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  • g86 8/1 págs. 16-19
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  • “¿Volveré a andar alguna vez?”
  • ¡Despertad! 1986
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¡Despertad! 1986
g86 8/1 págs. 16-19

“¿Volveré a andar alguna vez?”

AQUEL lunes por la mañana de septiembre de 1983 fui a recoger mi maletín como era de costumbre. Intenté levantarlo por el asa. ‘Qué extraño’ —pensé— ¡se me escurrió de entre los dedos! No tenía fuerza en la mano. Al principio pensé que tendría la mano dormida debido a alguna mala postura durante la noche y que pronto se me pasaría. Pero no fue así. A medida que avanzaba el día el problema empeoraba.

Para la mañana siguiente había perdido la fuerza de las dos piernas. Solo podía levantarme de la cama con la ayuda de mi esposa Bárbara. Me convencí de que tenía que ir al médico.

Llegamos a un pequeño hospital de Botwood, Terranova, donde me examinaron tres médicos. Después de la consulta, me dijeron que creían que tenía polineuritis, un tipo de parálisis conocido como Síndrome de Guillain-Barré o SGB. Para asegurarse, me enviaron al hospital de Grand Falls, una ciudad de mayor tamaño de Terranova. Allí me examinó un neurólogo. Con pruebas sencillas confirmó el diagnóstico previo: ¡polineuritis! (Véase el recuadro adjunto: “¿Qué es el SGB?”.) Me advirtió que a medida que pasara el tiempo me iría encontrando más débil. ¡Eso no costaba trabajo creerlo! ¡Ya tenía que luchar por más de diez minutos sólo para ponerme los calcetines!

Concordé en ir al hospital de St. John, la mayor ciudad de Terranova, para tratamiento. Bárbara me llevó en automóvil hasta esta ciudad, a 480 kilómetros (300 millas) de nuestra casa. Recuerdo que durante el viaje me pidió que cambiara la emisora de la radio del automóvil, pero ¡ni para eso tenía fuerzas! No podía ya ni andar. Las preguntas que me preocupaban eran: ‘¿Volveré a andar alguna vez? ¿Tendrá que cargar mi esposa con la responsabilidad de cuidarme el resto de mi vida?’.

Cuando llegamos al hospital, no podía tenerme. Era una frustración... y me asustaba un poco a veces. Aquí también el jefe del equipo de neurología dijo: “No hay duda. Usted tiene polineuritis, o SGB”.

Aquella noche estaba decidido a comer por mí mismo. ¡Pero deberían haberme visto! ¡Comida sobre la cabeza, incluso detrás de las orejas! Simplemente no podía coordinar las manos ni los brazos. Aún podía hablar, pero a la mañana siguiente estaba completamente paralizado. No sentía dolor, pero tenía una sensación de hormigueo.

La parálisis se me extendió al abdomen y me afectó la respiración. Cada dos horas tenían que controlarme la respiración. Entonces empezó el dolor... dolor irresistible. Sentía unas punzadas en las rodillas y los hombros como si fuera un gigantesco dolor de muelas. Ese fue el peor tiempo que pasé. Duró varias semanas. Como no podía tocar el timbre cuando lo necesitaba, tenía que gritar para que acudieran las enfermeras y me cambiaran de posición. Las enfermeras me aplicaban compresas calientes, las cuales me aliviaban el dolor durante unos 20 minutos. Los médicos me animaban diciéndome que aunque no era fácil aguantar el dolor, era una buena señal de que los nervios empezaban a recuperarse.

“¿Ha empezado ya la depresión?”

La mejor ayuda de todas era cuando Bárbara venía cada día y me edificaba espiritualmente leyéndome de la Biblia y de publicaciones bíblicas. También me daba de comer y me ayudaba en la fisioterapia que tenía que hacer.

A veces las enfermeras llamaban a Bárbara y le preguntaban en voz baja: “¿Ha empezado ya la depresión?”. Saben que esta enfermedad produce una intensa presión emocional. Y, en realidad, hubo momentos en que me sentí desanimado, incluso asustado, pensando: ‘Puede que esta enfermedad afecte mi carrera, y tenga que dejar la obra de superintendente viajante que tanto quiero’. Pero con el ánimo que me daba Bárbara y las visitas de otros miembros de las congregaciones locales de testigos de Jehová, seguí luchando para pensar de modo positivo.

Otra cosa que me ayudó a aguantar fueron los baños tibios. Me ponían en una silla especial, me llevaban en ella hasta la sala de baños, y ahí me introducían en agua tibia, muy relajante. Me era de gran ayuda y me aliviaba el dolor de las articulaciones. Podía sentir la sensación de calor en la piel aunque no tenía reflejos. En lo que respecta a alivio físico, ¡este era el mejor momento del día!

Me ayudó, también, el tener presente lo que los médicos nos habían dicho, a saber, que aunque podía tomar varios meses o incluso un año, en mi caso era muy posible una recuperación completa. Ese fue uno de los factores que me ayudó a seguir adelante.

Al cabo de unas pocas semanas, como parte de la terapia, me ponían en una silla y me pedían que me incorporara. ¡El dolor era agonizante! Al principio sólo podía aguantar unos cuantos minutos. Otra paciente con esa enfermedad dio en el clavo cuando dijo: “El dolor es similar al que se siente cuando uno se da un golpe en el hueso de la alegría... solo que no cesa”.

A medida que los días pasaban, intentaba permanecer sentado por períodos más largos. Además, mi esposa me daba un paseo en una silla de ruedas por el hospital y así podía visitar a los otros dos pacientes que también tenían el SGB. Aunque había oído que solo una persona en medio millón es afectada por esa enfermedad, sorprendentemente, ingresaron en el hospital después de mí dos personas más con este mismo síndrome.

“Bien, ¿cuán lejos puede ir solo?”

Después de tres semanas de una parálisis total, ¡qué alegría levantarme una mañana y ver que podía mover un poco el dedo pulgar! Esta experiencia contribuyó al ánimo que me había dado el médico de que podría producirse una recuperación en poco tiempo. Poco a poco pude ir moviendo cada uno de los otros dedos.

Después de aproximadamente un mes de hospitalización, las enfermeras me pusieron en la silla de ruedas, le dieron un pequeño empujón y dijeron: “Bien, ¿cuán lejos puede ir solo?”. Aún no me sentía muy fuerte, pero intenté mover las ruedas con las palmas de las manos. Aunque tenía que pararme con frecuencia para descansar, con gran esfuerzo —y con el rostro empapado de sudor— ¡pude recorrer todo el pasillo! Me sentí tan satisfecho de haberlo logrado.

¡El primer intento de ponerme de pie fue verdaderamente aterrador! El dolor era tan intenso que no puede describirse. Por un momento pensé que las piernas se me iban a introducir en el cuerpo. Pero cada día intentaba hacer un poco más que el día anterior. A medida que fui progresando, se me suministró un andador, de modo que cada vez podía valerme más por mí mismo. Aprendí a tener paciencia.

Poco tiempo después se me permitió pasar un fin de semana en casa con algunos amigos para ver cómo respondía. Bárbara podía cuidarme mejor en casa. Naturalmente, no quería depender totalmente de los demás, pero no podía hacer nada al respecto. Así que aprendí la lección de aceptar humildemente el cuidado amoroso de otros cuando este es necesario.

A medida que fui recuperándome y dándome cuenta de cómo el cuerpo se iba reparando, pensaba a menudo en el texto que dice: “De manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho”. (Salmo 139:14.) Aprendí a apreciar el cuerpo humano en la adversidad. Qué emocionante era ahora cada día levantarme y pensar: ‘¿Qué podré hacer hoy que no podía hacer ayer?’.

‘¡Usted tiene contactos con un poder más elevado!’

A mis médicos les impresionó mucho mi recuperación relativamente rápida. La mayoría de las personas tardan mucho en poder andar de nuevo. Una enfermera me dijo: “Lo que creo que ha contribuido a su rápida recuperación es el excelente apoyo y amor de su congregación”. Eso me enseñó una lección valiosa: la necesidad de visitar y animar a aquellos que no se sienten bien o que están sufriendo de algún modo. Mi esposa guardó un registro de todos aquellos que nos visitaron. Pues, ¡más de 300 personas nos visitaron durante mi recuperación!

Llegó el final de la quinta semana de hospitalización y estaba ansioso por oír el informe del médico. Finalmente entró a verme y me dijo que ya podía volver a casa. Tenía que volver al hospital periódicamente para la fisioterapia y ciertos reconocimientos. Diez días después devolví el andador al hospital explicando que estaba determinado a andar de nuevo por mí mismo. Di las gracias al médico por sus atenciones, pero él dijo: “No me dé las gracias a mí. ¡Usted tiene contactos con un poder más elevado que el nuestro!”.

Seguí recuperándome en casa, pero aún tenía poca fuerza en las manos. De hecho, tuve que esperar hasta el mes de febrero para reanudar, de modo limitado, el trabajo normal de ministro viajero de los testigos de Jehová en el Canadá oriental. Habían pasado cinco meses desde aquel lunes de septiembre en que el maletín se me escurrió de entre los dedos. Estuve paralizado... ¡pero ahora puedo andar de nuevo!—Según lo relató Winston Peacock.

[Fotografía en la página 17]

Estuve paralizado, pero ahora puedo andar de nuevo... ¡y asir mi maletín!

[Recuadro en la página 16]

¿Qué es el SGB?

El Síndrome de Guillain-Barré (nombres de los neurólogos franceses que lo descubrieron) es un misterio para los científicos. Todavía no se conoce la causa exacta, aunque parece que sigue a algunas infecciones víricas de menor importancia. Quienes lo padecen suelen recuperarse espontáneamente, aunque también puede sobrevenir la muerte si la parálisis se extiende al sistema respiratorio. Así, el Journal of Neurosurgical Nursing dice que “lo único que se puede hacer por estos pacientes es cuidarlos bien”.

En este síndrome, se cree que el cuerpo, después de una infección, produce anticuerpos para atacar el revestimiento —la funda de mielina— de los nervios. Estos nervios afectados ya no pueden conducir los electrones que controlan la acción muscular. Como resultado, sobreviene la debilidad y se produce la parálisis. La recuperación comienza cuando los nervios empiezan a revestirse de nuevo. Puede tardar tanto como 18 meses, y en menos de una tercera parte de los casos el síndrome es doloroso.

Laura Barry, escribiendo en The Canadian Nurse, observó las diferentes etapas por las que pasan la mayoría de los pacientes del SGB: “Uno sigue no queriendo creer que padece de esta enfermedad pero a la vez empieza a sentirse más y más débil. [...] Sobreviene el enojo: ‘¿Por qué a mí?’. [...] Cuando el paciente se da cuenta de que no puede controlar la enfermedad [...] frecuentemente llega a la depresión, que en los casos de pacientes que sufren del Síndrome de Guillain-Barré puede ser abrumadora”.

La enfermera Barry llega a la conclusión de que, para asegurar la recuperación, se necesita la ayuda de las enfermeras así como de los familiares y amigos. Con la ayuda de ellos el paciente puede llegar a aceptar su situación, y “cabe esperar que para ese tiempo la enfermedad haya llegado a su cenit y no progrese más”.

[Recuadro en la página 19]

¡Recuerde al paciente!

Recomendaciones para cuando visite a amigos hospitalizados

• Esté poco tiempo para no cansar al paciente

• Si va en grupo, trate de limitar la visita a dos personas cada vez; un número mayor puede cansar al paciente

• Hable en voz baja; hablar alto puede molestar a otros pacientes

• Hable de cosas positivas y edificantes

• Trate de discernir las necesidades del paciente. Ofrézcase para ayudar a los miembros de la familia de modo que ellos tengan tiempo de visitar al paciente tanto como sea posible

• Ofrezca el transporte que sea necesario

• Si el paciente está durmiendo o recibiendo tratamiento, deje una pequeña nota o tarjeta

• Una palmadita en la mano o un ligero apretón de manos puede ser reconfortante para el paciente

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