Vida y supervivencia en las tierras semiáridas del Brasil
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Brasil
MIRE esa mancha oscura en el mapa, representa un área de unos 1.500.000 kilómetros cuadrados. Es el nordeste del Brasil, notorio por su ardiente calor, sequías periódicas y modo insólito de vivir. ¡Pues, la supervivencia misma asume aspecto dramático allí durante la estación seca!
Pero acérquese. Esta región bañada por el océano Atlántico al norte y este contiene hermosas playas bordeadas de palmas que yacen casi todo el año bajo un cielo azul y sol ardiente, lo cual explica su nombre descriptivo Costa do Sol. También es en la costa que la mayor parte de la población vive. Las facciones generales de esta gente revelan orígenes indígenas, un cruce del hombre blanco y el indio. Son hospitalarios, diestros e imaginativos. Pero, dejemos atrás la costa y exploremos el interior.
“Caatingas”... tierras semiáridas plagadas de sequías
A medida que viajamos hacia el interior, notamos un cambio gradual en la vegetación. Los árboles se hacen más escasos y se ven más atrofiados. De repente entramos en una caatinga (que quiere decir “bosque blanco,” es decir, un bosque abierto). Este es el nombre que los indígenas le han dado al terreno típico, donde la estación seca es más severa y dura más tiempo. Estas caatingas no son una región continua de tierras semiáridas, sino extensiones de altiplanicies, algunas pequeñas otras grandes, esparcidas por el nordeste. Es aquí que las sequías perjudican la vida.
Al principio, eso no se le ocurriría a uno al identificar la flora, especialmente en la estación de las lluvias cuando la tierra está verde y la vegetación lujuriante. El cacto mandacaru (Cereus jamacaru), con varios tallos espinosos unidos en el suelo, domina el horizonte. Alcanza una altura de tres metros. El cacto xique-xique (Pilocereus gounellei) se le parece, pero es más pequeño, y a veces luce como un candelabro. Hay el mezquite espinoso, un árbol con hojas diminutas que forman una sombrilla impenetrable que permite el crecimiento de vegetación en su sombra húmeda. El azufaifo extiende una copa grande y siempre verde a una altura de 10 a 15 metros. El árbol más común es la cañafístula (Cassia fistula). En la primavera, sus flores grandes y amarillas agregan un aluvión de colores y perfume a su follaje denso. Además, hay los árboles florecientes de mimosa y brauna. El pau-branco (Auxemma glazioviana, orden de los Polemoniales) se parece a un tremendo velo de novia con sus flores blancas y perfumadas que atraen enjambres de abejas silvestres.
El oiticica, un árbol que produce fruta oleoginosa se mantiene firme con su copa redondeada de unos 15 metros de circunferencia. El roble tropical, o umbu-rana, con flores rosadas, y la siempre presente palmera de carnauba o carandaí, se hallan esparcidos en una red de maleza y arbustos espinosos. También hay crotones, membrillos y pimenteros, bromeliáceas con hojas espinosas y flores en púas densas. Todas estas plantas tienen una cosa en común: Son robustas, llenas de color en la estación de las lluvias, y pueden resistir cualquier sequía por mes tras mes. Pueden perder todas sus hojas y parecer muertas, pero en cuanto empieza la estación de las lluvias, vuelven a la vida con un estallido de colores tropicales.
Los árboles y arbustos no son las únicas cosas vivientes que se hallan aquí. Hay diversos animales silvestres que añaden vida y variedad. El zorro astuto y el jaguar furtivo están aquí. Se puede ver cierto lagarto de dos metros de largo, el teyú, así como también los armadillos, zarigüeyas y las pacas de las rocas. Muy por arriba, el muy temible halcón caracará da vueltas, y cerca de la tierra abundan las palomas silvestres.
Pero ¿qué medios para ganarse la vida pudieran existir en una tierra que tiene estaciones tan inhospitalarias? La ganadería. Sí, grandes estancias ganaderas aprovechan al máximo las tierras de pastoreo estacionales. Sin embargo, las lluvias que caen desde enero hasta marzo no son suficientes para producir buenos pastos. Solo estimulan el crecimiento de cactos y vegetación zarzosa que pronto queda consumida, en parte por el ganado hambriento y en parte por el sol implacable.
