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¡Despertad! 1990
g90 22/1 págs. 5-7

Fraude en la ciencia. Por qué va en aumento

“EXISTE una competencia brutal. Los ganadores reciben premios colosales; los perdedores se encaran al olvido. Es un ambiente en el que a veces resulta irresistible tomar un atajo ilícito, y en no pocas ocasiones se debe a que las instituciones científicas suelen tener demasiado recelo a la hora de hacer frente a los delitos.” Así empezaba el artículo “Publica o perece... o falsifícalo” publicado en U.S.News & World Report. Para evitar sucumbir, muchos investigadores científicos están falsificando su trabajo.

Los científicos se ven sometidos a mucha presión para que sus artículos se publiquen en revistas científicas. Cuanto más larga sea la lista de artículos publicados bajo el nombre del investigador, mayores serán sus posibilidades de empleo, promoción, ejercer un cargo en alguna universidad y recibir subvenciones gubernamentales para financiar su investigación. El gobierno federal “controla la mayor fuente de fondos para investigación, 5.600 millones de dólares al año procedentes de los Institutos Nacionales de Sanidad”.

Debido a que “la comunidad científica no está muy inclinada a hacer frente a este problema ético”, “se ha mostrado extrañamente reacia a indagar a fondo en busca de pruebas concretas respecto a la conducta ética de sus miembros” y “no muestra gran interés en eliminar ni en siquiera buscar minuciosamente cualquier conducta delictiva”, los comités del congreso han celebrado audiencias y han pensado en una legislación que efectúe este control por ella. (New Scientist; U.S.News & World Report.) Los científicos levantan una tempestad de protestas ante esta perspectiva. Sin embargo, una revista científica formula la siguiente pregunta, que luego responde: “¿Puede el mundo científico andar con la cabeza erguida? Las pocas pruebas que llegan al conocimiento del público suscitan serias dudas”.

Algunos investigadores eliminan datos que no apoyan lo que ellos quieren probar, informan más pruebas o experimentos de los que en realidad han llevado a cabo, plagian datos o ideas de otros investigadores y se inventan experimentos que nunca han hecho o datos que nunca han encontrado. Un chiste que apareció en una revista científica se burlaba de esta última táctica. En él se veía a un científico que hablaba con otro y decía lo siguiente de un tercer científico: “Ha publicado mucho desde que comenzó aquel curso de redacción creativa”.

“¿Cuál es el producto principal de la investigación científica de estos días? La respuesta: solo papel —dijo la revista U.S.News & World Report—. Cada año aparecen centenares de revistas nuevas para publicar el torrente de artículos redactados de manera mecánica por científicos que saben que el camino al éxito académico consiste en tener a su nombre una larga lista de artículos.” La meta es la cantidad, no la calidad. En las cuarenta mil revistas que se publican cada año aparecen un millón de artículos, y parte de este torrente de información “es sintomático de ciertos males fundamentales, como el de la ética de ‘publica o perece’ que ha cobrado más fuerza que nunca entre los investigadores y que fomenta un trabajo de mala calidad, lleno de repeticiones, inútil y hasta fraudulento”.

El doctor Drummond Rennie, redactor jefe de la revista The Journal of the American Medical Association, comentó lo siguiente respecto a la falta de calidad: “Parece que no existe ningún estudio demasiado fragmentado, ninguna hipótesis demasiado trivial, ninguna cita literaria demasiado parcial o demasiado egotista, ningún diseño demasiado deformado, ninguna metodología demasiado chapucera, ninguna presentación de resultados demasiado inexacta, confusa o contradictoria, ningún análisis demasiado conveniente para el redactor, ningún argumento demasiado tortuoso, ninguna conclusión demasiado ligera o injustificada, y ninguna gramática y sintaxis demasiado ofensiva para que un artículo acabe imprimiéndose”.

Hacen una montaña de un grano de arena

El síndrome de “publica o perece” ha hecho que muchos investigadores se las ingenien muy bien para convertir una modesta cantidad de artículos publicados en unas cifras extraordinarias. Escriben un artículo y luego lo dividen en cuatro más pequeños. De esta forma, en lugar de recibir crédito por la publicación de un solo artículo, añaden cuatro artículos publicados a su lista. Además, pueden enviar un mismo artículo a varias revistas, y cada vez que se publica cuenta como otro más. Sucede con bastante frecuencia que para un solo artículo firman varios científicos como sus autores, y cada uno de ellos lo añade a su lista de artículos publicados. Para un artículo de dos o tres páginas pueden figurar seis, ocho, diez, doce o más autores.

En el programa NOVA titulado “¿Engañan los científicos?” y televisado el 25 de octubre de 1988, un científico hizo el siguiente comentario al respecto: “[Los científicos] procuran que su nombre figure en el mayor número de artículos posible, por eso es tan común hoy día encontrar grandes equipos en los que un total de dieciséis personas firman un solo artículo, que, en primer lugar, es probable que ni siquiera mereciese la pena haberse publicado. Todo esto es parte de una competencia feroz, una mentalidad de valorar las cosas por su cantidad, a la que favorece en gran manera la estructura actual de la ciencia en Estados Unidos”. Es posible que algunos de los que aparecen alistados como coautores hayan tenido poco que ver con el artículo, quizás ni siquiera lo han leído, y sin embargo lo añaden a su lista de artículos publicados. Estas listas artificialmente engrosadas influyen a la hora de conceder centenares de miles de dólares de fondos públicos para subvenciones destinadas a la investigación.

¿Protegen del fraude las revisiones por otros científicos?

Los directores de revistas científicas a menudo —aunque no siempre— entregan los artículos a otros científicos para que estos los revisen antes de que se publiquen. En teoría, al hacer esto se eliminan los artículos erróneos y fraudulentos. Isaac Asimov dice: “La ciencia se autocorrige de una manera que no iguala ningún otro campo del saber humano. La ciencia se autoinvestiga como no lo hace ninguna otra disciplina”. Se maravilló de que el “escándalo sea tan infrecuente”.

Sin embargo, muchos no comparten este punto de vista. La revisión por otros científicos es “una manera fatal de detectar el fraude”, dijo el doctor Drummond Rennie, citado anteriormente. La publicación American Medical News comentó: “Las revistas revisadas por otros científicos, en un tiempo consideradas como casi infalibles, han tenido que admitir que no son capaces de erradicar el fraude”. “Se ha dado demasiada propaganda a las revisiones por otros científicos”, dijo un escritor sobre temas de medicina y columnista del periódico The New York Times.

La revista Science informa que se acusó de plagio a un investigador asignado a revisar el artículo de otro científico. Según NIH (siglas en inglés para Institutos Nacionales de Sanidad), “al revisar un artículo de otro científico, tomó algunos datos y los utilizó en un trabajo suyo”. Tal conducta es un “abuso de la confianza que se supone que hay en el seno de este sistema de revisión”, y en este caso en particular, el que hizo la revisión ha sido declarado “inelegible para recibir subvención federal en el futuro”.

“En lo que respecta a la enorme osadía de proclamar su pureza ética, la comunidad científica ha sido la que por mucho tiempo se ha llevado la palma”, dijo la revista New Scientist. Muchos consideran que el sistema de revisión por otros científicos, del que se ha hecho tanto alarde y que teóricamente filtra todos los engaños, es una farsa. “La realidad —dijo New Scientist— es que se cazan pocos sinvergüenzas en el campo de la ciencia, y cuando se caza alguno, es frecuente que haya estado haciendo de las suyas por años, publicando datos falseados en revistas respetables sin que nadie los pusiese en duda.”

Según se informó en The New York Times, un oficial de NIH dijo tiempo atrás: “Creo que una era de inocencia ha llegado a su fin. En el pasado la gente daba por sentado que los científicos no hacían esas cosas, pero la gente está empezando a darse cuenta de que los científicos no son superiores a nadie en sentido moral”. El informe del Times añadió: “Aunque hace unos años era poco común que los Institutos Nacionales de Sanidad recibieran una queja de supuesto fraude al año, [...] ahora hay por lo menos dos alegaciones graves [de este tipo] al mes”. La revista Science hizo el siguiente comentario: “Los científicos han asegurado repetidas veces al público que el fraude y la conducta reprochable en relación con las investigaciones son poco frecuentes [...]. Y, sin embargo, parece que siguen produciéndose casos notorios”.

El presidente de uno de los comités de investigación del Congreso, John Dingell, en cierta ocasión se dirigió a los científicos de la siguiente manera: “Les diré que encuentro sus mecanismos de control [de fraude] sumamente inadecuados y que el hecho de que la sinvergüencería parezca estar triunfando por encima de la virtud en tantos casos es algo que me parece totalmente inaceptable. Espero que ustedes opinen lo mismo”.

El programa NOVA sobre “¿Engañan los científicos?” concluyó con el siguiente reconocimiento expresado por uno de los científicos presentes: “Si es necesario y no queda otra alternativa, hay que sacar los trapos sucios a relucir y echar a perder las carreras de los burócratas. Esto es lo que tanto la ética como la ley requieren y es lo que por supuesto requiere la moral”.

[Comentario en la página 6]

“Un total de dieciséis personas firman un solo artículo”

[Comentario en la página 7]

“Esto es lo que tanto la ética como la ley requieren y es lo que por supuesto requiere la moral”

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