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¡Despertad! 1989
g89 8/6 págs. 15-17

Las flores alpinas: su asombrosa supervivencia

ATRAÍDOS por los majestuosos picos, el aire puro y la belleza del paisaje, todos los años millones de personas deciden pasar sus vacaciones en las montañas, reductos naturales todavía a salvo de los estragos de la civilización. No obstante, en la belleza de las montañas se mezcla tanto lo grande como lo pequeño, lo que se puede contemplar desde la distancia y lo que hay que mirar de cerca.

A finales de la primavera y durante el verano, las flores alpinas cubren las laderas de las montañas con una gran variedad de tonos, convirtiendo prados desnudos en un tapiz de tonos azules, rojos y amarillos. La flora alpina puede encontrarse en cordilleras de todo el mundo, y desde altitudes de más de 5.500 metros, en el Himalaya, hasta al nivel del mar, como en Alaska y otras regiones frías.

En el sentido estricto de la palabra, las flores alpinas son las que crecen por encima del límite de la vegetación arbórea, pero el término “alpino” también suele referirse a las flores de montaña que se encuentran en los bosques y pastos a altitudes algo más bajas.

La singularidad de estas flores se debe a su capacidad de soportar condiciones climáticas extremas que otras plantas no pueden resistir.

Las dificultades a las que se enfrentan a esas altitudes

Extremos de temperatura. Los extremos de temperatura que algunas plantas alpinas pueden resistir son sobresalientes, pues a grandes altitudes, la temperatura del aire puede descender durante la noche entre 15 y 20 °C. Las plantas que crecen sobre las superficies rocosas son capaces de aguantar en el transcurso de veinticuatro horas una variación de temperatura de hasta 70 °C. Además, las temperaturas invernales pueden ser particularmente severas.

Muchas plantas alpinas crecen en matas densas y pegadas al terreno, donde la temperatura no es tan rigurosa, mientras que otras tienen su propio anticongelante: su savia contiene una elevada concentración de ciertas sales que les permiten sobrevivir a temperaturas que matarían a muchas otras plantas. Gracias a esta química interna, a una especie alpina le es posible vivir a más de 1.900 kilómetros al norte del círculo polar ártico.

Falta de agua. Aunque por lo general en las montañas las precipitaciones son bastante abundantes, durante gran parte del año se producen en forma de nieve. Como el agua no está a disposición de la planta hasta que la nieve se derrite, algunas plantas de montaña tienen que resistir sin agua durante seis meses o más, y por eso, muchas de ellas tienen una capacidad para acumular agua similar a la de las plantas del desierto.

Cuando, al llegar la primavera, la nieve se derrite, surge un nuevo problema: demasiada agua. Por esa razón, muchas flores alpinas medran en pendientes, donde el agua se filtra en seguida. Estas plantas tienen que florecer deprisa durante la breve temporada en que disponen de agua y la temperatura asciende. Algunas generan calor al germinar, lo que las ayuda a abrirse paso a través de la nieve y florecer aun antes de que esta se derrita por completo.

Vientos fuertes. Además del daño físico que los vientos fuertes pueden causar, también reducen en gran manera la humedad del aire y contribuyen a la erosión del suelo. Como protección, algunas plantas alpinas crecen en grupos densos a modo de almohadillas, y hay otras que forman alfombras compactas adheridas al suelo.

La perjudicial luz ultravioleta. Del mismo modo que mucha luz ultravioleta quema la piel de las personas imprudentes, también daña la flora alpina. El principal efecto que produce es la acción retardadora del crecimiento de la planta, por lo que las flores alpinas tienden a presentar un tamaño mucho más reducido que el de especies semejantes que crecen a altitudes inferiores.

A pesar de estos grandes inconvenientes, las flores alpinas pueden contar con dos aliados de incalculable valor:

La nieve. La nieve forma un manto térmico que las protege de las gélidas temperaturas de los meses invernales. En una zona se midió la temperatura que se registraba bajo una capa de 50 centímetros de nieve y se vio que marcaba 16 °C más que por encima de dicha capa. La nieve también constituye un enorme depósito de agua que las plantas tienen a su disposición precisamente en el momento en que la necesitan: en la primavera, cuando se reanuda el crecimiento.

La niebla. La niebla, temida por los montañeros y alpinistas, ayuda a las flores alpinas porque conserva la humedad atmosférica. Además, atenúa y distribuye la potente luz solar, y de ese modo suministra una luminosidad más uniforme y difusa a aquellas zonas que de otro modo quedarían situadas en la sombra.

No corra, goce de ellas

¿Dónde pueden encontrarse estas flores? Casi en todas partes. Algunas son pequeñas y pasan desapercibidas si uno no se fija, pero, muchas veces, una mirada pausada al suelo de las elevadas pendientes revelará pequeñas flores de hermoso color y diseño. En ocasiones puede que todo un campo esté cubierto por un tapiz de flores de una sola especie, mientras que en otros crezcan muchas variedades de diversos colores, formando un inolvidable mosaico. Otras flores alpinas crecen en forma de cascada desde fisuras y grietas de las paredes rocosas gracias a que disponen de fuertes raíces que les permiten aferrarse a las pequeñas hendiduras de las rocas.

Con la ayuda de una guía de campo, no le resultará difícil identificar las flores, lo que le permitirá gozar más del paseo. El tiempo que pase observándolas le dará una nueva visión de la singular belleza de las montañas. Sus adornos florales nos recuerdan las palabras que registró el salmista: “Alaben a Jehová [...], montañas y colinas todas”. (Salmo 148:7, 9.) Nuestro Magnífico Creador, con la sabiduría que le caracteriza, ha ataviado con hermosas flores no solo los desiertos y las llanuras fértiles, sino también las altas montañas.

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