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¡Despertad! 1972
g72 22/6 págs. 8-11

Yo fui un “médico rural” africano

SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN LIBERIA

EN África un “médico rural” no es un médico corriente. Yo lo sé porque fui uno de ellos.

Las personas venían a mí buscando venganza de un enemigo real o imaginario. Yo determinaba el castigo y lo administraba por medios mágicos. Me especialicé en adivinación y en la preparación de “medicina” para proteger del “espíritu de los muertos” o de los que querían causar mal a alguien.

Años antes de iniciarme en la práctica de la adivinación, llegué a ser concurrente regular a una de las iglesias de la cristiandad y más tarde fui a la escuela de una misión religiosa. ¿Por qué? Bueno, en mi temprana juventud mi tío me llevó a una iglesia en Monrovia. Me explicó que los que no iban a la iglesia irían al fuego del infierno, donde primero les serían quemadas las puntas de los dedos, después un brazo, entonces el otro brazo, las piernas, y finalmente todo el cuerpo. Cuando esto hubiera acabado, Dios tendría un arreglo para que la quema comenzara otra vez desde el principio, y todo se repetiría hasta tiempo indefinido, dijo él.

Yo tenía miedo de ser quemado. Por lo tanto, junto con otros muchachos, fui a la iglesia. Pero el concurrir a la iglesia no hizo grandes cambios en mí. Mi verdadera religión todavía era la adoración de los “espíritus” de mis antepasados.

Los esfuerzos de mi iglesia para lograr que yo dejara la adoración de los “espíritus” fracasaron. ¿Por qué? La iglesia no enseñaba que los muertos no estuvieran vivos para recibir aquella adoración. No, la iglesia decía otra cosa. Se me enseñó que cada persona posee un alma inmortal que sobrevive a la muerte del cuerpo. Esto no hizo más que fortalecer mi creencia en que mis antepasados estaban vivos y había que apaciguarlos. Mis parientes no cristianos, razonaba yo, después de todo no estaban lejos de la verdad.

Aprendo a ser “médico rural”

Desafortunadamente yo no podía leer la Biblia por mí mismo para ver exactamente lo que decía acerca de Dios y sus sendas. Solo cuando tuve veinte años de edad accedió mi tutor, después de años de súplica, a enviarme a la escuela. Después de tres años, fui obligado a acompañar a mi tutor, que estaba enfermo, al principal pueblo “médico” del país. Allí tomé un curso en “medicina rural.” Esto incluía el arte de preparar y administrar venenos hechos de la corteza de árboles, hojas o de la hiel de cocodrilos. Este conocimiento era esencial para trabajar de “médico rural” cuyos patrocinadores querían vengarse de sus enemigos.

Habiendo oído una queja, un “médico rural” determina si se merece castigo y hasta qué grado. El aprender a llegar a ser esa clase de “médico” no perturbó mi conciencia, a pesar de los muchos años de concurrencia a la iglesia. Yo creía que Dios no solamente le permitía al “médico rural” hacer su trabajo de administrar venganza, sino que también le daba el poder para hacerlo.

La adivinación era otro requisito para dominar mi oficio. Los métodos de adivinación incluían observar el agua dentro de un jarro o mirar en un espejo. Para proteger de los espíritus de los muertos o de personas malignas, aprendí a mezclar diversas “medicinas.” A menudo el brebaje se ponía en una botella y se enterraba en el umbral de la casa, de modo que apenas sobresaliera el extremo de la botella.

Un día todas mis posesiones se incendiaron cuando un fuego arrasó la aldea. Mi depresión se convirtió en asombro cuando se me dijo que esto era una señal de los espíritus de que yo recibiría más poder. Al día siguiente el principal practicante me dio un anillo y me confió lo siguiente: “Si usted se pone esto en el dedo y comienza a frotarlo, usted será invisible para cualquiera que pase. Estas son las leyes del anillo: ¡No mire hacia el Sol al mediodía; no coma cebollas!”

La primera vez que probé el anillo, frotándolo, la gente pasaba como si yo no estuviera allí. Pero la segunda vez quedé muy decepcionado. El que me lo había dado explicó: “No puede funcionar siempre, pero sirve para obtener dinero rápidamente. Le enseñaré cómo lograrlo.” De entonces en adelante empecé a suministrar por un precio anillos que hacían invisible a la gente, anillos para hombres ambiciosos que buscaban poder y posición.

En una ocasión, hice un anillo para el jefe de un clan, el cual me pagó treinta y dos dólares, convencido de que lo había hecho invisible y de que permanecería en el poder como jefe por tiempo indefinido. Pero en una ocasión cuando pareció que el anillo no le funcionó, simplemente le dije que el espíritu del anillo estaba visitando temporariamente otros lugares de la Tierra.

