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  • Mi padre era un médico rural
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¡Despertad! 1985
g85 8/5 págs. 21-23

Mi padre era un médico rural

“MI PADRE era un médico rural.” Con esas palabras se dice mucho en cuanto a un grupo de profesionales de principios del siglo XX. Eran una clase aparte. Muchos de ellos estaban dedicados a su profesión, eran incansables y trataban con excepcional bondad a sus pacientes. Los médicos rurales eran personas sumamente útiles para la comunidad y, en especial, para los pobres y los enfermos a quienes trataban.

Parecían poseer un sexto sentido para diagnosticar las enfermedades; quizás se debía a la mucha experiencia que habían adquirido al tratar un sinnúmero de enfermedades. Y hacían esto aunque no disponían de la tecnología moderna. No es que se tratara de un grupo inculto o falto de preparación en su campo. Mi padre estudió primero para ser maestro de escuela, y más tarde prosiguió sus estudios en la Facultad de Medicina de Starling, en Columbus, Ohio (E.U.A.), la cual posteriormente llegó a ser parte de la Universidad Estatal de Ohio.

Permítanme contarles lo que significaba ser médico en aquel entonces... sin contar con los antibióticos ni los medicamentos milagrosos de hoy. De hecho, la mayor parte del tiempo llevaban consigo en un maletín negro las píldoras y las pociones. O, si estaban en el consultorio, podía ser que dieran al paciente un tónico verde, una pomada blanca o una pomada negra, según fuera el caso. Papá compraba los remedios al “viajante de comercio en medicamentos”, quien visitaba frecuentemente el consultorio de mi padre. De modo que el médico rural conocía algo de farmacia, por lo que rara vez el paciente tenía que ir a una farmacia, las cuales a menudo estaban distantes, para que le prepararan una receta.

Al principio, papá viajaba en un calesín. Más tarde compró un Ford, modelo T, que arrancaba con una manivela. Puedo recordar cómo en las mañanas frías él hacía arrancar el Ford... ¡que en realidad no quería arrancar! Por regla general, mi padre era un hombre apacible, ¡pero aquel esfuerzo le hacía proferir palabras que al instante hubieran podido calentar el motor lo suficiente como para que éste arrancara inmediatamente!

Pero tarde o temprano el viejo Ford arrancaba, y papá se iba a visitar a los enfermos. Incluso a altas horas de la madrugada el teléfono sonaba, después de lo cual él se levantaba de la acogedora cama y se iba en medio de la oscuridad de la noche a tratar de ayudar a los enfermos. Sí, en aquellos días los médicos iban a ver al paciente a la casa, ¡aunque éste pudiera haber estado suficientemente bien de salud como para ir al consultorio!

¡Y con qué gentileza trataban ellos al enfermo! Cuando el médico rural entraba en la habitación del paciente, inspiraba confianza, era tierno y mostraba interés genuino. Tal vez consolaba a la joven que, asustada y adolorida, daba a luz su primer hijo. O ponía su mano fría en la frente del paciente cuando éste ardía en fiebre. Enfermaba alguien, y hasta allí llegaba él para brindar sus servicios personales, lo cual era como un bálsamo para el dolor del enfermo. Entonces metía la mano en su maletín negro, rebuscaba entre las cosas que había dentro, sacaba una píldora y le decía al paciente que se la tomara y que él regresaría cuando lo necesitara.

El médico rural tenía un conocimiento amplio referente a su profesión. No solo podía reducir un hueso fracturado o ayudar a las madres a traer al mundo a sus criaturas, sino que a veces tenía que combatir enfermedades contagiosas. En el pueblecito de Virginia Occidental donde vivíamos hubo una vez una epidemia de fiebre tifoidea, lo cual no era nada fuera de lo común en aquellos días. Mi papá ayudó a muchas personas a recobrar la salud. De hecho, ¡posteriormente se nos dijo que su nombre se había hecho famoso por nunca habérsele muerto de fiebre tifoidea un paciente!

¡Y también podía sacar muelas!

Sí, y también podía sacar muelas, y esto por 50 centavos. Quizás se le pagaba demasiado, si se toma en consideración lo mucho que debe haber dolido sacar una muela entonces, en comparación con las extracciones de muelas que se hacen actualmente. Una noche fría e invernal, en nuestra casa se presentó un señor que le rogó a papá que fuera a sacarle a su padre un diente que le dolía. El camino que conducía a la casa de él estaba en muy malas condiciones, incluso para un calesín, así que papá fue a caballo a la casa del señor, la cual quedaba a 10 kilómetros (6 millas) de distancia por una carretera sin pavimentar. ¡Hizo aquello por solo 50 centavos!

