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  • Mi recobro del alcoholismo

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  • Mi recobro del alcoholismo
  • ¡Despertad! 1982
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¡Despertad! 1982
g82 22/11 págs. 9-12

Mi recobro del alcoholismo

La historia de él

LOS números del teléfono parecían mezclarse unos con otros mientras trataba de marcar el número telefónico de mi casa. El efecto de las cinco píldoras que me había tomado antes ya estaba alcanzando su punto máximo. Mientras me agarraba del teléfono público para no caerme, oí la voz de mamá: “¡Diga! ¿Quién habla?”

“Soy yo,” mascullé, a la vez que me concentraba lo más que podía. “No regresaré a casa esta noche; me quedaré en casa de un amigo.” Articular cada palabra fue una lucha. Sentía como si la lengua me pesara veinte kilos.

“¡Oh, no!” dijo mamá con voz entrecortada. “¡Has vuelto a tomar esas píldoras! ¡Estás drogado!”

Colgué el teléfono y, haciendo eses, caminé hasta mi automóvil. No iba a pasar la noche en casa de un amigo. En vez de eso, iba a ir hasta la playa. Mientras conducía me di cuenta de que iba por el lado prohibido de la carretera... en una autopista principal. Estuve a punto de chocar con el tráfico que se aproximaba cuando crucé la línea divisoria y entré en el camino que llevaba a la playa. Estacioné el automóvil y me quedé dormido hasta el día siguiente.

Ese es solo un incidente que muestra cómo el alcoholismo casi me costó la vida. ‘Pero, ¿qué tiene que ver el tomar píldoras con el ser alcohólico?,’ puede que pregunte usted. Bueno, en aquel momento yo tampoco entendía qué relación había entre el uno y el otro. Pero iba a enterarme de ello... del modo difícil.

Primero, permítame hablarle un poco de mis antecedentes: Había empezado a tomar píldoras cuando era adolescente. Comencé tomando tranquilizantes a escondidas... mamá siempre tenía una buena cantidad de éstos por la casa. Unos cuantos años después, un amigo en el trabajo me inició en el uso de la droga secobarbital, un sedante muy fuerte. Ahora podía tomar menos píldoras para sentir el mismo efecto. Es verdad que mamá y papá me habían dicho que no usara heroína ni marihuana, pero las píldoras que estaba tomando no eran tan peligrosas... o así pensaba yo.

En menos de un año me había hecho gravemente adicto a ellas, y tomaba treinta píldoras al día.

No era que quería estar eufórico todo el tiempo.a Necesitaba las píldoras tan solo para funcionar. Si no me las tomaba, me ponía extremadamente nervioso e inquieto, a la vez que temblaba sin control.

Después que había destrozado varios automóviles y había sido arrestado, mis padres me enviaron a un hospital para recibir tratamiento. Allí me fueron desintoxicando paulatinamente. El sufrimiento por el cual pasé fue indescriptible. Tuve alucinaciones y temblores, y sentí en extremo temores irrazonables. Por ejemplo, puesto que mi novia no tenía teléfono y yo no podía recibir llamadas, la llamaba a un teléfono público a una hora que acordábamos de antemano. Pero siempre tenía miedo de que ella no estuviera allí... quiero decir, un miedo extremo.

Pues bien, después de unas tres semanas fui dado de alta del hospital, listo para empezar de nuevo. ‘Mis problemas se acabaron ya,’ pensé para mis adentros. En realidad, mis problemas no se habían acabado.

Comencé a beber. Me sorprendí de que desde el mismo principio pude consumir grandes cantidades de licor sin emborracharme. Pero no pasó mucho tiempo antes de que me hallara sumiéndome cada vez más en la depresión. Me daban horribles ataques de ansiedad que me hacían tener miedo de conducir o siquiera hablar con otras personas. Me temblaban las manos y me deshacía en un sudor frío. En muchas ocasiones apenas lograba llegar al trabajo, tembloroso y asustado. En otras ocasiones no lograba llegar. Estaba desconcertado y padecía de paranoia... estaba hecho una ruina física y mentalmente. Finalmente, cierto día telefoneé a mi jefe para decirle que no podía ir a trabajar. “Usted sabe que esto significa que está despedido,” advirtió él.

“Lo sé, pero no hay nada que pueda hacer. Creo que estoy sufriendo una depresión nerviosa.” Colgué el teléfono, y unos cuantos minutos más tarde éste sonó.

“No me importa cómo lo haga,” dijo el jefe, “pero vaya a visitar el departamento médico de la compañía... ¡ahora mismo!”

