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  • Mi carrera baloncestística... ¡reemplazada por otros dos amores!

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  • Mi carrera baloncestística... ¡reemplazada por otros dos amores!
  • ¡Despertad! 1985
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¡Despertad! 1985
g85 22/5 págs. 21-25

Mi carrera baloncestística... ¡reemplazada por otros dos amores!

TENÍA siete años de edad cuando empecé a interesarme en el baloncesto. Solía ir a cierta calle del vecindario a practicar baloncesto unas dos horas diarias. Para cuando estaba en mi último año de escuela secundaria, yo medía 6 pies con 5 1/2 pulgadas (2 metros) de alto y pesaba 185 libras (84 kilos). Aquel año nuestro equipo ganó el título de nuestra división. Obtuve una beca para ir a UCLA (Universidad de California, en Los Ángeles), jugaba bajo la dirección del entrenador John Wooden, y, en los últimos tres años que estuve allí, ganamos el título nacional dos años.

El primer año que estuve fuera de la universidad, 1975, fue un año de mucha actividad. Firmé un contrato con los Lakers de Los Ángeles... alrededor de 1.600.000 dólares por cinco años. Una semana después de aquello fui cambiado al equipo de los Bucks de Milwaukee. Un mes después me casé con Linda, quien al mes de la boda quedó encinta.

Bueno, de todos modos, ¡descubrí rápidamente lo diferente que era jugar en la NBA (siglas en inglés para Asociación Nacional de Baloncesto)! En UCLA tuvimos una racha de 88 triunfos, pero en mi primer año con los Bucks de Milwaukee, ¡perdimos 44 juegos! Jugaba cada dos noches contra talentosos jugadores profesionales. Era un negocio. Era la vida de uno. Especialmente era así durante la temporada de juego, cuando se viajaba mucho... ¡uno se consumía! ¡Pero a mí me encantaba!

Sin embargo, al poco tiempo surgieron otras dos cosas que yo habría de amar más... que no eran compatibles con mi carrera de baloncestista profesional.

Se puede decir que las semillas de aquella contienda se sembraron allá en 1972 cuando conocí a Linda. Inmediatamente me enamoré de ella. Algún tiempo antes, en aquel mismo año, ella se había bautizado como testigo de Jehová, pero se había hecho inactiva. No obstante, a menudo sacaba a relucir el tema de la religión.

“¿Qué opinas de la Biblia?”, me preguntaba ella.

“Es un buen libro de mitología”, contestaba yo.

Se me había criado como católico estricto, pero ahora estaba en la universidad y me había hecho muy tolerante y filosófico. Aquellas consideraciones nunca llegaron a ser muy profundas ni largas.

Entonces algo sucedió en 1974 que me hizo ir a un Salón del Reino de los testigos de Jehová. Había un joven —su nombre era Brian Good— que había sido condiscípulo mío en la escuela secundaria. Él me odiaba. Era asunto de rivalidad en los deportes. Sus padres eran Testigos, pero él no quería saber nada de la religión de ellos. Comenzó a usar drogas, se dejó crecer el pelo y era verdaderamente odioso. Varios años después fui a la casa de Linda, y allí estaba Brian. Casado, con pelo corto, con corbata, de apariencia verdaderamente nítida. Se había hecho testigo de Jehová.

Después él y su esposa estaban predicando de tiempo completo en Kansas, y mientras cruzaban el estado en automóvil para ir a una asamblea, ambos murieron en un accidente automovilístico. El funeral se llevó a cabo en el Salón del Reino. Fui al funeral por respeto a Brian.

Fue una situación muy extraña. El discursante estaba parado allí hablando acerca de que todos verían a Brian de nuevo. Según lo que yo entendía, era como si ni siquiera estuviera muerto. Su familia estaba sentada al frente sollozando calmadamente, pero, en cuanto a mí, ¡ni siquiera me sentía triste! Era algo extraordinario. Allí estaba aquel discursante hablando acerca de asuntos positivos, y yo estaba sentado allí pensando: ‘Bueno, ¡qué discurso tan agradable! Van a ver a Brian de nuevo, ¡y van a hacer esto y aquello con él!’.

