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  • Una gitana halla el “Camino”
  • ¡Despertad! 1986
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¡Despertad! 1986
g86 22/5 págs. 17-19

Una gitana halla el “Camino”

EN 1929, nací en una tienda de campaña en el norte de Gales, en una familia de romaníes, o como nos llama la mayoría de la gente, gitanos. Por años viví según las costumbres de los gitanos, viajando por todo Gales y por el sudoeste de Inglaterra. Era un modo de vivir sencillo, y la única perturbación era que cada una o dos semanas teníamos que mudarnos.

Mis padres, junto con nosotros, sus cuatro hijos, viajábamos en dos carros tirados por caballos. Los niños dormíamos en un carro de “barril” de cuatro ruedas que cargaba nuestras pertenencias domésticas. (Si encontrábamos un almiar o establo, allí dormíamos todos.) El otro carro, pequeño y de dos ruedas, cargaba las herramientas y el equipo para acampar. Para aligerar la carga a los caballos, los niños por lo general caminábamos.

Siempre que era posible, acampábamos en los bosques, lejos de la vista de los que moraban en las casas. Esto nos ayudaba a evitar su hostilidad. Antes de cada mudanza, papá nos hacía recoger cualquier basura que hubiera en el suelo y barrer el césped. Dejábamos todo en orden.

Las costumbres del gitano

¿Cómo nos ganábamos la vida? Una de nuestras ocupaciones temporeras en las zonas de Wiltshire y Herefordshire era la de recoger lúpulo. Este siempre era un tiempo feliz. Aunque acampaban separadas unas de otras, por las noches las familias gitanas se reunían alrededor de una hoguera para tocar música, cantar y relatar historias. Éramos pobres, pero estábamos libres de las inquietudes que acompañan a las posesiones materiales.

Durante otras temporadas del año, papá fabricaba esteras y canastas de juncos (plantas marismas). Recogíamos los juncos y también pequeñas ramas de sauce para hacer la armazón de las canastas. Las hervíamos para emblanquecer los juncos y remover la corteza de los sauces. Mi padre decoraba los artículos terminados por medio de pintar en ellos pájaros o animales silvestres utilizando tinte que él mismo hacía de las plantas. Sin embargo, los hombres gitanos nunca salen a vender. Por eso, los demás vendíamos estos artículos yendo de casa en casa, ¡y a buen precio!

Papá también nos enseñó a fabricar dichos artículos. Además aprendimos a hacer flores de papel y madera, a domar y entrenar caballos y a identificar las hierbas silvestres y utilizarlas como medicina. Nos llevaba al basurero y nos mostraba cómo escoger lo que fuera útil, incluso alimento. Pero también sabíamos cómo cazar conejos, puerco espines y toda clase de animales silvestres para alimentarnos. Cuando estos escaseaban, no veíamos nada malo en robar una o dos gallinas, o unos cuantos vegetales de algún granjero. Pensábamos que no sería gran pérdida para él, y, después de todo, teníamos hambre. También aprendimos a cocinar ortigas, tallos de rosal, flores de madreselva y toda clase de hierbas silvestres, y como plato exquisito, caracoles. Pero en muchas ocasiones no teníamos absolutamente nada que comer.

Desde que yo tenía cuatro años de edad, mi madre me enseñó a mendigar, vender y robar. Primero, se aseguraba de que yo estuviera vestida pobremente y descalza. Entonces me enviaba sola a una casa y me mandaba a que llorara en la puerta. Si yo no tenía ganas de llorar, ¡ella me pegaba en las piernas para que de todas maneras tuviera lágrimas en los ojos! Yo le decía al amo de casa que no tenía nada que comer. Pocas personas podían resistir la petición de una niña vestida de harapos y llorando.

También aprendí otro arte común entre los gitanos: la adivinación. En realidad, nuestra “adivinanza” constaba de observar a las personas y discernir lo que ellas querían oír. Pero según aprendí unos años después, este arte también puede implicar lo sobrenatural. Sin embargo, para mí, el usar barajas, hojas de té o el leer la mano era solo un truco. Y tenía éxito solo con las personas que estaban dispuestas a cooperar.

Temor al infierno

Al igual que la mayoría de los romaníes, mi padre era muy religioso. No estoy diciendo que él asistía a la iglesia. ¡De ninguna manera! Él decía que la pompa y las ceremonias de las iglesias demostraban que pertenecían al “viejo”; así era como llamaba al Diablo. Temprano cada mañana, hiciera buen tiempo o no, mi padre iba a campo raso, se arrodillaba y oraba en voz alta a Dios. A veces sus oraciones nos despertaban. Yo le pregunté por qué oraba en voz alta, y me contestó: “Dios me dio una voz, de modo que debo usarla cuando hablo con él”.

Así, de mi padre llegué a aprender un poco acerca de Dios, Jesús y la creación. En una ocasión estábamos acampados en una mina de caliza, cerca de un horno en el que se calcinaban las rocas para producir cal. Nos trepábamos encima del horno para calentarnos; y papá nos decía que el infierno era como ese horno, ardiendo día y noche. Me dijo que si yo era una niña mala, allí era adonde yo iría. ¡El pensar en eso me aterrorizaba!

Así, pues, mis padres mantenían disciplina estricta sobre nosotros. No se nos permitía ponernos maquillaje ni vestidos cortos ni podíamos fumar. Recuerdo una ocasión cuando mi hermano de 25 años de edad, casado, vino a visitarnos. ¡Cometió el error de encender un cigarrillo en presencia de mi padre, solo para que él se lo tumbara de la mano de un azote con un tizón!

Problemas de familia

Cuando yo tenía unos 11 años de edad, mis padres se separaron por segunda y última vez, y disolvieron su matrimonio. Yo permanecí con mi padre. Viajamos juntos hasta que cumplí 19 años de edad y me casé con un joven soldado. Puesto que este no era gitano, mi padre se disgustó muchísimo y por 15 años rehusó verme.

El abandonar las costumbres gitanas fue mucho más difícil de lo que yo me había imaginado. Por primera vez en mi vida, vivía en una casa. No tenía idea alguna de cómo cuidar de una casa ni aun de cómo cocinar en una estufa.

Luego mi madre enfermó de tuberculosis y me pidió ayuda. Mientras cuidaba de ella, yo también contraje la enfermedad. Estuve cinco años en un hospital y salí con solo un riñón y tres cuartas partes de un pulmón. Mientras tanto, mi esposo se divorció de mí y volvió a casarse. Con el tiempo, yo también volví a casarme; pero después de diez años de muchos problemas, y a veces violentos, este matrimonio también terminó en divorcio.

Hallando el “Camino”

El año 1959 trajo el cambio más dramático que jamás había experimentado en mi modo de vivir. Me visitaron dos señoras testigos de Jehová. Escuché lo que dijeron y acepté dos revistas bíblicas, pero no les hice saber que yo no sabía leer. Una de ellas, Marie Nightingale, regresó a visitarme. Aunque no quería envolverme en el asunto, continué aceptando su oferta de regresar. Ella venía dos veces a la semana y a veces me dejaba las revistas. Después que se iba, me sentía tan frustrada por no saber leer que rompía las revistas.

Pero sí me gustaba lo que ella me decía acerca del Camino cristiano, especialmente el hecho de que Jehová es un Dios de justicia y libertad. (Hechos 9:2.) Él no castiga a los humanos en un infierno ardiente como mi padre creía. Pues, ¡aprendí que el infierno mencionado en la Biblia es sencillamente el sepulcro! (Salmo 37:28.) También aprendí acerca de la maravillosa promesa de Dios respecto a un paraíso terrestre.

De modo que, después de tres meses, le confesé que no sabía leer ni escribir. Pero ella me animó a aprender y ofreció ayudarme. Me costó mucho trabajo, puesto que mi lengua original era romaní y mi inglés no era muy bueno, pues consistía mayormente de jerga. Cuando mis hijos empezaron a asistir a la escuela, se esforzaron mucho por aprender a leer y escribir, y gustosamente me ayudaban. Después de cuatro años, en diciembre de 1963, me bauticé. Había hallado el “Camino”. Marie continuó ayudándome dos veces a la semana durante otros cinco años. Su persistencia me impresionó. No me despreció por ser una gitana iletrada ni me abandonó debido a la enorme tarea implicada en enseñarme.

Como estaba deseosa de compartir con otras personas las buenas nuevas que tanto me habían consolado y deleitado, en 1972 empecé a servir de precursora, o predicadora de tiempo completo. Todavía continúo disfrutando de esta obra satisfaciente de ayudar a otros a aprender acerca del “Camino”. ¡Y qué gozo es tener a mi propia hija, Denise, como compañera en el ministerio de tiempo completo! Mi hijo, Stephen, también fue precursor durante cinco años, lo cual le ayudó a poner un excelente fundamento para poder cumplir con sus responsabilidades actuales en la congregación y como padre de familia.

Me alegra decir también que mi padre y yo nos reconciliamos. Durante sus últimos años, de vez en cuando se quedaba conmigo y asistía a las reuniones de los Testigos, y disfrutaba especialmente del énfasis que se daba a la Biblia y no a una ceremonia. Murió a la edad de 87 años. En armonía con la petición de él y con la costumbre gitana, su hermano carnal quemó la choza de mi padre y todas sus pertenencias.

La manera de vivir del gitano, con sus viajes, hogueras y su música, es tan solo un lejano recuerdo para mí ahora. Diariamente doy gracias por haber sido libertada tanto de la oscuridad del analfabetismo como de la ignorancia espiritual. Pues, con la ayuda de Jehová, he hallado un “Camino” mucho mejor.—Según lo relató Beryl Tuck.

[Fotografía en la página 18]

Beryl Tuck, a la izquierda, con su familia inmediata

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