Eso fue lo que hice. Expliqué a los médicos mis antecedentes con relación a los sedantes y que creía que estaba sufriendo una depresión nerviosa.

“Fred, usted no está sufriendo una depresión nerviosa,” explicó uno de los médicos. “Usted es alcohólico.”

“¡Pero eso es imposible!,” le respondí. “Si solo bebo tres o cuatro cervezas por noche.”

“Lo importante no es la cantidad que usted bebe, sino cómo lo afectan las bebidas alcohólicas como individuo. El problema es que usted tiene una fisiología que tiende a la adicción. Tiene que aprender a vivir sin ningún tipo de droga... sean bebidas alcohólicas o píldoras. Usted tiene que aprender a estar contento sin recurrir a las drogas.”

Él entonces me envió a un centro de rehabilitación para alcohólicos por varios meses. Allí aprendí mucho acerca del alcoholismo. Por ejemplo, aprendí que, como alcohólico, debo evitar todo tipo de sedantes. No importa que estén en forma líquida (bebidas alcohólicas) o en píldoras (como los tranquilizantes). El efecto que éstos producen en el cuerpo del alcohólico es casi idéntico. En el centro también aprendí lo valiosos que son la nutrición, las vitaminas y el vivir una vida organizada y estructurada, junto con autodisciplina.

Sin embargo, la verdadera clave de mi restablecimiento se hallaba en las palabras del médico: “Usted tiene que aprender a estar contento sin recurrir a las drogas.” Es que el alcohólico se inquieta demasiado; se preocupa por todo. Pero mediante el estudio de la Biblia he aprendido a estar “contento sin recurrir a las drogas.” Es cierto que había tenido algún conocimiento de la Biblia antes, pero como resultado de estudiarla con mayor seriedad, he llegado a conocer a Jehová Dios, a acercarme a él y establecer una relación como la de padre e hijo. Puedo arrojar mis inquietudes sobre él de modo que no me preocupo indebidamente en cuanto a la vida. (Mateo 6:34) También he llegado a asociarme con compañeros cristianos que me tratan como miembro de la familia. Agradezco profundamente su amor y apoyo continuos.

Por supuesto, he llegado a comprender que en mi caso es indispensable que me abstenga completamente de las bebidas alcohólicas y de las drogas que alteran la disposición. Ya han pasado varios años. Pero verdaderamente estoy contento, alegre. Tengo a mi Dios, Jehová, mi familia y amorosos hermanos y hermanas cristianos. ¿Qué más pudiera desear alguien?—Contribuido.

La historia de ella

Solo bebía en reuniones sociales. Según recuerdo, mi esposo y yo rara vez teníamos bebidas alcohólicas en nuestra casa, excepto en ocasiones especiales. Pero no me daba la menor cuenta de que a medida que seguía bebiendo, mi cuerpo estaba creando tolerancia hacia el alcohol y con el tiempo dependería de éste para funcionar.

Mis hábitos de beber produjeron gradualmente un cambio drástico en mi personalidad. Descubrí que me estaba haciendo agresiva y violenta. Golpeaba a mis hijos, y realmente pensaba que tenía toda la razón para hacerlo. Al reflexionar sobre el pasado, puedo ver que en realidad estaba enfadada conmigo misma. Me volví paranoica y desconfiada. Si veía a dos personas conversando cuando entraba en algún lugar, quedaba convencida de que estaban hablando de mí porque no les caía bien. Mis hijos trataban de tranquilizarme y me decían: “Mamá, nosotros te amamos.” Pero estaba segura de que ellos no podían amarme.

No hay palabras para describir la horrible lucha que se desencadenó dentro de mí. Después de cada episodio en que me daba a la bebida, el sentimiento de culpabilidad y la vergüenza eran insoportables. Me prometía a mí misma: “Nunca más lo volveré a hacer.” Pero lo hacía... ¡una y otra vez!

Los amigos en quienes confiaba y a quienes respetaba me aconsejaron que bebiera menos, que fuera moderada. Traté toda cosa imaginable para controlar mi hábito de beber. Me mudé a otro lugar porque pensaba que eso ayudaría. Después estaba segura de que el cambiar a otra clase de bebida alcohólica sería la solución. Así que comencé a beber vino. No obstante, por más que trataba, simplemente no podía beber menos ni controlar mi hábito de beber.

