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g71 8/1 págs. 19-21

¿Qué se hace en la escuela dominical?

EN MUCHAS organizaciones eclesiásticas por todo el mundo millones de personas asisten a lo que se llama la escuela dominical.

Se ha informado que tan solo en los Estados Unidos unos 20.000.000 de muchachos y muchachas entre los tres y los doce años de edad asisten a las escuelas dominicales de 223 confesiones protestantes. También hay clases de escuela dominical para grupos de toda edad adulta.

El potencial de la escuela dominical para hacer lo bueno es elevado, puesto que se dice que tantos asisten. Si a tan grande sección de la gente, joven y de mayor edad, se le pudiera enseñar apropiadamente sanos principios bíblicos, respaldados por una vida de familia sana, se podría elevar el tono moral de cualquier nación. Pero, ¿están llevando ese fruto bueno las escuelas dominicales?

Clérigos y padres por igual concuerdan en que la escuela dominical afronta muchos problemas. En lugar prominente en la lista está la desilusión que sus resultados han producido.

Como razón para la desilusión que los resultados, o el producto final, han producido, se puede señalar en parte a los motivos que hacen que los padres envíen a sus hijos a la escuela dominical. A muchos padres les parece que la escuela dominical es un atajo fácil y popular para la educación religiosa de los jóvenes, que los alivia de tener esa responsabilidad.

Hay quienes dicen que este motivo hasta queda a la rezaga del deseo de los padres por posición social. Dijo la revista Redbook: “En las zonas suburbanas, particularmente, los padres tienden a ingresar en las iglesias y enviar a los hijos a la escuela dominical para encajar en las costumbres de la comunidad. Estos padres tienen poco interés en lo que se enseña —y por qué y por quiénes— o en participar ellos mismos.”

Habiendo tan limitado interés en la condición espiritual de los jóvenes, no es difícil pronosticar el producto final. En una matrícula que asciende a millones de jovencitos, se observa que su clima moral no es mejor que el de un número igual de jovencitos del vecindario que jamás han visto el interior de una escuela dominical.

La razón principal que con especialidad se señala para el resultado desilusionador es la renuencia de los padres a participar con sus hijos en el entrenamiento religioso o respaldarlos con un clima cristiano en el hogar. De modo que tarde o temprano el joven concluye que, puesto que los padres no tienen ningún interés verdadero en la educación religiosa, ¿por qué deberían tenerlo ellos?

¿Quiénes enseñarán?

Uno de los problemas que han llevado a esos resultados desilusionadores es la capacidad de los que enseñan en las escuelas dominicales. Donald Reeder, de la Asociación Nacional de Escuelas Dominicales, dijo: “La más grande tarea por sí sola para la cual no se ha hallado solución en las escuelas dominicales es el entrenamiento de los líderes y maestros.”

Una encuesta de cinco confesiones, llevada a cabo por el Concilio Nacional de Iglesias, concluyó que la “mayor debilidad” de la escuela eclesiástica está en que sus maestros no conocen su propia fe y no se entregan a aprender acerca de ella lo bastante como para enseñarla.

En consecuencia, aunque se han instituido programas de modernización, con nuevos libros de texto que bosquejan los programas, y se suministran ayudas visuales, todavía la estructura de las escuelas dominicales descansa sobre un fundamento de arena movediza. No es más fuerte que el conocimiento de los maestros. Y puesto que la mayoría de las iglesias no pueden contratar a maestros profesionales de escuela dominical, tienen que depender de voluntarios, a menudo de padres que ya están ocupados.

Se espera que esos padres tengan el conocimiento y la determinación necesarios para impartir buena educación religiosa porque provienen de familias que son grupos religiosos compactos. Se supone que esos padres se empeñan con regularidad en adquirir instrucción religiosa y ponen buenos ejemplos en sus hogares.

Sin embargo, la suposición de que familias religiosas unidas que tienen buen conocimiento pueden suministrar maestros voluntarios adecuados no es una realidad. De hecho, el deterioro de la vida religiosa familiar es una debilidad básica sobre la cual vacila el entero programa de la escuela dominical. Como dijo un maestro de escuela dominical voluntario, lamentándose: “Muchos jovencitos provienen de hogares, llamados hogares religiosos, donde rara vez, si acaso, se menciona a Dios o el amor o la fe.” Se sacan maestros de esas familias en las cuales los padres a menudo no tienen suficiente conocimiento siquiera para instruir a sus propios hijos, mucho menos a otros jóvenes.

Este problema no es solo de los protestantes. Una encuesta hizo notar la renuencia de los padres católicos y judíos también a “considerar la educación religiosa como parte de su trabajo en el hogar.” En consecuencia, un estudio conjunto por la Corporación Carnegie y la Oficina Federal de Educación averiguó que la educación religiosa en las escuelas católicas “virtualmente se desperdicia” en la gran mayoría de los estudiantes.

¿Qué enseñar?

Hoy otro problema crítico de las escuelas dominicales gira alrededor de lo que se debe enseñar a los jovencitos. Algunos adultos preguntan: “¿Qué se enseña? ¿la Biblia? ¿dogmas sectarios? ¿moralidad cristiana? ¿ética social y política? ¿o qué?”

Algunos padres, y algunos educadores, como el profesor Marcus Barth, de la Universidad de Chicago, han defendido el enseñar la Biblia como “no solo el mejor instrumento para la escuela dominical, sino el único que es confiable.”

