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  • Mi vida como gitano
  • ¡Despertad! 1973
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  • La vida como niño gitano
  • Entrenamiento y consideraciones religiosas tempranas
  • Una clase diferente de religión
  • Se abre un nuevo camino de vida
  • Un tiempo de prueba
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¡Despertad! 1973
g73 8/4 págs. 9-12

Mi vida como gitano

Según relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá

“¡CUANDO Dios pinta sus cuadros es mejor que te quedes callado. Mira con tus ojos, pero mantén quieta tu tonta lengua!” Así me aconsejó mi tía Lila cuando aún yo era un niñito mientras permanecíamos maravillados ante un amanecer particularmente hermoso. Esto es típico de la manera de pensar gitana acerca de Dios y de sus maravillosas obras creativas.

Creíamos en un Creador y teníamos un sincero respeto por él, aunque de una manera algo simple e infantil. Nuestra filosofía de la vida era que la satisfacción de nuestras necesidades diarias siempre dependía de un Creador, Dios. Por lo tanto, nunca hubiéramos pensado en maltratar las hermosas criaturas que habitan los bosques, los arroyos, los lagos y los mares. Eran sus creaciones, y nos contentábamos con reconocer ese hecho.

Otra parte de nuestra filosofía y modo de vivir podría resumirse en el antiguo adagio: “¡El mañana siempre se hará cargo de sí mismo!” Por esta razón nuestra vida era fácil y generalmente apacible. Solo nos esforzábamos para suplir las necesidades del día. Con éstas satisfechas, descansábamos y disfrutábamos de la vida con nuestras familias y la bien unida sociedad de nuestra propia gente. Usábamos al mundo para obtener nuestro sustento, pero más allá de eso no nos envolvíamos en él. No nos preocupábamos por sus disputas políticas.

La vida como niño gitano

Desde la sección occidental de Anglia en Inglaterra, donde yo nací, viajé con mi tía en un grupo de gitanos por todas las Islas Británicas. Se me enseñó a tener verdadero respeto por las personas mayores, siempre dirigiéndome a los hombres mayores como “tío” y a las mujeres mayores como “tía.” Nunca se me permitía llamarlos por su nombre de pila. En mis años posteriores siempre estuve agradecido por la disciplina que se me dio cada vez que mostré falta de respeto hacia la autoridad de mi tía.

A los niños gitanos nunca se les permite andar libres, así es que yo nunca lo hice. Mi tía me amaba y me mantenía ocupado. Me llevaba consigo a recoger berro, hongos y bayas, y al día siguiente las vendíamos de casa en casa o las llevábamos a un mercado próximo.

Para mi tía y para mí parte de ganarse la vida consistía en ir a las granjas y comprar montones de estiércol. Después de ponerlo en grandes canastos, íbamos a venderlo de casa en casa entre la gente que tenía pequeños jardines de flores u hortalizas.

Durante mi entrenamiento de la niñez, mi tía y otros en nuestro campamento se permitían el robo pequeño. Por consiguiente, aprendí la falta de honradez, incluso el hacer tratos engañosos para beneficiarme financieramente. Una vez, mientras era un joven, trabé amistad con un muchacho cuyos padres no eran gitanos. Su madre se estaba muriendo de tuberculosis, y la familia era tan pobre que tenía muy poco que comer. Deseando proveerle a ella algún alimento fortalecedor, llevé a mi amigo a un gallinero cercano donde nos apropiamos de una linda gallina regordeta. Se la di a mi amigo para que la llevara a su hogar, pero el padre hizo que su hijo me devolviera el plumado botín al saber que éste había sido robado.

Entrenamiento y consideraciones religiosas tempranas

La sencilla fe de mi tía en Dios siempre hizo una profunda impresión en mi mente. Al finalizar el día ella me hacía arrodillar a su lado y dar gracias a Dios como nuestro diario Proveedor... ¡aunque quizás hubiéramos robado un conejo o los hongos, los berros y las bayas de la propiedad de otra gente!

