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¡Despertad! 1980
g80 8/1 págs. 16-19

La Torre de Pisa... ¿por qué está inclinada?

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Italia

CIERTAS ciudades famosas del mundo deben su fama a algún aspecto sobresaliente de la arquitectura de la ciudad o a alguna obra maestra de arte que ha sido transmitida a través de la historia casi como un legado casual. Esto es cierto de la ciudad de Pisa, aquí en Italia. El nombre de esta antigua república marítima sería casi desconocido hoy día si no fuera por la famosa torre inclinada que se ha mantenido en pie allí por más de 700 años.

Una visita a la Torre de Pisa es una experiencia extraordinaria, y si por casualidad el lector hace la visita junto con el “experto” que me acompañó en la mía, entonces disfrutará mucho más de ella. Permítame contarle acerca de ella.

Mi primera impresión

Con toda franqueza debo decir que en mi viaje a través del centro de Italia me detuve en Pisa solo para ver la torre. (Espero que los habitantes de la ciudad no se ofendan por esto.) Ahora sé que vale la pena visitar la ciudad por muchas otras razones.

La torre se eleva majestuosamente en el centro de una gran plaza, y su estilo es tan extraordinario que casi da la impresión de que se construyó con la intención de que se inclinara a fin de desafiar la ley natural de la gravedad. A primera vista es sumamente fascinante, y uno recibe la impresión de estar frente a un gigante inmóvil equilibrado sobre una sola pierna. A medida que atravesé la plaza no podía quitar los ojos de ella. Al mirarla de cerca, especialmente del lado inclinado, sentí como si estuviera a punto de caer sobre mí cualquier instante. Tanto fue así que después de un momento, mirando furtivamente a mi alrededor para estar seguro de que nadie me estaba observando, anduve —tan indiferentemente como me fue posible— hasta el otro lado. Ahora podía admirarla más tranquilamente.

El guía

Todavía estaba atento a mis consideraciones elementales, que tenían que ver más con la geometría que con el arte, cuando mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz con la típica pronunciación toscana.

“Cincuenta y cuatro metros y seis centímetros.”

Me volví para agradecer a quien fuera por esta información y vi a un jovencito ante mí. Era bastante rollizo y daba la impresión de ser muy despierto. Noté una expresión de satisfacción en su rostro y me di cuenta de que había respondido a la pregunta se había formulado en mi mente en ese mismo instante.

“Después que la gente la ha estado mirando por aproximadamente 30 segundos por lo general se preguntan qué altura tiene. Usted actuó tal como lo hace el visitante medio,” fue la respuesta que me dejó asombrado. “¿Quiere que le sirva de guía en su visita a la torre?”

No contesté inmediatamente, sino que elevé la vista para volverla a observar. No sé si era debido al nuevo ángulo de observación o a la invitación que acababa de recibir, pero la torre parecía más inclinada que antes.

“Oh, ya veo, ¡tiene miedo!”

Quizás era cierto, o quizás sencillamente necesitaba oír algunas palabras tranquilizadoras. Parecía que él entendía esto también, y en un instante se puso a recitar una interminable lista de datos históricos, que al cotejarlos con el manual local, resultaron totalmente exactos. Creo que en realidad estaba tratando de convencerme de que si la torre había estado allí por tanto tiempo era muy poco probable que se desplomara en ese mismo momento.

Me informó que la torre había sido construida como el campanario de la catedral y el baptisterio cercanos. Fue diseñada por Bonanno Pisano, y se colocó la primera piedra el 9 de agosto de 1173. Después de varias interrupciones la obra quedó terminada en 1370 por Tommaso di Andrea Pisano, pero que tan temprano como en 1298 hay registros que testifican del ángulo de inclinación. El hecho más tranquilizador es que hasta ahora parece haber resistido más de 100 temblores de tierra y los efectos mucho más dañinos de la segunda guerra mundial, cuando zonas cercanas fueron bombardeadas fuertemente y unas cuantas columnas fueron voladas por el fuego de artillería.