Un año después, en 1975, yo estaba jugando con los Bucks de Milwaukee. Uno de mis compañeros de juego era Elmore Smith, quien también había sido cambiado a los Bucks aquel año. ¡En aquel mismísimo año él se había bautizado como testigo de Jehová! Su esposa, Jessica, había sido Testigo por tres o cuatro años. ¡De súbito, parecía que los Testigos aparecían por dondequiera en mi vida! Elmore y yo nos hicimos buenos amigos, puesto que ninguno de los dos tomábamos bebidas alcohólicas ni nos pasábamos en fiestas. Pues, él siempre estaba ofreciéndome un estudio de la Biblia o invitándome a ir al Salón del Reino con él. Yo no estaba listo para aquello. Cierto día, después de un juego de práctica —habíamos tenido una buena práctica, y Elmore y yo caminábamos por el pasillo—, Elmore dijo:

“Dave, voy a dar mi primer discurso en la Escuela del Ministerio Teocrático. Me gustaría que fueras a escucharme”. Después de vacilar un poco, inventé una excusa y me fui a casa... ¡y qué mal me sentí! Al día siguiente, en el juego de práctica, le dije a Elmore: “Mira, Elmore. Verdaderamente quiero disculparme. Mira, Linda y yo iremos a otra reunión”. ¡A él le encantó oír aquello!

De modo que Linda y yo fuimos a un discurso público y al Estudio de La Atalaya en el Salón del Reino. Los Testigos eran muy amables. Sin embargo, el discurso no me impresionó, y el Estudio de La Atalaya trataba sobre el libro bíblico de Ageo o de Habacuc. No entendía lo que se estaba considerando. Estaba sentado allí pensando: ‘¿Qué es esto? ¿Qué hago aquí?’.

Poco después finalizó la temporada de baloncesto, y regresamos a California. Comenzamos a distanciarnos. Yo estaba preocupado por mi carrera. Había jugado la mayor parte del año con una rodilla lesionada, y ahora las radiografías mostraban que la rótula estaba rota. Solo había pasado el primer año de mi contrato con la NBA, de modo que me quedaban cuatro años más, ¡y ahora ni siquiera sabía si podría volver a jugar! Se hicieron los arreglos para que me operaran la rodilla, y cuando partí hacia el hospital, llevé conmigo la Traducción del Nuevo Mundo.

“¿Vas a llevarte la Biblia?”, preguntó Linda en tono de sorpresa.

“Sí. Es un buen libro de mitología. Quisiera leerlo.”

Aquella noche en el hospital leí varios capítulos, pero me aburrí cuando llegué a la larga sección de las genealogías. Me dio sueño y puse a un lado el libro. A la mañana siguiente me operaron, y todo salió bien. Linda vino a verme, pero yo tenía dolor y estaba narcotizado... ni siquiera sabía que ella había estado allí. Cuando volví en sí, ella no estaba allí y eso me enfureció.

Unos días después salí del hospital, y en una semana Linda y yo casi habíamos dejado de hablarnos.

Entonces sucedió algo que nos unió. Cierta noche fui a ver una película con un amigo. Se llamaba The Omen. Una de esas películas de miedo y ciencia ficción. Se relacionaba con los demonios. Cuando salí del teatro, sentía un miedo espantoso. La película tenía que ver con el hijo de Satanás. En la pantalla aparecieron dos textos bíblicos del libro de Revelación. Cuando leí aquellos textos bíblicos, pensé: ‘¿Dice la Biblia eso? ¿Va a suceder eso?’. Uno de los textos trataba sobre el número de la bestia, 666; el otro, sobre una gran luz que relumbraría desde un extremo de la Tierra hasta el otro. Aquello me dio mucho miedo. Mientras me dirigía a casa en mi automóvil, continuaba mirando hacia atrás, esperando que algún demonio saltara sobre mí.

Entré en la casa, a nuestra habitación, y encendí la luz. Era como la 1.30 de la mañana. Linda dijo:

“¿Por qué tienes encendida la luz?”.

“No soy nadie, no soy nadie”, murmuraba una y otra vez.

Linda saltó de la cama. “¿Qué ocurre, Dave, qué ocurre?”

“¡Tengo miedo!” Le hablé de la película.

Ella tomó la Biblia, y nos acomodamos en la cama. Leyó Mateo 7:13, 14, que habla acerca del camino ancho que lleva a la destrucción y del camino estrecho que conduce a la vida. Continuó asegurándome: “Dave, no tienes que tenerle miedo a Satanás. No tienes que temerle. Teme a Jehová. Él es quien sostiene nuestra vida en sus manos”. Ella continuó leyendo de la Biblia y, súbitamente, pareció como si yo hubiera estado en una habitación oscura y alguien hubiera encendido una lámpara.

