BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g70 22/9 págs. 16-21
  • ¡Un cataclismo azota al Perú!

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • ¡Un cataclismo azota al Perú!
  • ¡Despertad! 1970
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Chimbote y Casma
  • Socorro organizado
  • El valle de Huaylas
  • La búsqueda
  • Desolación absoluta
  • Recobro
  • Carta de la Sucursal
    Ministerio del Reino 1970
  • Terremoto devasta a Guatemala
    ¡Despertad! 1976
  • El desastre azota Japón. Medidas ante la catástrofe
    ¡Despertad! 1995
  • Managua... víctima de una trágica pesadilla
    ¡Despertad! 1973
Ver más
¡Despertad! 1970
g70 22/9 págs. 16-21

¡Un cataclismo azota al Perú!

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Perú

“100 MUERTOS POR TEMBLOR EN CAJACAY.” “DERRUMBE ENTIERRA A 18: SAYAN.” “40 MUEREN ENTERRADOS POR ROCAS EN CAJATAMBO.” “YUNGAY TOTALMENTE DESTRUIDO.”

Cualquiera de estos titulares bastaría para atraer la atención del lector con interés y asombro. Pero el que todos aparecieran en sucesión rápida, dando informes del peor desastre natural del hemisferio occidental en la historia registrada, presenta un desafío a la credibilidad. ¡Cuando se sepa la cuenta final, bien puede ser que el costo en víctimas del violento terremoto que sacudió al Perú en la tarde del domingo 31 de mayo pase por mucho de 60.000 muertos!

Los resultados del terremoto, reproducidos en las pantallas de televisión y en los titulares periodísticos por todo el mundo, eran un reto a la imaginación. Chimbote, un floreciente puerto pesquero e industrial de más de 100.000 habitantes, sufrió la destrucción del 85 por ciento de su totalidad. Huaraz, Caraz y Yungay, anidados en el escenario de cartel turístico del hermoso valle de Huaylas, quedaron en ruinas; Yungay fue completamente barrido de su lugar y sus restos quedaron sepultados bajo un mar de barro y lodo.

La capital, Lima, también sintió el temblor a las 3:24 de la tarde de aquel domingo. Pero cuando una investigación rápida de diferentes secciones de la ciudad mostró poco daño a la propiedad y solamente tres muertes, los ciudadanos comenzaron a felicitarse por haber experimentado solo otro susto. Calmados, se pusieron a observar el juego de apertura por el campeonato mundial de fútbol que se celebraba en México y se televisaba por satélite por toda la Tierra. Lima se acostó aquella noche en total ignorancia de la tragedia que había azotado a sus ciudades vecinas del norte.

Chimbote y Casma

No fue sino hasta el lunes por la mañana que llegaron los primeros informes a Lima, a medida que el tránsito de vehículos de la Carretera Panamericana comenzó a llegar. Un miembro del personal de la oficina de la Sociedad Watch Tower y su esposa regresaban a Lima después de unas cortas vacaciones que habían pasado entre amigos en Trujillo, y ellos estuvieron entre los primeros que llegaron a la capital con un informe de lo que había sucedido. Dejemos que él narre su experiencia.

“El viaje de Trujillo a Chimbote había sido agradable, pero, como todavía faltaban otras cinco horas de viaje para llegar a Lima, decidimos detener nuestro automóvil y refrescarnos un poco antes de continuar nuestro viaje. Nos detuvimos enfrente del Hotel Chimú, que da a la plácida bahía de Chimbote. No acababa de apagarse el sonido del motor cuando todo cayó en los espasmos de un violento solevantamiento. El automóvil daba tumbos frenéticamente de un lado a otro y saltaba hacia arriba y hacia abajo. El hotel, un imponente edificio de tres pisos, saltaba y se doblaba en contorsiones de un lado a otro. Los cristales de las ventanas caían despedazados al suelo. Dirigí el automóvil hacia atrás hasta el centro de la zona de aparcamiento y allí nos quedamos sufriendo las sacudidas hasta que pasaron.

“La bahía que había estado en calma estaba ferozmente agitada con gigantescas olas de mar picado y la playa empezó a hundirse y deslizarse hacia el océano. En las calles se abrieron grandes grietas. Las ruedas del frente de un automóvil se hundieron en una ancha grieta que súbitamente se había abierto debajo de ellas. Una mirada hacia la sección del centro de la población reveló una nube de polvo gris que se elevó hasta alcanzar una altura de 30 metros y cubrió la ciudad entera.

“Alrededor de nosotros, por todas partes, la ciudad estaba en ruinas. Gritos frenéticos de dolor y angustia cortaban el aire. Dominada por el terror, la gente corría de un lado a otro buscando en los escombros a personas amadas, llamando, escuchando para oír las voces que contestaran. Un padre corría sin rumbo calle abajo, llevando en sus temblorosos brazos la forma inerte de su hijito. Muchos estaban todavía demasiado estupefactos y solo se quedaban de pie en la calle mirando a un lado y a otro con preguntas en la mente.