Supervivencia durante la seca
Tan temprano como mayo o junio empiezan a escasear los pastos en la caatinga. El ganadero comienza a enfrentarse a dificultades. Sereno ante su problema antiquísimo, y sin poder apacentar a sus animales, se ve obligado a “cerrarles la puerta.” ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que se cierra el corral, y se despacha el ganado para arreglárselas como pueda.
Virtualmente abandonados, los animales sufren mucho en su lucha por sobrevivir. Para empezar, mastican las ramas inferiores. Luego atacan la corteza de los árboles pequeños y, por fin, no queda casi nada para aliviar su hambre. Poco a poco, bajo un sol ardiente, hermoso y a la vez terrible, las hojas desaparecen, las aves emigran, subsisten a duras penas, o mueren. Los ríos pequeños y arroyos estacionales se secan. Toda la vegetación se torna de un color gris feo. Lo que queda expuesto a la vista es un yermo de ramas espinosas. Estos arbustos y árboles, como raíces desenterradas, tienen como promedio tres metros de altura y presentan una masa enredada casi impenetrable. Hasta donde alcanza a ver el ojo, el paisaje presenta el mismo cuadro desanimador. Los animales enflaquecen rápidamente. Buscan agua, pero la única que hallan está en pequeñas lagunas de poca profundidad que quedan de la última lluvia, gracias a la protección de un matorral.
El “vaqueiro”... presto para ayudar
El vaqueiro es sereno, silencioso, de figura delgada y un poco encorvado. Sus ojos, de expresión lánguida, no parecen reflejar ambición. Al acercarse la sequía, se prepara para la parte más dura de su asignación. De ahora en adelante usará su ropa de aspecto extraño. Lleva una chaqueta de cuero sobre sus hombros huesudos. Una protección pectoral, a menudo hecha de piel de jaguar, le llega desde el cuello hasta el cinto. Polainas de cuero duro le protegen las piernas. Calzado tosco, parecido a sandalias, cubre sus pies. Guantes de cuero grueso y un sombrero de cuero en forma cónica con el borde doblado hacia arriba, completan su traje.
Solo cuando se viste así se atreve el vaqueiro a salir a la caatinga cubierta de malezas. Busca los animales que están enfermos, heridos o hambrientos, los que no pueden andar. Cual pastor, los trae temporáneamente al corral. Como último recurso, los animales reciben una porción de ramas de un mezquite cercano. O tal vez mastiquen el amargo mandacaru o xique-xique, cactos que contienen mucha agua. Primero el vaquero tiene que sollamar éstos para quemarles las espinas. Se ha sabido que en casos de sequía extremada, el vaquero participa de esta dieta frugal.
Reunión del ganado
Alrededor de diciembre la estación de las lluvias vuelve y con ella un grato alivio del espectro de la sequía. Es maravilloso el reavivamiento que experimentan el terreno y los árboles. Este es el tiempo en que hay que coger los animales más viejos en los matorrales llenos de brotes y traerlos a la estancia. Algunos estarán listos para el matadero. Otros se dejarán para que vaguen libres por más o menos otro año.
El vaqueiro vestido en su armadura de cuero, que le da una apariencia de caballero medieval más bien que de vaquero, avanza cuidadosamente a caballo, alerto y atento. De su experiencia previa sabe que la mayoría de los animales ha sobrevivido. Sin duda esto se debe en parte al robusto cruzado indio.
Realmente es un espectáculo ver coger a un animal. ¡Mire! Allí está un toro. Sí, el caballo lo ha visto también. El vaquero sabe lo que hará enseguida su caballo entrenado y se prepara para ello metiendo la cabeza en la crin del caballo. ¡Entonces empieza la frenética carrera!
El toro, acostumbrado a su estado silvestre, no va a ceder fácilmente. El caballo sigue directamente en sus huellas, adentrándose más y más en los matorrales, sin fijarse en su jinete que se aprieta todavía más contra su caballo y trata de esquivar el aluvión de ramas que azotan su armadura de cuero. El caballo está poseído de una sola obsesión: ¡Coger ese toro!
¡Aparece un descampado... la oportunidad de prender el animal que huye! En un repentino arranque de velocidad, el vaquero y su caballo están lado a lado con el toro huidero. Con el pie derecho en el estribo, y agarrado de la crin del caballo con una mano, el vaquero se inclina hacia la derecha y agarra el toro por la cola. Un tirón rápido y bien calculado hacia el lado hace tropezar al toro y cae al suelo con un ¡pum!