No pude dormir aquella noche. La mañana siguiente me senté en la cama y empecé a leer la Biblia. Primero leí Revelación, después Primera y Segunda a Timoteo, entonces Primera y Segunda a los Tesalonicenses, y luego Romanos. Todos son libros pequeños. Comenzaron a tener sentido para mí. A medida que leía, pensaba lo siguiente: ‘¿Por qué no había leído esto antes? ¿Por qué no había visto estas cosas antes?’. Fue como si Jehová hubiera abierto mi corazón.

Aquella noche el cuñado de Linda vino de visita. Él era Testigo bautizado. Durante cuatro horas le hice preguntas, y él las contestó todas usando la Biblia. Ningún punto llegó a ser una cuestión difícil para mí. Ni las transfusiones de sangre, ni la Trinidad, ni la inmortalidad del alma... todo quedó probado con la Biblia. Aquello hizo que yo me decidiera. Fue como si una luz se hubiera encendido en aquel mes de septiembre de 1976. Llamé a Elmore Smith y a su esposa, y les dije:

“¿Saben una cosa?”.

“¿Qué?”

“¡Voy a estudiar la Biblia con los Testigos!”

Ellos no podían creerlo. Elmore estaba muy contento. Había habido un testigo de Jehová en la NBA, ahora habría dos Testigos, ¡y ambos en el mismo equipo!

Me bauticé el año siguiente, en agosto de 1977. Amaba mucho la obra de predicar de casa en casa. En 1978 serví de precursor auxiliar... lo cual significa que dedicaba un promedio de 60 horas o más al mes a predicar las buenas nuevas del Reino de Dios. También fue durante la temporada de 1977-1978 que tuve mi mejor año en la NBA. Pero ¡estaba comenzando a molestarme el hecho de que el baloncesto limitaba el tiempo que yo podía dedicar a la obra de predicar! Todavía amaba el baloncesto, ¡pero estaba comenzando a amar la predicación aun más!

También me sentía cada vez más allegado a mi familia. Ahora Linda y yo éramos muy apegados. Teníamos una hija de dos años de edad, llamada Crystal. Un año después, en 1979, nació nuestro hijo Sean. El que yo tuviera fracturado un disco de la espalda me impidió jugar baloncesto. Fue doloroso, pero no hay mal que por bien no venga. Estaba con mi familia todos los días, iba a todas las reuniones, efectuaba estudio personal y, de nuevo, podía servir de precursor auxiliar. Fue en aquel verano que tomé una decisión en mi corazón... me retiraría del baloncesto profesional. Cumpliría con mi contrato, pero me retiraría después de la temporada de 1979-1980.

¡Aquella decisión fue todo lo que yo necesitaba! ¡Comencé a recobrar las fuerzas, ambas piernas comenzaron a fortalecerse, y recobré mi posición en el campo! Así, después de haber estado ausente durante todo un año, volví a la línea de salida y a jugar. Logramos llegar a las semifinales. Ganamos en nuestra división.

Diez días después del último juego fui a la oficina del dueño del equipo.

“Dave —dijo él—, vas a convertirte en un agente libre”, y comenzó a hablarme acerca del dinero que podía ganar. Él sabía que, como agente libre, yo podía ganar mucho más dinero.

“Jim —interrumpí—, no voy a jugar más.”

“¿Qué quieres decir? ¿Que no vas a jugar más? ¡No puedes hacer eso!”

“Voy a hacerlo. Mis metas y mis valores han cambiado, y el baloncesto está en conflicto con éstos.”

“Pero ¡tú amas el baloncesto!”

“Es cierto, lo amo.”

“Bueno, espera un momento —parecía animado—. ¿No es cierto que eres testigo de Jehová? ¿Y no es cierto que tu organización podría usar algún dinero? Donaremos parte del dinero de tu contrato a la organización a que perteneces.”

“No —dije—, el ser Testigo significa más que donar dinero. Hay que estudiar, ir a las reuniones y predicar de casa en casa. Jim, el baloncesto impide que yo pueda hacer esas cosas. El estar de viaje durante seis meses me aparta de todo eso. También me impide cumplir con mis responsabilidades de familia, y eso también es una parte importante de la adoración de Jehová.” (Deuteronomio 6:6, 7; Efesios 5:25, 28, 33; 6:4.)

