religión. No nos interesa en cuál esté la verdad.” Ahora quedé completamente convencida de que los Testigos tenían razón cuando se referían a su creencia como “la verdad.”
Yo había orado y buscado por tanto tiempo que cuando llegué a comprender que la verdad de Dios se encuentra en la organización de los testigos de Jehová, no hubo para mí necesidad de esperar para dedicarme a Dios. Después de seis meses de estudio me dediqué y me bauticé en símbolo de la dedicación. Mi esposo también ha decidido estudiar la Biblia. ¡Cómo me regocijo de haberme asegurado de todas las cosas y de que ahora me estoy adhiriendo a lo que es excelente y verdadero!—1 Tes. 5:21.—Contribuido.