“El sismo duró solo cuarenta y cinco segundos... ciertamente un corto período de tiempo, en cualquier otra circunstancia menos un terremoto. En aquellos efímeros, prolongados, interminables cuarenta y cinco segundos hubo cambios drásticos en la vida de centenares de miles de personas.

“Habiendo pasado el susto inicial, nos vino el pensamiento: ‘¿Cómo les había ido en Chimbote a nuestros hermanos cristianos, los testigos de Jehová?’ Probablemente habían estado celebrando su reunión semanal de los domingos. De modo que nos dirigimos al Salón del Reino más cercano. En Chimbote hay tres congregaciones.

“Solo cinco minutos habían pasado cuando llegamos al Salón del Reino. ¡Había sido devastado, pero toda la congregación estaba a salvo y viva! Una viga de acero había permanecido suspendida en un extremo por su columna de hormigón armado. Aunque el techo se había desplomado a ambos lados, había permanecido lo suficientemente elevado como para permitir que todos salieran arrastrándose a salvo. Solo unos cuantos recibieron daños de poca importancia.

“Poco tiempo después alguien llegó e informó que el techo no se había desplomado en el Salón del Reino de ellos. Aunque algunos habían sufrido fracturas, parecía que solo una jovencita había recibido heridas graves. Puesto que la tercera congregación no había estado celebrando su reunión, no supimos nada, inmediatamente, en cuanto a lo que les hubiera sucedido.

“Todos los Testigos habían perdido sus casas y pertenencias, quedando solamente con la ropa que llevaban puesta. Más tarde se supo que solo un Testigo y la esposa de un Testigo habían perecido en Chimbote.

“No quedaban en pie líneas telefónicas. De modo que decidimos regresar a Trujillo y desde allí notificar por teléfono a la oficina de la Watch Tower en el Perú. En aquel tiempo no sabíamos que Trujillo, también, había sido malamente azotada por el temblor. Cuando llegamos al paso montañoso al norte de Chimbote, descubrimos que estaba lleno de rocas enormes y era imposible pasarlo. Por lo tanto dimos la vuelta y nos dirigimos a Lima.

“El primer pueblo al sur de Chimbote era Casma. Nos tomó treinta minutos, aproximadamente, hallar el Salón del Reino donde los Testigos habían estado celebrando su reunión. No encontramos a ninguno de ellos. No obstante, se nos informó que uno había sido gravemente herido cuando una pared del Salón se desplomó encima de él. Murió aquella noche.

“La noche había caído para cuando renovamos nuestra carrera hacia Lima. En poco tiempo hallamos la carretera cerrada por enormes rocas. Nuestro automóvil era lo suficientemente pequeño como para pasar por entre los estorbos que había en la carretera, pero cuando llegamos al puente de Casma no pudimos pasar debido al medio metro de elevación del agua que había causado el hundimiento del acceso de macadam. Regresamos a un sitio seguro al raso, lejos de las rocas que pudieran caer y esperamos allí hasta que pasó la larga noche. No pudimos dormir. Durante toda la noche sacudidas y temblores repetidos, acompañados de un extraño ruido sordo y continuo, continuaron meciendo nuestro auto.

“Era ya la mañana del lunes cuando finalmente el puente fue abierto al tránsito. De modo que pudimos manejar por lo restante del viaje de cuatro horas a Lima.”

Socorro organizado

Inmediatamente se hicieron llamadas telefónicas a todos los testigos de Jehová de Lima que tenían teléfonos. Se dieron instrucciones de recoger alimento y ropa, frazadas y medicinas y pasar el mensaje a otros para que hicieran lo mismo. La respuesta amorosa fue inmediata. Aquella noche la sala de recepción de la oficina de la Sociedad Watch Tower en Lima empezó a llenarse de sacos de ropa y cajas de alimentos. Se recibió dinero en donativos grandes y pequeños.

¡Tan grande fue la respuesta que para la medianoche del martes, solo treinta y seis horas después del aviso, una caravana de cinco vehículos que incluía un camión de diez toneladas partió de Lima hacia Casma y Chimbote con suministros de socorro! Llevaban frazadas, ropa, alimento y 1.045 litros de agua potable, así como equipo de cocina y cafetería y materiales de lona para acampar. La caravana de la Watch Tower estuvo entre las primeras que llegaron con ayuda a estas zonas azotadas.

La carga de abastecimientos de un camión fue dejada en Casma. Todos los Testigos de allí se habían reunido en la propiedad de un Testigo a las afueras del pueblo donde no había ocurrido daño.

