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Exequias para un ex dios

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Japón

El pasado 7 de enero murió Hirohito, el emperador de Japón, tras haber regido el país por más de sesenta y dos años. Tenía ochenta y siete años de edad. El 24 de febrero, asistieron a sus exequias fúnebres representantes de 164 países. Sin embargo, hubo muchos que titubearon entre asistir o no. ¿Por qué? Además, ¿qué relación hay entre la muerte de Hirohito y la pregunta de nuestra portada: ¿Está vivo su dios?

“AL EMPERADOR HIROHITO se le consideró un dios viviente”, comentó el Japan Quarterly a principios de este año. La Kodansha Encyclopedia of Japan lo alista como el descendiente humano número 124 de la diosa del Sol, Amaterasu Omikami, quien a su vez es la “diosa principal del panteón sintoísta”.

Por eso, cuando se pidió a los soldados japoneses que sacrificaran sus vidas a este “dios viviente”, lo hicieron con un fervor asombroso. En la segunda guerra mundial no hubo combatientes más feroces que los devotos japoneses que luchaban por su dios, el emperador.

Sin embargo, Japón perdió la guerra al ser aplastado por fuerzas militares que le excedían en número. Menos de cinco meses después, el 1 de enero de 1946, Hirohito rechazaba mediante unas declaraciones históricas ante la nación el “concepto erróneo de que el emperador es de naturaleza divina”. Declaró que los responsables de esta creencia habían sido meras “leyendas y mitos”.

¡Qué sacudida! Millones de japoneses se sintieron profundamente conmocionados. Durante más de dos mil seiscientos años se había pensado que el emperador era un dios,a ¿y ahora resulta que no lo es? Este hombre al que antes se había ensalzado hasta tal grado que ni siquiera la gente alzaba la vista para mirarlo, ¿no es un dios? No fue fácil abandonar esta creencia tan arraigada. De hecho, varios japoneses que habían servido como soldados imperiales se suicidaron al enterarse de la muerte de Hirohito, siguiendo un ritual ancestral.

Pero ¿quién era realmente Hirohito? y ¿qué hizo que su cometido en la historia fuera tan controvertido? El 24 de febrero de 1989, mientras el coche fúnebre que llevaba su ataúd se alejaba del palacio imperial de Tokio en dirección al Parque Shinjuku Gyoen para las exequias nacionales, los millones de telespectadores que, junto con unos doscientos mil concurrentes a lo largo de la carretera, presenciaron el acto, tuvieron la oportunidad de meditar en estas cuestiones.

El hombre y su reinado

Hirohito, que significa “benevolencia abundante”, fue el nombre que recibió el hijo del emperador Taisho cuando nació el 29 de abril de 1901. El día 25 de diciembre de 1926, fecha en que murió su padre, Hirohito se convirtió en el emperador. El nombre que eligieron los eruditos de la corte para su período de reinado fue Showa, que significa “paz brillante”. Así, tras su muerte, se le llegó a conocer, no como el emperador Hirohito, sino como el emperador Showa.

Sin embargo, la primera parte del reinado de Hirohito no se caracterizó en absoluto por una paz brillante, si tenemos en cuenta las incursiones militares japonesas en Manchuria y China en 1930, la invasión de la Indochina francesa en 1940, así como la agresión a Estados Unidos en 1941. El nombre del reinado de Hirohito es todavía más irónico cuando consideramos que durante los primeros años, literalmente millones de vidas fueron segadas en guerras que se supone que contaban con su aprobación.

A pesar de que después de la guerra la economía japonesa se recuperó, no todo el mundo piensa que el período de paz del que disfruta la nación desde entonces sea una paz brillante. “Cuando miro retrospectivamente a la era Showa, siento una sensación de vacío”, dijo Sue Sumii, un escritor japonés de ochenta y seis años. “Desde que Japón perdió la guerra, creo que el país está en decadencia [...]; la prosperidad de Japón es ficticia.”

Sentimientos contradictorios

Muchos de los países que estuvieron en guerra con Japón y a los que este dominó se vieron obligados a justificar ante la opinión pública el envío de sus representantes al funeral de Hirohito. Los coreanos, por ejemplo, aún tenían muy presente ‘las cicatrices que la dominación japonesa dejó en la península de Corea en nombre del emperador’. En la prensa británica se hizo un llamamiento para boicotear el funeral. Muchos no podían olvidar que unos veintisiete mil prisioneros de guerra británicos habían perdido la vida a manos del ejército del emperador.

La situación fue similar en Estados Unidos, donde en gran medida se culpa a Hirohito por las agresiones militares japonesas. Como lo expresó el New York Times al tiempo de su muerte: “Desde su posición encumbrada, pudo haber ayudado a salvar al mundo de una tragedia sin precedentes”.

Incluso en Japón, donde generalmente se ha glorificado a Hirohito como un emperador amante de la paz, algunos creen que pesa sobre él gran parte de la responsabilidad. Katsuro Nakamura recuerda que cuando recibió la noticia de la muerte de su hermano mayor en la guerra, su padre dijo: “A mi hijo lo ha matado ese tal Hirohito”. Masashi Inagaki, otro japonés de edad avanzada, explicó: “Por mucho tiempo le culpé de la guerra en la que tanto sufrimos”. Pero añadió: “Mi sensación de amargura empezó a desvanecerse cuando me di cuenta de que el emperador tenía que cargar con el pasado durante toda su vida”.

Cuando se confía en un engaño

Se puede decir que millones de japoneses ofrecieron sus vidas ante el altar de esta deidad sintoísta, y eso sin contar los millones de vidas humanas de otros países que el ejército del emperador ofreció ante el mismo altar. A los japoneses creyentes se les introdujo en un laberinto militarista en el nombre de su dios, tan solo para más tarde enterarse de que, después de todo, este no era un dios. Como lo expresó el periódico Asashi Evening News: “Se ha sacrificado a millones por este malentendido”.

¿Cómo reaccionaron las personas creyentes cuando su dios renunció a la divinidad en 1946? Un japonés que había luchado por el emperador dijo que se sentía como “un barco en altamar que hubiera perdido su timón”. Esta fue una reacción típica. Los que sobrevivieron a la guerra “de repente experimentaron una profunda sensación de vacío”, lamenta el poeta japonés Sakon Sou. ¿Cómo podrían llenar ese vacío?

“Había sido engañado por completo. Luché, no por Dios, sino por un hombre como otro cualquiera —dice Kiyoshi Tamura—. ¿En qué podía creer después de eso?” Kiyoshi trabajó sin descanso para adquirir riquezas, pero no le fueron de ningún consuelo. Cuando nuestras creencias se hacen añicos, puede que los valores superficiales se apresuren a llenar el vacío.

Al reflexionar sobre el emperador Showa y su funeral, podemos aprender una lección: adorar “lo que no se conoce” resulta desastroso. (Juan 4:22.) ¿A quién adora usted? ¿Tiene base sólida para creer que esa persona es realmente Dios y que merece su adoración?

Todos nosotros tenemos que reflexionar sobre este asunto, pues aún hoy muchos creyentes adoran a algunas personas como Budas vivientes. Tal es el caso del Dalai Lama. A muchos que profesan ser cristianos se les ha enseñado a creer en una Trinidad, de modo que adoran a una tríada compuesta, según se cree, del Padre, el Hijo y el espíritu santo. En el próximo artículo consideraremos qué llevó a los japoneses a creer en un dios que en realidad no era tal y veremos qué podemos aprender de todo esto.

[Nota a pie de página]

a Es aceptado el hecho de que de los ciento veinticuatro emperadores (ciento veinticinco si contamos a Akihito, el hijo de Hirohito), los primeros son legendarios. Sin embargo, a partir de por lo menos el siglo V E.C. los emperadores han sido personas reales. Esto hace de la institución imperial japonesa la monarquía hereditaria más antigua del mundo.

[Ilustración en la página 2]

El carácter japonés significa “dios, deidad”

[Reconocimiento en la página 2]

Hirohito (página 2): Foto de U.S. National Archives

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