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  • El petróleo, para servirle a usted. ¡Quizás!

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  • El petróleo, para servirle a usted. ¡Quizás!
  • ¡Despertad! 1989
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¡Despertad! 1989
g89 22/11 págs. 11-12

El petróleo, para servirle a usted. ¡Quizás!

PUES bien, allí estaba yo, una gotita de petróleo, descansando y sin meterme donde no me llaman. Había estado dormitando en pacífica coexistencia con otras gotitas de petróleo durante innumerables años. Entonces, de repente, el espantoso chirrido del acero rozando con las paredes de nuestra casa nos despertó. Lo que, procedente de otro mundo, invadió nuestra intimidad, resultó ser la broca de un taladro, y aquello cambió nuestra vida de la noche a la mañana.

¿Cómo es posible que yo, una insignificante gotita de petróleo, haya llegado a ser tan famosa? Mi historia se remonta a principios de la década de los sesenta. En ese tiempo, se estaban llevando a cabo exploraciones petrolíferas en la fachada ártica de Alaska. Con el transcurso de los años, hubo compañías petrolíferas que gastaron millones de dólares en busca de su difícil objetivo: un yacimiento de petróleo. Por fin sus esfuerzos fueron recompensados. En 1968 se descubrió el gigantesco yacimiento petrolífero de la bahía de Prudhoe.

La que había sido mi casa desde tiempo inmemorial fue invadida. ¿Puede usted imaginarse el miedo que sentí cuando se me obligó a renunciar a mi cálido y confortable hogar, y se me hizo subir por una hostil tubería de acero hacia un mundo completamente desconocido para mí?

Mi casa no es una bolsa

Quizás debería dedicar unos minutos a describirle la casa que dejé. En primer lugar, estaba ubicada a 2.600 metros por debajo del nivel del mar. ¡Qué intimidad! Además, la temperatura era de unos 90 °C, muy agradable, teniendo en cuenta nuestra estructura molecular. Muchos describen mi casa como una bolsa. Pero esto pudiera transmitir la idea equivocada de que vivía en una gran cavidad llena de crudo, y no es así. Aunque mi hábitat se denomina bolsada, en realidad se trata de una capa de arena o grava que se ha llenado de crudo y gas. Si esto le resulta difícil de comprender, piense en un recipiente lleno de arena: usted puede añadir agua —hasta llenar el 25% del volumen del recipiente— sin que esta se derrame.

Pero permítame volver al tiempo cuando me llevaron rápidamente a una nueva vida. Subí muy deprisa por la tubería, debido a la tremenda presión que había en la bolsada. Las mediciones iniciales indicaron una presión de 280 kilogramos por centímetro cuadrado, lo cual explica que fuese propulsada hacia arriba a una velocidad tan grande.

Aquello fue el comienzo de un nuevo mundo para mí. Hubo quienes dijeron que yo sería muy popular como combustible, otros opinaban que sería útil de otras muchas maneras a nivel doméstico e industrial. ¿Dónde terminaría en realidad? La respuesta me inquietaba, aunque por lo menos no estaba sola. Se perforaron otros pozos para sacar más gotitas de petróleo de los yacimientos petrolíferos de la bahía de Prudhoe.

Ahora bien, la explotación de yacimientos petrolíferos es una operación costosa que encierra sus peligros. Muchas veces, la herramienta con la que se efectúa la perforación penetra en un estrato donde existe una gran presión y, si no se nos refrena, podemos estallar y provocar una tremenda explosión que ocasionaría grandes daños a la tundra y la fauna. Pero yo no hice eso. Terminé viajando por el oleoducto hasta Valdez, rumbo a mi destino para servirle a usted.

Dicho sea de paso, el oleoducto que me condujo hacia allí está tendido sobre la tundra para impedir que el permafrost se derrita. Sobre la fachada ártica de Alaska, el permafrost tiene, como promedio, un grosor de 600 metros. Ya que el 30% de su volumen consiste en agua congelada, si el petróleo caliente fluyese bajo tierra, el permafrost se derretiría y sería fácil que nuestro oleoducto se doblara y rompiera. ¿Puede imaginarse los daños que eso podría provocar? ¡Cuántos estragos causarían miles de litros de crudo vertidos sobre la delicada tundra!

Una vez en Valdez, mi itinerario exigía viajar en superpetrolero hasta una distante refinería de petróleo. Allí empezaría una nueva vida. El gas y el agua serían separados para ir a otro destino. “¿Dice usted ‘gas’? Pensé que hablábamos de petróleo.” Lo que sucede es que la mayoría de las personas no se dan cuenta de que en las inmediaciones de donde yo vivía, siempre hay gas. En realidad, la mayor parte de mis componentes son gases, y, si me dejasen libre, tan pronto como llegase a la superficie de la Tierra, me expandiría más de cien veces. ¡Qué ruido haría entonces!

Pero en la refinería tenía que sufrir una transformación. Me iban a fraccionar mediante un proceso denominado destilación fraccionada. Para ello, calientan el crudo hasta que se convierte en vapor y lo dejan subir a través de una gran torre. Esto hace que las diferentes fracciones se condensen a ciertos niveles y sean recogidas a través de válvulas. Quizás ya sepa que casi la mitad de mí va a ser convertida en gasolina y, cuando eso suceda, y usted vaya a una gasolinera y pida que le llenen el depósito, yo estaré allí para servirle a usted.

Pero también podría terminar en muchas otras cosas. Nosotras, las gotitas, puede que al principio no parezcamos gran cosa, pero mire a su alrededor. Esa silla puede que esté hecha de plástico, vinilo o caucho sintético. El revestimiento de esa hermosa mesa de cocina posiblemente contenga alguna sustancia derivada del petróleo. La materia prima con la que se ha fabricado el suelo que usted pisa puede muy bien provenir de una fábrica de productos químicos elaborados a partir del petróleo. ¡Puedo servirle a usted de mil maneras!

Ya no podré servirle

Pero en mi caso, no voy a hacer nada de eso. Empiezo mi viaje desde Valdez hasta la refinería en un superpetrolero llamado Exxon Valdez. Poco después de medianoche, se oye un chirrido provocado por el roce del casco de metal contra la roca, mucho más espantoso que cuando la broca de acero invadió mi hogar en la fachada ártica de Alaska. Al poco tiempo, en el golfo del Príncipe Guillermo, junto al arrecife de Bligh, se abren unos agujeros en el depósito que me contenía, y voy a parar al agua junto con 42 millones de litros de mis compañeras de viaje. Me he convertido en parte de una terrible contaminación: la mayor marea negra que jamás se ha producido en Norteamérica.

De modo que nunca ayudaré a llenar su depósito de gasolina en una gasolinera, ni me convertiré en esos platos de plástico que hay sobre su mesa, ni en un componente de su aparato de televisión o de su crema favorita para la cara o de la ropa que lleva o del perfume que utiliza debido a su encantadora fragancia. Ya nunca podré ofrecerle mis servicios, como me proponía en un principio. Ahora ya no hay quizás que valga. Nunca podré serle de utilidad.

En lugar de eso, terminé contaminando el golfo del Príncipe Guillermo y el golfo de Alaska, participé en echar a perder la belleza de centenares de kilómetros de litoral, soy responsable de la muerte de miles de aves y mamíferos y he puesto en peligro los medios de vida de muchísimos pescadores. Hubiera sido mucho mejor continuar como una gotita de petróleo en la bahía de Prudhoe, en la fachada ártica de Alaska, descansando y sin meterme donde no me llaman, en el grato calor de mi hogar a 2.600 metros por debajo del nivel del mar.

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