Yo era alérgica a sustancias químicas tóxicas
“Siempre fui sensible a los pesticidas, los cosméticos y los vapores que emanan de la pintura, los cuales me causaban erupciones cutáneas y dolores de cabeza. No hay por qué preocuparse... así pensaba yo. No me daba la menor cuenta de la situación a que podían llevarme esas cosas.” Así comenzó Millie a relatar su historia.
Ella continuó diciendo:
“¡AY, ESAS moscas!” Así que coloqué algunas tiras de insecticida. Dentro de poco... no había ni siquiera una mosca a la vista. Pensé: ‘¡Qué maravillosa es la tecnología moderna!’. Pero aquél fue un momento crucial para mi salud.
Comencé a tener palpitaciones, vómitos, extrema debilidad muscular y ataques de llanto. ¿Qué me pasaba? Estaba casada felizmente y había disfrutado de la vida. Entonces nos mudamos. Nuestro nuevo apartamento estaba infestado de cucarachas, de modo que lo rociamos con insecticida.
De repente quedé sin aliento. Mi esposo, Jerry, me llevó de prisa al hospital. Después de regresar a casa quedé deprimida, confundida y casi no podía hablar. Al poco tiempo estuve de regreso en el hospital, donde el médico dijo a Jerry: “Su esposa padece de un trastorno mental... esquizofrenia”. Pero cuando nos mudamos a una vieja casa-remolque, los síntomas desaparecieron.
Entonces llegaron las hormigas. Unos exterminadores rociaron cierto insecticida. Todos los síntomas reaparecieron... la depresión, las náuseas y los ataques de llanto. Vomité cada 30 minutos durante 18 horas. Tuve diarrea. Me dolía todo el cuerpo. Desesperados, fuimos a un hospital siquiátrico.
Los análisis de sangre que me hicieron en el hospital revelaron que tenía una insuficiencia de glóbulos blancos, lo cual quizás indicaba que había algún defecto en el sistema inmunológico. Sin embargo, no relacioné aquello con mis problemas. Entonces, después de un reconocimiento médico, el siquiatra declaró: “Usted no es de ninguna manera esquizofrénica. Está en mejor estado de salud mental que la mayoría de la gente de la calle”. Mejoré de salud en el hospital. Después regresé a casa. Pero una vez que estuve de vuelta en casa, se me empañó la vista. ¡Todos los demás síntomas volvieron a aparecer!
“Cada vez que la llevo al hospital se mejora, pero empeora cuando regresa a casa”, dijo Jerry, con lágrimas en los ojos, al médico. “Ella no ha sido la misma desde que rociamos la casa con insecticida para matar las hormigas.”
“¡Eso es, eso es!”, dijo excitado el médico. “¡Sáquela de esa casa por un tiempo, y lo sabremos!”
Por tres días dormí en un remolque y los síntomas desaparecieron. Dudosa todavía de que el problema tuviera que ver con la casa, regresé a ella. Inmediatamente se me puso tensa la garganta y se me hinchó la lengua. ¡Entonces quedé convencida! Era alérgica a las sustancias químicas tóxicas que había en la casa. Con el tiempo los perfumes, los productos químicos para uso doméstico, los tintes para el cabello, los cosméticos, los vapores que emanan de la gasolina, los gases de escape de los automóviles —¡hasta la ropa de fibra sintética!— comenzaron a producirme reacciones alérgicas.
Millie padecía de lo que se ha llamado el síndrome del siglo XX. Es cierto que el caso de ella era una excepción. Las reacciones de la mayoría de la gente a la contaminación ambiental son estornudos, comezón o ardor en los ojos. Pero ¿es una señal de advertencia acerca de la creciente contaminación ambiental el aumento mundial en la cantidad de casos como el de ella? ¿Está el hombre “arruinando la tierra” en realidad, según se predijo hace siglos en la Biblia? (Revelación 11:18.)