Tuvimos una conferencia de prensa el día siguiente. Los periodistas de Milwaukee estaban allí y la estación de televisión había enviado a sus representantes. Muchos de los artículos que se publicaron en los periódicos de Milwaukee fueron muy favorables. (Véase el recuadro de arriba.) Pero en Los Ángeles los periódicos hablaron de mí como una persona que estaba un poco demente. ‘Esta religión, este culto, ha hecho que Dave se ponga a pensar de manera rara, pero él regresará.’ Escribieron cosas como ésta.

Es interesante que tan pronto se anunció que yo me retiraría, empezaron a hacerme ofertas tentadoras. El equipo de los Bucks me envió un mejor contrato para el año siguiente. Los Lakers de Los Ángeles me llamaron para pedirme que jugara en el equipo de ellos. Pagarían todos los gastos de mi mudanza a California y me conseguirían una casa donde vivir. El equipo de Seattle también se comunicó conmigo. Todo era muy tentador. Todavía amaba el baloncesto, pero ahora amaba a mi familia y el servicio a Jehová mucho más. Sentía que Jehová estaba a mi lado, ayudándome a resistir aquellas ofertas que envolvían millones de dólares. (Proverbios 3:13-18; Sofonías 1:18; 1 Juan 2:15-17.)

Y desde entonces Él me ha bendecido. Tengo tiempo para el estudio personal de la Biblia y para asistir a las reuniones. Soy anciano en la congregación, pronuncio discursos públicos y frecuentemente dedico todo mi tiempo en el ministerio hablando con otras personas acerca de las buenas nuevas del Reino de Jehová en manos de Cristo. Estas actividades espirituales son fuente de felicidad para mí (Mateo 5:3). También dispongo de tiempo para estar con mi hijo y mi hija a medida que ellos crecen, y puedo ayudarlos en la adoración verdadera. Y ahora tengo tiempo para dedicárselo a mi esposa, lo cual contribuye a mantener fuerte nuestro matrimonio.

El futuro es sombrío para las grandes masas de la humanidad en esta era nuclear. Pero tengo una esperanza gloriosa. Respecto al Paraíso terrestre bajo el Reino de Dios, Revelación 21:4 dice: “Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”.

Al tener en perspectiva esta bendición de Jehová, considero que no ha sido sacrificio alguno dejar a un lado mi carrera de baloncestista. El amor que siento por mi familia y por Jehová... esto es lo que me trae felicidad ahora. Además, tengo la esperanza de vivir para siempre en la Tierra paradisíaca.

Usted puede tener la misma esperanza bendita, si así lo desea. Revelación 22:17 dice: “Cualquiera que desee tome del agua de vida gratis”.—Según lo relató David Meyers.

[Comentario en la página 22]

¡De súbito, los Testigos aparecían por dondequiera en mi vida!

[Comentario en la página 22]

Pensé: ‘¿Dice la Biblia eso? ¿Va a suceder eso?’.

[Comentario en la página 23]

Aquel verano tomé la decisión... me retiraría del baloncesto profesional

[Comentario en la página 24]

Empezaron a hacerme ofertas tentadoras

[Recuadro en la página 24]

Bill Dwyre, escritor de temas deportivos del Journal de Milwaukee, escribió: “El que Meyers haya renunciado a un posible sueldo de $500.000 al año por jugar baloncesto para poder ir de casa en casa como testigo de Jehová es aturdidor. [...] Pero antes que alguien vaya a catalogar de loco a Meyers, sería bueno que conociéramos mejor al hombre que tomó la decisión. [...]

”A él le encanta hablar acerca de su familia... acerca de su esposa, Linda, de su hijito y de su hija. Cuando las conversaciones giraban en torno al baloncesto [las proezas que había ejecutado en algún juego], sin falta cambiaba el tema de modo que elogiaba a sus compañeros de juego y hablaba sobre las anotaciones y los árbitros. Pero cuando hablaba acerca de su familia, sobre temas como el que su hija estaba aprendiendo a caminar o que su esposa había dejado de fumar, eso lo animaba e infundía en él un gran deseo de conversar.

”‘Muchas personas van a creer que estoy loco’, dijo él el miércoles por la noche, solo unas horas después de su conferencia de prensa formal. ‘Pero, en realidad, lo que quiero es llegar a hacer las cosas más importantes de mi vida, como las que se relacionan con mi familia y mi religión.’

”Debería ser admirado por tener el valor de vivir de acuerdo con sus creencias”.—1 de mayo de 1980.

[Fotografía en la página 25]

El amor que siento por mi familia y por Jehová... esto es lo que me trae felicidad ahora

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