¡Yo era un esposo celoso!
CON LA AYUDA de dos amigos me hallaba febrilmente activo en remover los asientos de un autobús escolar que acababa de comprar. Colérico, hablaba entre dientes. ¡Cuando mi esposa Cathy y nuestros tres hijos llegaron a casa, le meneé el puño en la cara a Cathy, de nuevo la amenacé con divorciarme de ella, y hasta con matarla!
Ella no mostró temor, sino que murmuró algo que sonó como: “Jehová me puede resucitar si haces eso, Bill.” Mis dos amigos me observaban muy asombrados, pues sabían que yo en realidad no era violento por naturaleza, especialmente para con mi esposa. ¿Por qué me hallaba tan perturbado que iba a vender la casa y mudar a mi familia en aquel autobús escolar a un lugar lejano? Era porque . . .
Cathy y los niños regresaban de la reunión a la cual habían asistido en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Yo me había quedado en casa. Durante toda nuestra vida de casados habíamos hecho todo juntos como familia. Nunca habíamos contratado a una niñera, sino que nuestra meta siempre fue la de complacernos uno al otro como marido y mujer y vivir como familia unida y feliz, trabajando y jugando en unión con nuestros hijos: Roy, de 10 años de edad; Jack, de 5; y Rick, de 4. ¡Pero ahora estábamos divididos! Mi pequeño mundo se me iba y pasaba a alguien llamado “Jehová.”
Es cierto que en mi juventud había asistido a la iglesia con regularidad, pues por unos 13 años recibí medallas de asistencia perfecta. Pero ciertas cosas me hicieron dudar de que en realidad hubiera un Creador, un Dios de amor. ¡Cuando murió mi mejor amigo, mi abuelo, me dijeron que Dios se lo había llevado! Para un niño de seis años de edad, aquel Dios parecía ser un Dios muy desamorado. Años después, cuando murió mi querida madre, la única explicación que pude obtener fue la misma: Dios se la había llevado y había dejado atrás a mi padre alcohólico.
Aun de adolescente observé que mis amigos robaban artículos de encima de los mostradores de los almacenes de artículos baratos, se confesaban, cumplían con los requisitos del sacerdote, y nunca faltaban a misa los domingos. También recuerdo que los adultos se jactaban de que “se salían con la suya” al cometer actos inmorales y, con todo, se consideraban “cristianos.” Esto me pareció hipocresía. Decidí que podía llevar una vida buena sin la iglesia. ¡La iglesia no era para mí!
Cathy se había criado en un pueblo de Carolina del Norte; las reuniones de la iglesia constituían su vida social y religiosa. Había estado bastante activa en la iglesia, pues solía enseñar en una escuela dominical. Yo no me oponía a que ella llevara a nuestros hijos a la iglesia, pues pudiera ser que aprendieran algunas cosas buenas. Pero ella quedaba cada vez más descontenta con cada iglesia a la que asistía. En particular le disgustaban los chismes y las calumnias. Realmente se disgustó cuando Roy llegó a casa un domingo con la manga de la chaqueta toda rasgada... se había formado una pelea en el mismo salón de clases. Yo simplemente reí entre dientes cuando le oí decir que iba a probar otra iglesia diferente, pues yo sabía que todas eran más o menos “lo mismo.”
A medida que pasaron los meses, Cathy comenzó a estudiar el mormonismo y también se puso a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, quienes visitaban nuestro hogar. Esto no me molestaba, pues el estudio se llevaba a cabo mientras yo estaba en el trabajo. Sin embargo, cuando ella comenzó a asistir a las reuniones que se efectuaban en el Salón del Reino y a hablar mucho acerca de “Jehová,” ¡los celos comenzaron a apoderarse de mí! Gradualmente, su conocimiento recién adquirido estaba influyendo en sus decisiones y éstas no siempre estaban en armonía con lo que yo opinaba.
Por ejemplo, Cathy me dejó saber que ya no deseaba que visitáramos a cierto amigo mío. Cuando le pregunté la razón, me dijo que nuestros hijos estaban aprendiendo palabras obscenas de los hijos de mi amigo. Ahora ella estaba haciéndose exigente en cuanto a quiénes pudieran ser nuestros amigos. Le mostré el puño; y mi cólera aumentó. Me parecía que continuamente estaba procurando decirme que “no hay Trinidad en la Biblia,” que ella había aprendido a amar y adorar a “Jehová,” y así por el estilo. Me empezó a preocupar su salud mental. ¡Por lo tanto, pensé que tenía que hacer algo! Poner la casa en venta... mudarnos lejos. ¡Eso es! ¡Y eso fue lo que hice, para escapar de los testigos de Jehová!