La mayoría de los gitanos con los que yo estaba familiarizado pertenecían a una confesión religiosa, tal como la Iglesia Metodista, la Iglesia Anglicana o la Iglesia Católica Romana, pero mi tía no quería saber nada en cuanto a ninguna forma de religión organizada. Su actitud hacia el clero de las varias confesiones era una de disgusto por su hipocresía. Esto influyó en mi propia manera de pensar religioso por muchos años. Para ella, algunos sacerdotes eran hipócritas “fulanos”; ella veía a los clérigos que se afanaban por el dinero como algo tan “inmundo como el excremento de ganso,” y no tenía inconvenientes en decírselo.

Ella también infundió en mi joven mente una fuerte aversión a la violencia. Nunca me olvidaré de la reprensión que me dio cierto día. Una señora a quien le estábamos vendiendo mercancía me había preguntado qué iba a ser yo cuando fuera grande. Puesto que me habían atraído los uniformes de los hombres de las fuerzas armadas, le dije que yo quería llegar a ser un soldado. ¡Mi tía me dijo que nunca quería volver a oír semejante cosa, y que si alguna vez me aparecía ante su puerta en un uniforme militar era mejor que simplemente siguiera mi camino! Ella grabó en mi mente que ninguna criatura humana tenía el derecho de derramar sangre en las guerras hechas por el hombre.

Al ir creciendo comencé a observar por mí mismo la hipocresía del clero. Se estaba aproximando la II Guerra Mundial, y se había hecho muy evidente la manera en que éstos participaron en reclutar a jóvenes para la guerra. Uno de ellos abordó a mi tía para pedirle que me dejara alistar y ella se las cantó bien claras.

Cuanto más asociación tenía con la llamada gente religiosa, más me impresionaba la hipocresía de la religión mundial. Los jóvenes se emborrachaban y participaban en salvajes francachelas el sábado por la noche y entonces iban a misa el domingo por la mañana. El hecho de que supuestamente obtenían el perdón de sus pecados, solo para continuar de la misma manera inmoral en los días antes de la siguiente misa dominical, me disgustaba.

Una clase diferente de religión

Para 1942 yo estaba casado. Un día llegué a casa y mi esposa me dijo que dos mujeres la habían visitado y le habían hablado acerca de la Biblia y de sus promesas para un futuro mejor. Puesto que era propenso a ridiculizar cualquier cosa que tuviera el parecido de religión, no mostré ningún deseo de discutir el asunto. Más tarde, en Escocia del norte, un hombre vino a nuestro campamento y tocó un disco fonográfico para mi esposa mientras yo no estaba. Realmente la impresionó que el hombre tuviera el coraje de tocar un disco que exponía a la religión mundial como un lazo y un fraude. Mi esposa le sirvió al hombre una comida antes de que éste siguiera su camino.

Más tarde, cuando volvimos a estar cerca de Newcastle en Inglaterra, mi esposa sugirió que tratáramos de hallar a estas personas porque ella pensaba que habían hablado la verdad. Pero poco tiempo después nos mudamos al Canadá, donde yo pensaba que sería posible mejorar nuestro modo de vivir.

Mientras tanto, yo estaba criando a mi familia. Llevaba a mi hijo conmigo en mis negocios, lo que en aquel entonces era la compra y venta de chatarra. Cuando habíamos reunido suficiente chatarra para vender a un comerciante, le daba una parte a mi hijo y dejaba que él la vendiera, pero bajo mi supervisión para estar seguro de que no lo fueran a estafar. Así es que fue entrenado para hacer su propio camino en la vida.

