“¡Cuánto quisiera haber llevado un diario!”
CUANTAS veces me he dicho eso en los 14 años que he sido misionera en el Perú.
CUANDO LA TIERRA TIEMBLA. Los temblores de tierra fueron una experiencia nueva para mí. El que recuerdo más vívidamente ocurrió en 1974. Mi compañera y yo estábamos de visita en una antigua casa de adobe al final de un paso estrecho. Cuando comenzó el temblor, las tres, incluso el ama de casa, decidimos buscar cuanto refugio pudiera ofrecernos la entrada de la puerta. Nos alegramos de que nada cayó sobre nosotras.
APARIENCIA PERSONAL. Me impresionó el interés que mostraba la gente latina por tener un buen aspecto en público... no se presentaban en rizadores para el pelo ni en pantalones cortos. Por supuesto, el lucir lo mejor posible cuesta dinero; no todos tienen los medios.
SUS ANIMALES. ¿A quién no le gustan los animales? Puesto que muchos peruanos se han criado en sectores rurales, es muy común ver una jaula para conejos, o para gallinas o conejillos de Indias sobre los techos o en el patio trasero de las casas en la ciudad.
DISPUESTA A PROBAR NUEVOS PLATOS. Es importante interesarse en conocer costumbres, alimentos y hábitos nuevos y ser receptivo respecto a ellos. El Perú se destaca en toda América Latina por el sabor y la variedad de sus platos. Un plato popular se llama ocopa... papas hervidas con una especie de salsa hecha de nueces tostadas y molidas, pimientos picantes, queso fresco y especias. ¡Delicioso!
Algunos norteamericanos vienen a América Latina y comienzan a añorar las ciruelas, albaricoques, frambuesas, cerezas y otros productos agrícolas propios del clima templado. Pero una vez que regresan a su país natal recuerdan con la misma añoranza las piñas frescas y dulces, la abundancia de papayas de color rosado y naranja, los jugosos mangos, los aguacates riquísimos y una variedad de vegetales frescos durante todo el año. ¡Aquí no hace falta enlatar ni congelar las frutas y vegetales!
ESTILO DE BAILE PARA CADA GUSTO. A los peruanos les encanta bailar. Me pregunto si uno de sus muchos genes no se llama ritmo. Desde el momento en que los niños dan sus primeros pasos comienzan a expresar su sentido de la música mediante su movimiento de vaivén, y la edad avanzada no les hace aflojar el paso. En cualquier reunión social los ancianos se divierten tanto como los jóvenes. Y hay un estilo de baile para cada gusto: el pasodoble de ritmo rápido, el ameno vals peruano, una salsa o cumbia, o el huayño zapateado, o música de la montaña. Y la gente se alegra de ver que uno haya aprendido algo de su música: a bailarla o a cantarla.
En cierta ocasión visitaba yo a una humilde familia en su pequeña granja y después de nuestro estudio bíblico ellos decidieron que querían verme bailar el huayño, con el acompañamiento de su tocadiscos portátil. Pero el baile había de ser auténtico. Por tanto, me trajeron una larga falda india, luego una capa que iba sobre los hombros y un sombrero grande. No satisfechos con mi apariencia, metieron dos trenzas negras hechas de crin de caballo bajo el ala de mi sombrero y entonces comencé a bailar y a zapatear. Mi baile les produjo risa incontrolable; se rieron hasta que se les aflojaron las piernas y tuvieron que sentarse. Al principio cuando los conocí se mostraron muy tímidos, y me alegré al ver que el que yo disfrutara de sus costumbres había hecho más estrecha nuestra amistad. ¡Cuánto más me alegré cuando un buen número de los miembros de esta familia llegaron a ser testigos de Jehová bautizados!
UNA LECCIÓN DE LOS POBRES. Después de vivir en un país donde todo el mundo compra cosas en grandes cantidades, me sorprendí mucho al observar los hábitos de compra de las personas bien pobres, y reconocí la valía de ser económicos. Compraban seis horquillas para el pelo a la vez, 100 gramos de harina, sal o café, un huevo, una taza de aceite. No tiran las bolsas de papel ni los periódicos viejos; se les puede dar mil usos antes de que se gasten. El conducir su propia bicicleta o triciclo, el patinar con sus propios patines de rueda, el tomar lecciones de música o natación, el sacar un libro de la biblioteca... éstos son placeres sencillos de los cuales millones de niños nunca disfrutan.