Incertidumbre y confusión

Cuando llegué a los veinticuatro años de edad, decidí volver a la escuela. Mis padres se burlaron de la idea, pero no pudieron disuadirme. Me matriculé en la escuela de una misión religiosa, y aunque los estudiantes, simples niños, se reían de mí, el maestro me estimuló: “Esfuércese. Yo era grande como usted cuando fui a la escuela. Ahora le estoy enseñando.”

Durante las clases de la Biblia se me dijo: “Es incorrecto castigar a alguien por el daño que le haya hecho a uno, o causarle daño con medicina rural.” Defendiendo mi convicción de que el “médico rural” en realidad era el medio que Dios utilizaba para devolver mal por mal, yo contesté: “Dado que Dios castiga a la gente que procede mal contra él, entonces nosotros solamente estamos siguiendo su ejemplo al castigar a personas que nos hayan hecho daño.” Pero el maestro sostuvo: “Nosotros no debemos hacerlo. Eso le corresponde a Dios.” Sin embargo, yo razonaba para mí mismo que si eso fuera cierto, ¿por qué hacía Dios que la “medicina” surtiera efecto? Esto no fue explicado.

Pero mi incertidumbre se convirtió en confusión cuando traté de razonar sobre la enseñanza de la Trinidad. En respuesta a mi pregunta sobre cómo tres dioses podían existir en uno, se me contestó que yo no podía entender este misterio. Insatisfecho, pregunté cómo era posible que lo entendiera el “Padre” pero no el resto de nosotros. “Tendrá la respuesta mañana,” fue la contestación. Pero al día siguiente simplemente se me castigó y se me advirtió que de seguir haciendo preguntas de aquella índole sería despedido.

En la escuela de la misión se me enseñó a pensar que la guerra no era algo incorrecto, dado que los cristianos habían tenido que defenderse en el pasado y deberían seguir haciéndolo. Por lo que yo aprendí en esta escuela, Dios toma bandos en las peleas y las contiendas, y por tal razón se nos urgía a rezar para ganar un partido de fútbol. Y cuando ganábamos nos regocijábamos, convencidos de que Dios había estado de nuestra parte.

Durante aquellos años continué haciendo sacrificios a mis “medicinas” frotándolas con la sangre de alguna víctima, por lo general una gallina. Concurría a los servicios religiosos, pero confiaba en las “medicinas” y la magia. A pesar de años de instrucción religiosa, todavía pensaba que no había nada como la “ciencia africana” practicada por el “médico rural” para tratar con los problemas de la vida.

Finalmente la verdad

En 1956 obtuve literatura de un testigo cristiano de Jehová en Voinjama. En la misma leí que la práctica del espiritismo, que incluye adivinación, magia, hechicería y atar a otros con maleficios, es incorrecta de acuerdo con Deuteronomio 18:10-12 y Revelación 21:8. Para obtener mayor explicación fui a ver a aquel Testigo. Se me hizo claro que mi confiar en “medicinas” era espiritismo y algo que la Biblia condenaba. Aprendí de la Biblia que Dios se oponía a toda forma de adivinación y magia. Las siguientes palabras del Testigo me alarmaron: ‘Nadie que continúe practicando estas cosas sobrevivirá “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso,” llamada Armagedón, ¡ni vivirá en el glorioso nuevo sistema de cosas!’—Rev. 16:14, 16.

Este Testigo entonces me dio respuestas de la Biblia a muchas otras preguntas que yo tenía. Comencé a ver por primera vez que “el dios de este sistema de cosas” es Satanás el Diablo y que aun las llamadas iglesias cristianas habían llegado a estar bajo su influencia. (2 Cor. 4:4) La verdad real se encontraba en la Biblia. Yo tenía que estudiar la misma para librarme de las trampas de Satanás. En realidad yo había estado sirviendo al Diablo y a sus ángeles demoníacos.—Rev. 12:7-9.

La impresión que todo esto me causó —de que como “médico rural” había sido desviado por el Diablo— fue tan grande que por las siguientes dos semanas a duras penas pude pensar en otra cosa. Al final de ese tiempo había hecho mi elección. Una mañana temprano antes de que despuntara el día, junté todas mis “medicinas” y mi valioso anillo mágico. Después de empaquetarlo todo en una bolsa, lo arrojé en el río. No había nadie alrededor, pero yo sabía que el Dios verdadero, Jehová, estaba observando.—Pro. 15:3.

En cuanto a los sistemas religiosos, me enfureció el hecho de que me hubieran inducido a creer en superstición y demonismo por su falsa doctrina de que el hombre posee un alma inmortal. Esta falsa doctrina fue la base de mis tontos temores a los espíritus de los muertos. (Eze. 18:4) ¡Y cuánto me alegré de aprender que la Biblia no enseñaba una misteriosa Trinidad! En la Biblia yo ahora podía ver que Jehová es un solo Dios, que Jesucristo es en verdad su Hijo y que el espíritu santo es la fuerza activa invisible de Dios.—1 Cor. 8:6; Mat. 16:16, 17; Hech. 1:8; 2:2-4, 16, 17.

