El abuso de las drogas... nuestro “viaje” de ida y vuelta
SI USTED llegara a conocernos probablemente nos consideraría muy parecidos a cualquier otra pareja joven que pudiera conocer. La diferencia es que Natalia y yo estuvimos enviciados con las drogas. Tal vez el relatar nuestra experiencia ayude a otros que están esclavizados a las drogas, pero que desean librarse y llevar vidas útiles. Posiblemente también ayude a los padres de jóvenes que están dejándose tentar por las drogas.
Cuando recuerdo el tiempo en que, como adolescentes, éramos consumidores de drogas, me horroriza el pensar en algunas de las cosas espeluznantes que infectaban nuestra existencia, pues eso es lo que era, simplemente una existencia.
Ni Natalia ni yo sufrimos como los llamados niños de “circunstancias desventajosas.” Vivimos en “respetables” vecindades suburbanas, y éramos de familias que probablemente se clasificarían con las familias estadounidenses de la clase obrera típica y de la clase media superior. Sin duda nuestros padres creían que estaban criando a sus hijos en zonas “libres de peligro.” Pero permítaseme enfatizar un punto sumamente importante.
No existe tal cosa como una zona geográficamente libre de peligro en la que uno pueda proteger a sus hijos de estar expuestos a las drogas. Muy a menudo los padres se inclinan a calmar su mente con el engaño de que la escena de las drogas está asociada con las condiciones de vida de las personas que no gozan de las ventajas de la mayoría. Eso sencillamente no es cierto. Las drogas de toda clase han penetrado en casi toda comunidad. Si una persona quiere drogas, puede hallarlas. Es asunto de realmente quererlas no de dónde uno viva.
Yo, por ejemplo, fui criado por padres devotos, industriosos. Pasé una niñez feliz y llevé una vida normal, activa. Se me enseñó el valor de trabajar, y yo cumplía con mi responsabilidad de familia. En la escuela sacaba calificaciones excelentes y estaba interesado en la ciencia y la matemática. Deseaba con todo mi corazón ser piloto aviador o astronauta. Cuando era muchacho, John Glenn era mi “héroe.”
Pero la realidad es que, cuando pasé de los doce años de edad, quedé aburrido con la vida. Quería “excitación,” y me envolví en pequeñas infracciones de la ley... “simplemente para divertirme.” Alrededor de ese tiempo, en 1964, mi familia se mudó a un pueblo acomodado en las afueras de Nueva York.
Recuerdo vívidamente que mientras nos dirigíamos en automóvil a nuestro nuevo hogar, yo me resolví a cambiar mi estilo de vida, a no quedarme con los “no adaptados,” como tildaba yo a los jovencitos que se portaban bien. Empecé a buscar a individuos de mi mismo parecer con quienes asociarme. Entramos en la competencia de aceptar todo reto. Yo quería ser el más importante e influyente de nuestro grupo. Así es que el tomar drogas vino a ser un paso inevitable. Mis padres ignoraban por completo este cambio en mi modo de pensar y comportamiento.
El iniciarme fue tan sencillo: Una bocanada “inocente” en un cigarrillo de marihuana; luego otro y otro. Poco tiempo después pasé adelante al LSD, heroína, barbitúricos, a aspirar fluidos que sirven para limpiar... ¡probé cuanta cosa había!
Lo que pueden hacer las drogas
Un día un amigo y yo conseguimos unos polvos para asma. Tratamos de comer la sustancia, beberla, fumarla, aspirarla. Por fin se apoderó de mí un estupor narcotizado. De algún modo logré llegar a casa. Era la hora de cenar. Logré sentarme a la mesa, pero sufría la sensación de que tanto la mesa como toda la comida en ella se estaban cayendo al suelo. Nada se quedaba quieto.
Dejé la mesa y me fui tropezando y andando a tientas al piso de arriba. Eso es lo último que recuerdo. Me halló mi madre en el armario de mi hermana, desnudo en lo oscuro, jugando con unas muñecas. Cuando ella prendió la luz, me levanté de un salto, corrí por el corredor y me caí por la escalera. A fuerza mi padre me restringió hasta que llegó una ambulancia. El médico llegó a tiempo para administrarme un antídoto, y se salvó mi miserable vida.
No sentía pena alguna, ni siquiera después de las escapadas milagrosas de las cuales habría de tener muchas. No obstante, en lo recóndito de mi pensamiento, sí tenía cierto sentido de culpa.
Llego a conocer a Natalia
Natalia, que más tarde llegó a ser mi esposa, es de una familia de la clase media superior. Sus padres proveían bien los medios de vida para ella. Se le enseñó a ser niña ejemplar y le hicieron sentir que ella era algo especial. Lo que ella razonablemente podía esperar del futuro era disfrutar de sus años escolares y luego contraer un buen matrimonio. Por esto quiero decir casarse con un joven de su clase social que le suministrara las cosas en el estilo de vida a la cual ella estaba acostumbrada.