El problema de su ángulo inclinado

Ante tal exactitud de detalle, solo pude asentir con la cabeza. Pero, por fin cobré el ánimo suficiente para hacer la pregunta que me había estado molestando desde el principio: “Pero . . . ¿fue construida con una inclinación o comenzó a inclinarse después de la construcción?”

Con bastante cautela esperé su reacción, pero me sentí aliviado al ver por la expresión meditativa de su rostro que no había preguntado algo del todo absurdo.

“De hecho, ésa es la mismísima pregunta que los expertos han estado tratando de resolver por años. Algunos afirman que se construyó con el propósito de que se inclinara, para darle un toque original. Sin embargo, la mayoría asegura que el subsuelo arcilloso impregnado con agua de fuentes subterráneas cedió después que la construcción se había iniciado y que entonces el proyecto se continuó, con mucha precaución, en su estado inclinado. Nadie sabe de seguro exactamente lo que sucedió . . . a excepción de la torre,” dijo mirándola afectuosamente, “y ella no puede contarnos lo que le pasó.”

Entonces me contó varios relatos legendarios que habían sido transmitidos a través de los siglos en apoyo de diversas teorías. Según un relato la torre se construyó inclinada para complacer a un jorobado que deseaba que fuera a su imagen. Otro relato dice que la fuerza del viento la inclinó. En el siglo 18 se afirmaba que la torre no estaba inclinada en lo más mínimo, sino que solo parecía estarlo debido al resultado de una ilusión óptica.

Mi guía recitó toda esta información con el aire de haberla repetido un centenar de veces antes y también un poco satisfecho de sí mismo, de modo que me sentí tentado a tratar de hallar una pregunta que no pudiera contestar. Hice el intento: “¿Sabes lo que pesa?”

“Catorce mil quinientas toneladas,” contestó al instante, y en seguida añadió: “En la cima tiene una inclinación de cuatro metros con treinta y un centímetros, la cual aumenta por 0,7 ó 0,8 milímetros al año.”

Hasta esta vez había podido contestarme. Decidí jugarme la última carta “¿Y cuándo va a caer?” pregunté en un tono bastante irónico.

“¡Eso es obvio! Cuando su centro de gravedad caiga fuera del área de la base. Más allá de cierta inclinación los pesos . . .”

Me di cuenta de que no valía la pena tratar de ganar a esta enciclopedia ambulante, de modo que decidí que sería mejor usarlo con seriedad: “¿Puede hacerse algo para que no continúe inclinándose?”

“Se han ideado muchas soluciones y algunas han sido puestas a prueba. En 1933 hasta le dieron 361 inyecciones . . .”

“¿Le dieron qué?” exclamé sorprendido.

“Mire, ¿qué cree usted que quise decir . . . inyecciones de cemento . . . por todo el derredor, 93 toneladas en total.”

Por supuesto, era obvio, y me sentí bastante avergonzado de mi primera reacción. Pero, tan solo para dejarle ver que no ignoraba del todo el tema, dije que había leído que en 1966 se había hecho un llamado mundial para detener la inclinación de la torre y que en general los expertos habían concordado en cuanto a la necesidad de estabilizar el terreno de la vecindad inmediata. Algunos sugirieron que debería prohibirse extraer agua a bombeo del terreno dentro de un radio de un kilómetro y medio; otros pensaron que la inclinación empeora solo cuando el nivel superior de agua subterránea baja a menos de 50 metros y por lo tanto podría vencerse la dificultad manteniendo el nivel estable por medio de un sistema de bombas para sacar e introducir agua según la necesidad del momento.

El jovencito también mostró conocimiento de estos detalles y continuó la consideración, añadiendo: “También hay esas ideas excéntricas que algunos personajes extraños inventan a cada rato.”

“¿Como cuáles?”

“Una vez un inventor sugirió que aseguraran la torre por medio de cables de acero, y otro quería excavar un túnel debajo de los cimientos . . .”

“¿Para qué quería hacer eso?”

“Pues . . . no estoy muy seguro . . .”

¡Por fin había hallado algo que él no sabía! De cualquier modo, me había comenzado a gustar el jovencito y estaba hasta dispuesto a subir la torre con él si me lo volvía a pedir.