Nos mudamos a Melrose, Massachusetts, a 960 kilómetros de distancia, en el autobús escolar. Pero esto no resolvió nada. Mi esposa se sintió muy deprimida y hasta enfermó físicamente porque no pudo localizar un Salón del Reino allí. A mí se me hizo imposible seguir viéndola así, de modo que yo mismo comencé a buscarle un Salón del Reino. Lo encontré, y ella se sintió feliz de nuevo... pero nuevamente los celos comenzaron a apoderarse de mí. Para contrarrestar esto, me embebí en mi trabajo, y pasaba noche y día en él.
Durante todo este tiempo, mi esposa y nuestros hijos estaban obteniendo más conocimiento al asistir a las reuniones y estudiar la Biblia. Entonces me enteré de que ella estaba visitando a la gente de casa en casa en nuestro vecindario, llevándoles la “verdad,” como ella la llamaba. Inmediatamente puse fin a esto, y le dije que si iba a continuar haciendo aquello tendría que hacerlo en otro lugar, en otra ciudad. Una amiga de ella, la Sra. Lappin, la llevó a una ciudad cercana para que hiciera aquellas visitas, y llegó a ser una compañera íntima de mi esposa en la actividad de visitar los hogares. Hasta trató de hablar conmigo en algunas ocasiones, pero yo no quería saber nada de aquello... ¡cuando la Sra. Lappin entraba por la puerta del frente, yo salía por la de atrás! Ahora, otra persona contribuía a mis celos... otra Testigo.
¿Qué podía hacer? De New London, Connecticut, me llegó una oferta de empleo. “Esta es la solución,” pensé. Aquello tampoco resultó ser la solución. Mi nuevo empleo me tomaba la mayor parte del tiempo; los años seguían pasando y mis hijos estaban creciendo sin mí.
Un domingo sorprendí a mi esposa cuando entré en el Salón del Reino con ella para ver qué era lo que realmente se hacía allí. ¡Todavía recuerdo la expresión de sorpresa en el rostro de Cathy!
Pero yo también quedé sorprendido, pues lo que vi y oí fue muy diferente de los ritos que recordaba de mi iglesia. Oí un discurso bíblico en el que se describía una tierra donde había uvas tan grandes que dos hombres tenían que cargar el racimo entre sí sobre un palo. Parecía que se estaba describiendo un sueño, pero, efectivamente, el relato se encontraba en la Biblia, en Números 13:23, donde se describe la tierra que se había prometido al pueblo de Dios. Después hubo una animada consideración informativa que se condujo de manera ordenada.
¡Con razón mi esposa y mis hijos podían explicar la Biblia tan bien! Puesto que yo pensé que nunca podría tener el conocimiento que ellos tenían, decidí no envolverme en aquellos asuntos. Pero siempre me encolerizaba entrar en una consideración de algún punto para luego darme cuenta de lo poco que sabía acerca de la Biblia. Pues, hasta Roy, que entonces estaba en la adolescencia, podía contestar la mayoría de las preguntas que se basaban en la Biblia. Me sentía inferior e infeliz. Mi esposa sufría las consecuencias de mis sentimientos y estados de ánimo.
Eran muchísimas las cosas que me irritaban... estaba celoso del amor de ella a Jehová, celoso de su conocimiento y del celo que ella mostraba por decir a otros lo que había aprendido, celoso de la habilidad de Roy en cuanto a hacer lo mismo que su mamá, celoso de que ella tuviera tiempo para disfrutar del compañerismo de los niños y yo siempre estuviera trabajando, celoso del respeto y la honra que los niños siempre desplegaban para con ella.
Yo me había criado usando lenguaje obsceno y tomando cerveza (aunque no era borrachín), pero la conciencia me molestaba porque todavía estaba haciendo algunas de estas cosas... hasta a mayor grado. Constantemente tenía los nervios de punta y comencé a perder peso, sin poder ver señal alguna de alivio. Un día decidí que deberíamos mudarnos nuevamente a Carolina del Norte, donde posiblemente el paso de la vida sería más lento y donde tal vez podríamos volver a estar unidos como familia.
Unos dos o tres meses después de haber regresado a Carolina del Norte, alguien me preguntó: “¿Le gustaría estudiar la Biblia? ¿No le gustaría saber por qué su familia piensa como lo hace? El estudio pudiera ayudarle a comprender mejor a su familia. Además, usted mismo adquirirá conocimiento.” “Bueno,” pensé, “voy a encontrar fallas en los Testigos y voy a probar que están equivocados. De esta manera podré recobrar mi dignidad y recuperar a mi familia.”
