Una advertencia a la que no hicieron caso
EL 18 de mayo de 1980, el monte St. Helens en los Estados Unidos rompió su silencio de 123 años. Una poderosa erupción voló 396 metros (1.300 pies) de su cúspide, destruyó unos 595 kilómetros cuadrados (230 millas cuadradas) de hermosos bosques y mató a más de 60 personas.
La erupción no ocurrió sin que diera advertencia. Aproximadamente dos meses antes un gran terremoto sacudió la zona, y muchos otros temblores le siguieron con más y más frecuencia. El 27 de marzo la montaña lanzó al aire una columna de cenizas y vapor que alcanzó una altura de unos seis kilómetros (4 millas). A pesar de que para abril la montaña estaba relativamente en calma, en la cara norte se estaba formando una protuberancia muy notable, la cual crecía a razón de 1,5 metros (5 pies) por día.
Para los científicos esas señales indicaban claramente la inminencia de una erupción. Se dieron advertencias para que la gente abandonara la zona de la montaña. Pero muchos no hicieron caso.
Harry Truman, dueño de un albergue en Spirit Lake, cerca de la falda de la montaña, rehusó abandonar la zona. Llevaba 50 años viviendo allí y no podía creer que su amada montaña fuera a cambiar la tranquilidad de aquellos alrededores. Otras personas entraron con sus vehículos por caminos cerrados al paso a fin de acampar y observar la montaña desde el bosque engañosamente tranquilo.
Cuando ocurrió la gigantesca explosión, la montaña lanzó ceniza y gases calientes a una velocidad de ¡más de 320 kilómetros (200 millas) por hora! Millones de abetos fueron derribados, y las personas que no prestaron atención perdieron la vida. Algunas murieron en sus intentos por sacar fotografías. Harry Truman y su albergue quedaron sepultados bajo unos 12 metros (40 pies) de lodo hirviente.
Torrentes de lodo bajaban por la montaña a unos 80 kilómetros (50 millas) por hora. El piloto de un helicóptero advirtió a varias personas que se hallaban en el paso de uno de los torrentes, pero algunas rehusaron prestar atención a la advertencia. El piloto dijo: “No podía creerlo. Les estaba diciendo lo que se avecinaba y ellas solo se reían y me hacían señas de que me fuera”. Poco después sus risas se tornaron en pánico.
El no hacer caso a las advertencias confiables no es algo fuera de lo común, en especial cuando están relacionadas con algo que la gente nunca ha experimentado personalmente. Piensan que nada cambiará debido a que las condiciones han seguido siendo las mismas desde los días de sus antepasados. Tal actitud resultaría ser desastrosa si hiciera que uno no prestara atención a una antigua advertencia de una catástrofe que se avecina, una que sobrepasará por mucho la erupción del monte St. Helens. ¿Cuál es esa catástrofe? ¿Cuál es la actitud de usted hacia tal advertencia? ¿La rechazará, o estará dispuesto a hacerle caso y sobrevivir? Vea en el próximo artículo de qué se trata esta advertencia.
[Reconocimiento en la página 3]
H. Armstrong Roberts