Se hicieron arreglos para que un Testigo viniera a mi aldea para estudiar la Biblia conmigo. Esto me proveyó el conocimiento acertado necesario para hacer mi dedicación a Jehová. Elegí seguir el excelente ejemplo de Josué: “Pero en cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová.”—Jos. 24:15.

Sirviendo al Dios verdadero por vida

Cuando se esparció la noticia de que yo había roto con la magia y toda forma de espiritismo, fui citado a la entrada de la “maleza” de la sociedad secreta local. En ese lugar el “médico rural” jefe o zo me preguntó: “¿Es usted el que ha dicho que no tiene más tiempo para Poro y Sande [sociedades secretas nativas] y ha echado todas sus medicinas al agua?”

“Sí,” contesté.

“¿No teme a todos los que están reunidos aquí, y el admitir ante nosotros estas cosas?”

A esto contesté: “¡No permitiré que el temor a ustedes me haga hacer algo incorrecto delante del Dios viviente Jehová!”

“Vaya y sea para su Jehová,” vociferó el zo, “¡pero ya sabrá quiénes somos nosotros!” Claramente esto era una intimación de que podía esperar ser envenenado por la “medicina rural.” Volviéndome de ellos y caminando derecho adelante, busqué la protección de Jehová por medio de la oración.

No me acaeció ninguna calamidad. Pero más tarde mi tío, el cabeza de nuestra familia, me repudió oficialmente con estas palabras: “¡El bien que te llegue, no me lo traigas, y el mal que te llegue, guárdatelo!” A pesar de esa oposición, traté a mis parientes bondadosamente, porque yo sabía que el servir a Jehová significaba vivir en armonía con los elevados principios que se encuentran en su Palabra, la Biblia.

No siendo ya “médico rural,” encontré un trabajo de limpieza de repuestos de tractor por un salario muy bajo. El encargado pronto observó que yo seguía trabajando cuando los otros se escabullían. Un día el encargado se encontraba borracho cuando llegó un camión lleno de repuestos. Por eso, recibí el envío por él, asegurándome de que estuvieran allí todos los repuestos. Mis compañeros me ridiculizaron por estar haciendo aquel trabajo sin paga extra. Pero el encargado apreció el que le salvara su empleo, y en poco tiempo estuve ganando cinco veces más que mi salario original.

Aunque el hacer bien mi trabajo seglar me traía satisfacción, yo sabía que tendría más satisfacción todavía si pudiera dedicar más tiempo a la predicación de las verdades de la Biblia a otros. Así es que mi esposa y yo acordamos que después que se celebrara una asamblea cristiana en Gbarnga yo entraría en el trabajo de predicador de tiempo cabal. Dejé mi trabajo y llevé todas mis posesiones y ahorros junto con mi esposa y mi hijito a la asamblea. Inesperadamente unos soldados interrumpieron la asamblea y pusieron a prueba nuestra fe en cuanto al asunto de rendir un saludo religioso a un estandarte seglar. Por tres días y tres noches no se nos dio ningún alimento ni agua; estábamos confinados en un campo abierto. Después de ser puestos en libertad descubrimos que todas las posesiones que teníamos nos habían sido robadas. Pero varios hermanos cristianos me dieron algún dinero, así es que pude volver a nuestro hogar. La primera noche en casa, pude cazar y matar dos venados y un puerco espín. Por el resto del año mantuve a mi familia de esta manera.

Finalmente en 1964 realicé el deseo de mi corazón de servir a Jehová tan completamente como me fuera posible. En aquel tiempo llegué a ser proclamador de tiempo cabal del reino de Dios. Jehová ha provisto maravillosamente para nosotros, y continúo en el servicio que elegí aunque ahora tengo seis hijos.

Con el transcurso de los años he tenido la alegría de ver a mi sobrina y a uno de mis tíos aceptar la verdad de la Biblia, y otros miembros de la familia ahora están interesados. Se presentó una oportunidad de demostrar el amor cristiano cuando mi hermano mayor enfermó y fue llevado a nuestro pueblo para ser tratado. No vino a quedarse en mi casa porque él se había opuesto fuertemente a mi servicio a Jehová. Sin embargo yo fui a buscarlo y lo traje a mi hogar, le di alimento y lo traté tan bien como pude. Después de un tiempo vinieron otros miembros de la familia, diciendo: “Tu manera de servir a Dios es muy buena. Nunca pensamos que sería así. No te volviste en contra nuestra, sino que nos has mostrado consideración y respeto a cambio de nuestro desprecio.”

¡Cuán distintos son los caminos del verdadero cristianismo de los caminos del “médico rural” africano! En vez de devolver mal por mal, hago lo que dice la Biblia: “Sigue venciendo el mal con el bien.” (Rom. 12:17-21) ¡Cuánto me alegro de haber abandonado la “medicina rural” africana y la religión falsa de la cristiandad y de haber salido de la oscuridad a la luz gloriosa para servir a Jehová!

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