La familia de Natalia se mudó a nuestra población más o menos al tiempo que ella ingresó en la escuela secundaria. Un día la invité a salir conmigo. Ella rehusó, porque yo era notorio entre los jóvenes como usuario de drogas. Pero a medida que se extendió la popularidad de las drogas, también aumentó la cantidad de jóvenes en nuestra población que las usaban, y entre ellos estaba Natalia.
Ella también empezó con marihuana. ¿Se debía a que ella quería escapar, o anhelaba excitación? No, simplemente tenía curiosidad. En breve estábamos concertando citas constantemente, y juntos gratificábamos nuestro deseo vehemente y mutuo de las drogas. Dos jovencitos normales de “buenas” familias y residentes de “buenas” vecindades se habían hecho esclavos a las drogas, y partícipes en hechos asociados con el uso de las drogas.
Engaño y evasión
Ni Natalia ni yo jamás hablamos con nuestros padres acerca de nuestro hábito de tomar drogas. En realidad, nos esforzamos bastante por engañarlos. Tal vez lo sospechaban, pero en tal caso nunca lo mencionaron. Si lo sabían, probablemente querían engañarse a sí mismos y creer que no era así. Estoy seguro de que mi madre todavía me veía como “Juanito el niño típico de los Estados Unidos.”
Uno de nuestros engaños favoritos después de usar drogas, era el bebernos una lata de cerveza justamente antes de regresar a casa. Yo llegaba en condiciones de apenas poder subir al piso de arriba, y mis padres decían: “¡Oh, éste ha bebido un poco más de lo debido!” Tan fuerte era su deseo de no reconocer la posibilidad de que su hijo usaba drogas que preferían aceptar el que yo estuviera aficionado a otra práctica igualmente dañina, pero más aceptable socialmente... el uso excesivo del alcohol.
La policía de nuestro pueblo sospechaba que yo usaba drogas, pero nunca podían hallarlas en mi persona. Vez tras vez me detenían y me examinaban detenidamente. Una vez, cuando tenía diecisiete años de edad, me llevaron al cuartel de la policía y allí me ataron y colgaron de cabeza abajo como un trozo de carne. Los policías montados entonces procedieron a patearme y darme con las rodillas en el estómago y en otras partes del cuerpo. Trataron de aterrorizarme, subyugarme. Puedo entender su repugnancia. Yo representaba lo que era malo en su pueblo. Pero sus amenazas nada lograron conmigo.
Deseo de hacer un cambio
A medida que pasaban los años de nuestra adolescencia, Natalia y yo empezamos a pensar más en los años venideros y el efecto que tendría en nosotros el seguir usando drogas. Nos estábamos poniendo aprehensivos y temerosos porque no era posible negar los efectos dañinos del hábito que compartíamos.
Después que se usan las drogas por algún tiempo, se hace difícil relacionarse con otros, expresarse o pensar claramente. Uno se siente aislado e incapaz de comunicarse, especialmente con los que no usan drogas. Uno se halla en períodos de profunda depresión, retiro, y, hasta de agresión. Durante los períodos en que teníamos la mente relativamente despejada, los cuales ocurrían con menos frecuencia con cada mes que pasaba, nos dábamos cuenta de que teníamos que parar. Teníamos que salirnos del ambiente de las drogas si queríamos sobrevivir. Pero, ¿cómo?
Me decidí a hacer un cambio radical en mi vida. Tal vez entonces pudiera ayudar a Natalia. Me alisté en la Marina de los Estados Unidos. Pero ni siquiera allí pude escaparme de las drogas. Unas semanas después de llegar al campamento para el entrenamiento básico pude identificar a los que usaban drogas, y dentro de poco continuaba con mi hábito. ¡No había manera de escapar!
Por fin, durante una licencia militar le propuse matrimonio a Natalia. Nos amábamos; tal vez nos iría mejor juntos. Ella aceptó. Nos casamos durante mi siguiente licencia, y Natalia se dedicó a arreglarnos un hogar cerca de la base marina. También seguimos usando drogas.
Hablábamos más y más acerca de las condiciones del mundo, la aparente falta de esperanza o remedio y lo que nosotros deberíamos hacer acerca de nuestro problema en particular. Sabíamos que si queríamos alguna clase de futuro tendríamos que deshacernos del hábito de las drogas. Pero también comprendíamos que simplemente no teníamos las fuerzas para hacerlo. Cualquier persona enviciada con las drogas que diga que puede dejarlas en cualquier momento sufrirá una fuerte desilusión cuando trate de hacerlo.