Entonces apareció la gripe española en 1918 y 1919. Mi padre estaba ocupado literalmente día y noche. Las personas necesitaban con gran urgencia que un médico las atendiera. A veces si una casa quedaba al final de la hilera, después de hacer aquella visita, a él se le paraba en casi todas las casas cuando iba de regreso a la carretera principal. En nuestra propia familia, a cuatro de nosotros nos dio la gripe, y finalmente papá estaba tan agotado que también la contrajo. Pero gracias a él, todos nosotros sobrevivimos.

El médico rural... bien pagado

¿Y cuáles eran sus honorarios por todo esto? En cierto sentido, papá estaba bien pagado. Recibía gran satisfacción de ayudar a otros. Era apreciado, y a muchos bebés les ponían el nombre de él. De hecho, hubo quienes les ponían a sus bebés el nombre de las hijitas de él, a quienes a veces él llevaba consigo.

En cuanto al dinero, bueno, papá se las arreglaba con lo que hoy parecería ser un salario modesto. La mayoría de los médicos rurales, no sé cómo, tenían suficiente energía para atender un huerto grande, tener una vaca y criar pollos para satisfacer las necesidades. En la época de la cosecha, el pago que recibían de los pacientes era a menudo en la forma de manzanas, papas, embutidos, jamones y cualquier cosa que los granjeros cultivaran o criaran. Si un paciente sufría una desgracia, como la de perder una cosecha, bueno, papá podía esperar y, de hecho, esperaba hasta que la persona pudiera pagarle. Y en más de una ocasión le dio dinero al paciente para ayudarle en tiempo de enfermedad, cuando no podía trabajar.

Cierto día papá regresó de una consulta y nos dijo a nosotros, los hijos, que fuéramos a la calesa para que viéramos algo. Abrió una caja, y de ella saltó un cachorro... su paga por la visita hecha a un paciente. No ha habido perro al que se haya querido más que a Bruno, el cual se convirtió en parte de la familia.

En nuestro hogar, en Elm Grove, Virginia Occidental, el consultorio de mi padre y su suministro de medicinas era parte de la casa. Prescindiendo de quién viniera al consultorio a la hora de la comida, se le invitaba a sentarse con nosotros a la mesa a comer. Papá era muy hospitalario y nadie se fue nunca de casa hambriento. A veces, si vivían lejos y estaba nevando, hasta podían pasar la noche con nosotros.

La gran cura

Era una noche invernal de 1929. Mientras papá regresaba de visitar un paciente, un autobús chocó contra su automóvil. Después de estar dos semanas en el hospital, murió; tenía 57 años de edad. Fueron muchas las personas que vinieron a presentar sus respetos al médico rural a quien ellas todavía debían dinero por las visitas que él les había hecho. No importa; la bondad de papá para con otros nunca nos hizo sufrir. De hecho, cuando he sido objeto de algún acto de bondad, pienso que es en recompensa por haber tenido un padre que era médico rural.

Ahora bien, todo esto no tiene el fin de subestimar al médico del día moderno y las cosas maravillosas que él puede hacer. Hace poco, un amiguito mío, que solo tiene diez años de edad, fue sometido a una operación del cerebro. La misma duró seis horas y media... sin transfusión de sangre. Mi padre no hubiera podido ayudar a este niño ni remotamente con el conocimiento y la experiencia de que disponía.

Pero hasta el médico de hoy día tiene sus limitaciones. Él también ve sufrimiento y muerte. El médico rural, así como el médico del día moderno, pertenecen cada uno a una era diferente. Pero llegará el tiempo feliz en que el Gran Médico introducirá una curación duradera, y “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (Isaías 33:24). Tengo motivos de sobra para creer que mi padre, el médico rural, estará allí y se le dará la oportunidad de regocijarse en la salud eterna de toda la humanidad.—Contribuido.

[Comentario en la página 22]

En aquellos días los médicos iban a ver al paciente a la casa, ¡aunque éste pudiera haber estado suficientemente bien de salud como para ir al consultorio!

[Ilustración en la página 23]

Papá abrió una caja, y de ella saltó un cachorro... su paga por la visita hecha a un paciente

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