Vivos en la ciudad de la muerte
Informe de un testigo ocular, ministro de la Watchtower en Bhopal
BHOPAL... hasta hace poco usted quizás nunca haya oído de esta ciudad de unos 800.000 habitantes de la región central de la India. Bhopal es muy hermosa, pues está construida sobre tres colinas, tiene dos lagos grandes que casi se unen en el centro de la ciudad, y cuenta con parques encantadores y caminos bordeados de árboles. Pero entonces, el pasado 3 de diciembre, hubo una fuga de gas venenoso en la instalación industrial de productos químicos de la compañía Union Carbide que hay en esa ciudad, lo cual causó el peor accidente industrial de la historia. Así Bhopal se convirtió, literalmente de la noche a la mañana, en la ciudad de la muerte.
Mi esposa, Mary, y yo, junto con nuestro hijo adolescente, Carl, vivimos justamente al lado de la fábrica de Union Carbide. Solo hay un pequeño campo, aproximadamente 150 metros (490 pies) de distancia, que separa nuestro hogar y el terreno de la fábrica. Así que, ¿por qué estamos vivos e ilesos mientras que miles de personas, la mayoría de las cuales vivían más lejos de la fábrica, murieron o sufrieron horribles lesiones?
La dirección del viento
Cuando nos fuimos a acostar el domingo 2 de diciembre por la noche, una brisa fresca hacía susurrar los árboles de las tres colinas de Bhopal, y la luz de una Luna casi llena se reflejaba en los lagos. Durante la noche, las sirenas de la fábrica de Union Carbide nos despertaron. Pero no les hicimos caso y, después de un rato, pudimos volver a conciliar el sueño. En muchas otras ocasiones habíamos oído las sirenas de la fábrica, evidentemente a fin de llamar a los técnicos para que atendieran alguna emergencia de poca importancia o para indicar ejercicios de seguridad. De hecho, cuando veníamos de regreso a casa de noche durante el invierno, a menudo podíamos oler plaguicidas.
No obstante, aquella noche no había ningún olor extraño, ningún indicio de la pesadilla que había comenzado. Era una catástrofe de proporciones tan grandes que quitaría la vida a más de 2.500 personas y afectaría a una cuarta parte de la población de la ciudad. Miles de personas quedarían parcial o totalmente ciegas, o sufrirían algún daño en los pulmones o el cerebro. Morirían aproximadamente 3.000 cabezas de ganado y un sinnúmero de animales pequeños. Era una experiencia horrorosa que dejaría tras sí temor... temor a la contaminación que aún quedaba y temor a los efectos retardados del envenenamiento causado por el gas y a enfermedades mortíferas.
¿Cuál fue la causa de esta calamidad? De acuerdo con el director gerente de las instalaciones, hubo una fuga del gas MIC (siglas en inglés para isocianato metílico) cuando la válvula de un tanque de almacenamiento se rompió debido a la aumentante presión. Algunos científicos opinan que también hubo una fuga del gas fosgeno, que se utilizó en ataques de gas durante la I Guerra Mundial.
El MIC se asemeja al gas neurotóxico en cuanto a sus efectos en los seres humanos. Puede matar instantáneamente y también es mortífero si se absorbe a través de la piel. Poco después de la medianoche, por aproximadamente 40 minutos, toneladas de MIC invadieron la atmósfera antes de que se pudiera detener el escape. Pero el viento lo alejó de las casas de nuestra zona. Si esto no hubiera sucedido, probablemente se nos habría hallado muertos en cama y habríamos sido parte de un entierro en masa, de modo que a cada cual se nos habría enterrado junto con una fotografía propia para que luego se nos identificara.
Una noche de terror
A medida que escapaba el gas, se fue formando una enorme nube blanca en el cielo nocturno despejado. El frío invernal hizo que la nube fuera descendiendo a la tierra y se fuera introduciendo en los hogares, en los corrales del ganado, en la estación principal de autobuses de la ciudad y en la estación de ferrocarril. Siguió esparciéndose, empezó a dirigirse hacia el mercado principal de vegetales y subió hasta el hospital de la ciudad.
Otra parte del monstruoso gas se dirigió hacia el lago inferior y pasó a la zona más nueva de la ciudad. Y a lo largo de su paso fue matando. Al despertar y verse rodeadas del gas que les irritaba los ojos y les cerraba la garganta, miles de personas salieron corriendo hacia las calles. De las que inhalaron el gas cerca de la fábrica, casi todas murieron muy rápidamente. Otras fueron dando traspiés, cegadas y vomitando, solo para caer muertas en el camino.