No obstante, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que sí nos había sucedido algo muy importante. Había ocurrido un cambio en el deseo que nos impulsaba. Ya no anhelábamos tener excitación, satisfacer nuestra curiosidad, ni asociarnos con los del viejo grupo y tener su aceptación. Pero, de todos modos, nos hallábamos asustados, desesperados, faltos de esperanza, en busca de una salida.
Cómo hallamos la fuerza necesaria
Natalia consiguió trabajo como moza en un restaurante de la localidad. Esto daría inicio al acontecimiento más importante que jamás nos había ocurrido. Un día al conversar con otra moza, ¡el tema de que trataron fue las casas embrujadas! La joven dijo que recientemente había aprendido alguna información muy interesante sobre los espíritus, y le preguntó a Natalia si le interesaría que alguien fuera a nuestra casa a remolque para considerar el tema. Natalia dijo que estaba bien. La pareja joven que vino a visitarnos unos días después eran testigos de Jehová.
La primera vez que examinamos la Biblia lo hicimos con la ayuda del libro La verdad que lleva a vida eterna. Consideramos el capítulo “¿Hay espíritus inicuos?” La consideración nos sorprendió de varias maneras. No solo quedaron contestadas las preguntas que teníamos acerca de los espíritus inicuos, sino que la mirada que conseguimos de lo que la Biblia dice acerca de nuestro tiempo y el futuro hizo mucho para edificar nuestra fe. Francamente, el haber descubierto tanto en la Biblia en tan solo una noche nos impresionó y conmovió mucho. Agradecidamente aceptamos la invitación que los Testigos nos hicieron de darnos un estudio bíblico gratuito en nuestro hogar cada semana. De repente veíamos un rayo de esperanza en nuestro futuro.
Natalia y yo estábamos listos para aceptar las verdades bíblicas que aprendimos en las semanas siguientes. Todo era tan razonable. Por fin podíamos ver una solución segura para los males de la tierra y un modo válido y realizable de salir de nuestro propio desastre personal... el abuso de las drogas. Durante las siguientes semanas de estudio aprendimos por qué debemos honrar a Jehová y respetar sus principios respecto a la vida. Llegamos a comprender el significado del verdadero amor cristiano, y a darnos cuenta de que ese amor realmente existe entre los testigos cristianos de Jehová. Aprendimos acerca del reino establecido de Dios bajo Cristo y de las bendiciones que le esperan a la humanidad. Y lo mejor de todo, aprendimos que estas bendiciones habrían de realizarse muy pronto, en nuestra propia vida. Cada día nuestra fe siguió haciéndose más fuerte. Y cada día deseábamos compartir lo que estábamos aprendiendo con más personas.
Terminó mi servicio activo en la marina, y Natalia y yo nos despedimos de esas maravillosas personas que nos habían ayudado tanto con las verdades de la Biblia. Volvimos a nuestro pueblo anterior, pero no a nuestras viejas asociaciones. En vez de eso, llenamos nuestros días con más estudio de la Biblia y asociación con los testigos de Jehová.
Aunque ni Natalia ni yo podemos decir que nos fue fácil hacerlo, persistimos hasta que llegó el grandioso día en que las drogas ya no tenían cabida en nuestra vida. Ahora algo de muchísimo más valor y poder llena nuestra vida... la verdad de la Palabra de Dios y el deseo de servir a Jehová para siempre. Felizmente, juntos llegamos a la conclusión de que queríamos dedicar nuestra vida renovada a Jehová y ser bautizados. Así es que lo hicimos el 2 de diciembre de 1972.
Hoy, nuestra penosa experiencia con las drogas ha quedado atrás. Yo tengo el privilegio de ser un siervo ministerial en la congregación de los testigos de Jehová en nuestra localidad, y Natalia se mantiene muy activa en la actividad de testificar. Y los dos estamos muy ocupados en criar a nuestra hermosa hijita recién llegada, Rebeca. Estamos más felices ahora de lo que jamás hubiéramos pensado posible. Hemos hallado una vida útil y libre de drogas al participar en la única obra duradera y significativa que se realiza actualmente en la Tierra: Ayudar a otros a aprender acerca del propósito eterno de Jehová y cómo ponerse bajo Su protección y bendición.—Contribuido.
[Comentarios de la página 12]
“Me halló mi madre en el armario de mi hermana, desnudo en lo oscuro, jugando con unas muñecas.”
“Uno de nuestros engaños favoritos después de usar drogas, era el bebernos una lata de cerveza justamente antes de regresar a casa.”
[Comentario de la página 13]
“¡El tema de que trataron fue las casas embrujadas!”