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¡Despertad! 1989
g89 22/12 págs. 6-9

¿Por qué dar devoción a un hombre-dios?

PUEDE que a muchos les resulte difícil comprender la profunda devoción que se profesaba al emperador antes y durante la segunda guerra mundial. “En la escuela, la fotografía de Hirohito estaba en un altar especial —recuerda Mitsuko Takahashi—, ante el cual cada mañana los alumnos teníamos que pararnos y hacer una reverencia.”

“Cuando pasaba el emperador —recuerda Masato Sakamoto— teníamos que agachar mucho la cabeza, pues se nos hizo creer que era demasiado excelso para que meros humanos lo miraran directamente.” De hecho, se decía a los niños que se quedarían ciegos si le miraban al rostro.

Los dirigentes políticos y militares de Japón usaron el sistema educativo para inculcar devoción al emperador. Kazuo Matsumoto, maestro durante cincuenta años, incluso los de la guerra, dijo: “Enseñé a los jóvenes a estar dispuestos a morir de buena gana. Envié a muchos al campo de batalla. Soy incapaz de borrar este pasado reprochable”.

Se decía a los jóvenes japoneses que los súbditos del emperador eran aohitogusa o “maleza humana que crece” y que tenían que servir de escudo protector para el emperador. Toshio Mashiko, sobreviviente que participó en varios ataques suicidas en las Filipinas, explica: “Se nos había enseñado que morir por el emperador era el mayor honor que podían tener sus súbditos”.

Muchos realmente creían en el poder de salvación del emperador, por lo que se lanzaron a la batalla con una entrega temeraria. Shunichi Ishiguro, por ejemplo, pensó que las balas rebotarían en su cuerpo porque era un soldado que luchaba a favor de lo que, según se había enseñado, era “la nación divina”.

Cuando el curso de la guerra se había vuelto definitivamente en contra de Japón, un joven llamado Isamu expresó sus inquietudes a su madre, una sintoísta: “No te preocupes —le dijo, y le repitió el punto de vista entonces aceptado—, nunca perderemos la guerra porque el kamikazea (viento divino) barrerá a nuestros enemigos”.

Un dios, pero en raras ocasiones un gobernante

La adoración al emperador tiene una larga historia en Japón y formó parte de la vida de las personas por más de mil años. Además, la tradición religiosa es difícil de desarraigar. Por ejemplo, incluso en la cristiandad, las personas dicen: “Si mi religión fue lo bastante buena para mis padres, también lo es para mí”. También dicen: “Todo el mundo lo cree, no pueden estar todos equivocados”. Pero durante siglos, cientos de millones de personas han estado equivocadas al creer que sus dirigentes eran dioses. Consideremos brevemente la historia del emperador en Japón.

Su cometido ha variado de manera considerable a través de los siglos. “Se pensaba que el emperador poseía poderes mágicos para aplacar e interceder ante los dioses —explica la Kodansha Encyclopedia of Japan—, pero debido a la aureola que rodeaba a su persona, también se consideraba inapropiado que el emperador se mezclara en asuntos seglares del gobierno. Este cometido, que incluía tanto la elaboración como la ejecución de decisiones políticas, correspondía a los ministros que estaban al servicio del emperador.”

De esta manera, el emperador desempeñaba una función principalmente sacerdotal, no política. “El único período extenso en la historia de Japón durante el que el emperador combinó ambas funciones en la práctica —observa la enciclopedia supracitada— fue desde el reinado de TENJI en la última mitad del siglo VII hasta el reinado de KAMMU a finales del siglo VIII y principios del IX.”

Con excepción de este período en particular, en realidad los emperadores japoneses no gobernaban. A partir del siglo IX, el poder del emperador empezó a disminuir y con el tiempo los shogun (término que significa “jefe de tropas contra los bárbaros”) empezaron a tener autoridad política. Aunque en teoría era el emperador quien nombraba a los shogun, estos eran los que en realidad gobernaban. Pero en 1867, tras siglos de gobierno en Japón, el bakufu (gobierno de los shogun) cedió sus poderes al emperador.

En ese año, el emperador Meiji, abuelo de Hirohito, se convirtió en el gobernante de Japón. Más tarde, promulgó una constitución para sus súbditos mediante la cual estipulaba que el emperador era “sagrado e inviolable”. Pero paradójicamente, aunque el emperador disfrutaba de autoridad política, no tenía poder político. Reinaba, pero en la práctica no gobernaba.

La Constitución afirmaba: “Los respectivos ministros de estado darán su consejo [y ayuda] al emperador y asumirán la responsabilidad por ello”. Según menciona la Kodansha Encyclopedia, “esto significaba en realidad que la responsabilidad política no recaía sobre el emperador, sino sobre sus ministros”.

Por lo tanto, eran los ministros del gobierno los que en realidad ejercían el poder político. Por otra parte, a la gente común le presentaban al emperador como un dios con poder absoluto sobre la nación. De esta manera, para subyugar al pueblo, la clase dirigente se valía de la divinidad tradicional del emperador, que se promovía oficialmente. Las guerras en las que participó Japón en este siglo XX se libraron en nombre del emperador, a quien, por lo general, el pueblo consideraba un dios con poderes milagrosos.

Pero para sorpresa de muchos, evidentemente Hirohito no creía en su propia divinidad. “Nunca me he considerado un dios”, dijo al mando militar norteamericano tras la segunda guerra mundial. Después de rechazar “la idea errónea de que el emperador es dios y que los japoneses son superiores a otros pueblos”, se dice que preguntó a su esposa: “¿Ves alguna diferencia? ¿Te parezco más humano ahora?”.

Por supuesto, hubo otros japoneses que al no aceptar la fachada de divinidad, se dieron cuenta de la verdad. Razonaron basándose en los hechos. Por ejemplo, Minoru Yamanaka, quien sirvió por cuatro años en el ejército del emperador, explicó: “El padre del emperador murió a la edad de cuarenta y siete años y su abuelo a los cincuenta y nueve, antes que muchos otros, por lo que nunca pensé que el emperador fuera Dios”.

¿Quién fue el responsable?

La enfermedad y posterior muerte de Hirohito volvió a sacar a la luz una cuestión delicada: ¿Qué grado de responsabilidad tuvo el emperador en las agresiones militares de Japón? Al parecer, el punto de vista de la mayoría es que Hirohito se opuso a la guerra, pero que tuvo que seguir las decisiones de sus ministros. De ahí que en cierta ocasión hiciese el siguiente comentario sobre los planes de sus ministros de atacar a Estados Unidos en 1941: “No podía pasar por alto sus decisiones. Creo que esto estaba en armonía con las disposiciones de la Constitución japonesa”.

Por otra parte, Hirohito tomó la iniciativa y decidió rendirse cuando sus ministros estaban divididos sobre el asunto. Entonces, el 15 de agosto de 1945, pocos días después de haber tomado esta decisión, sus súbditos se sintieron conmocionados al oír su voz por primera vez cuando anunció la rendición por la radio nacional. Hizo un llamamiento para que “toleraran lo intolerable y aceptaran lo inaceptable”.

Meses después el gobierno británico declaró: “No fue la bomba atómica lo que hizo que los japoneses se rindieran, sino el mensaje del emperador que les mandaba hacerlo. Si no hubiera sido por eso, una invasión hubiese resultado costosa”.

Así es que, cuando tras la guerra se alzaron voces que pedían que se considerara a Hirohito criminal de guerra, el general Douglas MacArthur, comandante norteamericano de la ocupación aliada en Japón, se opuso con firmeza. Él mismo explicó más tarde: “Creo que si el emperador hubiera sido procesado y quizás colgado, habría sido necesario establecer un gobierno militar por todo Japón, y con toda probabilidad habrían surgido guerrillas”.

MacArthur recibió a Hirohito el 26 de septiembre de 1945 y quedó impresionado. En vez de eludir su responsabilidad en la guerra, el emperador se presentó como “el único responsable de cada decisión política y militar que su pueblo tomó y llevó a cabo en el transcurso de la guerra”.

Sin embargo, es probable que la mayoría de los japoneses hoy en día no haga responsable a Hirohito por una guerra que evidentemente promovieron sus ministros. Por lo tanto, cuando el emperador yacía en su lecho de muerte el año pasado, Hitoshi Motoshima, alcalde de Nagasaki, causó mucho resentimiento cuando se atrevió a decir públicamente: “Por mi propia experiencia en la educación militar, creo que el emperador fue en buena parte responsable de la guerra”.

Motoshima señaló que, como oficial instructor de reclutas en el ejército durante la guerra, “se veía obligado a decir a la gente que muriera en nombre del emperador”. Al igual que otros, cree que si el emperador al que sus súbditos adoraban hubiera alzado su voz en contra de la guerra, su opinión hubiera tenido mucho peso.

Una cuestión que nos interesa

Quizás alguien diga que “todo eso no es más que historia pasada”. Puede ser, pero las creencias tradicionales no desaparecen tan fácilmente. En el famoso santuario sintoísta de Ise, en el interior de Japón, un sacerdote sintoísta dijo recientemente: “Muchas personas vienen aquí para adorar a la diosa del Sol como la antecesora divina de nuestro emperador y el pueblo japonés”.

Las amenazas de muerte que ha recibido Motoshima debido a sus declaraciones sobre la responsabilidad del emperador por la guerra ilustran hasta qué grado se le reverencia. Se arrestó a un hombre que intentaba entrar en la oficina de Motoshima con una lata de gasolina. También, cerca de cien camiones provistos de altavoces obstaculizaron el tráfico en las calles de Nagasaki divulgando el mensaje: “Muerte a Motoshima”. La reverencia al emperador se ha demostrado además de otras maneras.

Por ejemplo, cuando la salud de Hirohito entró en un estado crítico, una ola de sobriedad invadió el país. Se cancelaron festivales y fiestas, lo que afectó de manera adversa los negocios dedicados a ocasiones festivas. Los escolares tuvieron que cancelar sus acontecimientos deportivos. Hasta los yakuza (gángsters) abandonaron sus luchas y tiroteos. Este hecho afectó tan profundamente la vida en Japón, que The Daily Yomiuri comentó: “La reacción del país ante la noticia de la enfermedad del emperador ha sido excesiva”.

Este fanatismo alarmó a algunos, pero aunque no estaban de acuerdo con esa reacción, por lo general la toleraron y permitieron, pensando, quizás, en las consecuencias adversas de no hacerlo. “Lo más prudente en este asunto es ser moderado”, dijo un psicólogo. Pero un ex soldado lamentó: “La gente se limita a mirar a su alrededor y a hacer lo que hacen los demás. Estos son precisamente los mismos factores que nos empujaron a la guerra”.

Pero, ¿deberían el comportamiento y adoración de los que nos rodean determinar cómo nos comportamos y, en especial, a quién adoramos? Piense en los millones de personas que debido a creencias religiosas sin fundamento han sacrificado sus vidas en guerras inútiles. Queda claro que seguir ciegamente los dictados de la mayoría puede ser desastroso. Reflexionar en estos acontecimientos históricos nos enseña que ‘adorar lo que no conocemos’ puede resultar calamitoso. (Juan 4:22.) ¡Qué vital es, pues, que examinemos si estamos adorando lo que realmente conocemos!

[Nota a pie de página]

a También se llamó kamikaze a los miembros del ejército del aire que realizaban ataques suicidas a un objetivo, como por ejemplo, un barco.

[Fotografías en las páginas 8, 9]

Miles murieron en nombre del emperador

[Reconocimiento]

Arriba: Fotografía oficial de la marina norteamericana

Hirohito reconoció su responsabilidad por la guerra ante el general Douglas MacArthur

[Reconocimiento]

Derecha: Ejército norteamericano

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