En Chimbote los Testigos estaban de buen ánimo a pesar de la gran pérdida. En los dos días que siguieron al terremoto habían limpiado los escombros del Salón del Reino y levantado paredes de estera tejida todo alrededor del Salón. Esto suministró un lugar seguro donde dejar los abastecimientos hasta que pudieran ser distribuidos.

Las otras dos congregaciones de Chimbote habían acampado en un cerro que daba hacia la ciudad. Cuando los miembros de la expedición llegaron hallaron que se había establecido una pequeña ciudad. Era limpia y ordenada y estaba funcionando en armonía. Se habían asignado tareas. En las mañanas los Testigos limpiaban los escombros de alrededor de sus hogares que se habían desplomado. Y por las tardes visitaban los hogares de la gente afligida ofreciendo el consuelo que da la Biblia. Se había establecido una escuela para mantener ocupados a los niños.

Pronto los Testigos estuvieron disfrutando de la primera comida caliente que habían tenido en tres días. Aquella noche pudieron dormir abrigados bajo las frazadas y la ropa pesada que se les habían provisto. Habiendo limpiado el lugar donde estaba el Salón del Reino, la congregación continuó su programa de reuniones sin interrupción. ¡Los Testigos habían dado atención primero a su Salón del Reino, dejando sus propios hogares hasta más tarde!

El valle de Huaylas

Pero todavía pendía sobre la ciudad de Huaraz un grande y presagioso signo de interrogación. No se había recibido palabra de la congregación de allí. Tampoco se habían recibido noticias de Caraz, más al norte de Huaraz, donde hay un grupo aislado de testigos de Jehová. Aun después de ocho días no se había recibido noticia acerca de los Testigos que vivían en el valle de Huaylas. A medida que continuaron llegando los informes de la magnitud del desastre, realmente temimos por el aprieto en que estarían nuestros compañeros Testigos allí.

Las carreteras serpenteantes a Huaraz y Caraz que suben tortuosamente hasta el altiplano andino habían sido casi borradas por completo. Un cuerpo de ingenieros de caminos del ejército tenía la monumental tarea de abrirlas tan pronto como fuera posible.

Las cuadrillas de las carreteras trabajaban día y noche en una carrera casi sobrehumana contra el tiempo. Una caravana enviada por los testigos de Jehová no pudo pasar debido a la carretera todavía obstruida, y los suministros fueron llevados a Casma y Chimbote. Finalmente, el lunes 8 de junio, se recibió aviso oficial de que la carretera al fin estaría abierta. Se organizó otra caravana y estuvo entre los primeros quince vehículos que esperaban a kilómetro y medio detrás de las cuadrillas que trabajaban en la carretera, moviéndose adelante a medida que se abría cada nuevo trecho de carretera.

Un miembro de la caravana dice: “Mientras inquietamente tratábamos de dormir un poco en medio del frío cortante, esperando que la carretera fuera abierta, recordábamos a nuestros compañeros Testigos y sus hijitos que también estarían tratando de dormir. Pero ellos no tendrían techo sobre su cabeza, y tendrían pocas frazadas y poca ropa para protegerse de las temperaturas de congelación.”

¡Al fin el camino quedó libre y la caravana continuó subiendo en medio del polvo a la congeladora y rarificada atmósfera de las alturas!

La búsqueda

Los rayos calentadores del Sol de la alborada hallaron a la caravana bajando sinuosamente al fin al valle donde había estado una vez Huaraz. La destrucción total de las aldeas que pasaban a lo largo del camino traía sombríos pensamientos a la mente de los viajeros. Seguramente una destrucción tan completa tendría que haber alcanzado a algunos de los Testigos, si no a todos.

La caravana salió de la fila en que estaba con los otros camiones y comenzó la tarea de tratar de hallar a los Testigos. La ciudad estaba en ruinas. Todo alrededor de sus límites habían surgido campamentos de refugiados. La caravana siguió inútilmente rumores y pistas que terminaron en desilusión.

Usando transmisores-receptores portátiles para mantenerse en comunicación, dos miembros de la caravana fueron cada uno por sendas tortuosas entre los campamentos, de tienda de campaña a choza a cobertizo, preguntando. A la caída del Sol dos orientaciones separadas los trajeron casi simultáneamente al lugar del campamento de los testigos de Jehová. Lágrimas de gozo corrieron por las mejillas mientras unos a otros se abrazaban. ¡Todos los testigos de Jehová y sus familiares cercanos, unas 60 personas en total, estaban vivos y a salvo!

Poco a poco comenzó a revelarse la historia de la supervivencia. Algunos habían podido alcanzar campo raso, mientras que otros buscaron refugio bajo la entrada de sus casas, la parte de un edificio que con más frecuencia queda de pie. Hubo escapes por un pelo.

