Toque de queda... ¡a las dos!
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Colombia
EL VIERNES por la mañana principia como cualquier otro día normal en Cali, Colombia.
Uno se baja del autobús en el centro de Cali. Camina hacia su oficina, medio consciente del asedio de vendedores de billetes de lotería. Hay la acostumbrada corriente de gente por la Plaza de Cayzedo en el centro comercial de la ciudad.
Pero uno nota que todos los letreros que se habían colocado ayer en la plaza han desaparecido. ¿Cuáles? Los que habían puesto allí los estudiantes universitarios que efectuaron una manifestación exigiendo la renuncia del rector y el fin de la intervención exterior en la universidad.
La mañana pasa normalmente. Al mediodía uno se dirige a casa, esperando con deleite las dos horas que tiene para almorzar y disfrutar de una siesta. ¿Por qué molestarse en prender la radio?
Al terminar la siesta, es la 1:30 de la tarde y uno está listo para volver al trabajo. Suena el teléfono. Un amigo, con la voz aguda por la tensión, grita: “¡Quédate en casa esta tarde! ¡Un estudiante ha sido muerto! ¡Va a haber un toque de queda a las dos!” “¿A las dos de la mañana?” uno pregunta cándidamente. “¡No, no! a las dos de la tarde. De aquí a media hora. ¡Mejor quédate en casa!”
Uno todavía no queda muy impresionado, porque no ha visto que haya sucedido nada. Pero mira por la ventana de su apartamiento, que domina una arteria principal del tránsito que va a dar al centro. ¡Efectivamente, todo el tránsito va en una sola dirección... fuera de la ciudad!
Ahora prendemos la radio. Es cierto. Un toque de queda en toda la ciudad a las dos de la tarde. Habiéndosele desvanecido finalmente su satisfacción serena, uno entra plenamente en la condición de alerta y empieza a planear su futuro inmediato.
Uno sabe que durante el toque de queda no puede salir de la casa. Examina el abastecimiento de alimento, corre a la tienda del vecindario y compra unas baterías para la radio y la lámpara eléctrica portátil, unas velas y unos víveres. Ahora empieza a pensar en lo que les está sucediendo a más de 800.000 personas de la ciudad.
Según opera ahora el sistema mundial, un número relativamente pequeño de personas puede producir un impacto profundo en números inmensos. Las autoridades se dan cuenta de esto.
Puesto que muchos estudiantes y profesores universitarios están excitando la opinión pública para que haya cambios, y las clases están siendo interrumpidas, la policía patrulla fuertemente las zonas que rodean la universidad principal. Los estudiantes desafían y provocan a la policía. Acontece una confrontación entre ellos. Se usa gas lacrimógeno. ¡Muere un estudiante!
El derramamiento de sangre enciende las llamas de la pasión y la violencia. Se encienden los ánimos. La ira se esparce como las ondas que causa una piedra arrojada en un estanque. Los rumores se desenfrenan. Muchas personas morirán antes que se restaure la calma, aunque posiblemente algunas de estas muertes no sean resultado directo de los desórdenes.
La tarea de regresar la población de una entera ciudad a sus hogares es prodigiosa. Muchos ya habían comenzado a regresar al trabajo o no habían ido a casa durante el mediodía.
Para complicar la situación, los taxímetros y los autobuses muy naturalmente se dirigen a sus garajes y estacionamientos. Solo los que por casualidad van en la misma dirección que la corriente de la gente están transportando pasajeros. Estos están tan atestados que la sardina proverbial se sentiría apretada.
La gente que no puede entrar en los vehículos se afianza afuera de cualquier parte de que puede afianzarse con la mano o donde puede poner el pie. Muchos conductores de camiones misericordiosamente permiten que la gente llene sus vehículos.
Muchos millares de personas tienen que andar kilómetros para llegar a casa. Los obreros de construcción en proyectos multifamiliares fuera de la población caminan de quince a veinte kilómetros. Algunos tienen que dar un rodeo para evitar la principal zona de dificultades, lo cual aumenta la distancia. Finalmente llegan a casa, para gran alivio de sus familias.
Hora tras hora continúa la procesión. En teoría cualquiera que esté en la calle después del toque de queda sin salvoconducto tiene que ser arrestado. Pero la gente no había recibido advertencia con suficiente anticipación. Necesitan tiempo para llegar a casa, de modo que la policía y los soldados les muestran consideración.
Después de las seis de la tarde se calma la corriente de humanidad. Finalmente quedan desiertas las calles salvo por un vehículo de servicio esencial u oficial que aparece de vez en cuando. Todo parece en calma y pacífico y desierto, hasta que una ambulancia y un camión lleno de policías militares se dirigen velozmente hacia la ciudad. Esto le hace recordar a uno que en alguna parte de la ciudad no todo se encuentra en paz y tranquilidad.
