El prestar atención a una advertencia puede salvarle la vida
LA ADVERTENCIA puede ser una señal de tráfico que indique limitación de velocidad, peligro o ceda el paso; o puede ser una luz ámbar intermitente. Puede estar en el frasco de un medicamento o en el de un producto venenoso. El prestar atención a esas advertencias no representa una gran molestia y puede salvarle la vida.
Sin embargo, en algunos casos pudiera significar una interrupción en nuestros planes o la pérdida de bienes materiales. Una señal de alarma que advierta que se avecina una tormenta o un huracán quizás requiera que los pescadores regresen a tierra o que no salgan del puerto y, por lo tanto, no trabajen ese día. Es posible que ciertas advertencias no solo interrumpan los planes de las personas, sino que también signifiquen abandonar el hogar y las posesiones, o soportar la molestia de alojarse temporalmente en un refugio. A veces, las personas no prestan atención a tales advertencias y, como consecuencia, pierden la vida.
Por ejemplo, en la primavera del año 1902 todo parecía ir bien en la hermosa isla caribeña de Martinica. Pero entonces se presentó una advertencia: la montaña Pelada, una montaña volcánica situada a unos ocho kilómetros (cinco millas) de Saint-Pierre —la ciudad principal de la isla—, entró en actividad. Cuando el volcán comenzó a arrojar humo, cenizas y escorias, y a emanar gases de olor acre, la gente de la ciudad empezó a inquietarse. Las condiciones siguieron empeorando, por lo que todos deberían haberse dado cuenta de la inminencia de un verdadero peligro.
Se pasan por alto las advertencias
Como se acercaba el tiempo de la zafra (cosecha de la caña de azúcar), los negociantes de Saint-Pierre aseguraron a la gente que no había peligro. Los políticos, interesados en las elecciones que se aproximaban, no querían que la gente huyera, y por eso también decían que no había razón para alarmarse. Los líderes religiosos cooperaron con los políticos y los negociantes diciendo a sus feligreses que todo iba bien. Entonces, el 8 de mayo, la montaña Pelada hizo explosión con un tremendo fragor. Negras nubes de elevada temperatura se precipitaron sobre Saint-Pierre; murieron aproximadamente treinta mil personas.
El monte Santa Elena, situado en el estado de Washington (Estados Unidos), había sido durante muchas generaciones un remanso de paz y serenidad. En esa zona abundaba una gran variedad de fauna silvestre, y era ideal para las excursiones y la pesca. Pero en marzo de 1980 empezaron a aparecer señales de peligro: numerosos temblores de tierra y pequeñas emanaciones de vapor. A principios de mayo, la montaña estaba dando muestras de una actividad más intensa. Los funcionarios locales y estatales empezaron a advertir del peligro a los que vivían en la zona del volcán.
No obstante, algunos se quedaron allí, y otros no prestaron atención a las señales de advertencia en cuanto a mantenerse alejados de la zona de peligro. De repente, a primeras horas del domingo 18 de mayo, hubo una tremenda explosión que cercenó unos cuatrocientos metros (mil trescientos pies) de la cima de la montaña e hizo llover destrucción sobre plantas y animales, así como sobre unas sesenta personas que no habían prestado atención a las advertencias que se dieron.
En contraste, en noviembre de 1986, el monte Mihara, de la isla de Izu Oshima (Japón), entró en erupción repentinamente, lo que supuso una amenaza para toda la isla y para los diez mil isleños y turistas que se encontraban allí. Cuando se hizo el anuncio: “¡Hay que evacuar la isla ahora mismo!”, prestaron atención a la advertencia. Los siguientes artículos, redactados por el corresponsal de ¡Despertad! en Japón, narran lo que sucedió.