Sin embargo, los diseñadores de muchos cursos de escuela dominical han tenido serios problemas con enseñar la Biblia. Han descubierto que las enseñanzas de la Biblia a menudo socavan el dogma eclesiástico. Otro problema es que muchos de los maestros, de hecho, la mayoría de ellos, no saben realmente usar la Biblia. No conocen sus enseñanzas, ni siquiera sus enseñanzas según las explica su iglesia. Por consiguiente, muchos le dan a la Biblia solo homenaje de dientes afuera.

Esto refleja el hecho de que los líderes religiosos han perdido el contacto con la Palabra de Dios, la Biblia. Es como un libro cerrado para ellos. Su vacilación al usar la Biblia, el hecho de que no han podido realmente enseñar sus verdades a otros, y no han aplicado sus leyes, principios y profecías a la vida moderna, han resultado en crasa confusión.

Esto le hizo recordar a un estudiante de la Biblia el sarcasmo abrasador del profeta Isaías, que declaró: “Y para ustedes la visión de todo llega a ser como las palabras del libro que ha sido sellado, el cual dan a alguien que conoce la escritura, diciendo: ‘Lee esto en alta voz, por favor,’ y él tiene que decir: ‘No puedo, porque está sellado.’”—Isa. 29:11.

En cuanto a enseñar dogma eclesiástico, esto también ha llegado a un callejón sin salida. Muchos creen que el enseñar dogma es “falto de perspicacia” y “separatista,” mientras que el movimiento ecuménico insta a desechar las diferencias religiosas. Señalando que el comunicar tal enseñanza sería anticuado, Gerald H. Slusser, profesor de teología en el Seminario Teológico Edén, de Misurí, declaró: “En la familia de término medio la tía Millie quizás se haya convertido a la ciencia cristiana; el hermano Bill quizás haya ido a la universidad y se haya hecho agnóstico; el padre no lo dice, pero ha adoptado la religión de libre empresa estadounidense de ‘hágase rico rápidamente.’”

Por consiguiente, los diseñadores de los programas docentes de la escuela dominical “moderna” transigen, tratando de agradar a todos y de no ofender a nadie. Pero un padre se quejó diciendo: “A mi hijo, que tiene siete años, se le ha enseñado que Dios está en todas partes. Creo que mi hijo está obteniendo una idea tremendamente confusa de las cosas.”

Planteando problemas... sin ofrecer soluciones

Un dispositivo popular de las escuelas dominicales “modernas” es plantear “problemas de la vida real” a los estudiantes, pero no ofrecer soluciones.

Un texto que usa la Iglesia Luterana de América intitulado “¿Es cristiano?” hace surgir problemas como éste: Un joven de dieciséis años trata de reconciliar su sentido de lo correcto y lo incorrecto con su deseo de ‘acompañar a la pandilla.’ En vez de llegar a casa de un baile en la escuela a medianoche como se lo ordenaron sus padres, “se pregunta si una buena solución pudiera ser esperar hasta después de la 1:00 de la mañana y luego llamar por teléfono a casa con una excusa para llegar más tarde.”

A cada miembro de la clase se le exige que determine su respuesta en cuanto a lo que haría. El texto no da ninguna instrucción porque, según el Dr. W. Kent Gilbert, presidente de la Junta de Educación Parroquial de la Iglesia Luterana en los Estados Unidos, “la persona religiosa responde a una situación según lo que cree que es el camino más cercano a la voluntad de Dios. Pero no hay respuestas totalmente buenas o malas.”

No se explica cómo, para empezar, aprendieron los estudiantes cuál es la voluntad de Dios. Sin embargo, sin instrucción, se supone que deben contestar preguntas de ese tipo basándose en su propio conocimiento de la voluntad de Dios. ¿Qué cree usted que sucedería si a estos jovencitos se les cambiara a una clase de mecánica donde el instructor jamás hubiera explicado cómo armar un motor, pero que entonces les diera un motor ya desarmado y les dijera: “Ahora bien, estudiantes, armen de nuevo el motor y díganme por qué lo hicieron así”?

Fracaso

Ya muchos de los operadores de las escuelas dominicales las consideran espiritualmente en bancarrota. En julio de 1967 una conferencia de maestros y pastores católicos y protestantes se reunió para luchar con el problema de qué hacer en cuanto a la educación religiosa. ¡Concluyeron que no es posible salvar a la escuela eclesiástica en su forma actual!

Según The Christian Century, la conferencia “pareció concordar en que el abordar la educación cristiana como cosa que corresponde a las confesiones religiosas está muerto.” De la conferencia provino una propuesta de que se reemplazara la escuela dominical tradicional o por lo menos que se complementara con escuelas de la comunidad. Estas escuelas de la comunidad obtendrían su personal y operarían por el ofrecimiento voluntario de miembros de la comunidad y complementarían el sistema de las escuelas públicas.

Todo esto equivale a reconocer que las iglesias se desacreditan a sí mismas como fuentes de conocimiento, entrenamiento y fuerzas espirituales. Cederían la tarea de la educación religiosa a la comunidad, a la misma gente que ya confiesa que no está anuente a enseñar un curso de escuela dominical ni capacitada para ello.

Quizás se piense que la situación no está tan mala. Sin embargo, si usted o sus hijos han asistido a la escuela dominical, sería bueno preguntarse qué ha aprendido. De modo que echemos un vistazo más de cerca a este aspecto del asunto.

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