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  • Lo que es vivir con el alcohólico

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  • Lo que es vivir con el alcohólico
  • ¡Despertad! 1983
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¡Despertad! 1983
g83 22/3 págs. 21-23

Lo que es vivir con el alcohólico

DURANTE varias semanas todo lo que mi esposo había hecho era beber día y noche. Perdía el conocimiento, se levantaba y entonces comenzaba a beber de nuevo. Lo habían despedido del empleo, y nuestra situación económica era cada día peor. Su salud se había deteriorado, y yo no estaba segura de cuánto tiempo más viviría él. ‘¿Adónde iremos a parar?’, me preguntaba yo.

Antes que les diga cuál fue el desenlace, permítanme explicarles cómo llegamos a este punto crítico en nuestra vida.

En 1947 conocí a mi esposo en un baile. El ya había estado bebiendo cuando llegó. Antes que terminara la velada, estaba bailando sobre una mesa. Unos días después vino a visitarme. Esta vez estaba sobrio, y disfruté muchísimo de su compañía. Teníamos muchas cosas en común, así que nos hicimos novios.

La noche que me ofreció matrimonio tenía consigo una botella de licor, pero no estaba borracho. Hablamos detenidamente de la seria responsabilidad del casarse y criar una familia. Le dije que no tenía la menor intención de vivir con un alcohólico. Con eso arrojó la botella y me prometió que no bebería más. ¡Me sentía tan feliz!

Pero poco tiempo después de casarnos comenzó a beber de nuevo. Le temía cada vez más a medida que pasaban los años. ¡Sus reacciones eran tan imprevisibles! Parecía un volcán a punto de estallar.

No solo siguió bebiendo en exceso, sino que comenzó a jugar por dinero en el trabajo, lo cual resultó en que tuviéramos serios problemas económicos. Cada día de pago se suscitaba una discusión. Quería darme cada vez menos dinero, para así poder beber más. Los cobradores llamaban de continuo.

‘¿Cómo puede tratarme así y luego decirme que me ama?’, me preguntaba. Puesto que yo tenía un trabajo de media jornada, a veces ahorraba dinero para ayudarle a pagar las cuentas.

A veces no me podía contener. Le decía en tono de súplica: “¿No te das cuenta de lo que haces? ¡Tu hija y yo tenemos los nervios destrozados!”.

“¡No exageres!”, contestaba bruscamente. “Solo me bebí uno o dos tragos. Ni siquiera bebo una botella a la semana.” En realidad, ¡estaba bebiendo una botella al día!

Llevaba una vida llena de contradicciones. En ciertas ocasiones me traía flores o caramelos. ‘¡Sí me ama después de todo!’ Entonces me sentía culpable a causa de las cosas terribles que había pensado de él. Puesto que él había sido tan amable, yo pensaba que su problema con la bebida tenía que ser culpa mía. Si tan solo yo pudiera cambiar, entonces tal vez él no bebería tanto.

El prometía que bebería menos, y, después de unos días, estaba segura de que con mi ayuda dejaría de beber. Pero cuando llegaba el fin de la semana, él recuperaba el tiempo perdido... bebiendo más que nunca. Entonces se apoderaba de mí un sentimiento de desesperanza.

En varias ocasiones acudió a Alcohólicos Anónimos (AA). Allí se hablaba del alcoholismo, pero él creía que no necesitaba escuchar aquello. Sus problemas estaban en casa, pensaba él. Nuevamente se desvanecían mis esperanzas. Me sentía atrapada, enfurecida.

Pasaba de una emoción a otra hasta completar toda la gama... alegría, culpa, odio a mí misma, resentimiento, amargura, odio para con él, deseos de que él se fuera de la casa, temor de que lo hiciera. No parecía haber remedio.

Después de tratar de afrontar esta situación durante muchos años, perdí todo dominio de mí misma. Cierto día en que me sentía desesperada, subí al auto y lo único que hice fue guiar sin rumbo fijo. Fui a parar a un arroyo. Se veía tan tranquilo. Me senté en la orilla y comencé a pensar en lo poco prometedora que era mi situación. La tranquilidad del agua parecía como un imán. Si solo pudiera deslizarme en el agua...

De repente, oí que alguien me llamaba con insistencia. Una señora que vivía cerca me había visto y había venido a ver si me sentía bien. Sin más, subí al automóvil y regresé a casa.

Poco después de aquel incidente, las cosas empeoraron. Mi esposo comenzó a hablar de que se suicidaría, incluso me describía cómo lo haría. “Serás más feliz sin mí”, me decía. En cierto modo, me alegraba oír aquello, ¡pero al mismo tiempo me embargaba la desesperación!

El día siguiente sabía que tenía que hacer algo. Me puse en comunicación con los de AA, y ellos me refirieron a una de mis vecinas, quien se había enfrentado a una situación similar. Ella me recomendó que asistiera a las reuniones de un grupo de la localidad compuesto de parientes de personas alcohólicas. De modo que asistí a varias de estas reuniones.