“Bueno, ¿le gustaría subir conmigo?”

Naturalmente hizo la pregunta puntualmente en el preciso momento, como casi esperaba que la hiciera. “Bien, subamos,” dije sin vacilar por un momento.

En el interior de la torre

No era más que la cavidad interior de un enorme cilindro, y estaba esencialmente vacía en comparación con el elegante ornamentado de filigrana del exterior agraciado con 207 columnas armoniosamente distribuidas en siete pisos, en el último de los cuales estaban alojadas las campanas.

Ágilmente mi guía subió las empinadas escaleras recortadas de las paredes. Siete pisos... en cada uno hicimos una pausa para recorrer el paseo circular y admirar el panorama que se abría como un abanico ante nosotros. Primero veíamos la espaciosa plaza, después por sobre los macizos edificios todo al derredor, después por sobre los techos y bastiones de las distantes murallas. Finalmente desde la cima había una vista estupenda. Al norte, el valle de Pisa delimitado por las montañas de San Giuliano, detrás de las cuales está Luca; al este, las montañas de Pisa y el valle del Arno, al sur las colinas Pisanas, y al oeste, en aquel magnífico día soleado, se podía ver el mar junto con el puerto de Liorna y los inmensos bosques de pino de San Rossore.

Los ojos de mi joven e inteligente guía brillaban mientras él señalaba a los detalles sobresalientes que nos rodeaban. Ya no tenía que recitar hechos enciclopédicos. Se dejó llevar por el amor que le tenía a su campiña nativa y tal vez hasta a este monumento mismo desde la cima del cual se puede ver a tanta distancia. Entonces, casi como si se hubiera dado cuenta de que se estaba olvidando de sí mismo, regresó a su papel de guía eficaz.

“Galileo Galilei, nacido en Pisa, condujo sus experimentos sobre la ley de la caída de los cuerpos desde aquí arriba. Como usted puede ver, es aquí donde están alojadas las campanas, siete de ellas, las cuales pesan un total de 9.500 kilos. Nunca se les tañe en repiqueteo constante, porque su movimiento pudiera ocasionar vibraciones peligrosas para la torre. Cada una de ellas tiene su propio nombre . . .”

Con facilidad recitó siete nombres extraños, pero ya no le estaba escuchando. Sencillamente disfrutaba de observarlo desempeñar tan bien el papel de guía oficial.

A medida que bajábamos las escaleras le pedí información acerca del posible significado simbólico de los diseños y decorados de la torre, pero fue bastante evasivo acerca del tema. Más tarde, en un artículo escrito por Dezzi Bardeschi (Psicon 1976) leí esta curiosa explicación: “Los siete pisos (de la Torre) representan los siete caminos hacia Cristo, las siete fases de la vida y las siete esferas armónicas por las cuales el alma tiene que pasar (con la ayuda de los siete dones del espíritu santo) para llegar a Dios.” Es evidente que la doctrina y la filosofía medievales estaban llenas de creencias paganas orientales que habían llegado a ser parte de la cultura “cristiana.”

Mi visita no incluyó solamente la torre. Había leído acerca de los monumentos cercanos, la catedral y el baptisterio, que también son muy hermosos desde el exterior y están llenos de obras maestras de arte. En cuanto a estos, mi joven guía no estaba tan bien preparado. A medida que yo miraba estos monumentos, vi que el joven mostraba señales de impaciencia. Era hora de que partiéramos y por lo tanto volvimos a salir al aire libre donde el Sol todavía brillaba sobre el tramo aterciopelado de hierba verde. Le dije adiós y le ofrecí un pequeño regalo, que él había ganado con creces, y entonces lo observé desaparecer, corriendo y saltando, entre la muchedumbre.

Una vez más a solas, le di una última mirada a la elegante Torre Inclinada y pensé que, al igual que muchos otros hermosos monumentos de la antigüedad, se yergue en testimonio de la aptitud y el ingenio humanos, dones que, cuando se les usa correctamente, traen mucha más alabanza al Creador que todo el repiqueteo de las campanas.

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