No permití que Charles (mi maestro) viniera a nuestro hogar para el estudio de la Biblia; empecé a ir a su casa una noche por semana. Realmente me fastidiaba el tener que prepararme para ir, porque realmente no quería ir. Encolerizado, tiraba objetos por la casa todas las semanas, lo cual, de nuevo, hacía que Cathy pasara malos ratos.
Pero a medida que fueron pasando las semanas las cosas cambiaron. Gradualmente me di cuenta de que no podía encontrar una sola enseñanza que no estuviera en armonía con la Biblia, aunque al principio no acepté todo. Con el transcurso del tiempo vi que todo lo que estaba aprendiendo tenía el apoyo de la Biblia. Un día, cuando un amigo me hizo una pregunta basada en la Biblia, me asombré al ver que pude contestarle aquella pregunta y otras que él tenía. Sí, yo también estaba disfrutando de los buenos resultados de mi estudio bíblico.
Ahora pensé que todos nuestros problemas terminarían. ¡Pero no fue así! Eso hubiera sido demasiado fácil. Yo todavía estaba esforzándome por cultivar gobierno de mí mismo y aún estaba fumando (tres cajetillas de cigarrillos al día, bebiendo unas 15 tazas de café y mucha cerveza, y tomando pastillas para dormir). Esto me estaba molestando la conciencia, y parecía que sencillamente no podría vencer el mal hábito. Dejaba de fumar todas las noches y comenzaba a fumar otra vez por la mañana. Tiraba la cajetilla y luego la iba a buscar para “aliviarme los nervios.” Me puse celoso de mi esposa porque ella había logrado vencer el hábito de fumar mucho tiempo antes.
Recuerdo una ocasión en que estaba tratando de instalar una lavadora en nuestra cocina y me lastimé malamente la espalda. Mi esposa se acercó para ayudarme, y yo me enfurecí tanto que choqué contra ella, la saqué de un empujón de mi camino, y salí corriendo por la puerta para comprar unos cigarrillos. ¡Ay, qué lucha! Pero por muchas oraciones sinceras y con la ayuda de mis amigos cristianos y el espíritu de Jehová, al fin pude decir en verdad: “He abandonado el hábito.” Esto me ayudó a vencer mi mal genio y a estar agradecido de tener una familia verdaderamente cristiana en vez de estar celoso de ella.
Estoy muy agradecido de que mi pequeña familia se haya mantenido leal a los principios bíblicos a través de todos estos problemas. ¿Qué le ha sucedido a aquel esposo celoso de hace mucho tiempo? Bueno, si usted por casualidad vive cerca de Louisville, Kentucky, puede ser que su congregación reciba la visita de Bill y Cathy, pues ahora (al tiempo de escribirse este artículo) éste es mi gozoso privilegio, como el de Pablo en los días de los cristianos primitivos. Visitamos 20 congregaciones a las cuales sirvo en calidad de ministro viajante para ayudar y estimular a otros, pero esta obra también sirve a modo de un intercambio de estímulo para nosotros.
Para otros esposos celosos que tal vez se sientan como yo me sentí, esperamos que su orgullo no se interponga en el camino de su relación de familia. En vez de eso, esperamos que aprovechen el tiempo que tienen mientras los hijos están jóvenes para aprender y aplicar los principios bíblicos en su vida. Muchos de tales esposos ya han hecho esto, de modo que sus esposas han podido experimentar el gozo de ver el resultado de aplicar las palabras de Pedro en 1 Pedro 3:1, 2: “Ustedes, esposas, estén en sujeción a sus propios esposos, a fin de que . . . sean ganados sin una palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto.”
Que sus bendiciones sean aún mayores, y que disfruten plenamente del gozo que proviene de sobreponerse a los escollos que presenta una persona celosa... esposo o esposa.—Contribuido.
[Comentario en la página 14]
Cuando un hombre dice a su esposa que deje de estudiar con los Testigos, quizás se deba a que ha oído algún mal rumor acerca de ellos. Pero, ¿es cierto lo que se le ha dicho?
[Comentario en la página 15]
Una de las mejores maneras de averiguar qué está aprendiendo su cónyuge es estudiar la Biblia con los Testigos usted mismo. No le costará nada. Usted no tiene que continuar estudiando si no lo desea. Pero conocerá los hechos directamente.
[Comentario en la página 16]
El hacer una visita al Salón del Reino a la hora de las reuniones es una buena manera de averiguar personalmente lo que se hace allí.