Repentinamente toda la ciudad se puso en movimiento y el aire se llenó de gritos que decían “bhago, bhago” (que significa “corran, corran”). Familias se desintegraron a medida que el flujo de las multitudes se llevó a los diversos miembros. Con el tiempo, camiones de policía con altavoces empezaron a despertar a la gente y a evacuar las zonas afectadas lo más rápido posible. Durante toda la noche algunas gasolineras proporcionaron gasolina gratis para los vehículos de personas que procuraban salir de la ciudad. Miles de personas salieron a raudales de la ciudad a pie, en escúter, en ciclomotor, en cochecillos tirados por personas, en automóviles, en autobuses y en camiones. Niños murieron pisoteados por las multitudes que huían. Algunos quedaron aplastados bajo vehículos mientras se tambaleaban medio ciegos. Otros corrieron sin rumbo, siguiendo sin querer el sendero del gas, y murieron o sufrieron graves lesiones.
Entre los que obraron más reflexivamente al huir figuró un compañero cristiano, testigo de Jehová. El hermano Paulose despertó a eso de las 2.30 de la madrugada al oír las sirenas y sentir un olor acre parecido al del amoníaco. Puesto que sabía que el gas podía provenir únicamente de la fábrica de la Union Carbide, se aseguró primero de la dirección del viento y luego, sin siquiera detenerse a reunir ropa de abrigo, alejó precipitadamente a su familia del rumbo del gas. Lucharon para atravesar un enorme flujo de gente en movimiento y huyeron a la cima de una colina en las afueras de la ciudad, donde el aire fresco y limpio procedente del lago los refrescó. Con la excepción de alguna irritación leve en los ojos y dolores leves en el pecho, no sufrieron ningunos efectos dañinos.
A medida que transcurrió la noche, mecanismos gubernamentales se pusieron en funcionamiento. Funcionarios se pusieron caretas antigás y entraron en la zona más afectada, que quedaba al otro lado de la fábrica, el lado opuesto a donde nosotros vivíamos. Entre los primeros que entraron en esta zona figuraron el alcalde de Bhopal, el doctor Bisarya, y su hijo Robin. Al describir la escena, a solo unos 200 metros (650 pies) de nuestra casa, Robin dijo: “Todo lo que se podía ver eran cadáveres, de gente y de animales”.
Se llamó a médicos de todas partes de la ciudad, y éstos acudieron rápidamente en ayuda. Dentro de poco el inmenso hospital de Hamidia se llenó de gente desesperada que buscaba alivio. En poco tiempo las salas quedaron atestadas de gente y se levantaron tiendas de campaña en el terreno del hospital. Por toda la ciudad aparecieron puestos de primeros auxilios.
Centenares de personas huyeron a pueblos cercanos solo para morir en el camino o al llegar. Después de recibir tratamiento médico, cierto hombre se sintió mejor. Al llegar a casa, encendió un cigarrillo, tragó el humo y murió en el acto. Un joven llevó los cadáveres de su padre y su madre para que fueran quemados, regresó a su casa y cayó muerto. Cierta joven a quien encontramos había perdido a nueve miembros de su familia.
Nuestro lunes de horror
En cambio, en el caso nuestro, no experimentamos el horror sino hasta después que despertamos a la hora de costumbre, las 4.50 de la mañana, y empezamos a prepararnos para las actividades del día. Rodeados de muerte y sufrimiento, ¡habíamos dormido tranquilamente toda la noche!
Mi esposa y yo habíamos planeado que, después de llevar a nuestro hijo, Carl, a su trabajo seglar de media jornada en una oficina de periódicos de la localidad, participaríamos en nuestra actividad regular de predicar. Nosotros dos, así como nuestro hijo, somos testigos de Jehová y servimos de ministros de tiempo completo. Pero adondequiera que íbamos aquel lunes por la mañana, había cadáveres de personas y de animales. Alguien podía estar caminando por el camino delante de nosotros, y repentinamente caía muerto.
A medida que fuimos haciendo una gira de la ciudad, notamos que apenas había vehículos en el camino. Todas las tiendas estaban cerradas. El mercado estaba cerrado. Al entrar en la estación de autobuses, hallamos el suelo cubierto de vómito y excremento. En la estación de ferrocarril, gran parte del personal había muerto allí mismo.
El superintendente de la estación, Harish Dhurve, quien había inhalado el gas, vio caer muertos a los miembros de su personal. Logró comunicarse con la próxima estación y advirtió que no permitieran que ningún tren se dirigiera a Bhopal. A él se le encontró muerto ante su escritorio. Algunos pasajeros que habían llegado para tomar un tren que debía partir a la 1:30 de la madrugada nunca salieron vivos de Bhopal. Un maquinista que condujo un tren hasta la ciudad antes de que se diera la advertencia murió al llegar.