¡Cuántos niños nunca van a la escuela porque sus padres no tienen los medios para mandarlos, o van a ella con el estómago vacío, lo cual hace muy duro el aprendizaje! Otros tienen que aprender de pie ya que no hay suficientes pupitres para todos. Recuerdo cierta familia en la que la hija usaba sus zapatos negros de cuero para ir a la escuela por la mañana, y su hermano se los ponía por la tarde cuando iba a clase. Por supuesto, algunos ni siquiera tienen un par de zapatos.
La gente no se preocupa por estar a la última moda; simplemente se contentan con poseer algo que para ellos sea de valor, y gracias al ingenio lo reparan vez tras vez. ¡Cuánto di por sentado cuando era niña!
LAS EMOCIONES DEL VIAJAR. A veces el viajar era un asunto espeluznante. El viaje más memorable que dimos se efectuó hace nueve años. Comenzó a las 5 de la tarde. Después que se llenó el autobús, fuimos a una estación de servicio a comprar gasolina. (Esa parada permitió que los que llegaron tarde alcanzaran el autobús antes que saliera del pueblo.) Cuando íbamos saliendo del pueblo el conductor paraba de vez en cuando para recoger otros pasajeros, quienes se sentaban en el pasadizo. Después de unas horas llegamos a la delegación de policía. Aquí todo el tráfico con rumbo al sur espera hasta la medianoche cuando llega el tráfico que va rumbo al norte. La carretera es tan estrecha que no puede tener en ella tráfico en ambas direcciones.
Partimos a la medianoche, serpenteando por las montañas andinas, pero poco después nos encontramos con un camión que se dirigía lentamente hacia el norte. Ambos vehículos trataron de tomar una curva al mismo tiempo. El camión rozó nuestro autobús e hizo que se ladeara hacia la orilla de la carretera, sobre el precipicio. De algún lugar en la oscuridad allá abajo podíamos oír el rugir del río Mantaro. El “copiloto” estaba afuera asegurando al conductor que la orilla de la carretera sostendría el peso del autobús. De algún modo ambos vehículos se las arreglaron para salvar la curva, y nos pusimos en camino otra vez.
Un par de horas después nos encontramos con una línea de camiones y automóviles detenidos por un derrumbe. Nos alineamos detrás de ellos para una larga espera... seis horas para ser exacta. Cuando finalmente fue quitada la barricada, todos salieron a la desbandada, pues cada conductor quería recobrar el tiempo perdido y ser el primero en la carretera, así que durante varias horas más estuvimos expuestos a la brusca aceleración y desesperado frenamiento de los vehículos. La distancia entre nuestro hogar, Huancayo, y nuestro destino, Ayacucho, es de solo 350 kilómetros pero el viaje nos tomó 16 horas.
Nos sentíamos tan aliviados porque pudimos llegar sanos y salvos que nunca imaginamos que nuestro regreso podría ser aún peor. Pero me reservo esa experiencia.
Sí, conservo vivos recuerdos de la vida en las montañas, del olor de los eucaliptos en el tonificante aire de las montañas, de las pequeñas alpacas que uno puede acariciar, del sonido de persistentes melodías indias, de laderas cultivadas en las cimas de las montañas de color pardo, verde y dorado. También me vienen a la memoria los motines en las calles, los toques de queda y los disparos de noche, las enfermedades tropicales, el reírnos de nuestros errores al hablar español, los amigos más apreciados y las despedidas más tristes y, aún más importante, las muchas bendiciones fortalecedoras de la fe que recibimos de Jehová mientras compartíamos con otros las buenas nuevas de su Reino. Estos recuerdos fluyen por mi mente en oleada incesante. Pero otros acontecimientos e impresiones se han desvanecido en lo más recóndito de mi mente. Es por eso que digo con un poco de tristeza: “¡Cuánto quisiera haber llevado un diario!”—Contribuido.