Mi esposa le proveyó a nuestra hija el típico entrenamiento gitano, enseñándole a cocinar, lavar la ropa, zurcir y cuidar a un bebé a fin de que con el tiempo llegara a ser una buena esposa para un marido gitano. Mi esposa también la entrenó para comerciar en ropa blanca. La llevaba a los almacenes cuando hacía sus compras para que pudiera observar cómo se realizaba este negocio. Además, un tío le enseñó a nuestra hija cómo llegar a ser una experta en hacer flores de madera. Así al acompañar a su madre de casa en casa, si no se aceptaba la ropa blanca, ella ofrecía sus “flores,” ganándose el dinerillo.

Mientras viví en Norteamérica viajé con otros gitanos por todo el Canadá, los Estados Unidos y México. Nos ingeniamos para hacernos de algún “dinero fácil.” Lo que hicimos no era una práctica común entre los gitanos en general, porque, como regla, no son partidiarios de esas vulgares prácticas fraudulentas.

Decíamos que estábamos vendiendo alfombras orientales “de contrabando.” Al entrar a un pueblo, íbamos directamente a alguien que sabíamos que tenía una gran cantidad de dinero en efectivo... ¡el sacerdote local! Yo sugería que tal vez él tenía amigos que también estuvieran interesados, y si era así, él podría conseguir una alfombra a un precio todavía más bajo. Por lo general nos dirigía al médico local o al empresario funerario. Ningún sacerdote al que nos dirigimos jamás rehusó comprar nuestras alfombras “de contrabando,” ni siquiera cuando le decíamos que era mercadería “peligrosa.” Esto me hizo sentirme aún más hastiado de tener algo que ver con las llamadas religiones cristianas.

Se abre un nuevo camino de vida

Pasaron algunos años hasta que un día estábamos acampados cerca de Sarnia, Ontario. Yo estaba en casa cuando una joven llamó a nuestra tienda. La manera sincera en la que ella habló y las cosas de las que habló despertaron mi interés. ¡Un nuevo sistema de cosas donde la gente viviría junta en paz y unidad y en armonía con principios justos, era algo casi increíble! Al irse prometió enviar a dos hombres para que me hablaran más acerca de este asunto. Así es que le dije a mi esposa, que si los hombres venían, ella debería retenerlos en caso de que yo no estuviera. La joven cumplió con su palabra y el día que ellos vinieron yo estaba en casa. Nuestra discusión duró unas cinco horas. Cuando partieron mi esposa y yo estábamos convencidos de que por fin habíamos hallado “la verdad.”

Después de esa larga primera visita vimos la necesidad de vivir en armonía con los principios bíblicos. Me volví a mi esposa y le dije: “¿Qué haremos con lo que hemos enterrado debajo del piso de nuestra tienda?” Mi esposa sugirió: “Tal vez deberíamos arrojarlo al río.” Yo pensaba que debíamos devolver las mercancías robadas a sus dueños. ¡Eso no sería cosa fácil! Había mucho peligro y dificultad en devolver dos toneladas de lingotes de plomo. Sin embargo, pienso que debe haber sido con la ayuda de Jehová que finalmente se realizó la tarea.

Con visitas regulares de los dos Testigos, progresamos en el conocimiento de la verdad de Dios. Pronto pudimos ver que había más implicado que meramente conocer la verdad de la Palabra de Dios. Tendrían que venir otros grandes cambios en nuestras vidas. Uno de éstos era el participar en proclamar las buenas nuevas del reino de Dios, y en este punto no podía verme haciendo eso. Por lo tanto empecé a encontrar faltas en las cosas que estaba aprendiendo y a plagar a los Testigos con preguntas irrazonables. No obstante, las bondadosas respuestas que me dieron de la Biblia no me dejaron salida. ¡Era yo el que tenía que cambiar, no la verdad de la Biblia!

Nuestros hijos no fueron excluidos de nuestras consideraciones. Desde el mismo principio fue un estudio familiar, y progresamos juntos hasta el punto en que mi esposa y yo simbolizamos nuestra dedicación a Jehová en 1954. En 1960 nuestros hijos fueron bautizados después de hacer su propia decisión de servir a su Creador en los días de su juventud.

Más tarde, mi hijo se casó con una gitana de México llamada Paulina, quien había aprendido originalmente la verdad de Dios en la Argentina. (Vea ¡Despertad! del 8 de diciembre de 1963, página 26.) De vez en cuando ella ha participado junto a su esposo en predicar las buenas nuevas del reino de Dios de tiempo cabal. Nuestra hija ha sido proclamadora del reino de Dios de tiempo cabal por unos cinco años. Ahora ella sirve en una congregación española cubana en el sur de la Florida.

Un tiempo de prueba

Hace algunos años nos sobrevino como familia un tiempo de prueba. Tuve una experiencia en la que me desilusioné gravemente de mis hermanos cristianos. Tal vez debería haber comprendido que ellos tienen sus limitaciones tal como yo las tengo, pero, en vez de eso, permití que éstas me hicieran retraer de mi servicio a mi Creador, con quien en realidad no tenía razón para hallar faltas. Como resultado, dejamos la verdad de Dios por unos cuatro años.

No obstante, con frecuencia pensábamos acerca de las cosas que habíamos aprendido de la Palabra de Dios y hablábamos libremente acerca de ellas. Parecía que la verdad nos había tocado y nunca más podríamos volver a ser la misma clase de personas que habíamos sido en el pasado. Aunque nos desasociamos de la organización de Dios y nos dijimos que éramos libres una vez más para disfrutar del modo de vivir gitano, nuestras conciencias nos decían que teníamos una responsabilidad para con nuestro Creador, Jehová, y que de alguna manera debíamos tratar de pagarle por habernos provisto con su verdad.

El no adherirnos a la verdad de Dios nos molestaba. Finalmente nos dimos cuenta de que solamente hay un camino hacia la verdadera libertad y ése se encuentra dentro de los seguros confines de la organización visible de Jehová en la Tierra. Solo en ella podíamos tener verdaderos hermanos y hermanas cristianos, a quienes necesitábamos y quienes nos necesitaban. La pequeña congregación de Melville, Saskatchewan, fue donde comenzamos a asociarnos nuevamente en el Salón del Reino. Nunca olvidaremos la bondad amorosa que nuestros hermanos cristianos ejercieron al ayudarnos a iniciarnos otra vez en el precioso servicio de Jehová. Desde aquel tiempo, y debido a la bondad de Jehová, nunca nos hemos vuelto o detenido en tratar de hacer manifiesto nuestro adelantamiento.

Superior a la vida gitana

Aunque nunca podemos volver a la “libertad” gitana, sin embargo les tenemos una estima muy alta como pueblo. Aunque muchos viven todavía en armonía con muy buenos principios, un considerable número están ahora contagiados con las ideas materialistas del mundo occidental. No contentos ya con las cosas simples, quieren autos ostentosos y casas remolques y hasta engañan y roban para conseguirlos. Como resultado, mucho del espíritu despreocupado de los gitanos de antaño se ha perdido, y esto para su propio perjuicio.

Ya no tenemos el deseo de robar a nuestros vecinos, sino que sinceramente tratamos de ayudarles a conocer que “la bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella.”—Pro. 10:22.

Mucho le debemos al gran Dios de verdad por la Biblia, la cual ahora aceptamos sinceramente “no como palabra de hombres, [como hace el clero de la cristiandad] sino, como lo que verdaderamente es, como palabra de Dios.”—1 Tes. 2:13.

Por esta razón es nuestra sincera oración que todavía otros que ahora siguen el modo de vivir de los gitanos, puedan aún volverse a la verdad que verdaderamente los libertará y así disfrutar de un modo de vivir superior. (Juan 8:32) También, es mi esperanza personal que un día próximo volveré a ver a mi querida tía Lila, resucitada a la vida en el justo nuevo orden de Dios. Tengo confianza en que en ese nuevo orden su aprecio por la bondad de Jehová y las bellezas de su creación continuarán aumentando con cada nuevo amanecer en un mundo sin fin.

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