Al regresar a casa a mediodía el lunes, nos encontramos con multitudes de personas que obstaculizaban el paso y gritaban que había habido otra fuga de gas y que todos debían correr en la dirección opuesta. Esto provocó pánico y resultó ser un rumor falso. Vimos camiones de la municipalidad con cadáveres amontonados unos encima de otros. Cada hora iba aumentando la cantidad de muertos... 269, 566, 1.217, y con el tiempo más de 2.500. En un titular que apareció el 5 de diciembre se afirmó: “Una muerte cada minuto”.
Día y noche ascendieron columnas de humo al cielo provenientes de la quema de cadáveres. Espacios al aire libre se convirtieron rápidamente en lugares para quemar los cadáveres, hasta cien de éstos a la vez. A los animales se los transportó fuera de la ciudad, se los echó en zanjas profundas y se los cubrió. Unas cuantas personas saquearon hogares abandonados, pero la mayor parte de la gente hizo todo lo posible por ayudar a los que estaban sufriendo. De buena gana nos unimos a nuestros vecinos en proporcionar dinero y preparar alimento para los enfermos.
Médicos y científicos de todas partes del país acudieron a la ciudad para ayudar. Y expertos en medicina que tenían experiencia en el tratamiento de problemas de los ojos y del pecho acudieron desde otros países. Lamentablemente, mujeres que aparentemente no habían quedado gravemente afectadas dieron a luz a criaturas muertas. Otras llegaron al hospital con dolores severos y abortaron fetos muertos.
Es interesante notar que el sábado, justamente dos días antes de lo ocurrido, mi esposa había llevado el último número de la ¡Despertad! a la doctora A. M. Shali, quien lee estas revistas con regularidad. “¿Está usted muy ocupada?”, preguntó mi esposa a la doctora. “Éste es nuestro período tranquilo —contestó ella—. Ya que ha pasado la época del calor y la lluvia, y ha llegado el buen tiempo del invierno, ésta es la estación saludable —agregó ella—. Así que hay menos trabajo para los médicos.”
Pero al pasar por el consultorio de la doctora Shali el lunes por la mañana, la cola de personas que se empujaban unas a otras para recibir tratamiento se extendía a lo largo del camino y se componía de cuatro o cinco filas, una al lado de otra. Las personas llevaban la cabeza inclinada para proteger del Sol los ojos irritados. La doctora Shali nos dijo luego que a ella la habían llamado temprano por la mañana y que ella y su esposo, junto con algunos ayudantes, habían trabajado sin cesar todo el lunes hasta la noche tratando a las víctimas sin cobrarles nada. Ella declaró que cuando se suministraba con prontitud el tratamiento apropiado, se podía salvar la vista. Sin embargo, si los ojos quedaban desatendidos, se desarrollaban úlceras en las córneas y se podía perder la vista. “Cuando se ve este sufrimiento —dijo ella—, ¿cómo pueden los hombres pensar en empezar una guerra nuclear?”
Buscamos a compañeros Testigos
Estábamos muy interesados en saber cómo estaban nuestros hermanos y hermanas cristianos de Bhopal, todos los cuales viven en la parte vieja de la ciudad, muy dentro de la zona de peligro. ¡Qué alivio sentimos al visitarlos y hallar que todos ellos —12 en total— estaban vivos e ilesos!
Realmente sentimos gran aprecio por nuestra hermandad cristiana cuando Testigos de otros lugares empezaron a visitarnos para ver cómo estábamos. El primero en llegar fue el hermano Barrett, aunque padece del corazón. Había viajado en tren toda la noche una distancia de 337 kilómetros (209 millas). Nos sentimos tan alegres de verlo que los ojos se nos llenaron de lágrimas. También empezaron a llegar telegramas y cartas, y esto, también, nos animó grandemente.
Esperanza ante el pesar
A diario, miles de personas entraban a raudales en la ciudad para buscar seres queridos. El personal de las agencias gubernamentales trabajó día y noche para deshacerse de los cadáveres y evitar el brote de enfermedades. El ministro principal del estado, Arjun Singh, declaró que la fábrica de Union Carbide jamás volvería a abrirse en la ciudad. Pero pasará mucho tiempo antes que Bhopal olvide su noche de la muerte.
Ninguna compensación que se dé a los sobrevivientes podrá hacer que los muertos vuelvan a la vida ni devolverá la vista a los ciegos. No obstante, hay Alguien que puede hacer todo eso, Jehová Dios. Sus Testigos en Bhopal, agradecidos de estar vivos, gustosamente visitan a sus vecinos con las buenas nuevas consoladoras de que pronto tragedias de hechura humana como ésta nunca volverán a ocurrir.
[Fotografía en la página 20]
Llevan a un ser querido para que sea incinerado
[Reconocimiento]
UPI/ARCHIVO DE BETTMANN
[Fotografía en la página 22]
Dirige a dos personas que han sufrido lesiones en los ojos
[Reconocimiento]
UPI/ARCHIVO DE BETTMANN