BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g84 22/11 págs. 11-14
  • Seguí buscando, y la hallé

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • Seguí buscando, y la hallé
  • ¡Despertad! 1984
  • Información relacionada
  • “Le di seis semanas; ella me dio la verdad”
    ¡Despertad! 1983
  • Mi lucha por ser el mejor... ¿valió la pena?
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
  • “No se fije en el sillón de ruedas... ¡fíjese en mí!”
    ¡Despertad! 1984
  • Escapé del engaño religioso
    ¡Despertad! 1988
Ver más
¡Despertad! 1984
g84 22/11 págs. 11-14

Seguí buscando, y la hallé

—Según lo relató William Roddis

Peleó en Vietnam y tomó drogas para escapar de los horrores de la guerra. Un accidente lo dejó cuadripléjico, y tomó más drogas para escapar del trauma de tener que vivir confinado a un sillón de ruedas. Heredó algún dinero, y con ello consiguió algunos amigos que no eran amigos verdaderos. Acudió a los filósofos e intelectuales en busca de la verdad y sólo halló palabras vacías. No fue sino hasta que buscó en la fuente correcta que halló lo que había estado buscando.

LA ESTRUCTURA de mi vida se desplomó cuando tenía 14 años de edad. Mis padres se divorciaron. Lo que yo había dado por sentado como estable y normal ya no era estable ni normal. Se me tenía de acá para allá entre mi padre, que vivía en Wisconsin, y mi madre, que vivía en Arizona. En mis últimos años de adolescente no quise verme envuelto ya más en aquella vida familiar rota. De modo que en 1967 me alisté en el ejército.

Fui a Vietnam, serví de artillero en un equipo de combate de un helicóptero de asalto y luego regresé y trabajé en aeronaves de prueba para el ejército. Ambicionaba convertirme en piloto de avión fletado en Alaska. Pero esos planes quedaron truncados en un instante. En 1969, durante un fin de semana en que estaba con licencia en Panama City, Florida, corrí a la playa, me zambullí en las olas rompientes y di con la cabeza en un banco de arena. En ese instante quedé cuadripléjico. Ocho meses más tarde me dieron de alta del hospital de la Administración de Veteranos de Long Beach, California, y comencé mi vida en un sillón de ruedas.

Conseguí apartamento en Long Beach, me junté con ciertos individuos indeseables y paré administrando con ellos una tienda en Sunset Boulevard. Se trataba de una tienda que se especializaba en artículos de interés para los usuarios de drogas... carteles sicodélicos, pipas para fumar hachís, accesorios para fumadores de narcóticos, luces oscuras y todos los otros artículos disparatados que se relacionan con la cultura de los usuarios de drogas. Para que se me hiciera más fácil hacerle frente a la vida en un sillón de ruedas, comencé a usar drogas... marihuana, cocaína, hachís, mescalina y otras. Había usado drogas en Vietnam para escapar de los horrores de la guerra. Ahora las usaba para poder soportar la vida en un sillón de ruedas.

Junto con mis supuestos amigos, participé en hacer circular peticiones para que se legalizara la venta de la marihuana y el fumarla, y, junto con otras personas, hicimos que se incluyera en la papeleta de elecciones de California la propuesta para la legalización de la marihuana. Publicábamos un periódico clandestino: The Long Beach Free Press.

Pues bien, en ese rumbo encaminaba mi vida a principios de la década de los años setenta. Fue durante esos años también que comenzaron a suceder tres cosas. Una de ellas cambiaría mi vida completamente.

Número uno: Heredé unos 750.000 dólares. Junto con la herencia llegué a tener muchísimas nuevas amistades, que fueron atraídas por mi dinero y las drogas que podía comprar. Con otros inversionistas adquirí un restaurante y varias vinaterías. Los negocios no prosperaron y finalmente se fueron a la quiebra. A medida que mi caudal disminuía también disminuían mis amistades. Me convertí en una persona escéptica, que desconfiaba de formar lazos estrechos de amistad. Me metí en mi concha, comencé a leer a Nietzsche y a otros filósofos, y empecé a asociarme con algunos de los intelectuales de la Universidad de California, en Santa Bárbara.

Estaba buscando la verdad. No lo sabía entonces, pero estaba en vías de experimentar el cumplimiento de la promesa de Jesús: “Sigan pidiendo, y se les dará; sigan buscando, y hallarán; sigan tocando, y se les abrirá”. (Lucas 11:9.)

Número dos: Había comenzado a darme cuenta de que el uso de drogas me estaba arruinando el cuerpo. La cocaína me quitaba el apetito. Si no comía, adelgazaría y, en mi condición, si adelgazaba, desarrollaría úlceras. Sabía que tenía que dejar de usar drogas... ¡ah sí, pero era más fácil decirlo que hacerlo!

Número tres: Los testigos de Jehová comenzaron a visitarme. Vivía cerca de Los Ángeles, en lo que se consideraba un vecindario exclusivo: Palos Verdes Estates. La ley decía que en nuestra hermosa comunidad nadie podía importunarnos pidiendo dinero. De modo que cuando los testigos de Jehová tocaron a la puerta, llamé la policía.