Un Testigo cavó desesperadamente para desenterrar a su joven hijo que había quedado enterrado bajo dos pesadas paredes de adobe. Luchando contra ser asfixiado por el polvo y la tierra, el joven tuvo la suficiente presencia de ánimo como para limitar su respiración hasta que su padre pudo quitar los escombros de alrededor de su cara y cabeza. Salió con solo una quijada quebrada.

La hija de once años de una Testigo había salido en su bicicleta para comprar pan para la cena. Su madre, en el segundo piso de su hogar en el mismo medio de la zona más devastada, pasó el terremoto debajo de una entrada mientras el resto de la casa se desmoronó alrededor de ella. Se comenzó a buscar a la muchachita. Dos horas después del terremoto su tío se topó con varios pedazos de pan entre los escombros que había en la calle. Entonces una parte doblada de una bicicleta, y poco más allá encontró bajo grandes ladrillos de adobe y tejas a la niña perdida. Ahora se recupera en un hospital de Lima de las fracturas múltiples que sufrió en un brazo, una pierna y la pelvis.

Desolación absoluta

Otras diez mil personas no fueron tan afortunadas. Pues se calculaba oficialmente que muchas personas todavía estaban enterradas en las calles estrechas de Huaraz bajo toneladas de escombros.

Al sentirse los primeros temblores, miles de personas huyeron apresuradamente hacia la seguridad de los lugares abiertos. De nada les valió. Sus propias casas les cayeron encima.

Las ruinas acumuladas en las calles ahora alcanzan la altura de lo que antes era el segundo piso, de modo que es difícil decir dónde estaban las calles.

Informes procedentes de más abajo en el valle revelaron una destrucción todavía mayor y más completa. Aparentemente un trozo gigantesco se desprendió de la cara del norte del monte Huascarán y cayó en el lago Yanganuco, haciendo que sus aguas se derramaran en los cañones que llevan al valle de Huaylas abajo. ¡La resultante arremetida de agua, lodo, piedras y hielo, alcanzó a la ciudad de Yungay y su pueblo vecino, Ranrahirca, enterrando las dos poblaciones y segando más de 20.000 vidas! Todo lo que queda visible de la ciudad de Yungay son las copas de cuatro altas palmeras que una vez marcaban la Plaza de Armas central. Los que quizás sobrevivieron el terrible terremoto fueron muertos solo diez minutos después por la inundación.

La ciudad de Caraz se libró de ser totalmente destruida por este terrible alud cuando éste se detuvo a poca distancia de los límites de la ciudad. Aunque allí la carretera todavía estaba cerrada, un mensaje finalmente llegó de los Testigos que estaban en Caraz. ¡Todos estaban a salvo!

De todas partes de los 57.000 kilómetros cuadrados sacudidos por el cataclismo vinieron informes de terrible desolación. Doscientos cincuenta ciudades, pueblos, aldeas y caseríos quedaron convertidos en ruinas, dejando de 800.000 a 1.000.000 de personas sin hogar. Los testigos de Jehová ciertamente se alegran de que solo tengan que contar tres muertos y muy pocos heridos entre los aproximadamente 400 Testigos que viven y trabajan en las zonas más fuertemente azotadas.

Recobro

Ahora queda la tarea gigantesca de atender a los heridos, enterrar los muertos, hallar hogares para los centenares de huérfanos que han quedado y reedificar las ciudades arruinadas. Pero se confía en que esto se logrará. Pues el peruano ha adquirido capacidad para recobrarse al vivir con la posibilidad siempre presente de terremotos y aludes.

Tan solo en este siglo doce terremotos de grandes proporciones han sacudido al Perú. Y muchas otras partes de la Tierra igualmente han sido sacudidas por numerosos grandes terremotos desde 1914, con pérdidas en vidas que oscilan desde centenares a aproximadamente doscientos mil en cada uno de estos desastres. Los testigos de Jehová ven en estos cataclismos mayores más evidencia de que vivimos en los últimos días de este sistema de cosas. Pues Jesucristo dijo en particular que “terremotos en un lugar tras otro” marcarían “la conclusión del sistema de cosas.”—Mat. 24:3, 7.

Desde alrededor del mundo ha venido socorro para ayudar a las víctimas del terremoto a recobrarse de este desastre. Los testigos de Jehová de la ciudad de Nueva York donaron más de 10 toneladas de ropa, la clasificaron para distribución fácil, la empacaron en más de mil cajas, y la enviaron al Perú temprano en junio. Esos esfuerzos han ayudado a los peruanos a recobrarse del peor desastre natural del hemisferio occidental en la historia registrada.

[Ilustración de la página 18]

Los Testigos organizan la pequeña ciudad que erigieron después del terremoto como organizan sus asambleas

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir