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  • g86 22/12 págs. 16-19
  • Exploración de la última gran frontera de la Tierra

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  • Exploración de la última gran frontera de la Tierra
  • ¡Despertad! 1986
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¡Despertad! 1986
g86 22/12 págs. 16-19

Exploración de la última gran frontera de la Tierra

TRABAJABA yo de buzo cuando un día recibimos una llamada informándonos que un velero catamarán se había volcado debido a una marejada cerca de las costas de la Florida (E.U.A.). ¿Cuál era nuestro trabajo? Recuperar la embarcación y devolverla a su dueño.

Llegamos al lugar indicado, cerca de Mayport, Florida, alrededor de las dos de la tarde. Allí estaba el velero flotando boca abajo semisumergido. Las suaves olas de cuatro pies (poco más de 1 metro) mecían la embarcación a medida que lentamente se movía hacia el norte en la Corriente del Golfo. Pero los vientos y el oleaje iban aumentando paulatinamente, de hecho, en camino al lugar del siniestro, el otro buzo se mareó un poco.

De modo que tuve que hacer el descenso solo. Nadé hasta el velero usando mi equipo de buzo, pero sin ir atado a ninguna línea (con la que se comunica el buzo). El plan era que yo desenganchara todo el aparejo, las velas y el mástil y dejara solo el casco y la cabina. Y que entonces, tras haber salido a la superficie, atara la embarcación para remolcarla.

Entré en el agua y me dejé hundir 10 pies (3 metros) y con facilidad nadé hasta el velero. ¡Qué panorama! Las velas se mecían en la corriente y cientos de peces nadaban entre ellas. Mucho más abajo, apenas distinguible, estaba el suelo oceánico. De alguna manera todo aquello me embelesó. ¡Pero muy pronto regresé a la realidad!

No me encontraba solo. ¡Tenía por lo menos una docena de tiburones a mi alrededor! Estaban a una distancia de unos 20 a 30 pies (6 a 9 metros), moviéndose lentamente pero acercándose cada vez más. Sabía que me hallaba muy lejos de nuestra embarcación. ¿Qué podía hacer? Un poco más adelante estaba la cabina de la embarcación hundida. La puerta estaba completamente abierta meciéndose con el bamboleo de la embarcación. ¡Mi meta ahora era llegar a esa cabina!

Me contuve de nadar frenéticamente, pero, aún así, cada movimiento lo hacía con urgencia en dirección a la cabina. Seguí mirando a cada uno de los tiburones que tenía cerca hasta que me hallé próximo al velero. Entonces fue cuando lo vi. Allí, debajo de la cabina había un inmenso tiburón de ¡más de 14 pies (4 metros) de largo! Fácilmente podía comerse a cualquiera de los otros tiburones... ¡y a mí también!

No había manera de parar ahora. Por alguna razón no se movió al acercarme a él; en poco tiempo estaba yo en la cabina con la puerta cerrada. A manera de pestillo, pasé el mango de unas tenazas por el tirador de la puerta y me recosté para ver qué pasaba. Todos los tiburones se acercaron a unos cuatro o cinco pies del velero y allí se quedaron. Aquí estaba yo, encerrado en un velero semihundido boca abajo, a 70 millas (113 kilómetros) de la costa y deseando estar en algún otro lugar. ¡En cualquier otro lugar!

Aprovechando que estaba dentro, inspeccioné ambos cascos y la sección de la cabina. Había bastante aire atrapado en los cascos moldeados y eso es lo que respiré. Una hora después volví a la puerta. Los tiburones se habían alejado y apenas se les distinguía. El capitán de nuestra embarcación estaba nervioso y navegaba en círculos en la zona. Pero ¿qué hay del gran tiburón?

Abrí la puerta para mirar debajo de la embarcación. Todavía estaba allí y nos miramos cara a cara. Volví a entrar en la cabina y unos segundos después él salió de debajo de la embarcación y se colocó justamente debajo de la puerta. Parece que quería que yo volviera a salir y me le pegara al hocico. Pero yo no iba a darle una segunda oportunidad. Me consideré muy afortunado de que el animal estuviera en tal letargo.

Seguí mirando y esperando, y finalmente los tiburones, incluso el grande, fueron alejándose poco a poco. ¡Qué alivio sentí! Esa fue una de las expediciones de buceo más impresionantes en que he estado en los más de 20 años que llevo explorando la última gran frontera de la Tierra: el mar.

Mi carrera de buzo

Comencé a bucear con escafandra autónoma en 1957 en el sur de la Florida, pasando horas en el océano con aletas, máscara y tubos de respiración. En ese tiempo en los arrecifes costeros abundaba la vida marina... cientos de barracudas se paseaban por los corales, había langostas por todas partes y miles de peces preciosos de brillantes colores.

En el verano de 1958, mientras buceaba con un par de amigos cerca de las costas de la Florida, encontramos los restos de un barco español, casi intactos. El barco descansaba sobre el arrecife coralino. De hecho, el ancla de la nave estaba donde había caído, incrustada en el coral. A poca distancia yacía un cañón, varios mosquetes y otros objetos. Con el tiempo, la fascinación por estas cosas condujeron a que hiciera del buceo comercial la carrera de mi vida.

En busca de submarinos averiados

Después de trabajar varios años por mi cuenta como buzo, me alisté en la Marina de los Estados Unidos y en 1960 asistí a la escuela de buzos de la Marina en Cayo Hueso, Florida. Tras completar mi adiestramiento, se me ordenó que me presentara en New London, Connecticut, para servir en uno de los buques de la Marina de rescate de submarinos. Este se llamaba el USS Sunbird ASR-15. Navegábamos desde Terranova, al norte, hasta las Bermudas, al sur. Periódicamente también viajábamos por el mar Mediterráneo. Los buques como el nuestro estaban destinados a rescatar el personal atrapado en submarinos averiados en el fondo del mar.

Nuestra campana de buzo podía llegar a submarinos sumergidos a una profundidad de 850 pies (250 metros). Teníamos un personal completo de buzos con el equipo necesario para bucear a grandes profundidades. El uso de oxígeno y helio como gas para respirar nos permitía descender a más de 400 pies (120 metros). El buque y el personal practicaban con cuidado todas las fases de las técnicas en el rescate de submarinos en todo tipo de condiciones del tiempo. Pensé: ‘¡Por fin estoy sacándole provecho al amor que siento por el buceo!’. Pero me esperaba un gran desengaño.

Por ejemplo, en abril de 1963 se informó que el submarino nuclear USS Thresher SSN-593 estaba demasiado retrasado de un viaje que había hecho para realizar unas pruebas a grandes profundidades cerca de la costa de Nueva Inglaterra. Dado que estábamos trabajando cerca, llegamos al lugar indicado en pocas horas. Pero el Thresher estaba sumergido a una profundidad demasiado grande para el equipo que teníamos. Perdimos el submarino a 8.400 pies (2.500 metros) de profundidad. El océano estaba más calmado que de costumbre el día que una aeronave lanzó desde poca altura una corona de flores al mar. Eso fue todo lo que pudimos hacer por las 129 almas que se perdieron en lo profundo del mar. ¡Cuán inútil me sentí!

Las oraciones que se hicieron a favor de aquellos hombres me hicieron reflexionar. Me di cuenta por lo que sucedió que los submarinos nucleares estaban bajando a una profundidad en la que nuestro sistema de rescate era inútil. De modo que en noviembre de 1963, frustrado y desilusionado, dejé la Marina.

‘El mar entregó los muertos’

Empecé a trabajar de buzo comercial para una pequeña compañía de buzos en Jacksonville, Florida. Siempre había trabajo en este oficio. Se necesitaban buzos para inspeccionar puentes del sistema férreo. Cuando se tienden cables de comunicación que cruzan vías fluviales navegables, hay que colocarlos en zanjas submarinas que se abren con propulsores de agua a presión. Había trabajo para buzos cortando y soldando acero bajo el agua.

Especialmente interesante era la recuperación de embarcaciones hundidas como barcazas, remolcadores y otras naves pequeñas. Abríamos un túnel en el lodo debajo de la embarcación hundida por el cual pasábamos inmensos cables para atar el casco y entonces levantábamos la embarcación con una grúa pesada.

Fue durante un largo viaje en el que inspeccionaba tuberías submarinas que aprendí algo que grandemente apeló a mi amor por el mar y a mis sentimientos por los que han muerto en él. Conocí a un testigo de Jehová, y poco después mi esposa y yo accedimos a estudiar la Biblia.

Me proporcionó mucho alivio aprender que esta hermosa Tierra y sus océanos no serían calcinados con fuego como se me había enseñado en la Iglesia Bautista. (Salmo 104:5; Eclesiastés 1:4.) Quedé fascinado con la enseñanza de que los muertos, hasta los que habían muerto en el mar, iban a ser resucitados. Textos como Revelación 20:13 de veras me llegaron al corazón: “Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos”. Yo quería vivir para siempre en una Tierra paradisíaca. Poco después, el 4 de septiembre de 1966, mi esposa y yo nos bautizamos.

Innovaciones en el campo del buceo

El buceo ha cambiado mucho desde que me inicié en él a fines de los años cincuenta. Para los que bucean por deporte, el buceo con escafandra autónoma les abrió las fronteras de los océanos. No obstante, para disfrutar de este deporte con seguridad, se necesita mucho entrenamiento.

Es el buzo comercial quien realmente ha visto los cambios. Cuando comencé a bucear, podíamos descender hasta unos 150 pies (45 metros) usando aire comprimido para respirar. Pero hoy día hay cascos muy bonitos, hechos de fibra de vidrio y neopreno, y los buzos utilizan un gas que les permite trabajar con facilidad en agua salada a una profundidad superior a la de ¡los 1.000 pies (300 metros)! Los buzos llevan consigo toda clase de instrumentos especiales, como cámaras de televisión submarinas que envían a televisores en la superficie las imágenes a todo color. Lo que la cámara capta bajo el agua, el equipo en la superficie lo graba en cinta de vídeo con sonido, la cual está lista para verse al instante.

Los buzos que trabajan a grandes profundidades pasan tanto tiempo sumergidos que su organismo se satura de nitrógeno. Cuando ocurre esto, el tiempo que se necesita para la descompresión es igual al tiempo que hayan pasado en la profundidad misma, prescindiendo de cuánto haya sido. Pueden vivir y trabajar a grandes profundidades una semana o hasta más tiempo. A medida que regresan a la superficie, sus sistemas de buceo o hábitat sirven de cámara de descompresión, proceso que concluyen en la superficie.

En mi opinión, no hay otro lugar de la Tierra que tenga el mismo misterio que las profundidades del mar. Más allá de los arrecifes coralinos, donde el mar es profundo y azul, hay millones de millas cuadradas de océano que todavía esconden tesoros de recursos naturales útiles al hombre. Su fondo está salpicado con los restos de naufragios del pasado y del presente. Muchos de ellos sirven de mansiones submarinas para una innumerable cantidad de peces. ¡Cuánto estimulan mi imaginación tales naufragios!

Sin duda, ¡los océanos son un maravilloso don de Dios! Quizás en su justo nuevo sistema podremos explorar los mares y, por ser parte de su hermosa Tierra, disfrutar de ellos para siempre. (Según lo relató Oscar Sam Miller.)

[Fotografía en la página 18]

El Thresher se averió luego a más de 2.500 metros de profundidad con 129 hombres a bordo. Demasiado profundo para rescatarlos

[Reconocimiento]

Fotografía de la Marina de los Estados Unidos

[Ilustración en las páginas 16, 17]

¡Tenía por lo menos una docena de tiburones a mi alrededor!

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