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¡Despertad! 1981
g81 22/4 págs. 12-15

Cuando el monte St. Helens... reventó

El silencio de las primeras horas de la mañana del domingo 18 de mayo de 1980 fue roto violenta y súbitamente cuando una explosión 2.500 veces mayor que la de la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima se oyó y sintió por todo el sudoeste del estado de Washington y el noroeste de Oregón, E.U.A. El monte St. Helens, a unos 70 kilómetros al nordeste del área de Portland-Vancouver, había hecho erupción súbitamente.

LA HISTORIA de la erupción del monte St. Helens empezó en marzo, cuando los científicos empezaron a medir la intensidad de unos terremotos que estaban ocurriendo en la montaña misma y debajo de ella. Aquellos temblores fueron una señal clara de lo que sucedería el 27 de marzo y de nuevo en mayo. Se notaron las primeras señales de actividad volcánica el 27 de marzo. Hubo erupciones menores de vapor, y para entonces los terremotos eran ocurrencia diaria.

El monte St. Helens tenía una altitud de 2.950 metros y presentaba una vista majestuosa a toda persona cuyo deleite es ver cimas cubiertas de nieve y bosques verdes y lagos hermosos. Desde que ocurrió la erupción del 18 de mayo, todo eso ha desaparecido. Alrededor del 10 de mayo los geólogos notaron que en el lado norte de la montaña crecía una protuberancia a razón de 1,2 a 1,8 metros por día. Ocho días después, la montaña sorprendió a casi todo el que vigilaba su actividad cuando hizo una erupción que se sintió hasta una distancia de 320 kilómetros.

Toneladas de humo y cenizas fueron arrojadas al aire a gran altura, y descendieron después y se asentaron a un espesor de 10 a 15 centímetros en algunos lugares. Durante ese tiempo, los vientos estaban soplando hacia el este, de modo que llevaron la ceniza y la dejaron caer en lugares tan alejados en el este como Montana, pero la ceniza fina siguió adelante y pasó a una altura de 12.200 metros sobre la ciudad de Nueva York.

Se hizo muy difícil respirar, y el peligro que la ceniza presentó a la salud fue especialmente grave en el caso de las personas que tenían problemas respiratorios. Había animales esparcidos por tierra, víctimas de la ceniza fina que les había llenado los pulmones. Los automóviles se detenían cuando la ceniza les atascaba los filtros de aire. La ceniza irritaba los ojos y los conductos nasales de toda persona, e hizo la vida en general fastidiosa por varios días después de la erupción. Las ciudades del este de Washington sacaron su equipo quitanieves y lo utilizaron para limpiar las calles. Los dueños de casa se vieron obligados a limpiar las aceras y quitar la ceniza de los techos para evitar que la acumulación se hiciera demasiado pesada. Todas las cosechas de la parte oriental del estado quedaron cubiertas de ceniza.

La devastación

La erupción del monte St. Helens abarcó unos 415 kilómetros cuadrados, y arrasó cuanto halló en su camino. Fue increíble la devastación que causó cerca de la montaña. La explosión allanó más de 140 kilómetros cuadrados de árboles maderables y otra vegetación. El intenso calor quemó por completo todo el follaje verde, y cuando el terreno se observaba desde el aire parecía que estaba cubierto de una alfombra de astillas o palillos de fósforo. El cercano lago Spirit, que en un tiempo había sido una joya resplandeciente engastada entre montañas majestuosas, quedó lleno de troncos y fango. Toneladas de deyección volcánica arrastrada desde la montaña obstruyeron corrientes como los ríos Toutle y Cowlitz y otros, hasta el poderoso río Columbia.

Con el tiempo, fue tan enorme la cantidad de deyección volcánica que logró acumularse río abajo que unos 15 kilómetros del río Columbia quedaron tan obstruidos que ningún barco podía navegar por allí. En cooperación con los puertos de Portland y Vancouver, el cuerpo de ingenieros del ejército se puso a trabajar día y noche para abrir un canal que permitiera la navegación. Utilizando 10 inmensas dragas, se empezó a abrir un canal de 10 metros y medio. Se comenzó la tarea de quitar unos 17 millones de metros cúbicos de deyección, a un costo que se calculó en 44 millones de dólares.

El costo en dólares

No se pudo saber inmediatamente a lo que ascendería el costo total de la devastación, pero los funcionarios del gobierno opinaban que llegaría a miles de millones de dólares. El valor de las cosechas que se perdieron pudiera ascender a millones de dólares. Se calculó que durante el tiempo en que el río Columbia estuvo obstruido la cantidad de ingresos que los puertos de Portland y Vancouver perdieron ascendió a casi cinco millones de dólares al día. La pérdida total de madera debida a los árboles allanados se fijó en 500 millones de dólares... y hubo quienes compararon esto con perder 200.000 viviendas que pudieran alojar a una familia cada una. Era posible que la agricultura del este de Washington sufriera una pérdida calculada en 313 millones de dólares, pero los peritos decían que esa cifra era mínima y que la pérdida podía ser mayor. Los daños al patrimonio forestal del Estado ascendieron a 134 millones de dólares. La lista sigue y no parece tener fin.

El elemento humano

La parte más trágica de la historia del monte St. Helens es el hecho de que más de veinte personas murieron y otras veintenas desaparecieron. Cierto hombre, que estaba a unos 25 kilómetros del centro de la explosión, recibió quemaduras de tercer grado, y otro murió debido al calor. Otras personas murieron debido a que inhalaron cantidades excesivas de ceniza.

A pesar de las advertencias de no ir a la montaña, muchos se arriesgaron innecesariamente y fueron, mientras que otras personas pusieron la vida en peligro en su esfuerzo por lucrarse de la devastación. Por ejemplo, toneladas de troncos y despojos llenaron los ríos Toutle y Cowlitz. Se veía a personas en barquetes, y hasta en troncos, recobrando la madera.

Debido a la lluvia de cenizas, se avisó a los residentes al este del monte St. Helens que usaran máscaras que les protegieran los pulmones. Algunos comerciantes se pusieron a vender estas mascarillas a precios exorbitantes, mientras que otros vendieron filtros de aire para los automóviles a 30 dólares y más.

Aunque hubo personas de esta clase, la mayoría de la gente se mostró muy cooperadora y dispuesta a ayudar. Se exigió que la velocidad de los automóviles se redujera a 25 kilómetros por hora en el área. La mayor parte de los conductores cumplieron con esta regla.

¿Qué hay del futuro?

¿Qué hará la montaña ahora? Esa era la pregunta que predominaba en la mente de la gente del área semanas después de la erupción. Para fines de mayo los geólogos descubrieron que había empezado a formarse un promontorio redondeado en el cráter del monte St. Helens. Al pasar en avión sobre el cráter, vieron roca fundida, “agitada e incandescente,” formando este promontorio. Sin embargo, las erupciones posteriores han volado este promontorio y han hecho llover ceniza sobre zonas extensas.

A medida que la roca fundida sube por fuerza y se amontona, la parte de arriba se enfría y esta nueva materia sube y se empuja hacia los lados para formar un promontorio. Muchas veces estas acumulaciones de lava aumentan la altura de la montaña. En 1957 una montaña del este de Siberia hizo erupción y después de eso se formó un promontorio de lava que ascendió casi 300 metros en un año.

¿Hará erupción alguna vez el monte St. Helens junto con torrentes espectaculares de lava que desciendan por sus laderas, a la manera que lo hacen los volcanes hawaianos? Los geólogos dicen que eso no es posible. Los volcanes de la cordillera de las Cascadas —donde está situado el monte St. Helens— tienen roca fundida que es más espesa y no puede fluir de esa manera. Tal como un batido de leche que se derrama no fluye con la misma facilidad que el agua, así la roca fundida del monte St. Helens no descenderá fluyendo por las laderas como la lava de los volcanes hawaianos.

El monte St. Helens podría seguir expresándose violentamente por los siguientes 30 años.

Ciertamente aquella hermosa y majestuosa montaña que en un tiempo encantaba a los turistas perdió gran parte de su atractivo cuando perdió la calma y reventó en furia. En un tiempo tenía una altitud de 2.950 metros, pero ésta ha sido rebajada por unos 295. ¿Recobrará el monte su anterior altitud cuando se amontone en el futuro algún promontorio de lava? Solo el tiempo dirá.

[Ilustración de la página 13 (completa)]

[Recuadro en la página 15]

LISTA DE BAJAS EN LA FAUNA

5.250 UAPITIES (CIERVOS DE GRAN TAMAÑO)

6.000 CARIACUS DE LAS SIERRAS

200 OSOS NEGROS (AMERICANOS)

100 CABRAS DE LAS MONTAÑAS ROCOSAS

15 LEONES AMERICANOS (PUMAS)

441.000 SALMONES, TRUCHAS ARCO IRIS Y OTRAS TRUCHAS

1,5 MILLONES DE AVES Y MAMÍFEROS PEQUEÑOS

Las cifras parecen increíbles, pero no lo son cuando se comprende que la erupción hizo volar cuatro kilómetros cúbicos de tierra de la cima del monte St. Helens. A 15 kilómetros del cráter la explosión arrojó un tractor de 10 toneladas por una distancia de 335 metros. Los biólogos han llamado lo que sucedió el peor desastre natural que ha sufrido la fauna en la historia estadounidense.

Muchos animales murieron al tiempo de la explosión, pero habrá muchas pérdidas a largo plazo. Los animales que estaban en las orillas del área de la explosión sobrevivieron y se mudaron a zonas verdes adyacentes, pero esto hará que haya demasiadas animales en estas zonas y el resultado pudiera ser que muchos murieran de hambre.

Veintiséis lagos y unas 500 kilómetros de arroyos donde se crían salmones y truchas quedaron en muy malas condiciones. Además, se perdieron 11 millones de salmoncillos plateados y del Pacífico boreal cuando el criadero del río Toutle fue inundado por las aguas cargadas de ceniza y fango.

Después de examinar las truchas que quedaron con vida en algunos arroyos, los biólogos del departamento de pesca y caza dijeron: “¿Ven esos rasguños y bordes dentados, y el color pálido? La ceniza les está cortando las agallas. No podrán sobrevivir.”

Se halló que, debido a la lluvia de cenizas en la cuenca columbiana, a unos 160 kilómetros, hasta el 90 por ciento de los nidos de los faisanes estaban abandonados. La proporción de nidos abandonados por aves acuáticas en las cercanías del lago Moses, que está en la misma zona, variaba entre 85 y 90 par ciento.

Hay esta nota animadora: En el área de la explosión se ha visto a ciervos comiendo nueva vegetación que crece a través de las cenizas. El biólogo Rich Poelker, que se especializa en animales de caza, halló buenas señales de que volvía a crecer el forraje; plantas tiernas brotaban a través de las cenizas. Dijo: “Veo muchas hormigas, pero ningún otro insecto. No he visto ni oído ningún pájaro.” Concluyó con este comentario: “Supongo que, para resumirlo todo, se pudiera decir que pasara mucho tiempo, pero al fin los pájaros volverán a cantar en el monte St. Helens.”

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