Se me dijo: “Tienen el derecho constitucional de predicar de puerta en puerta. De hecho, ganaron ese derecho en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos”.

Quedé impresionado. Comencé a adquirir sus revistas, La Atalaya y ¡Despertad! Entonces uno de ellos no solo me dejó las revistas... sino que comenzó una consideración conmigo. Bueno, ¡podía manejar la situación! Él era un conserje, era de la raza negra, y yo había leído recientemente un libro sobre la profecía bíblica. ¡De modo que sabía bastante! ¡Más que suficiente para arreglármelas con aquel hombre!

Pues bien, resultó que yo no sabía suficiente. Él apoyaba todo lo que decía con la Biblia, y yo siempre había sentido profundo respeto por la Biblia. ¡Pero ahora lo que este señor me estaba mostrando de la Palabra de Dios me hizo comprender muchas cosas! Las consideraciones llevaron a un estudio con el libro La verdad que lleva a vida eterna.

“Podemos platicar, pero no estoy por convertirme en testigo de Jehová”, le advertí desde el principio. Mis palabras no parecieron perturbarle. Él había oído aquello antes.

Los primeros tres capítulos no me interesaron. El cuarto, “Por qué envejecemos y morimos”, sí me interesó. Pero fue el siguiente capítulo, “¿Dónde están los muertos?”, el que cautivó mi interés. Algo comenzaba a tener sentido. Me había estado envolviendo en la filosofía y en el concepto del hombre acerca de la verdad, buscando respuestas a preguntas esenciales como: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde nos dirigimos? ¿Quién es Dios?

Cuando los filósofos consideran esta última pregunta, inmediatamente se atascan en sus especulaciones. Como no aceptan la Palabra de Dios como fuente de información, su habla se convierte en un ejercicio de inutilidad. Yo siempre había creído en Dios, pero no sabía quién era él exactamente. No tenía una relación estrecha con él. ¿Cómo podría haberla tenido? No sabía nada acerca de él.

De modo que cuando el Testigo llegó al capítulo “¿Dónde están los muertos?”, entré en razón. ¿Quién puede decir dónde están los muertos? Ningún hombre, ningún filósofo. Sus especulaciones son vanas. Pero ahora, por fin, estaba obteniendo las respuestas de la Palabra de Dios.

Entonces entramos en el tema de la verdad: ¿Qué es la verdad? ¿Está ésta siempre en armonía consigo misma? Aprendí que Satanás es el dios del mundo actual, y llegué a entender el porqué del atolladero en que está este sistema. Por primera vez comprendí muchas cosas. La historia del pasado y los acontecimientos del presente encajaban en su debido lugar a medida que aprendía acerca de la organización de Satanás y del prometido Reino de Dios bajo Cristo, que pronto hará que se efectúe la voluntad de Dios en la Tierra. ¡Tal como lo había pedido cuando oraba el padrenuestro! La verdad llegó a ser algo real. Jesús había venido a dar testimonio de la verdad. ¿Qué es la verdad? Al hablar a Dios en oración, Jesús dijo: “Tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). ¡De ahí en adelante se me cayó la venda de los ojos!

Comencé a utilizar la verdad bíblica recién hallada como piedra de toque para examinarlo todo. Me había asociado un poco con los pentecosteses. Me había atraído su afecto. Era una religión que excitaba las emociones. Pero entonces recordé que me habían dicho: “¡El vino es un instrumento del Diablo!”. Usando la Biblia como piedra de toque, me di cuenta de que esto no podía ser cierto puesto que el primer milagro que Jesús efectuó consistió en convertir agua en vino.

También fui a ver a un sacerdote episcopal y le hice unas preguntas sobre el libro de Revelación. “Yo estudié el libro de Revelación por dos años en la escuela de teología —me dijo—. No puedes entenderlo y no deberías molestarte en absoluto por entenderlo. Métete en la política. Mejora el mundo.”

Otra vez, vino a mi mente la Biblia como piedra de toque: “No estén amando ni al mundo ni las cosas que están en el mundo”. “El mundo entero está yaciendo en el poder del inicuo.” “La amistad con el mundo es enemistad con Dios.” (1 Juan 2:15; 5:19; Santiago 4:4.)

A propósito, existía un problema sicológico al que tenía que sobreponerme mientras llegaba a este punto. Por razones egotistas, se me hacía difícil aceptar el hecho de que aquel conserje negro estuviera viniendo a mi casa a enseñarme tantas cosas. El hombre mismo pudo darse cuenta del asunto y resolvió el problema. Una noche vino con otro Testigo y dijo:

“Sabe, no somos grandes genios de la Biblia. Hay muchísimas cosas que no sabemos. Tenemos que estudiar para nuestras reuniones. Si no le importa, estudiaremos aquí también”.