También, a muchas familias esto se les recordará de otra manera. Afrontarán escasez de alimento al acercarse el fin del período de paga sin alimento ni fondos en la casa.
Toque de queda en vigor
Ahora comienza con seriedad el poner en vigor el toque de queda. Cualquier persona que ande por las calles es arrestada. La primera noche centenares violan el toque de queda y son detenidos.
El hecho de que no habrá lugar en las cárceles para todos los violadores se ha previsto. Los detenidos son llevados al estadio de fútbol o a la plaza de toros para quedarse allí hasta que se levante el toque de queda. Una noche al aire libre con solo la ropa que uno tiene contra el frío y los mosquitos se considera como persuasión adecuada contra violaciones futuras.
Sábado por la mañana. El toque de queda permanece en vigor y a todos se les aconseja que se queden en sus hogares. El centro de la ciudad permanece desolado salvo por las patrullas del ejército.
Sábado, una de la tarde. Se anuncia por la radio que el toque de queda será levantado entre la 1:30 de la tarde y las siete de la noche. A la 1:30 hay una fiebre de actividad, pues muchos se aprovechan del breve período de libertad para obtener alimento y otros abastecimientos que les ayuden a superar la dificultad hasta que se pueda reanudar la actividad normal.
A medida que comienza a asegurarse la restauración del orden, se anuncia que el toque de queda se levantará el domingo a las siete de la mañana y estará en vigor una vez más a las siete de la noche.
Mientras tanto, grupos en otras partes del país tratan de causar una conmoción general. Las autoridades nacionales adoptan medidas rápidas para mantener la estabilidad de la nación. Se declara perturbado el orden público y se declara un estado de sitio, o ley marcial.
Entre los aspectos de la ley marcial están la censura de la radio y los periódicos, la prohibición de la venta y consumo de bebidas alcohólicas, la prohibición de reuniones de más de cinco personas en la calle, y el requisito de un permiso de parte de las autoridades militares locales antes que se pueda celebrar alguna reunión pública. Las autoridades toleran las reuniones religiosas dentro de los edificios y, por supuesto, éstas se celebran en horas no incompatibles con el toque de queda.
Retorno a la normalidad
Del lunes al miércoles permanece en vigor el toque de queda desde las siete de la noche hasta las cinco de la mañana. Gradualmente, la vida comienza a volver a la normalidad.
La mayoría de los negocios establecen un turno continuo, eliminando la pausa de dos horas para el almuerzo. Así los empleados pueden trabajar ocho horas y todavía llegar a casa antes del toque de queda. Aun así, hay una rebatiña de las seis a las siete de la noche, ya que muchos que salen del trabajo a las seis de la tarde luchan por utilizar la transportación pública que disminuye, pues sus conductores también tienen que estar en casa antes del toque de queda.
Durante el día, la actividad en el centro comercial es bulliciosa como siempre. La única diferencia es el gran número de soldados y policías que están patrullando. Se les pasa por alto en gran parte. La gente está sumamente agradecida por alguna garantía de tranquilidad.
Esfuerzos esporádicos de estudiantes universitarios por volver a encender las llamas del conflicto son sofocados rápidamente. Pronto los pelotones de soldados en la Plaza de Cayzedo, con sus fusiles preparados, van siendo menos y permaneciendo menos tiempo.
Finalmente, se restauran el orden y la calma. Se quita el toque de queda. El hecho de que la ley marcial todavía está en vigor apenas se nota, ya que sus restricciones no se aplican contra la actividad cotidiana normal de la gente.
Reacciones variadas
Las reacciones al toque de queda son variadas. Al principio, algunos se alegraron de tener una excusa para quedarse en casa y descansar por las noches. Otros se sintieron encerrados y frustrados.
Inicialmente, las familias separadas que no pudieron comunicarse con los miembros que quedaron aislados sufrieron gran inquietud. Cuando se reunieron, las esposas se regocijaron con la devoción de sus esposos al hogar y a la familia durante las horas del atardecer.
Los hombres de negocios deploraron la pérdida de ingresos. Los contadores se preocuparon por el fin del plazo para el pago de impuestos que se aproximaba. Pero el alivio que se sintió cuando el toque de queda fue levantado fue universal; fue la vuelta a la normalidad y a la seguridad razonable de la persona y su propiedad.
Sin embargo, estos sucesos en Cali le hacen recordar a uno cuán frágil es esta ‘normalidad’ y ‘seguridad’ en el mundo actual. Especialmente se hace patente esto cuando uno ve cómo asuntos que envuelven a unas cuantas personas pueden resultar en trastorno para una entera ciudad, sí, para un país entero.
En vista de todo esto, uno solo puede reflexionar en la gran necesidad del gobierno permanente para toda la Tierra acerca del cual Jesucristo enseñó a sus seguidores. Este es el reino de Dios. Solo éste puede traer y traerá justicia, prosperidad y tranquilidad verdaderas permanentemente a los que aman a Dios.—Sal. 37:10, 11.