Al caer el toro, el vaquero salta encima de él. Le vuelve la cabeza al costado y le clava los cuernos en el suelo. Inexplicablemente, este movimiento hace saber al bovino que ha perdido la batalla. Ya no hay resistencia. El vaquero saca de su bolsa una máscara de cuero con la cual vendarle los ojos al animal, así como unas trabas (dos pedazos pequeños de madera ahuecados) en las cuales meter las patas delanteras del animal. Con los ojos vendados y las patas atadas, el toro permanecerá inmóvil hasta que lo lleven al corral.
Entonces el vaquero mete la mano en la bolsa y saca un pedazo de azúcar moreno en forma de bloque. El comer esto satisface su hambre y sed, a la vez que mantiene el ojo en la caatinga. El vaqueiro se queda en los matorrales hasta que haya reunido una manada de ganado. Solo entonces volverá a su familia en su sencilla choza con techumbre de paja.
Rodeo y música folklórica
Cuando terminan las lluvias, se celebra el rodeo típico del nordeste. Aunque es de origen español, ha adquirido un sabor local. Es una fiesta en la que se reproduce el trabajo del vaqueiro, pero con alegría y los aplausos del público.
Muchos ganaderos y vaqueros vienen en sus cabalgaduras de todas partes de la región. Con sillas lustrosas, arneses limpios y chaquetas de cuero cepilladas, repiten las hazañas que normalmente solo ejecutan en el desierto.
Con los vaqueros vienen los “cantantes,” graciosos versificadores de regiones remotas y silvestres que se acompañan con la guitarra. Comparten la alegría de la gente y son una atracción popular en las ferias y rodeos. Y también está presente el feuilletonist, un novelista de las regiones silvestres que alaba su obra más reciente escrita en el lenguaje de su región y que relata un sinnúmero de cuentos imposibles. Por un rato todos han olvidado los rigores de su tierra.
El vaquero y la religión
Aunque la forma de adoración que domina en esta región es el catolicismo romano, en práctica la religión popular es una mezcla de misticismo y superstición. ¿Ve usted aquella figura extraña en el camino, el individuo vestido de ropa de penitente, una clase de hábito religioso burdo? Es una vista común en estas partes. Aunque viste de monje, sus votos solo son temporáneos. A menudo se ve a un hombre en camino a la iglesia a unos varios kilómetros de distancia cargando una cruz pesada. O, quizás ande como peregrino, cantando himnos religiosos y oraciones. Algunos simulan el acto de “crucificarse” haciendo que se les ate a una cruz de madera grande enfrente de la iglesia o capilla.
Una vez al año, centenares de vaqueros se reúnen para celebrar la “misa cantada del vaquero” en memoria de un colaborador asesinado. Enfrente de un altar improvisado en el campo, primero escuchan a un sacerdote vaquero. Entonces, montados en sus caballos, pasan junto al altar uno por uno y depositan sus ofrendas. Para la comunión, todos se sientan en el suelo y comparten su comida usual: carne seca, azúcar en forma de bloque y harina de mandioca.
Manantiales de aguas espirituales
La vida no ha sido fácil para la gente en el nordeste del Brasil azotado por sequías. Sin embargo, poco a poco el aspecto económico de esta región poco desarrollada está cambiando. En los pueblos, las condiciones de los trabajadores están mejorando. En años recientes se han construido centenares de depósitos para el agua de lluvia, como por ejemplo, el de Oros que tiene una capacidad de más de dos mil millones de metros cúbicos. Una represa en el río São Francisco creó un lago de 34 mil millones de metros cúbicos.
De más importancia aún, la Palabra de Dios está logrando gran progreso en la región. En las mismísimas zonas más afectadas por las sequías periódicas, suficientes aguas espirituales de verdad divina brotan y burbujean para satisfacer la sed de conocimiento de Dios. Muchos testigos de Jehová han podido llegar a los pueblos lejanos y granjas aisladas con las consoladoras buenas nuevas del reino de Dios.—Mat. 24:14; Rev. 22:17.
A pesar del analfabetismo y la superstición, son muchos los que quieren satisfacer su sed espiritual. Varias congregaciones cristianas están muy ocupadas diciendo a otros que se acerca el tiempo en que “manantiales de agua” literales brotarán en el desierto. (Isa. 35:6, 7) En ese tiempo las caatingas fascinantes pero afligidas del nordeste del Brasil llegarán a ser una parte hermosa del paraíso que abarcará toda la Tierra, y ya no habrá la lucha para sobrevivir.
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