De modo que se sentaron en la sala de estar de mi casa y estudiaron para el Estudio de Libro de Congregación, que celebraban los martes por la noche, mientras yo preparaba mi lección en el libro La verdad. Ahora me sentía bien. Se había apaciguado mi ego. Todos éramos estudiantes. ¡Ellos tenían que estudiar también!

Y con esto se logró algo más. Despertó mi curiosidad por la reunión del martes por la noche. De modo que comencé a asistir a esa reunión. Entonces fui a la reunión que celebraban el domingo, y después de eso empecé a asistir a la del jueves por la noche en la que se entrena a los Testigos para el servicio del campo. En poco tiempo yo también estaba testificando de puerta en puerta.

Para mí, lo que en realidad hacía diferente a esta religión de cualquier otra era la predicación de casa en casa. Creía que era importante el que yo personalmente lo hiciera, a pesar de ser minusválido. Después de todo, en nuestro actual estado imperfecto todo el mundo es incapacitado. Solo que algunos son más incapacitados que otros. De modo que comencé a salir con el grupo, en mi sillón de ruedas. En la mayoría de las casas no podía acercarme lo suficiente a la puerta como para tocar el timbre, de modo que llevaba conmigo una vara larga para presionarlo con ella.

A menudo trabajaba con un Testigo de mayor edad de la congregación que era incapacitado. Había sufrido un ataque apoplético, veía muy poco, no podía oír bien, pero había estado testificando por casi 40 años. A menudo trabajábamos juntos en la obra de predicar. Él empujaba mi sillón de ruedas, y yo conducía el automóvil y le servía de ojos y oídos. Parecía que yo era solo una mitad y él era la otra mitad, ¡pero juntos constituíamos un Testigo completo!

Para entonces ya había alcanzado mi tercera meta... y más. Lo que había sido más fácil decir que hacer, ya se había logrado: Para llegar a ser Testigo había dejado de usar toda clase de drogas. A esto se agregó otra bendición: Puesto que dejé de usar drogas, ¡mi salud mejoró y recuperé tantas fuerzas que pude caminar con muletas!

Fue más o menos para este tiempo cuando me comprometí para casarme. Patsy era una de las precursoras —ministras de tiempo completo— de la congregación. Cuando el grupo salía a la testificación, a menudo ella y yo trabajábamos juntos. Con el tiempo nos casamos y servimos de precursores juntos.

Las cosas habían progresado rápidamente desde que los Testigos me habían visitado por primera vez. En enero de 1974 empecé a conversar con los Testigos. En febrero comencé a estudiar con ellos. En mayo salí al servicio del campo por primera vez. En junio terminé de estudiar el libro La verdad. En julio asistí a mi primera asamblea de distrito de los testigos de Jehová. En agosto me bauticé. En septiembre le propuse matrimonio a mi novia. En diciembre nos casamos. En enero de 1975 servía de precursor. ¡Trece meses bien ocupados!

En 1977 mi esposa y yo y nuestra hija, Dolores, nos mudamos al norte de California, a Calistoga, en el corazón de la región vinícola. Compré 35 acres (unas 14 hectáreas) de colinas arboladas... incluso un pequeño valle con 3 acres (1,2 hectáreas) de vides. Comencé a hacer cierta cantidad de vino, y con el tiempo garanticé el pago arancelario de éste y comencé a vender vino en escala comercial. Valiéndome de un carrito, de los que se usan en los campos de golf, para moverme mientras trabajo en el viñedo, y de mis muletas en la bodega, puedo efectuar el trabajo necesario a pesar de mi incapacidad física.

Ahora, en 1984, voy a vender esta propiedad y el negocio de vino y mudarme a otro lugar en la misma región. Lo hago para que mi esposa y yo podamos disponer de más tiempo libre para dedicarlo a testificar a otras personas acerca del Reino de Dios. Tenemos la esperanza de que, por la bondad inmerecida de Jehová, podamos vivir para ver, en el Paraíso terrestre, el cumplimiento de la promesa de Jehová de que “preparará para todas las naciones un banquete con ricos manjares y vinos añejos, con deliciosas comidas y los más puros vinos. En este monte destruirá el Señor el velo que cubría a todos los pueblos, el manto que envolvía a todas las naciones. El Señor destruirá para siempre la muerte, secará las lágrimas de los ojos de todos”. (Isaías 25:6-8, Versión Popular.)

Así que me alegra haber seguido buscando, porque hallé la verdad, y la satisfacción y el contentamiento que la acompañan.

[Comentario en la página 12]

A medida que mi caudal disminuía, también disminuía la cantidad de amistades que tenía

[Comentario en la página 12]

Cuando los testigos de Jehová tocaron a la puerta, llamé la policía

[Comentario en la página 13]

Podemos platicar, pero no estoy por convertirme en testigo de Jehová

[Comentario en la página 14]

En la mayoría de las casas no podía acercarme lo suficiente a la puerta como para tocar el timbre, de modo que llevaba conmigo una vara larga para presionarlo con ella

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir