Salí de un mundo de silencio
ERA temprano, como las cinco de la mañana. Basil —mi marido— y yo estábamos en la cama cómodamente arropados, cuando me tocó con el codo y me susurró: “Cariño, está lloviendo”. ¡Cómo me gustaba escuchar desde la cama el suave golpeteo de la lluvia contra la casa! Por ocho años Basil había tenido que decirme cuándo llovía, porque yo no podía oírlo. Pero esta vez era distinto. Me enderecé de repente. ¡Podía oír la lluvia! Por primera vez en varios años, podía oír aquel hermoso sonido.
No fue ese mi primer encuentro con sonidos familiares que no había oído durante años. Toda la semana anterior había estado repleta de una verdadera sinfonía: el ronroneo del ventilador de la calefacción, el persistente zumbido del teléfono al descolgarlo, mis propias pisadas al andar por la cocina. Estos sonidos, tan comunes para todo el mundo, a mí me parecían música. ¡Había recuperado el oído! Déjenme contarles cómo.
El primer diagnóstico
En 1958, cuando era una joven ya dedicada, emprendí mi carrera de maestra de la Biblia de tiempo completo. Ahora, treinta años después, todavía continúo en ella. A comienzos de la década de los setenta, mientras Basil y yo ayudábamos a la gente a adquirir visión espiritual y a que abrieran sus oídos a las maravillosas verdades de la Palabra de Dios, mi propio oído físico comenzó a embotarse de manera exasperante.
En 1977 me puse en contacto con un médico de San Pedro (California), quien me habló por primera vez del término “otosclerosis”. Me dijo que era una enfermedad hereditaria común y que mi audición podría mejorar con una operación. Pero cuando me habló de los posibles efectos secundarios de la operación, salí de su oficina diciéndome a mí misma confiadamente: “¡A mí no! Esas cosas no me pasan a mí”.
Me introduje en un mundo de silencio
Durante los siguientes tres años, empecé a penetrar lentamente en un mundo callado y silencioso, un mundo privado de cualquier sonido de fondo. Parecía que la gente se me acercaba sigilosamente por detrás y aparecía de repente. El ruido familiar del automóvil de mi marido que se paraba a la entrada de la casa había desaparecido; ahora también daba la impresión de que él aparecía repentinamente en casa, y a veces me daba un susto de muerte. Si no podía ver los labios de los que me hablaban, me incomodaba, pues me daba la impresión de que el sonido venía de otra dirección. Me veía a mí misma observar atentamente las expresiones faciales de los demás cuando hablaban, para estar segura de que no había respondido de manera equivocada. Si estaba masticando, tenía que parar para oír la conversación. Lo peor era la irritación y el temor que sentía cuando conducía estudios bíblicos con personas que hablaban bajo, porque no siempre podía entender sus comentarios. Me sentía sumamente agotada después de una sola hora.
Llegó un momento decisivo cuando en 1980 la Sociedad Watchtower me invitó a asistir a la Escuela del Servicio de Precursor, un curso intensivo de instrucción bíblica que dura dos semanas. Había estado esperando este privilegio durante años, pero ahora no iba a poder beneficiarme de la Escuela porque no podía oír con suficiente claridad. Fue entonces cuando decidí consultar a otro médico.
Esta vez me encontré delante de un otólogo alto y rubio, de apariencia amable y carácter abordable. “Estoy de acuerdo con el doctor de San Pedro —me dijo—. Usted tiene otosclerosis.” Empecé a confiar en él porque escuchaba mis preguntas y se aseguraba de entender lo que le quería decir antes de contestarlas. Era un buen oyente. Dedicó tiempo a explicarme qué es la otosclerosis y me dio publicaciones sobre el tema para que las leyera. Puesto que parecía que se preocupaba sinceramente por mí, me inspiró confianza.
¿Qué es la otosclerosis?
La partícula oto (“oído” en griego) y el término esclerosis (“endurecimiento” en griego) me dieron una pista de lo que le ocurría a mi oído. ¿Ha oído hablar de los huesecillos del oído medio: martillo, yunque y estribo? Tal vez, al igual que yo, nunca se haya preocupado demasiado de ellos, y, sin embargo, dependemos en gran medida de esos huesecillos. Fue entonces, al verme afectada personalmente, cuando aprendí sus nombres en latín: malleus, incus y stapes. El estribo (stapes) es el último eslabón de la cadena auditiva del oído medio. Normalmente, la otosclerosis llega a afectar al estribo, y a medida que el hueso se endurece, las vibraciones que transmite al fluido del oído interno pierden su intensidad progresivamente, lo que resulta en sordera de conducción. La otosclerosis estapédica por lo general se puede corregir mediante cirugía.
Una de las primeras cosas que aprendí fue lo que se quiere decir cuando se habla de sordera de conducción. Significa, simplemente, que el sonido no se transmite a través del oído medio. Pero si el sistema nervioso funciona correctamente, este problema puede corregirse mediante una operación. Por fortuna, mi sistema nervioso estaba en buenas condiciones.
Me extirpan el estribo
Me imaginaba que durante la operación todo sería muy silencioso, pero ocurrió exactamente lo contrario. Bajo los efectos de la anestesia local, no oía más que ruidos a medida que el doctor, con la ayuda de un microscopio para trabajar en el conducto auditivo, removía el estribo y lo reemplazaba con una prótesis de alambre. De pronto, mientras aún estaba en la mesa de operaciones, oí una voz clara y penetrante: era el doctor que hablaba con su enfermera. Después, me preguntó: “¿Qué tal va eso?”. “¡Puedo oír perfectamente!”, me apresuré a contestar. Me advirtió, sin embargo, que pronto mi audición empeoraría temporalmente debido a la hinchazón en el oído, y que podrían pasar unas cuantas semanas antes de que experimentara una sensible mejoría.
Antes de salir del quirófano, el doctor me dio mi estribo en un recipiente de plástico. Me admiró su pequeño tamaño. Medité por un momento en la grandeza de Jehová Dios al hacer cosas tan pequeñas, pero a la vez tan importantes, y recordé las palabras del salmista: “Mis huesos no estuvieron escondidos de ti cuando fui hecho en secreto [...]. Tus ojos vieron hasta mi embrión, y en tu libro todas sus partes estaban escritas”. Sí, hasta el estribo, el hueso más pequeño del cuerpo humano, fue tenido en cuenta en la matriz. (Salmo 139:15, 16.)
La facultad de oír y comunicarse es un don maravilloso procedente de nuestro Creador. Verse privado de esa facultad es sin duda una gran pérdida. Pero recuperarla después de haberla perdido es verdaderamente emocionante. ¡Qué agradecida estoy por haber podido salir de mi mundo de silencio!—Según lo relató Bette E. Sterrett.
[Diagramas en la página 21]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Estapedectomía.
Primer paso: otosclerosis estapédica
Segundo paso: se extirpa el estribo
Tercer paso: prótesis que reemplaza al estribo
Primer paso
Segundo paso
Tercer paso
[Recuadro en la página 19]
¿Ha oído hablar de ello?
¿Ha oído hablar de los siguientes avances en el tratamiento de la sordera?
◼ El síndrome de Ménière, una enfermedad del oído interno caracterizada por pérdida del equilibrio y finalmente sordera, puede tratarse ahora con la implantación de un tubo para desviar el líquido laberíntico, un sistema desarrollado por el doctor William House y el House Ear Institute, de Los Ángeles.
◼ Los que padecen de sordera grave tal vez puedan mejorar su situación con un implante coclear. Este implante consiste en introducir en el oído mediante una operación quirúrgica un pequeño instrumento electrónico. Lo activa un micrófono conectado a un procesador de palabras que se lleva encima. Estos aparatos convierten las ondas de sonido en corriente eléctrica. Al pasar a través del implante, la corriente estimula las fibras del nervio auditivo para que transmitan mensajes al cerebro, y este, a su vez, reconoce estos estímulos como sonido. De esta manera, se pasa de un mundo de silencio a un mundo de sonido. Aunque apenas se obtiene una diferenciación de los sonidos propios del habla, al menos pone al paciente en contacto con el mundo que lo rodea. Le ayuda a comunicarse, a distinguir sonidos ambientales y a controlar su propia voz. Hasta ahora, son aproximadamente unas cuatrocientas personas las que han recibido un implante coclear. Se espera que en el futuro este tipo de implantes sean más efectivos todavía.
[Recuadro en la página 20]
Cómo comunicarse con una persona que tiene dificultades para oíra
◼ Comience diciéndole el propósito de su mensaje y escríbale una nota con los puntos especialmente importantes.
◼ Hable despacio y con claridad, pero mantenga un tono de voz normal.
◼ Mire a la persona cuando le hable; si es posible, su cara debería estar a la luz.
◼ No mastique ni se ponga las manos sobre la cara cuando hable.
◼ Evite hablar desde otra habitación o con algún ruido de fondo que se pueda evitar, como por ejemplo, el de un grifo abierto.
[Nota a pie de página]
a Sugerencias de Jane E. Brody, especialista en temas de salud que escribió para The New York Times.
[Recuadro de la página 21]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Primer paso
Segundo paso
Tercer paso
Esta pedectomía.
Primer paso: otosclerosis estapédica
Segundo paso: se extirpa el estribo
Tercer paso: prótesis que reemplaza al estribo