Me ayudaron a darme cuenta de que en realidad no me podía culpar a mí misma del problema que mi esposo tenía con la bebida. Había comenzado a beber antes de que le conociera. Las personas que asistían al grupo parecían tener dominio de sí mismas. Eran joviales y expresaban abiertamente sus sentimientos. Vivían un día a la vez. ¡Eso era lo que yo tenía que hacer! Y aunque siguiera con los mismos problemas, tenía que darme cuenta de que solo podía hacerme cargo de las inquietudes del día en curso. Recordé las palabras de Jesús en Mateo 6:34: “Nunca se inquieten acerca del día siguiente, porque el día siguiente tendrá sus propias inquietudes”.

Al mismo tiempo, me parecía que algunas mujeres del grupo seguían un poco amargadas y resentidas con sus respectivos esposos, pues se quejaban de ellos y describían sus faltas. En vez de participar en esto, me quedaba callada.

No obstante, a medida que las escuchaba hablar de lo que era vivir con un alcohólico, aprendí una serie de cosas beneficiosas. Y lo más importante que aprendí fue esto: No podía escudar a mi esposo de las consecuencias de su hábito de beber, como yo lo había estado haciendo. En lugar de eso, tenía que ayudarle a darse cuenta de los problemas que estaba causando su hábito de beber. Tuve que valerme de todas mis fuerzas para sobreponerme a muchos años de pensar negativamente, pero estaba resuelta. Comencé a poner en práctica estas sugerencias.

Poco después de esto surgió una oportunidad. Tuvimos que cuidar de nuestro nieto, quien estaba enfermo y tenía fiebre. Puesto que tuve que salir por un momento, le pedí a mi esposo que cuidara al niño. Lo llamé del trabajo y le advertí que no bebiera. Me aseguró que cuidaría bien al niño.

Poco después que salí de la casa, mi hija llamó para averiguar cómo seguía el niño. Para su sorpresa, quien contestó el teléfono fue su hijito. “Abuelito está durmiendo”, dijo. ¡Mi hija se aterrorizó! “Sacúdelo fuerte y trata de despertarlo.” Pero mi nieto no podía despertar a su abuelito... había perdido el conocimiento a causa de la bebida. Con eso mi hija colgó el teléfono y salió precipitadamente hacia nuestra casa.

Casi una hora después, cuando yo ya estaba en la casa, finalmente volvió en sí. Preguntó por qué no lo habíamos despertado. Puesto que todavía estaba borracho, no hablamos mucho. Si esto hubiera ocurrido en el pasado, yo hubiera dejado las cosas así. Pero ahora sabía que no podía escudarlo de las consecuencias de su hábito de beber. Tenía que enterarse de lo que había sucedido. Así que a la mañana siguiente hablé con él y le describí en detalle lo que había sucedido. “¿Te das cuenta de lo que pudo haberle pasado a nuestro nietecito?”, le pregunté. Aquello le dolió profundamente. “Pude haber matado a esa criatura,” confesó.

Sin embargo, en cierta ocasión, unos meses después, bebió toda la noche. Pero cuando se levantó al día siguiente, me pidió que lo llevara al hospital. El ya no podía tolerar más aquello. Le dije que llamara al médico e hiciera los arreglos. Cuando llegamos al hospital, él mismo admitió su problema y recibió tratamiento durante dos meses.

Bueno, ya han pasado varios años, y nuestra vida juntos es cada vez mejor. No ha sido fácil para ninguno de los dos. Tenemos que vigilar constantemente nuestra manera de pensar y nuestros motivos.

Hay algo más que me ha ayudado muchísimo... la relación que tengo con Jehová. Esta relación me ayudó a sobreponerme a la amargura y al resentimiento que sentía, puesto que sabía que a Jehová no le agradaban tales sentimientos, prescindiendo de lo que hubiera hecho mi esposo (Colosenses 3:13, 14). ¡Qué tranquilizador fue llegar a conocer a Jehová como Padre amoroso y misericordioso que no busca nuestras faltas! Esto ha contribuido en gran manera a aliviar mi sentimiento de culpabilidad. (Salmo 103:9-12; 130:3, 4.)

Mientras oraba día y noche, El me dio espíritu y fortaleza. Al compartir con regularidad mis creencias cristianas con otras personas, pude mantener viva mi esperanza. También estoy profundamente agradecida por las reuniones cristianas a las que asisto y la asociación amorosa de hermanos y hermanas cristianos. No creo que hubiera tenido éxito sin ellos.

Por supuesto, me alegra haber aprendido a convivir con un alcohólico. El saber vivir un día a la vez me ayudó muchísimo a reprimir la inquietud. Sobre todo, me benefició haber aprendido a no escudar ni proteger a mi esposo de las consecuencias de su hábito de beber. Sin ese entendimiento, no sé lo que hubiera pasado. (Contribuido.)

[Comentario en la página 23]

Tenía que ayudarle a comprender que él mismo se buscaba los problemas debido a su hábito de beber

[Ilustración en la página 22]

Lo más importante que aprendí fue que no debería escudar a mi esposo de las consecuencias de su hábito de beber, como yo lo había estado haciendo

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