Con el transcurso de los años seguí bebiendo en secreto y mucho más de lo que sabían mis conocidos. El caso es que me desenvolvía adecuadamente bajo la influencia del alcohol. Todavía podía conservar un empleo y cuidar de mi familia y mi hogar... mientras tuviera alcohol a mi alcance. Para encubrir de mi familia mi hábito de beber me convertí en una experta del engaño. Las botellas de la licorera que estaba en la sala solo servían de fachada. Mi familia vertía el contenido de las botellas por el tubo de desagüe, o lo diluían. Pero yo tenía otras botellas escondidas. De hecho, hubo un momento en que tenía veinticinco botellas escondidas en diferentes lugares de nuestra casa... en el cuarto de baño, el garaje, el automóvil, el armario de la ropa, mi bolso y las gavetas de mi tocador.

Para entonces estaba teniendo problemas de insomnio durante la noche. El alcohol no bastaba para hacerme dormir. De modo que fui al médico y conseguí una receta de somníferos. (No le hablé acerca de mi hábito de beber.) Todas las noches tomaba los somníferos junto con la bebida alcohólica para poder dormir.

Durante todo ese tiempo mi familia no pudo convencerme de que yo era alcohólica. “¡Mírenme!,” solía decir en defensa propia. “¡No soy ningún borrachín de barrio bajo! Los he criado a ustedes, mis hijos, mientras conservo un empleo. ¿Cómo pueden siquiera pensar que yo sea una persona tan terrible?”

Entonces cierta noche descubrí que no me había aprovisionado de nuevo de bebidas alcohólicas. Por unos ocho años había dependido de éste y los somníferos para poder dormir. Aquella noche resultó ser la más espantosa de toda mi vida. Tuve alucinaciones y oí ruidos extraños. Imaginé que alguien iba a matarme, en realidad me convencí de ello. A medida que avanzaba la noche, la situación iba haciéndose cada vez peor. Estaba segura de que moriría antes del amanecer.

No obstante, la siguiente mañana fui rápidamente a la licorería. Y cuando me tragué aquella copa, ¡qué cambio me sobrevino! De repente sentí que nuevamente tenía el mando. Pero más tarde, aquel día, realmente perdí todo gobierno de mí misma. Golpeé a mi hija con verdadera violencia. En aquel momento me di cuenta de que necesitaba ayuda profesional y accedí a ingresar en un centro de rehabilitación para alcohólicos. ¡Pero todavía no creía que el alcohol fuera mi problema! Estaba convencida de que estaba perdiendo el juicio y por eso necesitaba beber.

“¿Bebe usted?,” preguntó el consejero del centro.

“Sí, pero no bebo tanto,” dije al ponerme a la defensiva. Él entonces me mostró una tabla que resumía los diferentes síntomas del alcoholismo y me pidió que marcara los que aplicaban en mi caso. Para cuando terminé, comencé a pensar: ‘Quizás soy alcohólica.’ Estaba asustada.

Durante mi estadía de tres meses en el centro aprendí mucho acerca del alcoholismo y cómo el beber me afectó como individuo, cómo me hizo cambiar. A medida que me reunía con otros alcohólicos que estaban restableciéndose, y les oía hablar, me di cuenta de que eran precisamente como yo.

Sin embargo, mi programa actual de restablecimiento incluye algo más que me ha ayudado en gran manera. De hecho, en una carta acerca de mí, el centro de rehabilitación dijo: “Su religión ha dado más equilibrio a su programa de restablecimiento.” Es que como testigo de Jehová, todas las semanas asisto con regularidad a reuniones donde aprendo a aplicar principios bíblicos. Esto me ha permitido estar contenta sin beber. Y mi contentamiento aumenta mientras comparto con otras personas las cosas maravillosas que aprendo de las Sagradas Escrituras.

A medida que he ido acercándome a Jehová Dios, he experimentado personalmente la veracidad de lo que dice Filipenses 4:6, 7: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo por oración y ruego junto con acción de gracias dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales por medio de Cristo Jesús.” Sí, la “paz de Dios que supera todo pensamiento” me permite mejorar en mi restablecimiento DÍA A DÍA.—Contribuido.

[Nota a pie de página]

a Los sedantes son calmantes; éstos pueden hacer que uno sienta “euforia” en el sentido de que disminuyen el grado de ansiedad y hacen que uno se sienta relajado, menos inquieto que antes.

[Comentario en la página 10]

“Si no me las tomaba, me ponía extremadamente nervioso e inquieto”

[Comentario en la página 10]

“Usted tiene que aprender a estar contento sin recurrir a las drogas,” explicó el médico

[Comentario en la página 12]

“Me prometía a mí misma: ‘Nunca más lo volveré a hacer.’ Pero lo hacía... ¡una y otra vez!”

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